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SALA DE LECTURA B.T.M. |
HISTORIA DE BABILONIA DESDE LA FUNDACIÓN DE LA MONARQUÍA HASTA LA CONQUISTA PERSAPOR
LEONARD
W. KING
INTRODUCCIÓN: EL LUGAR DE BABILONIA EN LA HISTORIA DE LA ANTIGÜEDAD
LAS DINASTÍAS DE BABILONIA : EL ESQUEMA CRONOLÓGICO A LA LUZ DE LOS
RECIENTES DESCUBRIMIENTOS
LOS SEMITAS OCCIDENTALES Y LA PRIMERA DINASTÍA DE BABILONIA
LA EDAD DE HAMMURABI Y SU INFLUENCIA EN LOS PERIODOS POSTERIORES
EL FINAL DE LA PRIMERA DINASTÍA DE BABILONIA Y LOS REYES DEL PAÍS DEL MAR
LA DINASTÍA KASITA Y SUS RELACIONES CON EGIPTO Y EL IMPERIO HITITA
LAS DINASTÍAS POSTERIORES Y LA DOMINACIÓN ASIRIA
EL IMPERIO NEOBABILÓNICO Y LA CONQUISTA PERSA
GRECIA, PALESTINA Y BABILONIA : UNA ESTIMACIÓN DE LA INFLUENCIA CULTURAL
INTRODUCCIÓN:
EL
LUGAR DE BABILONIA EN LA HISTORIA DE LA ANTIGÜEDAD
El nombre de
Babilonia sugiere uno de los grandes centros desde los que la civilización se
irradió a otros pueblos del mundo antiguo. Y es cierto que a partir del segundo
milenio tenemos pruebas de la propagación gradual de la cultura babilónica por
la mayor parte de Asia occidental. Antes de finalizar el siglo XV, por citar un
solo ejemplo de dicha influencia, encontramos que el babilonio se había
convertido en la lengua de la diplomacia oriental. Tal vez no sea sorprendente
que el rey egipcio haya adoptado la lengua y el método de escritura babilónicos
para su correspondencia con los gobernantes de la propia Babilonia o de Asiria.
Pero es notable que empleara esta escritura y lengua extranjeras para enviar
órdenes a los gobernadores de sus dependencias sirias y palestinas, y que
dichos funcionarios cananeos utilizaran el mismo medio para los informes que
enviaban a su amo egipcio. En el mismo periodo encontramos a los gobernantes
arios de Mitanni, en el norte de Mesopotamia, escribiendo en cuneiforme la
lengua de su país de adopción. Unos decenios más tarde, los hititas de
Anatolia, desechando su antiguo y torpe sistema de jeroglíficos, salvo para
fines monumentales, toman prestado el mismo carácter para su propia habla,
mientras que sus tratados con Egipto se redactan en babilonio. En el siglo IX,
la poderosa raza de los urartianos, asentada en las montañas de Armenia
alrededor de las orillas del lago Van, adopta como escritura nacional la de
Asiria, que a su vez había derivado de Babilonia. Elam, el vecino extranjero más
cercano de Babilonia, en un periodo muy temprano había sustituido, como los
hititas de una época posterior, sus rudos jeroglíficos por la lengua y los
caracteres más antiguos de Babilonia, y más tarde desarrollaron a partir de la
misma escritura un carácter propio. Finalmente, llegando al siglo VI,
encontramos a los reyes aqueménidas inventando una lista de signos cuneiformes
para expresar la lengua persa antigua, con el fin de que su propia lengua
pudiera ser representada en las proclamaciones reales y en los memoriales junto
a las de sus provincias súbditas de Babilonia y Susiana.
Estas
ilustraciones de la influencia babilónica sobre las razas extranjeras se
limitan a un solo departamento de la cultura, la lengua y el sistema de
escritura. Pero tienen una implicación mucho más amplia. Porque cuando se
utiliza y se escribe una lengua extranjera, se debe presuponer un cierto
conocimiento de su literatura. Y puesto que todas las literaturas primitivas
tenían en gran medida un carácter religioso, el estudio de la lengua conlleva
cierto conocimiento de las leyendas, la mitología y las creencias religiosas de
la raza de la que se tomó prestada. Así, incluso si dejamos de lado los efectos
evidentes de las relaciones comerciales, el único grupo de ejemplos citados
implica necesariamente una fuerte influencia cultural en las razas
contemporáneas.
Puede
parecer, pues, una paradoja afirmar que la civilización a la que se asocia el
nombre de Babilonia no era babilónica. Pero es un hecho que durante más de mil
años antes de la aparición de esa ciudad como gran centro de cultura, la
civilización que transmitió a otros había adquirido en todo lo esencial su tipo
posterior. En la excelencia artística, de hecho, ya se había alcanzado un nivel
que, lejos de ser superado, nunca se alcanzó después en Mesopotamia. Y aunque
al babilonio se le puede atribuir con justicia un mayor sistema en su
legislación, una literatura extendida, y quizás también un mayor lujo ritual,
sus esfuerzos estaban totalmente controlados por modelos anteriores. Si
exceptuamos las esferas de la poesía y la ética, el semita en Babilonia, como
en otras partes, demostró ser un hábil adaptador, no un creador. Fue el profeta
de la cultura sumeria y se limitó a perpetuar los logros de la raza a la que
desplazó políticamente y absorbió. Por lo tanto, es aún más notable que su
ciudad particular no haya visto más que un poco del proceso por el cual esa
cultura había evolucionado gradualmente. Durante esos siglos llenos de
acontecimientos, Babilonia no había sido más que una ciudad provincial. Sin
embargo, estaba reservado a esta oscura e intrascendente ciudad absorber en sí
misma los resultados de ese largo proceso, y aparecer ante las épocas
posteriores como la fuente original de la cultura que disfrutaba. Antes de
trazar su fortuna política en detalle, será bueno considerar brevemente las
causas que contribuyeron a que conservara el lugar que tan repentinamente se
aseguró.
El hecho de
que bajo sus reyes semíticos occidentales Babilonia haya tomado el rango de
capital no explica por sí mismo su disfrute permanente de esa posición. La
historia anterior de las tierras de Sumer y Akkad abunda en ejemplos similares
de la repentina ascensión de ciudades, seguida, tras un intervalo de poder, por
su igualmente repentina recaída en una comparativa oscuridad. El centro de
gravedad político se desplazaba continuamente de una ciudad a otra, y el
problema que tenemos que resolver es por qué, habiendo llegado a descansar en
Babilonia, debió permanecer allí. A los propios semitas occidentales, después
de una existencia política de tres siglos, les debió parecer que su ciudad
estaba a punto de compartir el destino de sus numerosas predecesoras. Cuando
los asaltantes hititas capturaron y saquearon Babilonia y se llevaron a sus
deidades patronas, debió parecer que los acontecimientos seguían su curso
normal. Después de que al país, con su abundante fertilidad, se le hubiera dado
tiempo para recuperarse de su depresión temporal, se podría haber esperado que
surgiera de nuevo, según los precedentes, bajo el aegis de alguna otra
ciudad. Sin embargo, fue dentro de las antiguas murallas de Babilonia donde los
conquistadores kasitas establecieron su cuartel general; y fue a Babilonia,
reconstruida hace tiempo y una vez más poderosa, a la que los faraones de la
XVIII Dinastía y los reyes hititas de Capadocia dirigieron su correspondencia
diplomática. Durante la larga lucha de Asiria con el reino del sur, Babilonia
fue siempre la protagonista, y ninguna incursión de las tribus arameas o
caldeas logró desbancarla de esa posición. En el apogeo del poder asirio siguió
siendo el principal freno a la expansión de ese imperio, y la política
vacilante de los sargónidas en su tratamiento de la ciudad atestigua
suficientemente el papel dominante que siguió desempeñando en la política. Y
cuando Nínive cayó, fue Babilonia la que ocupó su lugar en gran parte de Asia
occidental.
Esta
preeminencia continuada de una sola ciudad contrasta notablemente con la
efímera autoridad de las capitales anteriores, y sólo puede explicarse por
algún cambio radical en las condiciones generales del país. Un hecho destaca
claramente: La posición geográfica de Babilonia debió dotarla durante este
periodo de una importancia estratégica y comercial que le permitió sobrevivir a
las más rudas sacudidas de su prosperidad material. Un vistazo al mapa mostrará
que la ciudad se encontraba en el norte de Babilonia, justo debajo de la
confluencia de los dos grandes ríos en su curso inferior. Construida
originalmente en la orilla izquierda del Éufrates, estaba protegida por su
corriente de cualquier incursión repentina de las tribus del desierto. Al mismo
tiempo, estaba en contacto inmediato con la amplia extensión de la llanura
aluvial del sureste, atravesada por su red de canales.
Pero la
verdadera fuerza de su posición residía en su proximidad a las rutas
transcontinentales de tráfico. Al acercarse a Bagdad desde el norte, la llanura
mesopotámica se contrae a una anchura de unas treinta y cinco millas y, aunque
ya ha empezado a expandirse de nuevo en la latitud de Babilonia, esa ciudad
estaba bien al alcance de ambos ríos. Por consiguiente, se encontraba en el
punto de encuentro de dos grandes avenidas de comercio. La ruta del Éufrates
unía a Babilonia con el norte de Siria y el Mediterráneo, y era su línea
natural de contacto con Egipto; también la conectaba con Capadocia, a través de
las Puertas de Cilicia a través del Tauro, por la vía del posterior Camino
Real. Más al norte, la ruta troncal que atravesaba Anatolia desde el oeste,
reforzada por rutas tributarias desde el Mar Negro, giraba en Sivas, en el Alto
Halys, y después de cruzar el Éufrates en las montañas, tocaba primero el
Tigris en Diarbekr; luego dejaba ese río por la llanura más fácil, se volvía a
unir a la corriente en la vecindad de Nínive y así avanzaba hacia el sur hasta
Susa o hasta Babilonia. Una tercera gran ruta que controlaba Babilonia era la
que se dirigía al este a través de las Puertas de Zagros, el punto más fácil de
penetración hacia la meseta iraní y la salida natural del comercio desde el
norte de Elam. Babilonia se encontraba así al otro lado de la corriente del
tráfico de las naciones, y en el camino directo de cualquier invasor que
avanzara sobre las llanuras del sur.
Que debía su
importancia a su posición estratégica, y no a ninguna virtud particular por
parte de sus habitantes, se desprende de la historia posterior del país. En
efecto, se ha señalado que las condiciones geográficas hacen necesaria la
existencia de un gran centro urbano cerca de la confluencia de los ríos
mesopotámicos. Y este hecho está ampliamente atestiguado por las posiciones
relativas de las capitales que se sucedieron en esa región después de que la supremacía
pasara de Babilonia. Seleucia, Ctesifonte y Bagdad están todas agrupadas en el
estrecho cuello de la llanura mesopotámica, y sólo durante un breve período,
cuando se suspendieron las condiciones normales, el centro de gobierno se
trasladó a alguna ciudad del sur. El único cambio ha consistido en la selección
permanente del Tigris para el emplazamiento de cada nueva capital, con una
decidida tendencia a trasladarla a la orilla izquierda u oriental. Que el
Éufrates haya cedido así su lugar a su río hermano era bastante natural en
vista del cauce más profundo y la mejor vía de agua de este último, que ganó en
importancia tan pronto como se contempló la posibilidad de la comunicación
marítima.
Durante todo
el periodo de supremacía de Babilonia, el Golfo Pérsico, lejos de ser un canal
de comercio internacional, fue una barrera tan grande como cualquier
cordillera. Sin duda, siempre se llevó a cabo una cierta cantidad de tráfico
costero local, y los pesados bloques de diorita que fueron llevados a Babilonia
desde Magan por el primitivo rey acadio Naram-Sin, y en un periodo bastante
posterior por Gudea de Lagash, debieron ser transportados por agua y no por
tierra. La tradición también atribuye la conquista de la isla de Dilmun, la
moderna Bahrein, a Sargón de Acad; pero eso marcó el límite extremo de la
penetración babilónica hacia el sur, y la conquista debió ser poco más que una
ocupación temporal tras una serie de incursiones por la costa árabe. El hecho
de que dos mil años más tarde Sargón de Asiria, al registrar su recepción de
tributos de Uperi de Dilmun, se haya excedido tanto en su estimación de la
distancia a la costa babilónica, es un indicio del continuo desuso de las aguas
del golfo como medio de comunicación. Sobre esta suposición podemos entender
fácilmente las dificultades que encontró Senaquerib al transportar su ejército
a través de la cabeza del golfo contra ciertas ciudades costeras de Elam, y la
necesidad, a la que se vio sometido, de construir barcos especiales para el
propósito.
Hay pruebas
de que en el periodo neobabilónico las posibilidades de transporte por el golfo
ya habían empezado a llamar la atención, y se dice que Nabucodonosor II intentó
construir puertos en el pantano de las bocas del delta. Pero su objetivo debió
limitarse a fomentar el comercio costero, ya que la ruta marítima entre el
Golfo Pérsico y la India no estaba ciertamente en uso antes del siglo V, y con
toda probabilidad fue inaugurada por Alejandro. Según Heródoto, había sido
abierta por Darío tras el regreso del griego Escilax de Carianda de su viaje a
la India (519-512 a.C.), emprendido como una de las expediciones topográficas en las que Darío
fundó la evaluación de sus nuevas satrapías. Pero, aunque no hay por qué dudar
del carácter histórico de ese viaje, hay pocos indicios de que Escilax bordeara,
o incluso entrara, en el Golfo Pérsico. Además, está claro que, aunque el
comercio internacional de Babilonia recibió un gran impulso bajo la eficiente
organización del Imperio persa, fueron las rutas terrestres las que se
beneficiaron. Los afloramientos de roca, o cataratas, que bloqueaban el Tigris
para las embarcaciones de mayor calado, no fueron eliminados hasta que
Alejandro los niveló; y el problema del tráfico marítimo de Babilonia, al que
dedicó los últimos meses de su vida, fue sin duda uno de los factores que,
habiendo cobrado protagonismo por primera vez, influyó en Seleuco a la hora de
elegir un emplazamiento en el Tigris para su nueva capital.
Pero esa no
fue la única causa de la deposición de Babilonia. Pues tras su captura por
Ciro, entraron en juego nuevas fuerzas que favorecieron el traslado de la
capital hacia el este. Durante los primeros periodos de su historia, el
principal rival y el más persistente enemigo de Babilonia se encontraba en su
frontera oriental. Para los primeros gobernantes sumerios de las
ciudades-estado, Elam había sido “la montaña que infunde terror”, y durante los
periodos posteriores las ciudades de Sumer y Akkad nunca pudieron estar seguras
de la inmunidad a la invasión en ese sector. Veremos que en Elam los semitas
occidentales de Babilonia encontraron el principal obstáculo a la extensión
hacia el sur de su autoridad, y que en períodos posteriores cualquier síntoma
de debilidad o disensión interna era la señal para un nuevo ataque. Es cierto
que el peligro asirio unió a estos antiguos enemigos durante un tiempo, pero ni
siquiera el saqueo de Susa por Asurbanipal puso fin a su rivalidad comercial.
Durante todo
este período hubo poca tentación de trasladar la capital a cualquier punto que
estuviera a una distancia más fácil de un vecino tan poderoso; y con los
principales pasos para el tráfico hacia el este bajo control extranjero, era
natural que la ruta del Éufrates hacia el norte de Mesopotamia y la costa
mediterránea siguiera siendo la principal salida del comercio babilónico. Pero
al incorporarse el país al imperio persa se eliminó todo peligro de
interferencia con su comercio oriental; y es un testimonio del papel que
Babilonia ya había desempeñado en la historia el hecho de que siguiera siendo la
capital de Asia durante más de dos siglos. Ciro, al igual que Alejandro, entró
en la ciudad como un conquistador, pero cada uno fue recibido por el pueblo y
sus sacerdotes como el restaurador de los antiguos derechos y privilegios. Por
tanto, la política habría sido contraria a cualquier intento de introducir
innovaciones radicales. El prestigio de que gozaba la ciudad y la grandeza de
sus templos y palacios también pesaron, sin duda, para que los reyes
aqueménidas eligieran Babilonia como residencia oficial, excepto durante los
meses de verano. Entonces se retiraban al clima más fresco de Persépolis o
Ecbatana, y también durante el inicio de la primavera podían trasladar la corte
a Susa; pero seguían reconociendo a Babilonia como su verdadera capital. De
hecho, la ciudad sólo perdió su importancia cuando el centro de gobierno se
trasladó a Seleucia, en su propia vecindad inmediata. Entonces, al principio
posiblemente por obligación, y después por propia voluntad, las clases
comerciales siguieron a sus gobernantes a la orilla occidental del Tigris; y
Babilonia sufrió en proporción. En el rápido ascenso de Seleucia en respuesta a
las órdenes oficiales, podemos ver una clara prueba de que la influencia de la
ciudad más antigua se había basado en las condiciones naturales, que fueron
compartidas en un grado igual, y ahora incluso mayor, por el emplazamiento de
la nueva capital.
El círculo
marca los límites dentro de los cuales se desplazó la capital desde el período
de la Primera Dinastía en adelante. Sólo bajo las condiciones anómalas
producidas por la conquista musulmana, Kufa y Basora se convirtieron durante
cinco generaciones en las capitales gemelas de Irak; este intervalo presenta un
paralelismo con el período anterior al ascenso de Babilonia.
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El secreto
de la grandeza de Babilonia se ilustra aún más con los acontecimientos
posteriores en el valle del Éufrates y del Tigris. El surgimiento de Ctesifonte
en la orilla izquierda del río fue un resultado más de la tendencia al este del
comercio. Pero estaba inmediatamente enfrente de Seleucia, y no marcó ningún
nuevo desplazamiento del centro de gravedad. De poca importancia bajo los
gobernantes seléucidas, se convirtió en la principal ciudad de los arsácidas y,
tras la conquista del Imperio Parto por Ardashir I, continuó siendo la
principal ciudad de la provincia y se convirtió en la residencia de invierno de
los reyes sasánidas. Cuando en el año 636 d.C. los invasores musulmanes
derrotaron a los persas cerca de las ruinas de Babilonia y al año siguiente capturaron
Ctesifonte, encontraron que esa ciudad y Seleucia, a la que dieron el nombre
conjunto de Al-Madain, o “las ciudades”, seguían conservando la importancia que
su emplazamiento había adquirido en el siglo III a.C. Luego sigue un período de
ciento veinticinco años que es peculiarmente instructivo para compararlo con
las épocas anteriores de la historia de Babilonia.
La última de
las grandes migraciones semíticas desde Arabia había dado lugar a las
conquistas del Islam, cuando, tras la muerte de Mahoma, los ejércitos árabes se
volcaron en Asia occidental en sus esfuerzos por convertir el mundo a su fe. El
curso del movimiento, y su efecto sobre las civilizaciones establecidas que
fueron derrocadas, puede rastrearse a la plena luz de la historia; y encontramos
en el valle del Tigris y el Éufrates una condición económica resultante que
forma un estrecho paralelismo con la de la época anterior al ascenso de
Babilonia. La ocupación militar de Mesopotamia por parte de los árabes cerró
durante un tiempo las grandes avenidas del comercio transcontinental; y, en
consecuencia, el control político del país dejó de ejercerse desde la capital
de los reyes sasánidas y se distribuyó en más de una zona. Nuevas ciudades
surgieron alrededor de los campamentos permanentes de los ejércitos árabes.
Tras la conquista de Mesopotamia, se construyó la ciudad de Basora en el Shatt
el-Arab, en el extremo sur del país, mientras que en el mismo año, 638 d.C., se
fundó Kufa, más al noroeste, en el lado desértico del Éufrates. Sesenta y cinco
años más tarde se añadió una tercera gran ciudad, Wasit, que surgió en el
centro del país, a ambas orillas del Tigris, cuyas aguas pasaban entonces por
el actual lecho del Shatt el-Hai. Es cierto que Madain conservó cierta
importancia local, pero durante el califato omeya Kufa y Basora fueron las
capitales gemelas de Irak
Así pues, la
disminución de las conexiones internacionales condujo de inmediato a una
distribución de la autoridad entre un sitio babilónico del norte y otro del
sur. Es cierto que ambas capitales estaban bajo el mismo control político, pero
desde el punto de vista económico se nos recuerda forzosamente la época de las
ciudades-estado de Sumer y Acad. También entonces no había ningún factor
externo que mantuviera el centro de gravedad en el norte; y Erec aseguró más de
una vez la hegemonía, mientras que la más estable de las dinastías cambiantes
fue la última de la ciudad sureña de Ur. El ascenso de Babilonia como capital
única y permanente de Sumer y Acad puede deberse, como observaremos, al aumento
de las relaciones con el norte de Siria, que siguió al establecimiento de su
dinastía de reyes semíticos occidentales. Y de nuevo podemos ver que la
historia se repite, cuando la autoridad musulmana se traslada a Bagdad al final
de la primera fase de la ocupación árabe de Mesopotamia. Pues con la caída de
la dinastía omeya y el traslado de la capital abasí de Damasco al este, las
relaciones comerciales con Siria y el oeste volvieron a ser las de antes. Basora
y Kufa no pudieron responder de inmediato a las nuevas condiciones, y se
necesitó un nuevo centro administrativo. Es significativo que Bagdad se
construyera unas pocas millas por encima de Ctesifonte, dentro del pequeño
círculo de las capitales más antiguas; y que, con la excepción de un único y
breve período, siguiera siendo la capital de Irak. Así pues, la historia de
Mesopotamia bajo el califato es instructiva para el estudio de las condiciones
estrechamente paralelas que permitieron a Babilonia, en un periodo mucho más
temprano, asegurar la hegemonía en Babilonia y posteriormente retenerla.
A partir de
este breve repaso de los acontecimientos se habrá notado que la supremacía de
Babilonia cae en el período medio de la historia de su país, durante el cual
distribuyó una civilización en cuyo origen no participó. Cuando pasó, la
cultura que había transmitido pasó con ella, aunque en suelo mesopotámico su
decadencia fue gradual. Pero ella ya había entregado su mensaje, y éste ha
dejado su huella en los restos de otras razas de la antigüedad que han llegado
hasta nosotros. Veremos que fue en tres períodos principales en los que su
influencia se hizo sentir en un grado marcado más allá de los límites de la
patria. El primero de estos periodos de contacto externo fue el de su Primera
Dinastía de gobernantes semíticos occidentales, aunque las pruebas más
llamativas de su efecto sólo se encuentran después de que hayan pasado algunos
siglos. En el segundo periodo el proceso fue indirecto, su cultura fue llevada
al norte y al oeste por la expansión de Asiria. La última de las tres épocas
coincide con el gobierno de los reyes neobabilónicos, cuando, gracias a sus
recursos naturales, el país no sólo recuperó su independencia, sino que durante
un breve tiempo estableció un imperio que eclipsó con creces su esfuerzo
anterior. Y a pesar de su rápido retorno, bajo el dominio persa, a la posición
de provincia sometida, su influencia extranjera puede considerarse operativa,
es cierto que en intensidad decreciente, hasta bien entrado el periodo
helénico.
LAS
DINASTÍAS DE BABILONIA.
EL
ESQUEMA CRONOLÓGICO A LA LUZ DE LOS RECIENTES DESCUBRIMIENTOS
Se ha dicho
a menudo que la cronología es el esqueleto de la historia; y será obvio que
cualquier defecto en el esquema cronológico debe reaccionar sobre nuestra
concepción de la secuencia e interrelación de los acontecimientos. Quizá el
defecto más grave del que ha adolecido la cronología babilónica hasta ahora ha
sido la ausencia total de cualquier punto de contacto establecido entre las
dinastías babilónicas y aquellas líneas anteriores de gobernantes que
ejercieron su autoridad en ciudades distintas de Babilonia. Por un lado, con la
ayuda de la Lista de Reyes de Babilonia, hemos podido construir desde abajo un
esquema de los gobernantes de la propia Babilonia. Por otro lado, tras el
descubrimiento de la Lista de Reyes de Nippur, fue posible establecer la
sucesión de las primeras dinastías de Ur y Isin y conjeturar su relación con
los gobernantes aún más remotos de Akkad y otras ciudades del norte y del sur.
Las dos mitades del esqueleto estaban articuladas de forma suficientemente
satisfactoria, pero faltaban los pocos huesos que debían permitirnos
encajarlas. Apenas es necesario decir que no faltaban teorías para rellenar el
hueco. Pero cada uno de los esquemas sugeridos introducía nuevas dificultades
propias; y a los escritores de temperamento más cauteloso les parecía
preferible evitar una cronología detallada para esas épocas anteriores. Sólo se
sugirieron fechas aproximadas, ya que, a pesar de las evidentes tentaciones que
presentaba la Lista de Nippur, se comprendió que cualquier intento de elaborar las
fechas más tempranas en detalle estaba destinado a ser engañoso. Dichos
escritores se contentaron con esperar la recuperación de nuevo material y,
mientras tanto, pensar en períodos.
Por lo
tanto, se puede anunciar con cierta satisfacción que el eslabón de unión, que
hemos estado esperando, se ha establecido recientemente, con el resultado de
que ahora tenemos en nuestras manos el material necesario para reconstruir la
cronología sobre una base sólida y extenderla hacia atrás, sin una ruptura
seria, hasta la mitad del tercer milenio. El efecto del punto de contacto
recién recuperado entre las fases anteriores y posteriores de la historia del
país es, naturalmente, de mayor importancia para las primeras, en lo que
respecta a la cronología estricta. Pero la información proporcionada, en cuanto
a la superposición de dinastías adicionales con la de los reyes semitas
occidentales de Babilonia, arroja una luz completamente nueva sobre las
circunstancias que condujeron al ascenso de Babilonia al poder. Nuestra imagen
de la historia temprana de la capital, como una ciudad-estado independiente que
luchaba por el dominio de sus rivales, deja de ser una abstracción, y ahora
podemos seguir sus variadas fortunas hasta su clímax en el reinado de
Hammurabi. Esto constituirá el tema del siguiente capítulo; pero, como el nuevo
material histórico sólo está ahora en curso de publicación, será aconsejable
dar primero alguna cuenta de él y estimar sus efectos sobre el esquema
cronológico.
Hace tiempo
que se reconoce que ciertos reyes de Larsa, la ciudad del sur de Babilonia
marcada ahora por los montículos de Senkera, fueron contemporáneos de la
Primera Dinastía de Babilonia. El más grande de ellos, Rim-Sin, un gobernante
de extracción elamita, fue contemporáneo de Hammurabi, y su señalada derrota
ante Babilonia fue conmemorada en la fórmula de la fecha del trigésimo primer
año del reinado de este último. Esta victoria fue, de hecho, el principal
acontecimiento del reinado de Hammurabi, y en un momento dado se pensó que
liberó a Babilonia de una vez por todas de su más poderoso enemigo. Pero el
descubrimiento de una crónica de los primeros reyes de Babilonia, a la vez que
corrobora los pies de la victoria de Hammurabi, y proporciona la información
adicional de que fue seguida por la captura de Ur y Larsa, demostró que Rim-Sin
sobrevivió hasta el reinado de Samsuiluna, hijo de Hammurabi, por quien fue
finalmente derrotado. Otro rey de Larsa, Warad-Sin, antes identificado con
Rim-Sin, fue reconocido correctamente como su hermano, ambos hijos del elamita
Kudur-Mabuk, y sucesivamente reyes de la ciudad. Los nombres de otros
gobernantes se conocían por los textos votivos y los registros de fundaciones,
y a partir de esta fuente fue posible incorporar a la dinastía a Gungunum,
probablemente Sumu-Ilum (un rey de Ur), y a Nur-Adad o Nur-Immer y su hijo
Sin-Idinnam. Se comprendió que Sin-Idinnam, el corresponsal al que Hammurabi
dirigía sus cartas, no debía identificarse con el rey de Larsa de ese nombre, y
se consideró provisionalmente que los cuatro gobernantes habían precedido a
Warad-Sin en el trono.
Ahora se ha
recuperado una lista completa de los reyes de Larsa por el profesor A. T. Clay
de la Universidad de Yale, que se ocupa de preparar el texto para su
publicación. Se ve que la dinastía estuvo formada por dieciséis reyes, y junto
al nombre de cada gobernante se indica el número de años que ocupó el trono. La
superficie de la tablilla está dañada en algunos lugares y faltan las cifras
junto a tres de los nombres. Pero esto no tiene mayor importancia, ya que el
escriba ha sumado el número total de años enumerados en la lista, y lo declara
al final como doscientos ochenta y nueve. Un punto muy importante de la lista
es que se afirma que los dos últimos reyes de la dinastía fueron Hammurabi y
Samsuiluna, que, como sabemos, fueron el sexto y séptimo gobernantes de la
Primera Dinastía de Babilonia. Es cierto que Hammurabi es uno de los tres reyes
cuyos nombres faltan. Pero ya sabemos que conquistó Larsa en su trigésimo
primer año, por lo que podemos considerar con confianza que fue rey de esa
ciudad durante los últimos doce años de su reinado. Los dos reyes restantes de
la dinastía cuyos años faltan, Sin-idinnam y Sin-ikisham, tienen trece años
para dividir entre ellos, y como sólo están separados entre sí por el corto
reinado de dos años de Sin-Iribam, la ausencia de las cifras es prácticamente
irrelevante. Disponemos así de los medios para establecer con detalle la
relación de los primeros reyes de Babilonia con los de Larsa.
Pero como la
mayoría de los nuevos descubrimientos, éste ha traído consigo un nuevo
problema. Ya sospechábamos que Rim-Sin era un monarca longevo, y aquí
encontramos que se le atribuye un reinado de sesenta y un años. Pero ese hecho
sería difícil de conciliar con su supervivencia hasta el décimo año de
Samsuiluna, que, según las cifras de la nueva lista, habría caído ochenta y
tres años después de su ascenso al trono. Que Rim-Sin sobrevivió hasta el
reinado de Samsu-iluna parece prácticamente seguro, ya que el pasaje roto de la
crónica tardía, del que se dedujo el hecho en un principio, se apoya en dos
fórmulas de fecha que sólo pueden explicarse satisfactoriamente en esa
hipótesis. Así, si ascendió al trono de Larsa cuando sólo era un muchacho de
quince años, tendríamos que deducir de las nuevas cifras que estaba dirigiendo
una revuelta contra Samsu-iluna en su nonagésimo octavo año, una combinación de
circunstancias que está justo dentro de los límites de la posibilidad, pero que
es difícilmente probable o convincente. Veremos en seguida que hay una solución
del rompecabezas comparativamente sencilla y no improbable, hacia la que parece
converger otra línea de evidencia.
ladrillo
de sin-idinnam rey de Larsa
Se observará
que la nueva lista de los reyes de Larsa, por muy importante que sea sin duda
para la historia de su propio período, no suministra por sí misma el tan
deseado vínculo entre la cronología anterior y la posterior de Babilonia. La
relación de la Primera Dinastía de Babilonia con la de Isin queda, en lo que
respecta a la nueva lista, en el mismo estado de incertidumbre que antes. Hace
tiempo que se preveía la posibilidad de que la dinastía de Isin y la Primera
Dinastía de Babilonia se superpusieran, como se demostró que ocurrió con las
primeras dinastías de la Lista de Reyes de Babilonia, y como se supuso con
seguridad en relación con las dinastías de Larsa y Babilonia. Que no hubo un
largo intervalo que separara a las dos dinastías entre sí se había deducido del
carácter de las tablillas contractuales, que datan del período de la dinastía Isin,
que se habían encontrado en Nippur; pues se vio que tenían un gran parecido con
las de la primera dinastía babilónica en cuanto a forma, material, escritura y
terminología. Había ventajas obvias que se podían obtener, si se podían
producir motivos para creer que las dos dinastías no sólo eran estrechamente
consecutivas sino que eran parcialmente contemporáneas. Porque, en tal caso, se
seguiría que no sólo los primeros reyes de Babilonia, sino también los reyes de
Larsa, habrían estado reinando al mismo tiempo que los últimos reyes de Isin.
De hecho, deberíamos imaginarnos a Babilonia todavía dividida en una serie de
principados más pequeños, cada uno de los cuales competía con el otro en una
contienda por la hegemonía y mantenía un gobierno comparativamente
independiente dentro de sus propias fronteras. Se reconoció plenamente que tal
condición de los asuntos explicaría ampliamente la confusión en la sucesión
posterior en Isin, y nuestro escaso conocimiento de ese período podría entonces
combinarse con las fuentes más completas de información sobre la Primera
Dinastía de Babilonia.
A falta de
un sincronismo definido, como el que ya poseíamos para decidir las
interrelaciones de las primeras dinastías babilónicas, se intentaron otros
medios para establecer un punto de contacto. La captura de Nisin por parte de
Rim-Sin, que se registra en las fórmulas de datación de las tablillas
encontradas en Tell Sifr y Nippur, se consideraba evidentemente un
acontecimiento de considerable importancia, ya que constituía una época para la
datación de las tablillas de ese distrito. Por lo tanto, era una suposición
legítima que la toma de la ciudad por parte de Rim-Sin se considerara como el
fin de la dinastía de Isin; tal suposición proporcionaba ciertamente una razón
adecuada para el surgimiento de una nueva era en el cálculo del tiempo. Ahora
bien, en las fórmulas de fechas de la Primera Dinastía de Babilonia se
conmemoran dos capturas de la ciudad de Isin, la primera en la correspondiente
al decimoséptimo año de Sin-Muballit, la segunda en la fórmula del séptimo año
de Hammurabi. Se han encontrado defensores de derivar cada una de estas fechas
de la captura de Nisin por Rim-Sin, y obtener así el punto de contacto deseado.
Pero la objeción obvia a cualquiera de estos puntos de vista es que
difícilmente podríamos esperar que una victoria de Rim-Sin fuera conmemorada en
las fórmulas de fechas de su principal rival; y ciertos intentos de demostrar
que Babilonia era en ese momento vasalla de Larsa no han resultado muy
convincentes. Además, si aceptamos la identificación anterior, se plantea la
nueva dificultad de que la era de Isin no se vio perturbada por la conquista de
esa ciudad por parte de Hammurabi. El rechazo de ambos puntos de vista conduce,
pues, a la misma condición de incertidumbre de la que partimos.
Recientemente
se ha abierto una nueva y más sólida línea de investigación. Se ha emprendido
un estudio detallado de los nombres propios que aparecen en las tablillas de
contratos de Nippur, y se ha observado que algunos de los nombres propios
encontrados en documentos pertenecientes a las dinastías Isin y Larsa son
idénticos a los que aparecen en otras tablillas de Nippur pertenecientes a la
Primera Dinastía de Babilonia. Que fueron llevados por los mismos individuos es
en muchos casos bastante seguro por el hecho de que también se dan los nombres
de sus padres. Ambos conjuntos de documentos no sólo se encontraron en Nippur,
sino que obviamente fueron escritos allí, ya que se parecen mucho entre sí en
cuanto a su aspecto general, estilo y disposición. Además, los mismos testigos
aparecen una y otra vez en ellos, y algunas de las tablillas, redactadas bajo
diferentes dinastías, son obra del mismo escriba. Incluso se ha descubierto que
es posible, mediante el estudio de los nombres propios, seguir la historia de
una familia a través de tres generaciones, durante las cuales estuvo viviendo
en Nippur bajo diferentes gobernantes pertenecientes a las dinastías de Isin,
Larsa y Babilonia ; y una rama de la familia no puede haber abandonado nunca la
ciudad, ya que sus miembros en generaciones sucesivas ocuparon el cargo de
pashishu, o sacerdote de la unción, en el templo de la diosa
Ninlil.
De tales
pruebas bastará por el momento citar dos ejemplos, ya que tienen una relación
directa con la suposición de que la conquista de Nisin por Rim-Sin puso fin a
la dinastía en esa ciudad. Por dos de los documentos nos enteramos de que
Ziatum, el escriba, ejerció su profesión en Nippur no sólo bajo Damik-Ilishu,
el último rey de Isin, sino también bajo Rim-Sin de Larsa, un hecho que
demuestra definitivamente que Nippur pasó bajo el control de estos dos
gobernantes en el espacio de una generación. La otra prueba es aún más
instructiva. Hace tiempo que se sabe que Hammurabi fue contemporáneo de
Rim-Sin, y de la nueva Lista de Reyes hemos obtenido la información adicional
de que le sucedió en el trono de Larsa. Ahora, otros dos documentos de Nippur
prueban que Ibkushu, el pashishu o sacerdote de la unción de la
diosa Ninlil, vivía en Nippur bajo el mando de Damik-Ilishu y también bajo el
de Hammurabi en el año treinta y uno de este último. Este hecho no sólo
confirma nuestra anterior inferencia, sino que da muy buenas razones para creer
que el final del reinado de Damik-ilishu debió caer dentro del de Rim-Sin. Por
lo tanto, podemos considerar como cierto que la conquista de Isin por parte de
Rim-Sin, que inició una nueva era para el cómputo del tiempo en el centro y el
sur de Babilonia, puso fin al reinado de Damik-Ilishu y a la dinastía de Isin,
de la que fue el último miembro. Por lo tanto, para conectar la cronología de
Babilonia con la de Isin sólo queda averiguar en qué período del reinado de
Rim-Sin, como rey de Larsa, tuvo lugar su conquista de Isin.
Es en este
punto donde un nuevo descubrimiento del profesor Clay nos ha proporcionado los
datos necesarios para tomar una decisión. Entre las tablillas de la Colección
Babilónica de Yale ha encontrado varios documentos del reinado de Rim-Sin, que
llevan una doble fecha. En todos los casos, la primera mitad de la doble fecha
corresponde a la fórmula habitual del segundo año de la era Isin. En dos de ellos
la segunda mitad de la fórmula de la fecha equipara ese año con el decimoctavo
de alguna otra era, mientras que en otros dos el mismo año se equipara con el
decimonoveno. Es obvio que aquí tenemos a los escribas fechando documentos
según una nueva era, y explicando que ese año corresponde al dieciocho (o al
diecinueve) de una con la que habían estado familiarizados, y que el nuevo
método de cálculo del tiempo probablemente pretendía desplazar. Ahora sabemos
que, antes de la captura de Isin, los escribas de las ciudades bajo el control
de Rim-Sin habían tenido la costumbre de fechar los documentos por los
acontecimientos de su reinado, según la práctica habitual de los primeros reyes
babilónicos. Pero este método se abandonó tras la captura de Isin, y durante al
menos treinta y un años después de ese acontecimiento la era de Isin estuvo en
boga. En el segundo año de la era, cuando el nuevo método de datación acababa
de establecerse, habría sido natural que los escribas añadieran una nota
explicando la relación de la nueva era con la antigua. Pero, como las antiguas
fórmulas de cambio habían sido descontinuadas, la única manera posible de hacer
la ecuación habría sido contar el número de años que Rim-Sin había estado en el
trono. De ahí que podamos concluir con seguridad que la segunda cifra de las
fechas dobles pretendía dar el año del reinado de Rim-Sin que correspondía al
segundo año de la era Isin.
Puede
parecer extraño que en algunos de los documentos con las dobles fechas la
segunda cifra se dé como dieciocho y en otros como diecinueve. Hay más de una
forma en la que es posible explicar la discrepancia. Si asumimos que la
conquista de Isin tuvo lugar hacia el final del decimoséptimo año de Rim-Sin,
es posible que, durante los dos años que siguieron, estuvieran en boga métodos
alternativos de cálculo, algunos escribas considerando el final del
decimoséptimo año como el primer año de la nueva época, otros comenzando el
nuevo método de cálculo del tiempo con el primer día del siguiente Nisan. Pero
esa explicación difícilmente puede considerarse probable, ya que, en vista de
la importancia concedida a la conquista, la promulgación de la nueva era que
conmemora el acontecimiento se habría llevado a cabo con algo más que el
ceremonial ordinario, y la fecha de su adopción no se habría dejado al cálculo
de los escribas individuales. Es mucho más probable que la explicación haya que
buscarla en la segunda cifra de la ecuación, siendo la discrepancia debida a
los métodos alternativos de cálculo de los años regios de Rim-Sin. Asumiendo de
nuevo que la conquista tuvo lugar en el decimoséptimo año de Rim-Sin, los
escribas que contaron los años a partir de su primera fecha-fórmula habrían
hecho del segundo año de la era el decimoctavo de su reinado. Pero otros pueden
haber incluido en su total el año de la subida al trono de Rim-Sin, y eso
explicaría que consideraran el mismo año como el decimonoveno según el sistema
de cálculo abolido. Esta parece la explicación preferible de las dos, pero se
notará que, en cualquiera de las dos alternativas, debemos considerar el primer
año de la era Isin como correspondiente al decimoséptimo año del reinado de
Rim-Sin.
Hay otro
punto que requiere ser resuelto, y es la relación de la era Isin con la
conquista real de la ciudad. ¿Se inauguró la era en el mismo año de la
conquista, o su primer año comenzó con el siguiente primero de Nisán? En el
transcurso del libro se hace referencia al método babilónico
primitivo de cálculo del tiempo, y se verá que se plantea precisamente la misma
cuestión con respecto a algunos otros acontecimientos conmemorados en las
fechas de la época. Aunque algunos rasgos del sistema son todavía
bastante inciertos, tenemos pruebas de que los mayores acontecimientos
históricos afectaron en ciertos casos a la fecha vigente, especialmente
cuando ésta era de carácter provisional, con el resultado de que el
acontecimiento fue conmemorado en la fecha final para el año de su ocurrencia
real. Argumentando por analogía, podemos considerar por tanto que la
inauguración de la era Isin coincide con el año de la toma de la ciudad. En el
caso de este acontecimiento concreto, los argumentos a favor de esta opinión se
aplican con fuerza redoblada, ya que ninguna otra victoria de un rey de Larsa
fue comparable a ella en importancia. Así pues, podemos considerar que el
último año de Damik-Ilishu, rey de Isin, corresponde al decimoséptimo año de
Rim-Sin, rey de Larsa. Y puesto que la relación de Rim-Sin con Hammurabi ha
sido establecida por la nueva lista de reyes de Larsa, se nos proporciona por
fin el sincronismo que faltaba para conectar las dinastías de la Lista de Reyes
de Isin con las de Babilonia.
Podemos
volver ahora a la dificultad introducida por la nueva lista de reyes de Larsa,
en la que, como ya hemos señalado, el largo reinado de Rim-Sin se inscribe
aparentemente como anterior al trigésimo segundo año de gobierno de Hammurabi
en Babilonia. Poco después de la publicación de la crónica, a partir de un
pasaje roto en el que se dedujo que Rim-Sin sobrevivió hasta el reinado de
Samsuiluna, se intentó explicar las palabras como si se refirieran a un hijo
de Rim-Sin y no al propio gobernante. Pero se señaló que el signo, que se
sugirió que se tradujera como hijo, nunca se empleó con ese significado
en las crónicas de la época, y que, en consecuencia, debemos seguir
considerando que el pasaje se refiere a Rim-Sin. Además, se observó que dos
tablas-contrato encontradas en Tell Sifr, que registran la misma escritura de
venta, están fechadas la una por Rim-Sin, y la otra en el décimo año de
Samsuiluna. En ambas escrituras se representa a las mismas partes realizando
la misma transacción y, aunque hay una diferencia en el precio acordado, en
ambas aparece la misma lista de testigos y ambas están fechadas en el mismo
mes. La explicación más razonable de la existencia de los dos documentos parece
ser que, en el periodo en que se produjo la transacción que registran, la
posesión de la ciudad que ahora marcan los montículos de Tell Sifr se la
disputaban Rim-Sin y Samsuiluna. Poco después de que se redactara la primera
de las escrituras, la ciudad pudo haber cambiado de manos y, para que la
transacción siguiera siendo reconocida como válida, se hizo una nueva copia de
la escritura con la fórmula de fecha del nuevo gobernante sustituyendo a la que
ya no estaba vigente. Pero sea cual sea la explicación que se adopte, las
fechas alternativas que figuran en los documentos, tomadas en conjunto con la
crónica, implican ciertamente que Rim-Sin vivía al menos en el noveno año de
Samsuiluna, y probablemente en el décimo año de su reinado.
Si, por
tanto, aceptamos el valor nominal de las cifras dadas por la nueva Lista de
Reyes de Larsa, nos encontramos con la dificultad ya referida de que Rim-Sin
habría sido una fuerza política activa en Babilonia unos ochenta y tres años
después de su propio acceso al trono. Y suponiendo que no fuera más que un
muchacho de quince años cuando sucedió a su hermano en Larsa, habría salido al
campo de batalla contra Samsuiluna en su nonagésimo octavo año. Pero es
extremadamente improbable que fuera tan joven en el momento de su ascensión y,
en vista de las improbabilidades que conlleva, es preferible escudriñar las
cifras de la lista de Larsa con vistas a comprobar si no son susceptibles de
otra interpretación.
Ya se ha
señalado que la lista de Larsa es un documento contemporáneo, ya que el escriba
ha añadido el título de rey sólo al último nombre, el de
Samsuiluna, lo que implica que era el rey reinante en el momento en que se
redactó el documento. Es poco probable, por tanto, que se haya cometido algún
error en el número de años asignados a los distintos gobernantes, cuyas
fórmulas de fechas y registros de reinados habrían sido fácilmente accesibles
para su consulta por el compilador. El largo reinado de sesenta y un años, con
el que se acredita a Rim-Sin, debe aceptarse como correcto, ya que no nos llega
como una tradición incorporada en un documento neobabilónico, sino que está
atestiguado por un escriba que escribe en los dos años siguientes a la
época en que, como hemos visto, Rim-Sin no sólo vivía sino que luchaba contra
los ejércitos de Babilonia. De hecho, la supervivencia de Rim-Sin durante todo
el período de gobierno de Hammurabi en Larsa, y durante los primeros diez años
del reinado de Samsuiluna, nos proporciona quizás la solución de nuestro problema.
Si Rim-Sin
no había sido depuesto por Hammurabi en su conquista de Larsa, sino que había
sido retenido allí con poderes restringidos como vasallo de Babilonia, ¿no
pueden sus sesenta y un años de gobierno haber incluido este período de
dependencia? En ese caso puede haber gobernado como rey independiente de Larsa
durante treinta y nueve años, seguidos de veintidós años durante los cuales
debió lealtad sucesivamente a Hammurabi y a Samsuiluna, hasta que en el décimo
año de este último se rebeló y volvió a tomar el campo de batalla contra
Babilonia. Es cierto que, restauradas las cifras que faltan en la Lista de
Reyes, como sugiere el profesor Clay, la cifra de la duración total de la
dinastía puede citarse en contra de esta explicación; pues los doscientos
ochenta y nueve años se obtienen considerando todo el reinado de Rim-Sin como
anterior a la conquista de Hammurabi. Hay dos posibilidades con respecto a la
cifra. En primer lugar, tal vez sea posible que Sin-Idinnam y Sin-Ikisham hayan
reinado entre ambos treinta y cinco años, en lugar de los trece años que se les
asignan provisionalmente. Si así fuera, el total del escriba sería de veintidós
años menos que la suma de sus cifras, y la discrepancia sólo podría explicarse
por algún solapamiento como el sugerido. Pero es mucho más probable que las
cifras estén correctamente restituidas y que el total del escriba se
corresponda con el de las cifras de la lista. En tal caso, no es improbable que
sumara mecánicamente las cifras colocadas frente a los nombres reales, sin
deducir de su total los años de gobierno dependiente de Rim-Sin.
Esta
explicación parece ser la menos susceptible de ser objetada, ya que no requiere
la alteración de las cifras esenciales, y simplemente postula un descuido
natural por parte del compilador. La colocación de Hammurabi y Samsuiluna en
la lista después, y no al lado, de Rim-Sin estaría precisamente en la línea de
la Lista de Reyes de Babilonia, en la que la Segunda Dinastía se enumera entre
la Primera y la Tercera, aunque, como ahora sabemos, se superpuso a una parte
de cada una. También en ese caso, el escriba ha sumado los totales de sus
dinastías separadas, sin ninguna indicación de sus períodos de superposición.
La explicación en ambos casos es, por supuesto, que el sistema moderno de
ordenar a los gobernantes contemporáneos en columnas paralelas no había sido
desarrollado por los escribas babilónicos. Además, tenemos pruebas de que al
menos otro compilador de una lista dinástica fue descuidado a la hora de sumar
sus totales; por una de sus discrepancias parece que contó un periodo de tres
meses como tres años, mientras que en otra de sus dinastías un periodo similar
de tres meses fue probablemente contado dos veces tanto como meses como años.
Es cierto que la lista dinástica en cuestión es un documento tardío y no
contemporáneo, pero al menos nos inclina a aceptar la posibilidad de un
descuido como el sugerido por parte del compilador de la lista de Larsa.
La única
razón que hemos examinado hasta ahora para equiparar los primeros veintidós
años de la soberanía de Babilonia sobre Larsa con la última parte del reinado
de Rim-Sin ha sido la necesidad de reducir la duración de la vida de ese
monarca dentro de los límites de la probabilidad. Si éste hubiera sido el único
motivo de la suposición, tal vez se habría considerado más o menos
problemática. Pero las tablillas de contratos y los documentos legales de
Nippur, a los que ya se ha hecho referencia, nos proporcionan una serie de
pruebas separadas e independientes en su apoyo. Las tablillas contienen
referencias a funcionarios y particulares que vivían en Nippur en los reinados
de Damik-Ilishu, el último rey de Nisin, y de Rim-Sin de Larsa, y también bajo
Hammurabi y Samsuiluna de Babilonia. La mayoría de las tablillas del periodo de
Rim-Sin están fechadas en la época de Isin, y, dado que las fechas de las
redactadas en los reinados de Hammurabi y Samsuiluna se pueden determinar
definitivamente mediante sus fórmulas de datación, es posible estimar los
intervalos de tiempo que separan las referencias a un mismo hombre o a un
hombre y su hijo. Es notable que en algunos casos el intervalo de tiempo parece
excesivo si se sitúa todo el reinado de Rim-Sin, de sesenta y un años, antes de
la toma de Larsa por Hammurabi. Si, por el contrario, consideramos a Rim-Sin
como vasallo de Babilonia durante los últimos veintidós años de su gobierno en
Larsa, los intervalos de tiempo se reducen a proporciones normales. Como este
punto tiene cierta importancia para la cronología, quizá sea conveniente citar
uno o dos ejemplos de esta clase de pruebas, para que el lector pueda juzgar su
valor por sí mismo.
El primer
ejemplo que examinaremos será el proporcionado por Ibkushu, el sacerdote de la
unción de Ninlil, al que ya nos hemos referido como que vivió en Nippur bajo
Damik-Ilishu y también bajo Hammurabi en el año treinta y uno de este último;
ambas referencias, cabe señalar, lo describen ejerciendo su oficio sacerdotal
en Nippur. Ahora bien, si aceptamos el valor nominal de las cifras de la Lista
de Larsa obtenemos un intervalo entre estas dos referencias de al menos
cuarenta y cuatro años y probablemente más. Por la interpretación sugerida de
las cifras de la Lista el intervalo se reduciría en veintidós años. Un caso muy
similar es el del escriba Ur-Kingala, que se menciona en un documento fechado
en el undécimo año de la era Isin, y de nuevo en uno del cuarto año de
Samsuiluna. En un caso obtenemos un intervalo de cincuenta años entre las dos
referencias, mientras que en el otro se reduce a veintiocho años. Se obtienen
resultados muy similares si examinamos las referencias en las tablillas a los
padres y a sus hijos. Un tal Adad-rabi, por ejemplo, vivía en Nippur bajo
Damik-Ilishu, mientras que sus dos hijos Mar-Irsitim y Mutum-Ilu son
mencionados allí en el undécimo año del reinado de Samsuiluna. En un caso
debemos inferir un intervalo de al menos sesenta y siete años, y probablemente
más, entre padre e hijos; en el otro se obtiene un intervalo de cuarenta y
cinco años o más. Será innecesario examinar más ejemplos, ya que los ya citados
pueden bastar para ilustrar el punto. Se observará que el intervalo no
abreviado no puede en ningún caso pronunciarse como imposible. Pero el efecto
acumulativo producido es sorprendente. El testimonio independiente de estos
documentos y contratos privados converge así al mismo punto que los datos
relativos a la duración de la vida de Rim-Sin. Varias de las cifras así
obtenidas sugieren que, tomadas al pie de la letra, los años regios de la Lista
de Larsa arrojan un total que es aproximadamente una generación demasiado
largo. Por lo tanto, son muy favorables al método sugerido para interpretar el
reinado de Rim-Sin en la sucesión de Larsa.
Así pues,
podemos situar provisionalmente el sexagésimo primer año de gobierno de Rim-Sin
en Larsa en el décimo año del reinado de Samsuiluna, cuando podemos suponer
que se rebeló y tomó el campo de batalla contra su soberano. Fue en ese año
cuando Tell Sifr cambió de manos durante un tiempo. Pero es probablemente un
hecho significativo que no se haya encontrado ni un solo documento del reinado
de Samsuiluna en ese distrito fechado después de su duodécimo año. De hecho,
veremos razones para creer que todo el sur de Babilonia pasó pronto del control
de Babilonia, aunque Samsuiluna logró retener su dominio sobre Nippur durante
algunos años más. Mientras tanto, bastará con señalar que la secuencia de
acontecimientos sugerida encaja muy bien con otras referencias en las listas de
fechas. Las dos derrotas de Isin por parte de Hammurabi y su padre
Sin-Muballit, que han constituido durante tanto tiempo un tema de controversia,
dejan ahora de ser un escollo. Vemos que ambas tuvieron lugar antes de la toma
de Isin por parte de Rim-Sin, y que fueron meros éxitos temporales que no
tuvieron ningún efecto sobre la continuidad de la dinastía Isin. Esta llegó a
su fin con la victoria de Rim-Sin en su decimoséptimo año, cuando se instituyó
la era de citas de Isin. Que, en las ciudades donde se había empleado durante
mucho tiempo, el uso continuado de la era junto con sus propias fechas haya
sido permitido por Hammurabi durante unos ocho años después de su captura de
Larsa, se explica suficientemente por nuestra suposición de que Rim-Sin no fue
depuesto, sino que fue retenido en su propia capital como vasallo de Babilonia.
Habría habido una reticencia natural a abandonar una época establecida,
especialmente si la autoridad de Babilonia no se impuso rígidamente durante los
primeros años de su soberanía, como ocurrió con los anteriores estados
vasallos.
La superposición
de la dinastía de Isin con la de Babilonia durante un período de ciento once
años, que se desprende de la nueva información proporcionada por las tablillas
de Yale, no hace más que llevar aún más lejos el proceso que se señaló hace
algunos años con respecto a las tres primeras dinastías de la Lista de Reyes de
Babilonia. En la época del anterior descubrimiento existían considerables
diferencias de opinión en cuanto al número de años, si es que hubo alguno,
durante los cuales la Segunda Dinastía de la Lista ejerció un dominio
independiente en Babilonia. Las pruebas arqueológicas entonces disponibles
parecían sugerir que los reyes del País del Mar nunca gobernaron en Babilonia,
y que la Tercera Dinastía, o Kasita, siguió a la Primera Dinastía sin ninguna
interrupción considerable. Otros escritores, en sus esfuerzos por utilizar y
conciliar las referencias cronológicas a gobernantes anteriores que aparecen en
textos posteriores, asumieron un periodo de independencia para la Segunda
Dinastía que variaba, según sus diferentes hipótesis, de ciento sesenta y ocho
a ochenta años. Dado que el periodo de la Primera Dinastía no se fijó de forma
independiente, la ausencia total de pruebas contemporáneas con respecto a la
Segunda Dinastía condujo a una considerable divergencia de opiniones sobre el
punto.
Por lo que
respecta a las pruebas arqueológicas, seguimos sin ningún gran conjunto de
documentos fechados en sus reinados, que deberían probar definitivamente el
gobierno de los reyes del País del Mar en Babilonia. Pero ahora se han
descubierto dos tablillas en las Colecciones de Nippur que están fechadas en el
segundo año de Iluma-Ilum, el fundador de la Segunda Dinastía. Y este hecho es
importante, ya que demuestra que, al menos durante dos años, ejerció el control
sobre una gran parte de Babilonia. Ahora bien, entre los numerosos documentos
fechados en los reinados de Hammurabi y Samsuiluna, que se han encontrado en
Nippur, ninguno es posterior al vigésimo noveno año de Samsuiluna, aunque la
sucesión de documentos fechados hasta ese momento es casi ininterrumpida.
Parece, pues, que después del vigésimo noveno año de Samsuiluna Babilonia
perdió su dominio sobre Nippur. Es difícil resistirse a la conclusión de que la
potencia que la impulsó hacia el norte fue el reino del País del Mar, cuyo
fundador Iluma-Ilum llevó a cabo exitosas campañas tanto contra Samsuiluna como
contra su hijo Abi-Eshu, como sabemos por la crónica babilónica tardía. Otro
hecho que probablemente tenga la misma importancia es que, de las tablillas de
Larsa y sus alrededores, no se ha encontrado ninguna fechada después del
duodécimo año de Samsuiluna, aunque tenemos numerosos ejemplos redactados
durante los primeros años de su reinado. Por lo tanto, podemos suponer que poco
después de sus doce años de gobierno en Larsa, que se le asignan en la nueva
Lista de Reyes, esa ciudad se perdió en favor de Babilonia. Y de nuevo es
difícil resistirse a la conclusión de que el País del Mar fue el agresor. Por
las propias fórmulas de fecha de Samsuiluna sabemos que en su duodécimo año
todas las tierras se rebelaron contra él. Por tanto, podemos situar
con bastante probabilidad la revuelta de Iluma-Ilum en ese año, seguida
inmediatamente por su establecimiento de un reino independiente en el sur.
Probablemente pronto se hizo con el control de Larsa y fue avanzando poco a
poco hacia el norte hasta ocupar Nippur en el vigésimo noveno o trigésimo año
de Samsuiluna.
Tal parece
ser el curso más probable de los acontecimientos, hasta donde puede
determinarse de acuerdo con nuestras nuevas pruebas. Y puesto que demuestra
definitivamente que el fundador de la Segunda Dinastía de la Lista de Reyes
estableció, al menos durante un tiempo, un control efectivo sobre el sur y el
centro de Babilonia, nos sentimos tanto más inclinados a dar crédito a los
reyes del País del Mar por haber extendido posteriormente su autoridad
más al norte. El hecho de que el compilador de la Lista de Reyes de
Babilonia haya incluido a los gobernantes del País del Mar en ese documento
siempre ha constituido un argumento de peso para considerar que algunos de
ellos gobernaron en Babilonia; y sólo fue posible eliminar la dinastía por
completo del esquema cronológico mediante una reducción muy drástica de sus
cifras para algunos de sus reinados. Al fundador de la dinastía, por ejemplo,
se le atribuye un reinado de sesenta años, a otros dos gobernantes reinados de
cincuenta y cinco años, y a un cuarto de cincuenta años. Pero la duración media
de los reinados de la dinastía sólo supera en seis años a la de la Primera
Dinastía, que también constaba de once reyes. Y, en vista de los sesenta y un
años acreditados a Rim-Sin en la recién recuperada Lista de Larsa, que es un
documento contemporáneo y no una compilación posterior, podemos considerar que
la duración tradicional de la dinastía es quizá aproximadamente correcta.
Además, en todas las demás partes de la Lista de Reyes que pueden ser
controladas por documentos contemporáneos, la exactitud general de las cifras
ha sido ampliamente reivindicada. El balance de la evidencia parece, por lo
tanto, estar a favor de considerar que la estimación del compilador para la
duración de su Segunda Dinastía también se apoya en una tradición fiable.
Al elaborar
el esquema cronológico sólo queda, por tanto, fijar con precisión el periodo de
la Primera Dinastía, para llegar a una cronología detallada tanto para los
periodos anteriores como para los posteriores. Hasta ahora, a falta de otro
método, ha sido necesario confiar en las tradiciones que nos han llegado de la
historia de Beroso o en las referencias cronológicas a los primeros gobernantes
que aparecen en los textos históricos posteriores. Un nuevo método para llegar
a la fecha de la Primera Dinastía, con total independencia de tales fuentes de
información, fue ideado hace tres años por el Dr. Kugler, el astrónomo
holandés, en el curso de su trabajo sobre los textos publicados que tenían
alguna relación con la historia y los logros de la astronomía babilónica. Sir
Henry Layard había encontrado dos de estas tablillas en Nínive y se conservaban
en la colección Kouyunjik del Museo Británico. De ellas, una había sido
publicada hacía tiempo y su contenido había sido correctamente clasificado como
una serie de presagios astronómicos derivados de observaciones del planeta
Venus. Era seguro que este texto asirio era una copia de uno babilónico
anterior, ya que así se indicaba definitivamente en su colofón. La segunda de
las dos inscripciones resultó ser en parte un duplicado, y al utilizarlas en
combinación el Dr. Kugler pudo restaurar el texto original con un grado
considerable de certeza. Pero un descubrimiento más importante fue que logró
identificar con precisión la época en la que se redactó originalmente el texto
y se registraron las observaciones astronómicas. Pues observó que en la octava
sección de su texto restaurado había una nota cronológica, que databa esa
sección según la antigua fórmula de fecha babilónica para el octavo año de
Ammi-Zaduga, el décimo rey de la Primera Dinastía Babilónica. Como su texto
contenía veintiuna secciones, extrajo la legítima inferencia de que le
proporcionaba una serie de observaciones del planeta Venus para cada uno de los
veintiún años del reinado de Ammi-Zaduga.
Las
observaciones de las que se derivaron los presagios consisten en las fechas de
la salida y puesta heliaca del planeta Venus. Se observó la fecha en la que el
planeta fue visible por primera vez en el este, se anotó la fecha de su
desaparición y la duración de su periodo de invisibilidad; a continuación se
observaron fechas similares de su primera aparición en el oeste como estrella
vespertina, seguidas como antes por las fechas de su desaparición y su periodo
de invisibilidad. La realización de tales observaciones no implica, por
supuesto, ningún conocimiento astronómico elaborado por parte de los primeros
babilonios. Este hermoso planeta debió de ser el primero, después de la Luna,
en atraer la observación sistemática, y gracias a su órbita casi circular, no
se necesitaba ningún reloj de agua ni instrumento para medir ángulos. Los
astrólogos de la época, naturalmente, vigilaban la primera aparición del
planeta en el resplandor del amanecer, para poder leer en él la voluntad de la
gran diosa con la que se la identificaba. Anotarían su ascenso, declive y
desaparición graduales, y luego contarían los días de su ausencia hasta que
reapareciera al atardecer y repitiera sus movimientos de ascenso y declive.
Estas fechas, con la consiguiente fortuna del país, forman las observaciones
anotadas en el texto que se redactó en el reinado de Ammi-Zaduga.
Será obvio
que el retorno periódico de la misma apariencia del planeta Venus no nos habría
proporcionado por sí mismo medios suficientes para determinar el período de las
observaciones. Pero obtenemos datos adicionales si empleamos nuestra
información con el objetivo adicional de averiguar las posiciones relativas del
sol y la luna. Por un lado, las salidas y puestas helíacas de Venus están
naturalmente ligadas a una relación fija de Venus con el Sol; por otro lado, la
serie de fechas por los días del mes nos proporciona la posición relativa de la
Luna respecto al Sol en los días citados. Sin el segundo criterio, el primero
sería de muy poca utilidad. Pero, tomados en conjunto, la combinación del sol,
Venus y la Luna tienen el mayor valor para fijar la posición del grupo de años,
cubierto por las observaciones, dentro de cualquier período dado de cien años o
más. Ahora bien, si eliminamos por completo la Segunda Dinastía de la Lista de
Reyes de Babilonia, es seguro que el reinado de Ammi-Zaduga no pudo ser muy
posterior a 1800 a.C.; por otra parte, en vista del mínimo comprobado de
superposición de la Primera Dinastía con la Segunda, es igualmente seguro que
no pudo ser anterior a 2060 a.C. El período de su reinado debe buscarse, pues,
dentro del intervalo entre estas fechas. Pero, para estar seguro, el Dr. Kugler
amplió tanto los límites del período a examinar; realizó sus investigaciones
dentro del período comprendido entre el 2080 y el 1740 a.C. Comenzó tomando dos
observaciones para el sexto año de Ammi-Zaduga, que daban las fechas para la
puesta helíaca de Venus en el oeste y su salida en el este, y, utilizando los
días del mes para averiguar las posiciones relativas de la Luna, encontró que
en todo el curso de su período esta combinación particular tuvo lugar tres
veces. A continuación, procedió a examinar de la misma manera el resto de las
observaciones, con sus fechas, tal y como las proporcionaban las dos tablillas,
y, al elaborarlas en detalle para el centro de sus tres posibles períodos,
obtuvo la confirmación de su opinión de que las observaciones sí cubrían un
período consecutivo de veintiún años. Para obtener una prueba independiente de
la exactitud de sus cifras, procedió a examinar las fechas que figuraban en los
documentos legales contemporáneos, que podían ponerse en relación directa o
indirecta con el momento de la cosecha. Estas fechas, según su interpretación
del calendario, ofrecían un medio para controlar sus resultados, ya que pudo
demostrar que una estimación más alta o más baja tendía a desechar el momento
de la cosecha del mes de Nisán, que era peculiarmente el mes de la cosecha.
Hay que
admitir que la última parte de la demostración se sitúa en una categoría
diferente a la primera; no comparte la simplicidad del problema astronómico. En
efecto, no constituyó más que un método adicional para poner a prueba la
interpretación de las pruebas astronómicas, y las fechas resultantes de estas
últimas se obtuvieron con total independencia de los contratos de cultivo de la
época. Tomando, pues, las tres fechas alternativas, no puede haber duda, si
aceptamos la cifra de la Lista de Reyes para la Segunda Dinastía como
aproximadamente exacta, de que el central de los tres períodos es el único
posible para el reinado de Ammi-Zaduga; pues cualquiera de los otros dos
implicaría una fecha demasiado alta o demasiado baja para la Tercera Dinastía
de la Lista de Reyes. Así pues, podemos aceptar la fecha de 1977 a.C. como la
de la ascensión de Ammi-Zaduga, y obtenemos así un punto fijo para elaborar la
cronología de la Primera Dinastía de Babilonia y, por consiguiente, de las
dinastías parcialmente contemporáneas de Larsa y de Isin, y de la dinastía
aún más antigua de Ur. Incidentalmente ayuda a fijar dentro de límites
comparativamente estrechos el período de la conquista kasita y de las dinastías
siguientes de Babilonia. Partiendo de esta cifra como base, y haciendo uso de
la información ya discutida, se seguiría que la Dinastía de Isin se fundó en el
año 2339 a.C., la de Larsa sólo cuatro años después, en el 2335 a.C., y la
Primera Dinastía de Babilonia tras un intervalo adicional de ciento diez años,
en el 2225 a.C.
Se habrá
visto que el sistema de cronología sugerido se ha establecido con total
independencia de los avisos cronológicos a gobernantes anteriores que han
llegado hasta nosotros en las inscripciones de algunos de los últimos reyes
asirios y babilónicos. Hasta ahora estos han proporcionado los principales
puntos de partida, en los que se ha confiado para fechar los períodos más tempranos
de la historia de Babilonia. En el presente caso será pertinente examinarlos de
nuevo y determinar hasta qué punto armonizan con un esquema que se ha
desarrollado sin su ayuda. Si se encuentra que concuerdan muy bien con el nuevo
sistema, podemos ver legítimamente en tal acuerdo motivos adicionales para
creer que estamos en el camino correcto. Sin fijar la fe demasiado servilmente
en cualquier cálculo de un escriba nativo de Babilonia, la posibilidad de
armonizar tales referencias elimina al menos una serie de dificultades, que
siempre ha sido necesario ignorar o explicar.
Tal vez la
nota cronológica que ha dado lugar a más discusiones es aquella en la que
Nabónido se refiere al período del reinado de Hammurabi. En uno de sus
cilindros de fundación, Nabónido afirma que Hammurabi reconstruyó E-babbar, el
templo del dios Sol en Larsa, setecientos años antes de Burna-Buriash. En una
época en la que no se comprendía que la Primera y la Segunda Dinastía de la
Lista de Reyes eran en parte contemporáneas, la mayoría de los escritores se
contentaron con ignorar la aparente incoherencia entre las cifras de la Lista
de Reyes y esta afirmación de Nabónido. Otros intentaron superar la dificultad
mediante la modificación de las cifras de la Lista y otras ingeniosas
sugerencias, pues se consideraba que dejar una discrepancia de este tipo sin
explicación apuntaba a una posibilidad de error en cualquier esquema que
requiriera tal curso. Veremos, pues, hasta qué punto la estimación de Nabónido
concuerda con la fecha asignada a Hammurabi según nuestro esquema. Por las
cartas de Tell el-Amarna sabemos que Burna-Buriash fue contemporáneo de Amenhotep
IV, a cuya ascensión la mayoría de los historiadores de Egipto están de acuerdo
en asignar una fecha a principios del siglo XIV a.C. Podemos tomar 1380 a.C.
como fecha aproximada que, según la mayoría de los esquemas de la cronología
egipcia, puede asignarse a la ascensión de Amenhotep IV. Y añadiendo
setecientos años a esta fecha obtenemos, según el testimonio de Nabónido, una
fecha para Hammurabi de alrededor del 2080 a.C. Según nuestro esquema el último
año del reinado de Hammurabi cayó en el 2081 a.C., y, puesto que los
setecientos años de Nabónido es obviamente un número redondo, su acuerdo
general con el esquema es notablemente cercano.
La nota
cronológica de Nabónido sirve, pues, para confirmar, hasta donde llega su
evidencia, la exactitud general de la fecha asignada a la Primera Dinastía. En
el caso de la Segunda Dinastía obtenemos una confirmación igualmente
sorprendente, cuando examinamos la única referencia disponible al periodo de
uno de sus reyes que se encuentra en el registro de un gobernante posterior. El
pasaje en cuestión aparece en un mojón conservado en el Museo de la Universidad
de Pensilvania, y se refiere a los acontecimientos que tuvieron lugar en el
cuarto año de Enlil-Nadin-Apli. En el texto grabado en la piedra se afirma que
696 años separaron a Gulkishar (el sexto rey de la Segunda Dinastía) de
Nabucodonosor, que por supuesto debe identificarse con Nabucodonosor I, el
predecesor inmediato de Enlil-Nadin-Apli en el trono de Babilonia. Ahora bien,
sabemos por la "Historia Sincronística" que Nabucodonosor I fue
contemporáneo de Ashur-Resh-Ishi, el padre de Tiglatpileser I, y si podemos
establecer de forma independiente la fecha de la ascensión de este último,
obtenemos fechas aproximadas para Nabucodonosor y, en consecuencia, para
Gulkishar.
En su
inscripción en la roca de Baviera, Senaquerib nos dice que transcurrieron 418
años entre la derrota de Tiglatpileser I por Marduk-Nadin-Akhe y su propia
conquista de Babilonia en el 689 a.C. Tiglatpileser reinaba por tanto en el
1107 a.C., y sabemos por su Cilindro inscripción que este año no estaba entre
los cinco primeros de su reinado; sobre esta evidencia el comienzo de su
reinado ha sido asignado aproximadamente al 1120 a.C. Nabucodonosor I, el
contemporáneo del padre de Tiglatpileser, puede haber llegado al trono
aproximadamente en el 1140 a.C.; y, añadiendo los 696 años a esta fecha,
obtenemos una fecha aproximada de 1836 a.C. que cae dentro del reinado de
Gulkishar de la Segunda Dinastía. Esta fecha respalda las cifras de la Lista de
Reyes, según la cual Gulkishar habría reinado entre 1876 y 1822 a.C.
aproximadamente. Pero hay que tener en cuenta que el período de 696 años que
aparece en la piedra límite, aunque tiene una apariencia de gran exactitud,
probablemente se derivó de un número redondo; ya que la piedra se refiere a
acontecimientos que tuvieron lugar en el cuarto año de Enlil-Nadin-Apli, y el
número 696 puede haberse basado en la estimación de que setecientos años
separaron el reinado de Enlil-Nadin-Apli del de Gulkishar. Por lo tanto, es
probable que la referencia no deba considerarse más que una indicación
aproximada de la creencia de que una parte del reinado de Gulkishar cayó dentro
de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, incluso en esta estimación más baja de
la exactitud de la cifra, su acuerdo con nuestro esquema es igualmente
sorprendente.
Queda por
examinar otra referencia cronológica, que es el registro de Asurbanipal,
quien, al describir su toma de Susa en torno al año 647 a.C., relata que
recuperó la imagen de la diosa Nana, que el elamita Kudur-Nankhundi se había
llevado de Erec mil seiscientos treinta y cinco años antes. Esta cifra
asignaría a la invasión de Kudur-Nankhundi una fecha aproximada de 2282 a.C.
Como no poseemos ninguna otra referencia ni registro de un primer rey elamita
de este nombre, no es cuestión de armonizar esta cifra con otros registros
cronológicos relativos a su reinado. Todo lo que podemos hacer es averiguar si,
según nuestro esquema cronológico, la fecha del 2282 a.C. cae dentro de un
período durante el cual un rey elamita habría podido invadir el sur de
Babilonia y asaltar la ciudad de Erec. Comprobada de este modo, la figura de
Ahurbanipal armoniza bastante bien con la cronología, ya que Kudur-Nankhundi
habría invadido Babilonia cincuenta y siete años después de una invasión
elamita muy similar que puso fin a la dinastía de Ur y dio a Isin su
oportunidad de asegurar la hegemonía. Que Elam seguía siendo una amenaza para
Babilonia queda suficientemente demostrado por la invasión de Kudur-Mabuk, que
tuvo como resultado la colocación de su hijo Warad-Sin en el trono de Larsa en
el año 2143 a.C. Se observará que la figura de Ahurbanipal sitúa la incursión
de Kudur-Nankhundi en Erec en el período comprendido entre las dos invasiones
elamitas más notables de la primera Babilonia, de las que tenemos pruebas
independientes.
Otra ventaja
del esquema cronológico sugerido es que nos permite aclarar algunos de los
problemas que presentan las dinastías de Beroso, al menos en lo que se refiere
al periodo histórico en su sistema de cronología. En un historiador posterior
de Babilonia deberíamos esperar, naturalmente, que ese período comenzara con la
primera dinastía de gobernantes de la capital; pero hasta ahora las pruebas
disponibles no parecían sugerir una fecha que pudiera conciliarse con su
sistema. Quizá valga la pena señalar que la fecha asignada bajo el nuevo esquema
para el surgimiento de la Primera Dinastía de Babilonia coincide
aproximadamente con la deducida para el inicio del periodo histórico en Beroso.
Cinco de las dinastías históricas de Beroso, que siguen a su primera dinastía
de ochenta y seis reyes que gobernaron durante 34.090 años después del Diluvio,
se conservan sólo en la versión armenia de las Crónicas de Eusebio y son las
siguientes:-
Dinastía
II., 8 usurpadores medos, que gobernaron 224 años;
Dinastía
III., 11 reyes, faltando la duración de su gobierno;
Dinastía
IV., 49 reyes caldeos, gobernando 458 años;
Dinastía V.,
9 reyes árabes, gobernando 245 años ;
Dinastía
VI., 45 reyes, gobernando durante 526 años.
No está del
todo claro hasta qué etapa de la historia nacional pretendía Beroso que se
extendiera su sexta dinastía; y en cualquier caso, el hecho de que falte la
cifra para la duración de su tercera dinastía, hace que su duración total sea
una cuestión de incertidumbre. Pero, a pesar de estos inconvenientes, se ha
llegado a un acuerdo general en cuanto a una fecha para el comienzo de su
periodo histórico, basado en consideraciones independientes de las cifras en
detalle. La sugerencia de A. von Gutschmid de que los reyes posteriores al
Diluvio fueron agrupados por Beroso en un ciclo de diez sars, es decir, 36.000
años, proporcionó la clave que se ha utilizado para resolver el problema. Pues,
si se resta la primera dinastía de este total, el número de años restante daría
la duración total de las dinastías históricas. Así, si tomamos la duración de
la primera dinastía como 34.090 años, se ve que la duración de las dinastías
históricas fue de 1910 años. Ahora bien, la afirmación atribuida a Abydenus por
Eusebio, en el sentido de que los caldeos contaban sus reyes desde Alorus hasta
Alejandro, ha llevado a sugerir que el período de 1910 años pretendía incluir
el reinado de Alejandro Magno (331-323 a.C.). Por tanto, si añadimos 1910 años
al 322 a.C., obtenemos el 2232 a.C. como inicio del periodo histórico con el
que se abrió la segunda dinastía de Beroso. Puede añadirse que se ha llegado al
mismo resultado tomando 34.080 años como la duración de su primera dinastía, y
extendiendo el período histórico de 1920 años hasta el 312 a.C., el comienzo de
la era seléucida.
Incidentalmente,
cabe señalar que esta fecha se ha armonizado con la cifra asignada en el margen
de algunos manuscritos como representación de la duración de la tercera
dinastía de Beroso. Normalmente se ha sostenido que su sexta dinastía terminó
con el predecesor de Nabonassar en el trono de Babilonia, y que la siguiente o
séptima dinastía habría comenzado en el 747 a.C. Pero se ha señalado que,
después de enumerar las dinastías II-VI, Eusebio continúa diciendo que
después de estos gobernantes vino un rey de los caldeos cuyo nombre era Fulo; y
esta frase se ha explicado como indicando que la sexta dinastía de Beroso
terminó en el mismo punto que la novena dinastía babilónica, en el 732 a.C., es
decir, con el reinado de Nabu-Shum-Ukin, el contemporáneo de Tiglatpileser IV,
cuyo nombre original de Pulu se conserva en la Lista de Reyes de Babilonia.
Así, la séptima dinastía de Beroso habría comenzado con el reinado del
usurpador Ukin-Zer, que también fue contemporáneo de Tiglathpileser. Sobre
esta suposición, la cifra cuarenta y ocho, que aparece en el margen
de ciertos manuscritos de la versión armenia de Eusebio, puede mantenerse para
el número de años asignados por Beroso a su tercera dinastía. Una confirmación
más de la fecha de 2232 a.C. para el comienzo del periodo histórico de Beroso
se ha encontrado en una afirmación derivada de Porfirio, en el sentido de que,
según Calístenes, los registros babilónicos de observaciones astronómicas se
extendieron durante un periodo de 1903 años hasta la época de Alejandro de
Macedonia. Suponiendo que la lectura 1903 sea correcta, las observaciones se
habrían extendido hasta el 2233 a.C., fecha que difiere sólo en un año de la
obtenida para el inicio de las dinastías históricas de Beroso.
Por lo
tanto, hay amplias razones para considerar que la fecha de 2232 a.C. representa
el comienzo del período histórico en el sistema cronológico de Beroso; y ya
hemos señalado que en un historiador babilónico tardío, que escribe durante el
período helenístico, deberíamos esperar que el comienzo de su historia, en el
sentido más estricto del término, coincidiera con la primera dinastía
registrada de Babilonia, a diferencia de los gobernantes de otras y anteriores
ciudades-estado. Se observará que esta fecha está a sólo siete años de la
obtenida astronómicamente por el Dr. Kugler para el surgimiento de la Primera
Dinastía de Babilonia. Ahora bien, la demostración astronómica se refiere
únicamente al reinado de Ammi-Zaduga, que fue el décimo rey de la Primera
Dinastía ; y para obtener la fecha del 2225 a.C. para el ascenso de Sumu-Abum,
se confía naturalmente en las cifras de los reinados intermedios que
proporcionan las listas de fechas contemporáneas. Pero la Lista de los Reyes de
Babilonia da cifras que eran corrientes en el periodo neobabilónico; y,
empleándola en lugar de los registros contemporáneos, obtenemos la fecha de
2229 a.C. para la ascensión de Sumu-Abum, que presenta una discrepancia de sólo
tres años con la deducida de Beroso. A la vista de las ligeras incoherencias
con la Lista de Reyes que encontramos en al menos una de las crónicas tardías,
está claro que los historiadores nativos que recopilaron sus registros durante
los últimos periodos se encontraron con una serie de pequeñas variaciones en el
material cronológico en el que tuvieron que basarse. Aunque probablemente hubo
acuerdo en las líneas generales de la cronología posterior, la duración
tradicional de algunos reinados y dinastías podía variar en los distintos documentos
en unos pocos años. Podemos concluir, por tanto, que las pruebas de Beroso, en
la medida en que pueden reconstituirse a partir de los resúmenes conservados en
otras obras, pueden armonizarse con la fecha obtenida independientemente para
la Primera Dinastía de Babilonia.
La nueva
información, que ha sido discutida en este capítulo, nos ha permitido llevar
más lejos de lo que antes era posible el proceso de reconstrucción de la
cronología; y por fin hemos podido conectar las épocas más tempranas de la
historia del país con las que siguieron al ascenso de Babilonia al poder. Por
un lado, hemos obtenido pruebas definitivas de la superposición de dinastías
posteriores con la de los reyes semitas occidentales de Babilonia. Por otro
lado, la consiguiente reducción de la fecha queda más que compensada por las
nuevas pruebas que apuntan a la probabilidad de un periodo de gobierno
independiente en Babilonia por parte de algunos de los reyes de los países del
mar. El efecto general de los nuevos descubrimientos no es, pues, de carácter
revolucionario. Ha dado lugar, más bien, a reordenamientos locales, que en gran
medida se encuentran contrarrestados en su relación con el esquema cronológico
en su conjunto. Tal vez el resultado más valioso del reagrupamiento es que se
nos proporciona el material para una imagen más detallada del ascenso gradual
de Babilonia al poder. Veremos que la llegada de los semitas occidentales
afectó a otras ciudades además de Babilonia, y que el triunfo de los invasores
marcó sólo la etapa final de una larga y variada lucha.
LOS
SEMITAS OCCIDENTALES Y LA PRIMERA DINASTÍA DE BABILONIA
El ascenso
de Babilonia a una posición de preeminencia entre las dinastías beligerantes de
Sumer y Acad puede considerarse como el sello del triunfo final del semita
sobre el sumerio. Su supervivencia en la larga contienda racial se debió a los
refuerzos que recibió de hombres de su propia estirpe, mientras que la
población sumeria, una vez asentada en el país, nunca se renovó después. La
gran ola semítica, bajo la cual se hundió y desapareció finalmente la sumeria,
llegó al Éufrates desde las tierras costeras del Mediterráneo oriental. Pero
los amorreos, o semitas occidentales, al igual que sus predecesores del norte de
Babilonia, procedían originalmente de Arabia. Pues ahora se reconoce
generalmente que la península arábiga fue el primer hogar y la cuna de los
pueblos semitas. Arabia, al igual que las llanuras de Asia Central, fue, de
hecho, uno de los principales caldos de cultivo de la raza humana, y durante el
período histórico podemos rastrear cuatro grandes migraciones de tribus nómadas
semitas, que se desprendieron sucesivamente de la margen norte de los
pastizales árabes y se extendieron por los países vecinos como una inundación.
El primer gran movimiento racial de este tipo es aquel cuyos efectos se
manifestaron principalmente en Acad, o en el norte de Babilonia, donde los
semitas se establecieron por primera vez al invadir el valle del Tigris y del
Éufrates. El segundo se distingue del primero, como el cananeo o amorreo, ya
que dio a Canaán sus habitantes semitas; pero el largo intervalo que separó un
movimiento del otro es imposible de decir. El proceso bien pudo haber sido
continuo, con un mero cambio en la dirección de avance; pero es conveniente
distinguirlos por sus efectos como movimientos separados, la semitización de
Canaán siguiendo a la de Babilonia, pero al mismo tiempo contribuyendo a su
completo éxito. De las migraciones posteriores no nos ocupamos por el momento,
y en todo caso sólo una de ellas cae dentro del período de esta historia. Ese
fue el tercer gran movimiento, que comenzó en el siglo XIV y que se ha
denominado arameo por el reino que estableció en Siria con capital en Damasco.
El cuarto, y último, tuvo lugar en el siglo VII de nuestra era, cuando los
ejércitos del Islam, tras conquistar Asia occidental y el norte de África,
penetraron incluso en el suroeste de Europa. Fue, con mucho, la más extensa de
las cuatro en cuanto a la zona que abarcó y, a pesar de ser la última de la
serie, ilustra el carácter y los métodos de los movimientos anteriores en sus
etapas iniciales, cuando el nómada del desierto, saliendo con fuerza de sus
propias fronteras, entró en la zona de la civilización asentada.
Es cierto
que grandes extensiones de Arabia Central son hoy bastante inhabitables, pero
hay razones para creer que su actual condición de aridez no era tan marcada en
períodos anteriores. Tenemos una prueba definitiva de ello en el interior de
Arabia meridional, donde todavía hay un cinturón de país comparativamente
fértil entre las regiones costeras planas y la escarpada cordillera que forma
el límite sur de la meseta central. En la costa propiamente dicha prácticamente
no hay precipitaciones, e incluso en las laderas más altas alejadas de la costa
son muy escasas. Aquí los rebaños de cabras pasan a menudo sin agua durante
muchas semanas, y han aprendido a arrancar y masticar las raíces carnosas de
una especie de cactus para saciar su sed. Pero más hacia el interior hay una
amplia franja de terreno, maravillosamente fértil y en alto estado de cultivo.
Las lluvias allí son regulares durante una parte del año, el país está
arbolado, y la cordillera principal, aunque no posee ciudades de ningún tamaño,
está densamente salpicada de fuertes torres de combate, que dominan los pueblos
bien cultivados y florecientes. Al norte de la cordillera, más allá de los
cultivos, hay un cinturón recorrido por los nómadas del desierto con sus
típicas tiendas negras de pelo de cabra tejido, y luego viene el desierto
central, una región de arena ondulada. Pero aquí y allá todavía pueden verse
las ruinas de palacios y templos que se elevan de la arena o que están
construidos en alguna ligera eminencia sobre su nivel.
En la época
del reino de Saba, ya en el siglo VI a.C., esta región del sur de Arabia debía
ser mucho más fértil que en la actualidad. Las arenas movedizas, bajo la
presión impulsora del simoom, desempeñaron sin duda su papel en la abrumadora
extensión de terreno cultivado; pero eso solo no puede explicar el cambio de
las condiciones. Las investigaciones de Stein, Pumpelly, Huntington y otros han
mostrado los resultados de la desecación en Asia Central, y es seguro que una
disminución similar de las precipitaciones ha tenido lugar en el interior del sur
de Arabia. A tales cambios climáticos, que parecen, según las últimas teorías,
producirse en ciclos recurrentes, podemos probablemente remontar las grandes
migraciones raciales desde Arabia Central, que han dado sus habitantes a tantos
países de Asia Occidental y África del Norte.
Es posible
formarse una imagen muy clara del semita que salió de esta región, pues la vida
del nómada pastoril, en todo el mundo, es la misma. E incluso en la actualidad,
en las hondonadas del desierto de Arabia, hay suficientes depósitos de humedad
que permiten un crecimiento suficiente de la hierba para los pastos, capaces de
mantener a las tribus nómadas, que se desplazan con sus rebaños de ovejas y
cabras de una zona más favorecida a otra. La vida de un nómada de este tipo se
ve forzada por las condiciones impuestas por el desierto, ya que los pastos no
pueden mantenerlo y debe vivir de la leche y las crías de sus rebaños. Es
puramente un pastor, que lleva consigo las tiendas, las herramientas y las
armas más simples y ligeras para sus necesidades. El tipo de sociedad es el de
la familia patriarcal, ya que cada tribu nómada está formada por un grupo de
parientes; y, bajo la dirección de su jefe, no sólo los hombres del clan, sino
también las mujeres y los niños, todos participan activamente en el cuidado de
los rebaños y en la práctica de las sencillas artes de la curación de la piel y
el tejido del pelo y la lana. Mientras los pastos puedan mantener sus rebaños,
el nómada se contenta con dejar en paz al agricultor asentado más allá del
borde del desierto. Algunas de las tribus seminómadas al margen del cultivo
pueden realizar trueques con sus vecinos más civilizados, e incluso a veces
exigen subsidios por dejar sus cultivos en paz. Pero el grueso de las tribus
permanecerá normalmente dentro de su propia zona, mientras existan condiciones
capaces de abastecer las necesidades de su vida sencilla. Cuando las tierras de
pastoreo se secan, el nómada debe abandonar su propia zona o perecer, y es
entonces cuando desciende a los cultivos y procede a adaptarse a las nuevas
condiciones, en caso de conquistar a las razas asentadas cuya cultura superior
él mismo absorbe.
Mientras se
mantuvo dentro de las garras del desierto, nunca hubo ninguna perspectiva de su
desarrollo o avance en la civilización. Los únicos grandes cambios que se han
producido en la vida del nómada árabe se han debido a la introducción del
caballo y del camello. Pero éstos no han hecho más que aumentar su movilidad,
mientras que han dejado al hombre mismo sin cambios. Los árabes del siglo VII
a.C., representados en los relieves de Nínive como huyendo en sus camellos ante
el avance de los asirios, no pueden haber diferido en ningún rasgo esencial de
sus primeros predecesores, que se dirigían al valle del Éufrates a pie o sólo
con el asno como bestia de carga. Porque, una vez que ha conseguido domesticar
sus rebaños y vivir con ellos en las onduladas estepas de los pastos, las
necesidades del nómada están plenamente satisfechas y su modo de vida sobrevive
a través de las generaciones siguientes. No puede acumular posesiones, ya que
debe ser capaz de llevar todos sus bienes continuamente con él, y su
conocimiento del pasado sin incidentes se deriva enteramente de la tradición
oral. Las primeras inscripciones recuperadas en Arabia no son probablemente
anteriores al siglo VI a.C., y naturalmente no eran obra de nómadas, sino de
tribus semíticas que habían abandonado sus andanzas por la vida sedentaria de
aldea y pueblo en las regiones más hospitalarias del sur.
Los amurreos,
o semitas occidentales, a cuya incursión en Babilonia se debió directamente el
surgimiento de la propia Babilonia, habían abandonado hacía tiempo una
existencia nómada, y además de los niveles superiores del agricultor habían
adquirido una civilización que había sido influenciada en gran medida por la de
Babilonia. Gracias a la activa política de excavación, llevada a cabo durante
los últimos veinticinco años en Palestina, estamos capacitados para reconstruir
las condiciones de vida que prevalecían en ese país desde una época muy
temprana. De hecho, ahora es posible rastrear las sucesivas etapas de la
civilización cananea hasta los tiempos neolíticos. También se han encontrado
toscos utensilios de sílex del paleolítico o de la Edad de Piedra más antigua
en la superficie de las llanuras de Palestina, donde habían permanecido desde
el final de la época glacial. Pero en esa época el clima y el carácter de las
tierras mediterráneas eran muy diferentes a su condición actual; y se produce
entonces una gran ruptura de duración desconocida en la secuencia cultural, que
separa ese período primaeval del neolítico o Edad de Piedra Posterior. Es a
esta segunda época a la que podemos remontar los verdaderos inicios de la
civilización cananea. Porque, a partir de ese momento, no hay ninguna ruptura
en la continuidad de la cultura, y cada época fue la heredera directa de la que
la precedió.
Los
habitantes neolíticos de Canaán, cuyos utensilios de piedra trabajada y pulida
marcan un gran avance respecto a los ásperos sílex de sus remotos predecesores,
pertenecían a la raza baja y de piel oscura que se extendió por las costas del
Mediterráneo. Vivían en rudas cabañas y empleaban para su uso doméstico toscas
vasijas de arcilla amasada que moldeaban a mano y cocinaban al fuego. Vivían principalmente
del ganado y de los rebaños que habían domesticado y, a juzgar por sus tornos
de arcilla, practicaban una forma sencilla de tejer y empezaron a vestirse con
telas en lugar de pieles. Sobre estos primitivos habitantes se abatió una nueva
marea migratoria, probablemente a principios del tercer milenio a.C. Los recién
llegados eran semitas procedentes de Arabia, de la misma estirpe que aquellas
hordas nómadas que ya habían invadido Babilonia y se habían establecido en gran
parte de ese país. Después de establecerse en Canaán y Siria fueron conocidos
por los babilonios como los amorreos. Eran más altos y vigorosos que
los cananeos neolíticos, y parecen haber traído consigo un conocimiento del uso
del metal, adquirido probablemente por el tráfico con el sur de Babilonia. Las
flechas y cuchillos de sílex de sus enemigos habrían tenido pocas posibilidades
contra las armas de cobre y bronce. Pero, ayudados o no por su armamento
superior, se convirtieron en la raza dominante en Canaán. Al casarse con sus
predecesores produjeron los cananeos de la historia, un pueblo de habla
semítica, pero con una mezcla variable en su sangre de la raza mediterránea de
piel oscura de tipo inferior.
Tal era el
origen de la rama cananea de los semitas occidentales, y quizá merezca la pena
echar un vistazo por un momento a los principales rasgos de su cultura, tal
como han revelado las excavaciones en Palestina. Una cosa destaca claramente:
revolucionaron las condiciones de vida en Canaán. Las rudas chozas de los primeros
colonos fueron sustituidas por casas de ladrillo y piedra y, en lugar de
aldeas, se levantaron ciudades rodeadas de enormes murallas. La muralla de
Gezer tenía más de trece pies de espesor y estaba defendida por fuertes torres.
La de Megido tenía veintiséis pies de grosor, y su pie estaba además protegido
por un talud, o glacis, de tierra batida. Para asegurar su suministro de agua
en tiempo de asedio, los arreglos eran igualmente minuciosos. En Gezer, por
ejemplo, se encontró un enorme túnel, excavado en la roca sólida, que daba
acceso a un abundante manantial de agua a más de noventa pies bajo la
superficie del suelo. El nómada anterior no sólo había adoptado la vida
agrícola, sino que pronto desarrolló un sistema de defensa para sus
asentamientos, sugerido por el carácter montañoso de su nuevo país y su amplio
suministro de piedra. No menos notable es la luz que arrojan las excavaciones
sobre los detalles del culto cananeo. El centro de cada ciudad era el lugar
alto, donde se erigían enormes monolitos, algunos de los cuales, cuando fueron
desenterrados, todavía estaban desgastados y pulidos por los besos de sus
adoradores. En Gezer se descubrieron diez monolitos de este tipo en fila, y
cabe destacar que fueron erigidos sobre una cueva sagrada de los habitantes
neolíticos, lo que demuestra que el antiguo santuario fue tomado por los
invasores semitas. Los centros religiosos heredados por los baalim, o
señores locales del culto cananeo, habían sido evidentemente
santificados por una larga tradición. En el suelo bajo los lugares elevados,
tanto en Gezer como en Megido, se encontraron numerosas tinajas que contenían
cuerpos de niños, y probablemente podamos ver en este hecho una prueba del
sacrificio de niños, cuya supervivencia en períodos posteriores está
atestiguada por la tradición hebrea. En los restos culturales de estos
invasores semíticos se aprecia un desarrollo distinto. Durante el periodo
anterior apenas hay rastro de influencia extranjera, pero más tarde encontramos
importaciones tanto de Babilonia como de Egipto.
No es más
que natural que el sur y el centro de Canaán hayan permanecido durante mucho
tiempo inaccesibles a la influencia exterior, y que los efectos de la
civilización babilónica se hayan limitado al principio a la Siria oriental y a
los distritos fronterizos dispersos a lo largo del curso medio del Éufrates.
Recientes excavaciones realizadas por nativos tan al norte como la vecindad de
Carchemish, por ejemplo, han revelado algunos rastros notables de conexión con
Babilonia en un período muy temprano. En las tumbas de Hammam, un pueblo en el
Éufrates cerca de la desembocadura del Sajur, se encontraron sellos cilíndricos
que muestran analogías inconfundibles con trabajos babilónicos muy tempranos; y
el uso de esta forma de sello en un período anterior a la Primera Dinastía de
Babilonia es en sí mismo una prueba de que la influencia babilónica había
llegado a la frontera de Siria por la gran ruta comercial que remonta el curso
del Éufrates, a lo largo de la cual los ejércitos de Sargón de Acad ya habían
marchado en su incursión hacia la costa mediterránea. No es improbable,
también, que la propia Carquemish enviara sus propios productos en esta época a
Babilonia, pues una clase de su cerámica local parece haber sido valorada otras
razas y haber formado un artículo de exportación. En la época de los últimos
reyes de la Primera Dinastía, una clase especial de vasija de arcilla de gran
tamaño, que se utilizaba en el norte de Babilonia, se conocía como
carquemisiana, y evidentemente se fabricaba en Carquemish y se
exportaba. El comercio fue sin duda fomentado por las estrechas relaciones
establecidas bajo Hammurabi y sus sucesores con Occidente, pero su existencia
apunta a la posibilidad de un intercambio comercial aún más temprano, como explicaría
la aparición de sellos cilíndricos babilónicos arcaicos en las primeras tumbas
de la vecindad.
Pero, aparte
de tales relaciones comerciales, no hay nada que sugiera que la cultura
primitiva de Carcquemish y sus distritos adyacentes haya sido efectuada en gran
medida por la de Babilonia, ni hay indicios de que los habitantes de la ciudad
primitiva fueran semitas. De hecho, las pruebas arqueológicas están totalmente
a favor de la opinión contraria. La edad del bronce en Carquemish y sus
alrededores se distingue del período anterior por el uso del metal, por las
diferentes costumbres de enterramiento y por los nuevos tipos de cerámica, y
debe considerarse que marca la llegada de un pueblo extranjero. Pero a lo largo
de la Edad de Bronce propiamente dicha en Carquemish, desde su inicio en el
tercer milenio hasta su cierre en el siglo XI a.C., hay un desarrollo uniforme.
No hay ningún afloramiento súbito de nuevos tipos como el que había marcado su
propio comienzo y, puesto que en sus últimos períodos fue esencialmente hitita,
podemos suponer que no fue inaugurada ni interrumpida por los semitas. Sus
primeros representantes, antes de la gran migración hitita desde Anatolia, bien
pueden haber sido una rama de ese tronco protomitano, a su vez posiblemente de
origen anatolio, evidencia de cuya presencia notaremos en Ashur antes del
surgimiento de la Primera Dinastía de Babilonia.
Carquemish
se encuentra fuera del camino directo de Babilonia al norte de Siria, y es
notable que cualquier rastro de influencia babilónica temprana se haya
encontrado tan al norte como la desembocadura del Sajur. Es más abajo, después
de que el Éufrates haya girado hacia el este, hacia su confluencia con el
Khabur, donde deberíamos esperar encontrar pruebas de carácter más llamativo; y
es precisamente allí, a lo largo de la ruta fluvial desde Siria hasta Acad,
donde hemos recuperado pruebas definitivas, en la época de la Primera Dinastía
de Babilonia, de la existencia de asentamientos amorreos o semíticos
occidentales con una cultura que era babilónica en sus rasgos esenciales. Las
pruebas proceden principalmente de un distrito, el reino de Khana, que se encontraba
no muy lejos de la desembocadura del Khabur. Una de las principales ciudades, y
probablemente la capital del reino, era Tirka, cuyo emplazamiento se encontraba
probablemente cerca de Tell Ashar o Tell Tshar, un lugar situado entre Der
ez-Zor y Salihiya y a unas cuatro horas de esta última. La identificación es
segura, ya que allí se encontró una inscripción asiria del siglo IX que
registra la reconstrucción del templo local que, según el texto, se encontraba
en Tirka. De esta región también se han recuperado tres tablillas,
todas ellas fechadas en el periodo de la Primera Dinastía de Babilonia y que
arrojan una luz considerable sobre el carácter de la cultura semítica
occidental en un distrito al alcance de la influencia babilónica.
Uno de estos
documentos registra una escritura de donación por la que Isharlim, un rey de
Khana, transmite a uno de sus súbditos una casa en una aldea del distrito de
Tirka. En un segundo documento está inscrita una escritura de donación similar
por la que otro rey del mismo distrito, Ammi-Bail, hijo de Shunu-Rammu, otorga
dos parcelas de tierra a un tal Pagirum, descrito como su siervo,
evidentemente a cambio de un servicio fiel; y, como una de las parcelas estaba
en Tirka, es probable que la escritura se redactara en esa ciudad. El tercer
documento es quizá el más interesante de los tres, ya que contiene un contrato
matrimonial y está fechado en el reinado de un rey que lleva el nombre de
Hammurabi. Este último gobernante ha sido considerado por algunos como idéntico
a Hammurabi de la Primera Dinastía de Babilonia, y se ha supuesto que fue
redactado en un momento en que Khana había sido conquistada y anexionada por
ese monarca, de cuyo avance en esa región tenemos pruebas independientes. Pero
como la tablilla parece ser la más reciente de las tres, está claro que Khana
había estado sometida a la influencia babilónica mucho antes de la conquista de
Hammurabi. Y, aunque consideremos que Hammurabi no es más que un rey local de
Khana, el documento nos ha proporcionado una variante semítica occidental del
nombre de Hammurabi, o una estrechamente paralela.
El hecho
destacable de todos estos textos es que están redactados al estilo de los
documentos legales de la época de la Primera Dinastía de Babilonia. Pero,
aunque la terminología es prácticamente la misma, ha sido adaptada a las
condiciones locales. Se ha retomado el método babilónico primitivo de datación
por acontecimientos, pero las fórmulas no son las que se utilizaban en este
periodo en Babilonia, sino que son propias del reino de Khana. Así, la primera
escritura de donación está fechada en el año en que Isharlim, el rey, construyó
la gran puerta del palacio en la ciudad de Kash-Dakh; la segunda fue redactada
en el año en que Ammi-Bail, el rey, ascendió al trono en la casa de su padre;
mientras que el contrato matrimonial está fechado en el año en que Hammurabi,
el rey, abrió el canal Khabur-Bal-Bugash desde la ciudad de Zakku-Isharlim
hasta la ciudad de Zakku-Igitlim. También los nombres de los meses no son los
de Babilonia, y encontramos pruebas de que las leyes y costumbres locales
estaban en vigor. Cada una de las escrituras de donación, por ejemplo,
establece que cualquier infracción de los derechos otorgados por el rey debe
ser castigada con una multa en dinero de diez manehs de plata, y además el
delincuente debe someterse al pintoresco pero sin duda muy doloroso proceso de
tener la cabeza alquitranada con brea caliente. De la lista de testigos
deducimos que la comunidad ya estaba organizada de forma muy similar a la de un
distrito provincial de Babilonia. Pues, aunque encontramos a un cultivador o
agricultor ocupando un puesto importante, también nos encontramos con un
superintendente de los comerciantes, otro de los panaderos, un juez principal,
un vidente principal y miembros del sacerdocio. También es interesante observar
que los reyes de khana seguían siendo grandes terratenientes, a juzgar por el
hecho de que las tierras transmitidas en las escrituras de donación estaban
rodeadas por casi todos los lados de propiedades palaciegas. Al mismo tiempo,
los dioses principales de Khana se asocian con el rey en las fórmulas de
juramento, ya que la propiedad real también se consideraba propiedad del Baal,
o Señor divino de la tierra.
Los dos
principales Baalim o Señores de Khana eran el dios Sol y la deidad
semítica occidental, Dagón. A esta última se hace referencia constantemente en
los documentos bajo la forma babilónica de su nombre, Dagan. Aparece junto a
Shamash en el sello real y en las fórmulas de juramento locales, y se asocia en
estas últimas con Iturmer, que bien pudo ser el antiguo dios local de Tirka,
depuesto tras la invasión de los semitas. Su templo en Tirka, que sabemos que
sobrevivió hasta el siglo IX, fue probablemente el principal santuario de la ciudad,
y el gran papel que desempeñó en la vida nacional queda atestiguado por la
constante aparición de su título como parte integrante de los nombres
personales. Pruebas posteriores demuestran que Dagón era peculiarmente el dios
de Ashdod, y el príncipe escritor de dos de las cartas de Tell el-Amarna, que
llevaba el nombre de Dagan-Takala, debió gobernar algún distrito del norte o
del centro de Canaán. Los documentos de Khana prueban que ya en la época de la
Primera Dinastía su culto estaba establecido en el Eufrates, y, en vista de
este hecho, la aparición de dos reyes tempranos de la Dinastía Babilónica de
Isin con los nombres de Idin-Dagan e Ishme-Dagan es ciertamente significativa.
También sabemos que el hogar original de lshbi-Ura, el fundador de la Dinastía
de Isin, era Mari, una ciudad y distrito en el Éufrates medio. Podemos
concluir, pues, que las dinastías de Isin y Babilonia, y probablemente la de
Larsa, fueron productos del mismo gran movimiento racial, y que, más de un
siglo antes de que Sumu-Abum estableciera su trono en Babilonia, los semitas
occidentales habían descendido el Eufrates y habían penetrado en los distritos
del sur del país.
Los recién
llegados probablemente debieron su rápido éxito en Babilonia en gran parte al
hecho de que muchas de las tribus inmigrantes ya habían adquirido los elementos
de la cultura babilónica. Durante su anterior residencia dentro de la esfera de
la civilización asentada habían adoptado un modo de vida y una organización
social que difería muy poco de la del país al que llegaron. Que hayan emigrado
en absoluto en dirección sudeste, en lugar de permanecer dentro de sus propias
fronteras, se debió sin duda a la presión racial a la que ellos mismos habían
estado sometidos. Canaán seguía en un fermento de inquietud como consecuencia
de la llegada de nuevas tribus nómadas dentro de sus distritos asentados y,
mientras que muchos se desviaron sin duda hacia el sur, hacia la frontera
egipcia, otros presionaron hacia el norte, hacia Siria, ejerciendo una presión
hacia el exterior en su avance. El hecho de que la invasión de Babilonia por
parte de los semitas occidentales se diferenciara tan esencialmente de la de
Egipto por parte de los hicsos debe explicarse por esta franja de asentamientos
civilizados y pequeños reinos, que formaban un freno a las hordas nómadas que
venían detrás y dominaban a las que lograban abrirse paso. En Egipto, el daño
causado por los bárbaros semitas fue recordado durante generaciones después de
su expulsión, mientras que en Babilonia los invasores lograron establecer una
dinastía que dio su forma permanente a la civilización babilónica.
Isin, la
ciudad en la que, como hemos visto, obtenemos por primera vez un indicio de la
presencia de gobernantes semitas occidentales, se encontraba probablemente en
el sur de Babilonia, y podemos imaginarnos a los primeros inmigrantes
descendiendo el curso del Éufrates hasta que encontraron la oportunidad de
establecerse en la llanura babilónica. La conquista elamita, que puso fin a la
dinastía de Ur y despojó a Babilonia de sus provincias orientales, brindó a
Isin la oportunidad de reclamar la hegemonía. Ishbi-Erra, el fundador de la
nueva dinastía de reyes, estableció a su propia familia en el trono durante
casi un siglo, y probablemente podemos considerar que su éxito en llevar a su
ciudad al frente se debe a los elementos semíticos de la Babilonia meridional,
recientemente reforzados por nuevas incorporaciones procedentes del noroeste.
La centralización de la autoridad bajo los últimos reyes de Ur había dado lugar
a abusos en la administración y a la revuelta de las provincias elamitas; y
cuando un ejército invasor se presentó ante la capital y llevó al rey, al que
sus cortesanos habían divinizado, al cautiverio en Elam, el prestigio sumerio
recibió un golpe del que nunca se recuperó.
Poco después
de que lshbi-Erra se hubiera establecido en Isin, encontramos a otro noble, que
llevaba el nombre semítico de Naplanum, siguiendo su ejemplo, y fundando una
línea independiente de gobernantes en la ciudad vecina de Larsa. Pero, a pesar
de los nombres semíticos que llevaban estos dos dirigentes y los reyes que les
sucedieron en sus respectivas ciudades, está claro que no se produjo ningún
gran cambio en el carácter de la población. Los documentos comerciales y administrativos
del periodo de Isin se parecen mucho a los de la dinastía de Ur, y
evidentemente reflejan una secuencia ininterrumpida en el curso de la vida
nacional. El gran grueso de los babilonios del sur seguía siendo sumerio, y
podemos considerar que las nuevas dinastías, tanto en Isin como en Larsa,
representaban una aristocracia racial comparativamente pequeña, que al
organizar las fuerzas nacionales en resistencia a los elamitas, había logrado
imponer su propio gobierno a la población nativa. En Isin la sucesión
ininterrumpida de cinco gobernantes es una prueba de un estado de cosas
asentado, y aunque Gimil-Ilishu no reinó más de diez años, su hijo y su nieto,
así como su padre, Ishbi-Erra, tuvieron todos largos reinados. También en Larsa
encontramos a Emisu y a Samum, que sucedieron a Naplanum, el fundador de la
dinastía, conservando cada uno el trono durante más de una generación. Es
probable que los sumerios aceptaran sin rechistar a sus nuevos gobernantes y
que éstos no intentaran introducir ninguna innovación sorprendente en su
sistema de control administrativo.
De las dos
dinastías contemporáneas en el sur de Babilonia, no hay duda de que Isin fue
la más importante. No sólo tenemos la prueba directa de la Lista de Reyes de
Nippur de que fue a Isin a quien pasó la hegemonía desde Ur, sino que los
textos votivos y los registros de construcción que se han recuperado demuestran
que sus gobernantes extendieron su dominio sobre otras de las grandes ciudades
de Sumer y Acad. Un texto fragmentario de Idin-Dagan, hijo y sucesor de
Gimil-Ilishu, hallado en Abu Habba, demuestra que Sippar reconoció su
autoridad, y se han encontrado ladrillos con inscripciones de su propio hijo
Ishme-Dagan en el sur, en Ur.
En todas sus
inscripciones, además, los reyes de Isin reivindican el gobierno de Sumer y
Akkad, mientras que Ishme-Dagan y su hijo Libit-Ishtar adoptan otros títulos
descriptivos que implican actividades benéficas por su parte en las ciudades de
Nippur, Ur, Erech y Eridu. Las inscripciones de Libit-Ishtar, recientemente
publicadas y recuperadas durante las excavaciones americanas en Nippur,
demuestran que en su reinado la ciudad central y el santuario de Babilonia
estaban bajo el control activo de Isin. Pero fue el último rey en la línea
directa de Ishbi-Erra, y es probable que la ruptura de la sucesión esté
relacionada con una depresión temporal de la fortuna de la ciudad; pues en
breve tenemos pruebas de un aumento del poder de Larsa, a consecuencia del cual
la ciudad de Ur reconoció su soberanía en lugar de la de Isin. En el momento
de la muerte de Libit-Ishtar, Zabaia reinaba en Larsa, pero al cabo de tres
años éste fue sucedido por Gungunum, que no sólo llevaba los títulos de rey de
Larsa y de Ur, sino que reivindicaba el gobierno de Sumer y Acad.
En cualquier
caso, un miembro de la antigua familia dinástica de Isin reconoció estas
nuevas pretensiones. Enannatum, hermano de Libit-Ishtar, era en esta época el
sacerdote principal del templo de la Luna en Ur, y en los conos descubiertos en
Mukayyar conmemora la reconstrucción del templo del Sol en Larsa para la
preservación de su propia vida y la de Gungunum. Es posible que cuando Ur-Ninib
se aseguró el trono de Isin, los miembros supervivientes de la familia de
Ishbi-Erra huyeran de la ciudad hacia su rival, y que Enannatum, uno de los más
poderosos de entre ellos, y posiblemente el heredero directo del trono de su
hermano, fuera instalado por Gungunum en el cargo de sumo sacerdote en Ur.
Sería tentador relacionar la caída de Libit-Ishtar con una nueva incursión de
tribus semitas occidentales, que, al no contar con ninguna conexión racial con
ellos por parte de la familia reinante en Isin, pueden haber atacado la ciudad
con cierto éxito hasta ser derrotados y expulsados por Ur-Ninib. Ahora sabemos
que Ur-Ninib llevó a cabo una exitosa campaña contra las tribus Su en el oeste
de Babilonia, y en apoyo de la sugerencia sería posible citar la muy discutida
fórmula de fecha en una tablilla del Museo Británico, que fue redactada en
el año en que los Amorreos expulsaron a Libit-Ishtar. Pero como el
Libit-Ishtar de la crónica no tiene título, también es posible identificarlo
con un gobernador provincial, probablemente de Sippar, que llevaba el nombre de
Libit-Ishtar, y al que parece referirse en otros documentos inscritos en el
reinado de Apil-Sin, el abuelo de Hammurabi. La fecha asignada a la invasión en
la segunda alternativa correspondería a otro período de disturbios en Isin,
que siguió al largo reinado de Enlil-Bani, por lo que en cualquiera de las dos alternativas
podemos conjeturar que la ciudad de Isin se vio afectada durante un tiempo por
una nueva incursión de amorreos.
Tanto si la
caída de Libit-Ishtar puede atribuirse a tal causa como si no, ahora sabemos
que fue durante los reinados de Ur-Ninib y Gungunum, en Isin y en Larsa
respectivamente, que se estableció en Babilonia una dinastía semítica
occidental. El norte de Babilonia cayó ahora bajo el control político de los
invasores, y es significativo de la nueva dirección de su avance que el único conflicto
conectado en la tradición posterior con el nombre de Sumu-Abum, el fundador de
la línea independiente de gobernantes de Babilonia, no fue con ninguna de las
ciudades dominantes de Sumer, sino con Asiria en el extremo norte. En una
crónica tardía se registra que Ilu-Shuma, rey de Asiria, marchó contra Su-Abu,
o Sumu-Abum, y aunque no se relata el resultado del encuentro, podemos suponer
que su motivo para realizar el ataque fue frenar las invasiones hacia el norte
y expulsarlas hacia el sur, hacia Babilonia. El propio nombre de Ilu-Shuma es
puramente semítico, y dado que el dios amorreo Dagan entra en la composición de
un nombre que lleva más de un gobernante asirio temprano, podemos suponer que
Asiria recibió su población semítica aproximadamente en este periodo como otro
vástago de la migración amorfa.
Esta
suposición no se basa enteramente en las pruebas proporcionadas por los nombres
reales, sino que encuentra una confirmación indirecta en las recientes
investigaciones arqueológicas. Las excavaciones en el emplazamiento de Asur,
la primera capital asiria, tienden a mostrar que los primeros asentamientos en
ese país, de los que hemos recuperado rastros, fueron realizados por un pueblo
estrechamente afín a los sumerios del sur de Babilonia. Fue en el curso de las
obras de un templo dedicado a Ishtar, la diosa nacional de Asiria, donde se
encontraron restos de períodos muy tempranos de ocupación. Bajo los cimientos
del edificio posterior se encontró un templo aún más antiguo, también dedicado
a esa diosa.
Por cierto,
este edificio tiene un interés propio, ya que resultó ser el templo más antiguo
descubierto hasta ahora en Asiria, datando, como es probable, de finales del
tercer milenio a.C. Una excavación aún más profunda, por debajo del nivel de
este primitivo santuario asirio, reveló un estrato en el que había varios
ejemplos de escultura ruda, que aparentemente representaban, no a los semitas,
sino a los primeros habitantes no semíticos del sur de Babilonia.
El carácter
extremadamente arcaico de la obra queda bien ilustrado por una cabeza,
posiblemente de una figura femenina, en la que la incrustación de los ojos
recuerda una práctica familiar en las primeras obras de Babilonia. Pero la
prueba más llamativa la proporcionan las cabezas de figuras masculinas, que, si
se hubieran puesto a la venta sin conocer su procedencia, se habrían aceptado
sin duda como procedentes de Tello o Bismaya, los emplazamientos de las
primeras ciudades sumerias de Lagash y Adab. El tipo racial que presentan las
cabezas parece ser puramente sumerio y, aunque una figura al menos está
barbada, la práctica sumeria de afeitarse la cabeza estaba evidentemente en
boga. En otras figuras de piedra caliza, de las que se han conservado los
cuerpos, el tratamiento de las vestimentas corresponde precisamente al de la
escultura arcaica sumeria. Las figuras llevan las mismas prendas de lana
áspera, y el tratamiento convencionalizado de los rebaños de lana separados es
idéntico en ambos conjuntos de ejemplos. Las pruebas aún no se han publicado en
su totalidad, pero, en la medida en que están disponibles, sugieren que los
sumerios, cuya presencia se ha rastreado hasta ahora sólo en yacimientos del
sur de Babilonia, estuvieron también en un periodo muy temprano en la ocupación
de Asiria.
El violento
fin de su asentamiento en Asur está atestiguado por la abundancia de restos
carbonizados, que separan el estrato sumerio del inmediatamente superior. Si no
tuviéramos pruebas de lo contrario, se podría haber supuesto que sus sucesores
eran de la misma estirpe que aquellos primeros invasores semitas que dominaron
el norte de Babilonia a principios del tercer milenio a.C., y que empujaron
hacia el este a través del Tigris hasta llegar a Gutium. Pero se reconoce que
los fundadores de la ciudad histórica de Asur, cuyos registros se han
recuperado en las primeras inscripciones de edificios, llevan nombres de
carácter bastante poco semítico. Hay mucho que decir para considerar a Ushpia,
o Aushpia, el fundador tradicional del gran templo del dios Ashir, y a Kikia,
el primer constructor de la muralla de la ciudad, como representantes de la
primera llegada de la raza mitaniana, que en el siglo XIV desempeñó, bajo un
nuevo liderazgo, un papel tan dominante en la política de Asia occidental. No
sólo sus nombres tienen un sonido mitaniano, sino que tenemos pruebas
indudables del culto al dios mitaniano e hitita Teshub ya en el período de la
Primera Dinastía de Babilonia; y el hecho de que el nombre mitaniano, que
incorpora el de la deidad, lo lleve un testigo en un contrato babilónico,
sugiere que procedía de una raza civilizada y asentada.
Es cierto
que el nombre de Mitanni no se encuentra en este periodo, pero sí el término
geográfico Subartu, y en la tradición luterana se consideraba que había sido,
junto con Acad, Elam y Amurru, uno de los cuatro barrios del antiguo mundo
civilizado.
------------------------------------------------------------------- EJEMPLOS DE
ESCULTURA ARCAICA DE ASHUR Y TELLO, QUE EXHIBEN LA MISMA CONVENCIÓN EN EL
TRATAMIENTO DE LAS PRENDAS DE LANA.
La
estatuilla sentada (Fig. 37) procede de Ashur, y el tratamiento de la prenda es
precisamente similar al de las primeras obras de Tello (Figs. 38 y 39).
En los
textos astrológicos y de presagio, que incorporan tradiciones muy tempranas,
las referencias a Subartu se interpretan como aplicables a Asiria, pero el
término tenía evidentemente una connotación anterior a la subida de Asiria al
poder. Es muy posible que incluyera la región del norte de Mesopotamia conocida
posteriormente como la tierra de Mitani, cuyos gobernantes se encuentran en la
ocupación temporal de Nínive, ya que sus predecesores pueden haberse
establecido en Asur. Pero, sea como sea, está claro que la ciudad histórica de
Ashur no era en su origen ni una fundación sumeria ni semítica. Su carácter
racial posterior debe datar de la época de los semitas occidentales, cuya
amalgama con una cepa ajena y probablemente anatólica, que encontraron allí,
puede explicar en parte el carácter belicoso y brutal de los asirios de la
historia, que contrasta tanto con el de los semitas más suaves y comerciales
que se establecieron en el valle inferior del eufrates. Al igual que en
Babilonia, la lengua y en gran medida los rasgos de los semitas acabaron
predominando; y el otro elemento en la composición de la raza sólo sobrevivió
en una mayor ferocidad de temperamento.
Este fue el
pueblo de cuyo ataque a Sumu-Abum, el fundador de la grandeza de Babilonia, las
épocas posteriores conservaron la tradición. No se conmemora ningún conflicto
con Asiria en las fórmulas de fechas de Sumu-Abum, y es posible que tuviera
lugar antes de que asegurara su trono en Babilonia y construyera la gran
muralla de fortificación de la ciudad con la que inauguró su reinado. Una vez
instalado allí y habiendo puesto la ciudad en estado de defensa, comenzó a
extender su influencia sobre las ciudades vecinas de Acad. Kibalbarru, que
fortificó con una muralla en su tercer año, estaba probablemente en la vecindad
inmediata de Babilonia, y sabemos que Dilbat, cuya fortificación se completó en
su noveno año, se encontraba sólo a unas diecisiete millas al sur de la
capital. Los cinco años que separaron estos dos esfuerzos de expansión fueron poco
significativos desde el punto de vista de los logros políticos, ya que los
únicos episodios dignos de mención que se registraron fueron la construcción de
un templo a la diosa Nin-Sinna y otro a Nannar, el dios de la Luna, en el que
posteriormente instaló una gran puerta de cedro. Es posible que el conflicto
con Asiria se sitúe en este intervalo; pero entonces habríamos esperado algún
tipo de referencia al rechazo exitoso del enemigo, y es preferible situarlo
antes de su primer año de gobierno.
Su éxito en el encuentro con Asiria bien
pudo haber proporcionado a este jefe semítico occidental la oportunidad de
fortificar una de las grandes ciudades de Acad, y de establecerse allí como su
protector contra el peligro de agresión desde el norte; y no hay duda de que
Babilonia había tenido durante mucho tiempo algún tipo de gobernador local, las
tradiciones de cuyo cargo heredó. Puesto que tenemos referencias a E-Sagila en
la época de las dinastías de Acad y de Ur, los antiguos gobernantes de
Babilonia probablemente no eran más que los sacerdotes principales del
santuario de Marduk. Que Sumu-Abum haya cambiado el cargo por el de rey, y que
su sucesor haya logrado establecer una dinastía que perduró durante casi tres
siglos, es una prueba de la incesante energía de los nuevos pobladores. Incluso
los últimos miembros de la dinastía conservaron su carácter original de semitas
occidentales, y este hecho, unido al rápido control de otras ciudades además de
Babilonia, sugiere que los semitas occidentales habían llegado ahora en mucho
mayor número que durante su anterior migración más allá del Éufrates.
Es posible
rastrear el crecimiento gradual de la influencia de Babilonia en Acad bajo sus
nuevos gobernantes, y las etapas por las que arrojó su control sobre un área
creciente de territorio. En Dilbat, por ejemplo, no tuvo dificultades desde el
principio, y durante casi todo el período de la Primera Dinastía el gobierno de
la ciudad apenas se distinguía del de Babilonia. El dios Urash y la diosa
Lagamal eran las deidades patronas de Dilbat, en torno a cuyo culto se centraba
la vida de la ciudad; y había una administración secular local. Pero esta
última estaba completamente subordinada a la capital, y no se hizo ningún
esfuerzo, ni aparentemente fue necesario, para conservar una apariencia de
independencia local. El tratamiento de Sippar, en cambio, fue bastante
diferente. Aquí Sumu-Abum parece haber reconocido al gobernante local como su
vasallo; y, como una concesión más a su estado semi-independiente, permitió a la
ciudad el privilegio de seguir utilizando sus propias fórmulas de fecha,
derivadas de los acontecimientos locales. Los juramentos, es cierto, debían
prestarse en nombre del rey de Babilonia y en el del gran dios Sol de Sippar;
pero la ciudad podía organizar y utilizar su propio sistema de cálculo del
tiempo sin referencia a los asuntos de la capital. Tal vez el ejemplo más
interesante del primitivo sistema de gobierno provincial de Babilonia sea el
que presenta la ciudad de Kish, pues allí podemos rastrear la extensión gradual
de su control desde una suzeraindad limitada hasta la anexión completa.
Kish se
encontraba mucho más cerca de Babilonia que Dilbat, pero tenía un pasado más
ilustre para inspirarla que la otra ciudad. Había desempeñado un gran papel en
la historia anterior de Sumer y Acad, y en la época de la ocupación de
Babilonia por los semitas occidentales todavía estaba gobernada por reyes
independientes. Hemos recuperado una inscripción de uno de esos gobernantes,
Ashduni-Erim, que bien podría haber sido contemporáneo de Sumu-Abum, ya que el
registro refleja un estado de cosas como el que habría provocado una invasión
hostil y una conquista gradual del país. Aunque Ashduni-Erim sólo reclama el
reino de Kish, habla en términos grandilocuentes de la invasión, relatando cómo
las cuatro partes del mundo se rebelaron contra él. Durante ocho años luchó
contra el enemigo, de modo que en el octavo año su ejército se redujo a
trescientos hombres. Pero la ciudad-dios Zamama e Ishtar, su consorte, acudieron
entonces en su auxilio y le trajeron provisiones de alimentos. Con este
estímulo marchó durante un día entero, y luego durante cuarenta días puso la
tierra del enemigo bajo contribución; y cierra su inscripción de forma bastante
abrupta registrando que mentira reconstruyó la muralla de Kish. El cono de
arcilla era probablemente un registro de los cimientos, que enterró dentro de
la estructura de la ciudad-muro.
Ashduni-Erim
no se refiere a su enemigo por su nombre, pero hay que señalar que el
territorio hostil se encontraba a un día de marcha de Kish, una descripción que
seguramente apunta a Babilonia. Los ocho años de conflicto encajan
admirablemente con la sugerencia, pues sabemos que fue en el décimo año de
Sumu-Abum, exactamente ocho años después de su ocupación de Kibalbarru, cuando
se reconoció su soberanía en Kish. Sumu-Abum dio a ese año de su reinado el
nombre de su dedicación de una corona al dios Anu de Kish, y podemos conjeturar
que Ashduni-Erim, debilitado por el largo conflicto que describe, llegó a un
acuerdo con su vecino más fuerte y aceptó la posición de vasallo. Habiendo dado
garantías de su fidelidad, habría recibido a Sumu-Abum en Kish, donde este
último, en calidad de soberano de la ciudad, realizó la dedicación que
conmemora en su fórmula de fecha para ese año. Esto explicaría plenamente los
términos cautelosos en los que Ashduni-Erim se refiere al enemigo en su
inscripción, ya que la reconstrucción de la muralla de la ciudad, según esta
suposición, se realizó con el consentimiento de Babilonia.
Que a Kish
se le concedió la posición de estado vasallo es seguro, ya que, entre las
tablas de contratos recuperadas de la ciudad, se redactaron varias en el
reinado de Manana, que era vasallo de Sumu-Abum. En estos documentos el
juramento se hace en nombre de Manana, pero están fechados por la fórmula del
decimotercer año de Sumu-Abum, que conmemora su captura de Kazallu. La
importancia de este último acontecimiento puede explicarse por el uso de la
fórmula propia del soberano, ya que otros documentos del reinado de Manana
están fechados por acontecimientos locales, lo que demuestra que en Kish, al
igual que en Sippar, se permitió a una ciudad vasalla de Babilonia el
privilegio de conservar su propio sistema de cálculo del tiempo. Si estamos en
lo cierto al considerar a Ashduni-Erim como contemporáneo de Sumu-abum, está
claro que debió ser sucedido por Manana en los tres años siguientes a su
capitulación ante Babilonia. Durante los años siguientes el trono de Kish fue
ocupado por al menos tres gobernantes en rápida sucesión, Sumu-Ditana, Iawium y
Khalium, ya que sabemos que para el decimotercer año de Sumu-La-Ilum, que
sucedió a Sumu-Abum en el trono de Babilonia, la ciudad de Kish se había
rebelado y había sido finalmente anexionada.
La conquista
de Kazallu, que Sumu-Abum llevó a cabo en el penúltimo año de su reinado, fue
la más importante de las primeras victorias de Babilonia, pues marcó una
extensión de su influencia más allá de los límites de Acad. La ciudad parece
haber quedado al este del Tigris, y los dos imperios más poderosos de la
historia pasada de Babilonia habían entrado cada uno en conflicto activo con
ella durante los primeros años de su existencia. Su conquista por parte de Acad
fue considerada en la tradición babilónica como el logro más notable del
reinado de Sargón y, en un período posterior, Dungi de Ur, tras capturar la
ciudad fronteriza elamita de Der, había extendido su imperio hacia el norte o
el este incluyendo Kazallu dentro de sus fronteras. La conquista de Sumu-Abum
fue probablemente poco más que una incursión exitosa, ya que en el reinado de
Sumu-La-Ilum Kazallu atacó a su vez Babilonia y, al ocupar plenamente sus
energías, retrasó su expansión hacia el sur durante algunos años.
En la
primera parte de su reinado, Sumu-La-Ilum parece haberse dedicado a consolidar
la posición que su predecesor había asegurado y a mejorar los recursos internos
de su reino. El canal de Shamash-khegallum, que cortó inmediatamente después de
su llegada, se encontraba probablemente en las cercanías de Sippar; y más tarde
mejoró aún más el sistema de riego del país con un segundo canal al que dio su
propio nombre. La política que inauguró de este modo fue mantenida
enérgicamente por sus sucesores, y gran parte de la riqueza y prosperidad de
Babilonia bajo sus primeros reyes puede atribuirse al cuidado que prodigaron
para aumentar la superficie de tierra cultivada. Sumu-La-Ilum también
reconstruyó el gran muro de fortificación de su capital, pero durante sus
primeros doce años sólo registra una expedición militar. Fue en su decimotercer
año cuando la revuelta y reconquista de Kish puso fin a este periodo de
desarrollo pacífico.
La
importancia concedida por Babilonia a la supresión de esta revuelta queda atestiguada
por el hecho de que durante cinco años constituyó una época para la datación de
documentos, que sólo se interrumpió cuando la ciudad de Kazallu, bajo el
liderazgo de Iakhzir-Ilum, administró una nueva sacudida al creciente reino
mediante una invasión del territorio babilónico. Iakhzir-Ilum parece haber
asegurado la cooperación de Kish incitándola una vez más a la rebelión, ya que
en el año siguiente Babilonia destruyó el muro de Anu en esa ciudad; y, tras
restablecer su autoridad allí, dedicó su siguiente campaña a llevar la guerra
al país enemigo. El hecho de que la posterior conquista de Kazallu y la derrota
de su ejército no ofrecieran un nuevo tema para una era naciente en la
cronología debe explicarse por lo incompleto de la victoria; ya que Iakhzir-ilum
escapó al destino que le esperaba a su ciudad, y sólo después de cinco años de
resistencia continuada fue finalmente derrotado y asesinado.
Después de
deshacerse de esta fuente de peligro de más allá del Tigris, Sumu-La-Ilum
continuó la política de anexión de su predecesor dentro de los límites de Acad.
En su vigésimo séptimo año conmemora la destrucción y reconstrucción de la
muralla de Cuthah, dando a entender que la ciudad había mantenido hasta
entonces su independencia y ahora sólo la cedía a la fuerza de las armas. Es
significativo que en el mismo año registre que trató el muro del dios Zakar de
forma similar, ya que Dur-Zakar era una de las defensas de Nippur, y se
encontraba dentro de la zona de la ciudad o en su vecindad inmediata. Así pues,
ese año parece marcar la primera apuesta de Babilonia por el dominio de Sumer,
así como de Acad, ya que se consideraba que la posesión de la ciudad central
conllevaba el derecho de soberanía sobre todo el país. También es digno de
mención que este éxito parece corresponder a un período de gran agitación en
Nisin, en el sur de Babilonia.
Durante el
período anterior de cuarenta años, las ciudades del sur habían seguido
gobernando dentro de su territorio sin interferencia de Babilonia. A pesar de
la creciente influencia de Sumu-Abum en el norte de Babilonia, Ur-Ninib de
Isin había reclamado el control de Acad en virtud de su posesión de Nippur,
aunque su autoridad no puede haber sido reconocida mucho más al norte. Al igual
que el anterior rey de Nisin, Ishme-Dagan, se autodenominó además Señor de Erec
y patrón de Nippur, Ur y Eridu, y lo mismo hizo su hijo Bur-Sin II, que sucedió
a su padre tras el largo reinado de éste de veintiocho años. Del grupo de
ciudades del sur, sólo Larsa continuó ostentando una línea de gobernantes
independientes, habiendo pasado el trono de Gungunum sucesivamente a Abi-sare y
Sumu-Ilum; y en el reinado de este último parece que Larsa llegó a desbancar a
Nisin de la hegemonía en Sumer durante un tiempo. Pues hemos recuperado en Tello
la figura votiva de un perro, que cierto sacerdote de Lagash llamado Abba-Dugga
dedicó a una diosa en su nombre, y en la inscripción se refiere a Sumu-Ilum
como rey de Ur, lo que demuestra que la ciudad había pasado del control de
Isin al de Larsa. La diosa a la que se hizo la dedicatoria era Nin-Isin,
la Señora de Isin, un hecho que sugiere la posibilidad adicional
de que la propia Isin haya reconocido a Sumu-Ilum durante un tiempo. Cabe
señalar que en la lista de reyes de Isin falta un nombre después de los de
Iter-Pisha y Ura-Imitti, que siguieron a Bur-Sin en el trono en rápida
sucesión. Según la tradición posterior, Ura-Imitti había nombrado a su
jardinero, Enlil-Bani, para que le sucediera, y en la lista se registra que el
gobernante que falta reinó en Isin durante seis meses antes de la llegada de
Enlil-Bani. Quizás sea posible que debamos restituir su nombre como el de
Sumu-ilum de Larsa, que pudo haber aprovechado los problemas internos de Nisin,
no sólo para anexionarse Ur, sino para colocarse durante unos meses en el trono
rival, hasta ser expulsado por Enlil-Bani. Sea como fuere, lo cierto es que
Larsa se benefició de los disturbios de Isin, y quizá también podamos
relacionar con ello la exitosa incursión de Babilonia en el sur.
No hay duda
de que Sumu-La-Ilum fue el verdadero fundador de la grandeza de Babilonia como
potencia militar. Tenemos el testimonio de su posterior descendiente
Samsuiluna sobre la importancia estratégica de las fortalezas que construyó
para proteger la extensa frontera de su país; y, aunque Dur-Zakar de Nippur es
la única cuya posición puede ser identificada de forma aproximada, podemos
suponer que la mayoría de ellas se encontraban a lo largo de los lados este y
sur de Akkad, donde debía preverse el mayor peligro de invasión. No parece que
la propia Nippur pasara en esta época bajo algo más que un control temporal por
parte de Babilonia, y podemos suponer que, tras su exitosa incursión,
Sumu-La-Ilum se contentó con permanecer dentro de los límites de Acad, que reforzó
con su línea de fortalezas. En sus últimos años ocupó la ciudad de Barzi, y
llevó a cabo algunas operaciones militares más, cuyos detalles no hemos
recuperado; pero esos fueron los últimos esfuerzos por parte de Babilonia
durante más de una generación.
La pausa en
la expansión dio a Babilonia la oportunidad de administrar sus recursos,
después de que el primer esfuerzo de conquista se hubiera hecho permanente en
su efecto por Sumu-La-Ilum. Sus dos sucesores inmediatos, Zabum y Apil-Sin, se
ocuparon de la administración interna de su reino y limitaron sus actividades
militares a mantener intacta la frontera. Zabum registra, en efecto, un exitoso
ataque a kazallu, sin duda obligado por una nueva agresión por parte de esa
ciudad; pero sus otros logros más notables fueron la fortificación de
Kar-Shamash y la construcción de un canal o embalse. Igualmente accidentado fue
el reinado de Apil-Sin, pues aunque Dur-Muti, cuya muralla reconstruyó, pudo
ser adquirida como resultado de la conquista, también él se ocupó
principalmente de la consolidación y mejora del territorio ya ganado. Reforzó
las murallas de Barzi y Babilonia, cortó dos canales y reconstruyó algunos de
los grandes templos. Como resultado de su desarrollo pacífico durante este
periodo, el país se vio capacitado para una lucha aún mayor, que iba a liberar
a Sumer y Acad de una dominación extranjera y, al vencer al invasor, iba a
situar a Babilonia durante un tiempo a la cabeza de un imperio más poderoso y
unido de lo que se había visto hasta entonces a orillas del Eufrates.
El nuevo
enemigo del país era su viejo rival Elam, que más de una vez había afectado
mediante una invasión exitosa el curso de los asuntos babilónicos. Pero en esta
ocasión hizo algo más que asaltar, acosar y devolver: se anexionó la ciudad de
Larsa y, utilizándola como centro de control, intentó extender su influencia a
toda Sumer y Acad. Fue al final del reinado de Apil-Sin en Babilonia cuando
Kudur-Mabuk, el gobernante de Elam occidental, conocido en este periodo como la
tierra de Emutbal, invadió el sur de Babilonia y, tras deponer a Sili-Adad de
Larsa, instaló a su propio hijo Warad-Sin en el trono. Es un testimonio de la
grandeza de este logro, que Larsa había disfrutado durante algún tiempo sobre
Isin la posición de ciudad líder en Sumer. Nur-Adad, el sucesor de Sumu-Ilum,
había conservado el control de la vecina ciudad de Ur y, aunque Enlil-Bani de
Isin había seguido reclamando ser rey de Sumer y Acad, este orgulloso título
fue arrebatado a Zambia o a su sucesor por Sin-Idinnam, el hijo de Nur-Adad. De
hecho, Sin-Idinnam, en los ladrillos de Mukayyar que se encuentran en el Museo
Británico, hace referencia a los logros militares con los que había ganado el
puesto para su ciudad. En el texto, su objeto es registrar la reconstrucción
del templo del dios de la Luna en Ur, pero relata que llevó a cabo esta obra
después de haber asegurado los cimientos del trono de Larsa y de haber abatido
a todos sus enemigos con la espada. Es probable que sus tres sucesores en el
trono, que reinaron menos de diez años entre ambos, no consiguieran mantener su
nivel de logros, y que Sin-Magir recuperara la hegemonía para Isin. Pero Ur,
sin duda, permaneció bajo la administración de Larsa, y no fue una ciudad
insignificante ni inferior la que kudur-Mabuk tomó y ocupó.
El elamita
había visto su oportunidad en los continuos conflictos que tenían lugar entre
las dos ciudades rivales de Sumer. En su pugna por la hegemonía, Larsa había
salido airosa durante un tiempo, pero seguía siendo la ciudad más débil y sin
duda estaba más expuesta a los ataques del otro lado del Tigris. De ahí que
fuera elegida por Kudur-Mabuk como base para su intento de conquista del país
en su conjunto. Él mismo conservó su posición en Elam como Adda de Emutbal;
pero instaló a sus dos hijos, Warad-Sin y Rim-Sin, sucesivamente en el trono de
Larsa, y les animó a atacar Isin y a reclamar el dominio de Sumer y Acad. Pero
el éxito que acompañó a sus esfuerzos hizo que Babilonia entrara pronto en
escena, y tenemos el curioso espectáculo de una contienda a tres bandas, en la
que Isin está en guerra con Elam, mientras que Babilonia está en guerra a su
vez con ambos. El hecho de que Sin-Muballit, el hijo de Apil-Sin, no se
combinara con Isin para expulsar al invasor del suelo babilónico, puede haber
jugado al principio a favor de los elamitas. Pero no hay que olvidar que los
semitas occidentales de Babilonia eran todavía una aristocracia conquistadora,
y sus simpatías estaban lejos de implicarse en el destino de cualquier parte de
Sumer. Tanto Elam como Babilonia debieron prever que la captura de Isin
supondría una ventaja decisiva para el vencedor, y cada uno se contentó con
verla debilitada con la esperanza del éxito final. Cuando Rim-Sin resultó
realmente vencedor en la larga lucha, y Larsa, bajo su égida, heredó las
tradiciones así como los recursos materiales de la dinastía Isin, la contienda
a tres bandas se redujo a un duelo entre Babilonia y una Larsa más poderosa.
Luego, durante una generación, se produjo una feroz lucha entre las dos razas
invasoras, Elam y los semitas occidentales, por la posesión del país; y el
hecho de que Hammurabi, hijo de Sin-Muballit, saliera victorioso, justificaba
plenamente la política de su padre de evitar cualquier alianza con el sur. Los
semitas occidentales se mostraron al final lo suficientemente fuertes como para
vencer al conquistador de Isin, y así quedaron en posesión indiscutible de toda
Babilonia.
Es posible,
con la ayuda de las fórmulas de datación y de las inscripciones votivas de la
época, seguir a grandes rasgos las principales características de esta notable
lucha. Al principio, la presencia de Kudur-Mabuk en Sumer se limitaba a la
ciudad de Larsa, aunque incluso entonces reivindicaba el título de Adda de
Amurru, una referencia que quizá se explique por el sugerido origen amorreo de
las dinastías de Larsa y Isin, y que refleja una reivindicación de la soberanía
de la tierra de la que, en todo caso, se jactaban sus enemigos del norte.
Warad-Sin, al subir al trono, asumió simplemente el título de rey de Larsa,
pero pronto lo encontramos convirtiéndose en el patrón de Ur, y construyendo un
gran muro de fortificación en esa ciudad. Luego extendió su autoridad al sur y
al este, cayendo Eridu, Lagash y Girsu ante sus brazos o sometiéndose a su soberanía.
Durante este periodo Babilonia permaneció alejada en el norte, y Sin-Muballit
se ocupó de cortar canales y fortificar ciudades, algunas de las cuales quizás
ocupó por primera vez. Sólo en su decimocuarto año, después de que Warad-Sin
fuera sucedido en Larsa por su hermano Rim-Sin, tenemos pruebas de que
Babilonia tomó parte activa en la oposición a las pretensiones elamitas.
En ese año
Sin-Muballit registra que mató al ejército de Ur con la espada, y, como sabemos
que Ur era en ese momento una ciudad vasalla de Larsa, está claro que el
ejército al que se refiere era uno de los que estaban bajo el mando de Rim-Sin.
Tres años más tarde transfirió su atención de Larsa a Isin, entonces bajo el
control de Damik-Ilishu, el hijo y sucesor de Sin-Magir. En esa ocasión
Sin-Muballit conmemora su conquista de Nisin, pero debió de ser poco más que
una victoria en el campo de batalla, pues Damik-Ilishu no perdió ni su ciudad
ni su independencia. En el último año de su reinado encontramos a Sin-Muballit
luchando en el otro frente, y afirmando haber matado con la espada al ejército
de Larsa. Está claro que en estos últimos siete años de su reinado Babilonia
demostró ser capaz de frenar cualquier invasión hacia el norte por parte de
Larsa y los elamitas, y, mediante la continuación de la política de
fortificación de sus ciudades vasallas, allanó el camino para una ofensiva más
vigorosa por parte de Hammurabi, hijo y sucesor de Sin-Muballit. Mientras
tanto, la desafortunada ciudad de Isin se encontraba entre dos fuegos, aunque
durante unos años más Damik-Ilishu logró vencer a sus dos oponentes.
Los éxitos
militares de Hammurabi se enmarcan en dos períodos claramente definidos, el
primero durante los cinco años que siguieron a su sexto año de gobierno en
Babilonia, y un segundo período, de diez años de duración, que comenzó con el
decimotercero de su reinado. A su llegada parece haber inaugurado las reformas
en la administración interna del país, que culminaron hacia el final de su vida
con la promulgación de su famoso Código de Leyes; pues se conmemora su segundo
año como aquel en el que estableció la rectitud en la tierra. Los años
siguientes fueron sin incidentes, siendo los actos reales más importantes la
instalación del sacerdote principal en Kashbaran, la construcción de un muro
para el Gagum, o gran Claustro de Sippar, y de un templo a Nannar en Babilonia.
Pero con su séptimo año encontramos su primera referencia a una campaña militar
en una reivindicación de la captura de Erech y Isin. Este éxito temporal contra
Damik-Ilishu de Isin fue sin duda una amenaza para los planes de Kim-Sin en
Larsa, y parece que Kudur-Mabuk acudió en ayuda de su hijo amenazando la
frontera oriental de Babilonia. En cualquier caso, Hammurabi registra un
conflicto con la tierra de Emutbal en su octavo año, y, aunque el ataque parece
haber sido rechazado con éxito con una ganancia de territorio para Babilonia,
la distracción tuvo éxito. Rim-Sin aprovechó el respiro así obtenido para
renovar su ataque con mayor vigor sobre Isin, y en el año siguiente, el
decimoséptimo de su propio reinado, la famosa ciudad cayó, y Larsa bajo su
gobernante elamita se aseguró la hegemonía en toda la Babilonia central y
meridional.
La victoria
de Rim-Sin debió ser un duro golpe para Babilonia, y parece que al principio no
intentó recuperar su posición en el sur, ya que Hammurabi se ocupó de una
incursión en Malgum en el oeste y de la captura de las ciudades de Rabikum y
Shalibi. Pero estos fueron los últimos éxitos durante su primer período
militar, y durante los diecinueve años siguientes Babilonia no consiguió nada
de naturaleza similar para conmemorar en sus fórmulas de fechas. En su mayor
parte, los años llevan el nombre de la dedicación de estatuas y la construcción
y el enriquecimiento de templos. Se cortó un canal, y el proceso de
fortificación continuó, poniendo a Sippar especialmente en un estado de defensa
completo. Pero las pruebas negativas aportadas por la fórmula... para este
periodo sugieren que fue uno en el que Babilonia fracasó completamente en cualquier
intento que pudiera haber hecho para obstaculizar el crecimiento del poder de
Larsa en el sur.
Además de su
capital, Rim-Sin había heredado de su hermano el control del grupo de ciudades
del sur, Ur, Erech, Girsu y Lagash, todas ellas situadas al este de Larsa y más
cerca de la costa; y probablemente fue antes de su conquista de Nisin cuando
tomó Erech de manos de Damik-Ilishu, que había sido atacado allí por Hammurabi
dos años antes. Pues en más de una de sus inscripciones Rim-Sin se refiere a la
época en que Anu, Enlil y Enki, los grandes dioses, habían entregado en sus
manos la bella ciudad de Erec. También sabemos que tomó Kisurra, reconstruyó la
muralla de Zabilum y extendió su autoridad sobre Kesh, cuya diosa Ninmakh,
según relata, le otorgó la realeza sobre todo el país. El resultado más notable
de su conquista de Nisin fue la posesión de Nippur, que ahora pasó a sus manos
y regularizó su anterior pretensión de gobernar Sumer y Acad. A partir de
entonces se describe a sí mismo como el exaltado Príncipe de Nippur, o como el
pastor de toda la tierra de Nippur; y poseemos una interesante confirmación de
su reconocimiento allí en un cono de arcilla con una inscripción de una
dedicatoria para la prolongación de su vida por parte de un ciudadano
particular, un tal Ninib-Gamil.
Que el
gobierno de Rim-Sin en Sumer estuvo acompañado de una gran prosperidad en todo
el país, lo atestiguan los numerosos documentos comerciales que se han
recuperado tanto en Nippur como en Larsa y que están fechados en la época de su
toma de Isin. También hay pruebas de que se dedicó a mejorar el sistema de
riego y de transporte por agua. Canalizó una sección en el curso inferior del
Eufrates y excavó el Tigris hasta el mar, eliminando sin duda de su cauce
principal una acumulación de limo que no sólo dificultaba el tráfico sino que
aumentaba el peligro de inundaciones y el crecimiento de la zona pantanosa.
También cortó el canal de Mashtabba, y otros en Nippur y en el río Khabilu.
Parece que, a pesar de su extracción elamita y de las íntimas relaciones que
siguió manteniendo con su padre Kudur-Mabuk, se identificó completamente con el
país de su adopción, pues en el transcurso de su larga vida se casó dos veces,
y sus dos esposas, a juzgar por los nombres de sus padres, eran de ascendencia
semítica.
No fue hasta
que pasó casi una generación, después de la captura de Nisin por Rim-Sin, que
Hammurabi hizo algún avance contra la dominación elamita, que durante tanto
tiempo había detenido cualquier aumento del poder de Babilonia. Pero su éxito,
cuando llegó, fue completo y duradero. En su trigésimo año registra que derrotó
al ejército de Elam, y en la siguiente campaña siguió esta victoria invadiendo
la tierra de Emutbal, infligiendo una derrota final a los elamitas, y
capturando y anexionando Larsa. El propio Rim-Sin parece haber sobrevivido
durante muchos años, y haber dado más problemas a Babilonia en el reinado del
hijo de Hammurabi, Samsuiluna. Y las pruebas parecen demostrar que durante
algunos años al menos se le concedió la posición de gobernante vasallo en
Larsa. Según esta suposición, Hammurabi, tras su conquista de Sumer, habría
tratado a la antigua capital de la misma manera que Sumu-Abum trató a Kish.
Pero parece que después de un tiempo Larsa debió de ser privada de muchos de
sus privilegios, incluido el de continuar con su propia era de cronometraje; y
las cartas de Hammurabi a Sin-Idinnam, su representante local, no dan ningún
indicio de un gobierno dividido. Quizá podamos suponer que la posterior
revuelta de Rim-Sin se debió al resentimiento por este trato, y que en el
reinado de Samsuiluna aprovechó una oportunidad favorable para hacer una apuesta
más por el gobierno independiente en Babilonia.
La derrota
de Rim-Sin, y la anexión de Sumer a Babilonia, liberó a Hammurabi para la tarea
de extender su imperio por sus otros tres lados. Durante estos últimos años
hizo dos incursiones exitosas en el país elamita de Tupliash o Ashnunnak, y en
el oeste destruyó las murallas de Mari y Malgum, derrotó a los ejércitos de
Turukkum, kagmum y Subartu, y en su trigésimo noveno año registra que destruyó
a todos sus enemigos que habitaban junto a Subartu. Es probable que incluya a
Asiria bajo el término geográfico de Subartu, pues tanto Asur como Nínive
estaban sometidas a su dominio; y una de sus cartas demuestra que su ocupación
de Asiria era de carácter permanente, y que su autoridad se mantenía mediante guarniciones
de tropas babilónicas. Hammurabi nos dice también, en el Prólogo de su Código
de Leyes, que subyugó los asentamientos del Eufrates, lo que
implica la conquista de reinos locales de la región occidental como el de
Khana. Por tanto, podemos considerar que el área de sus actividades militares
en el oeste se extendía hasta las fronteras de Siria. Hasta el final de su
reinado siguió mejorando las defensas de su país, ya que dedicó sus dos últimos
años a reconstruir la gran fortificación de Kar-Shamash en el Tigris y la
muralla de Rabikum en el Éufrates, y volvió a reforzar la muralla de la ciudad
de Sippar. Sus inscripciones de edificios también dan testimonio de su mayor
actividad en la reconstrucción de templos durante sus últimos años.
Se puede hacer
una estimación de la extensión del imperio de Hammurabi a partir del registro
muy exhaustivo de sus actividades que él mismo redactó como Prólogo a su
Código. Allí enumera las grandes ciudades de su reino y los beneficios que
confirió a cada una de ellas. La lista de ciudades no está elaborada con ningún
objetivo administrativo, sino desde un punto de vista puramente religioso, ya
que el relato de su trato con cada ciudad va seguido de una referencia a lo que
ha hecho por su templo y su ciudad-dios. De ahí que la mayoría de las ciudades
no estén ordenadas sobre una base geográfica, sino de acuerdo con su rango
relativo como centros de culto religioso. Nippur encabeza naturalmente la
lista, y su posesión en esta época por parte de Babilonia tuvo, como veremos,
efectos de gran alcance en el desarrollo de la mitología y el sistema religioso
del país. Le sigue en orden Eridu, en virtud de la gran antigüedad y santidad
de su oráculo local. Babilonia, como capital, viene en tercer lugar, y luego
los grandes centros de culto a la Luna y al Sol, seguidos por las otras grandes
ciudades y santuarios de Sumer y Acad, caracterizando el rey los beneficios que
ha otorgado a cada uno. La lista incluye algunas de sus conquistas occidentales
y termina con Asur y Nínive. Es significativo del carácter racial de su
dinastía que Hammurabi atribuya aquí sus victorias en el Éufrates medio a
la fuerza de Dagan, su creador, demostrando que, como sus
antepasados antes que él, seguía estando orgulloso de su ascendencia occidental.
En vista de
las relaciones más estrechas que se habían establecido ahora entre Babilonia y
Occidente, puede ser interesante recordar que un eco de estos tiempos
turbulentos encontró su camino en las primeras tradiciones de los hebreos, y se
ha conservado en el Libro del Génesis. Allí se relata que Amraphel, rey de
Shinar, Arioch, rey de Ellasar, Chedorlaomer, rey de Elam, y Tidal, rey de
Goiim o de las naciones, actuando como miembros de una
confederación, invadieron el este de Palestina para someter a las tribus
rebeldes de ese distrito. Chedorlaomer es representado como el jefe de la
confederación, y aunque no conocemos a ningún gobernante elamita con ese
nombre, hemos visto que Elam en este periodo había ejercido el control sobre
una gran parte del sur y el centro de Babilonia, y que su capital babilónica
era la ciudad de Larsa, con la que ciertamente hay que identificar al Ellasar
de la tradición hebrea. Además, Kudur-Mabuk, el fundador histórico de la
dominación elamita en Babilonia, reclamó el título de Adda o gobernante de los
amorreos. Amrafel de Sinar bien puede ser el propio Hammurabi de Babilonia,
aunque, lejos de reconocer la soberanía de los elamitas, fue su principal
antagonista y puso fin a su dominación. Tidal es un nombre puramente hitita, y
es significativo que el final de la poderosa dinastía de Hammurabi se viera
acelerado, como veremos más adelante, por una invasión de tribus hititas. Así
pues, todas las grandes naciones que se mencionan en este pasaje del Génesis
estaban realmente en el escenario de la historia en esta época, y, aunque
todavía no hemos encontrado ningún rastro en las fuentes seculares de una
confederación de este tipo bajo el liderazgo de Elam, el registro hebreo
representa un estado de cosas en Asia occidental que no era imposible durante
la primera mitad del reinado de Hammurabi.
Aunque
Sumu-La-Ilum puede haber sentado las bases del poder militar de Babilonia,
Hammurabi fue el verdadero fundador de su grandeza. A sus logros militares
añadió un genio para los detalles administrativos, y sus cartas y despachos,
que se han recuperado, lo revelan como en control activo incluso de los
funcionarios subordinados estacionados en ciudades distantes de su imperio. Que
hubiera supervisado asuntos de importancia pública es lo que naturalmente
cabría esperar; pero también le vemos investigando quejas y disputas bastante
triviales entre las clases más humildes de sus súbditos, y a menudo devolviendo
un caso para que se vuelva a juzgar o para que se haga un nuevo informe. De
hecho, la fama de Hammurabi siempre descansará en sus logros como legislador, y
en el gran código legal que redactó para su uso en todo su imperio. Es cierto
que este elaborado sistema de leyes, que trata en detalle todas las clases de
la población, desde los nobles hasta los esclavos, no fue obra creativa del
propio Hammurabi. Como todos los demás códigos legales antiguos, se regía
estrictamente por los precedentes y, en los casos en que no incorporaba
colecciones de leyes anteriores, se basaba en una cuidadosa consideración de la
costumbre establecida. El gran logro de Hammurabi fue la codificación de esta
masa de leyes y la rígida aplicación de las disposiciones del código resultante
en todo el territorio de Babilonia. Sus disposiciones reflejan el entusiasmo del
propio rey, del que sus cartas dan prueba independiente, por la causa de las
clases más humildes y oprimidas de sus súbditos. Numerosos documentos jurídicos
y comerciales atestiguan también la forma en que se llevaron a cabo sus
disposiciones, y tenemos pruebas de que el sistema legislativo así establecido
siguió en vigor en la práctica durante los períodos posteriores. Puede ser
bueno, entonces, detenerse en la época de Hammurabi, para conocer los rasgos
principales de la civilización babilónica temprana, y estimar su influencia en
el desarrollo posterior del país.
LA ÉPOCA DE HAMMURABI Y SU INFLUENCIA EN PERÍODOS POSTERIORES
De ningún
otro período de la historia de Babilonia tenemos un conocimiento tan íntimo
como el de los reyes semitas occidentales bajo los cuales la ciudad alcanzó por
primera vez el rango de capital. Fue una época de crecimiento extenuante, en el
curso de la cual la larga lucha por la lengua y el dominio racial se decidió a
favor de los semitas. Pero la victoria no supuso una ruptura de la continuidad,
ya que todos los elementos esenciales de la cultura sumeria se conservaron, ya
que la propia duración de la lucha resultó ser el principal factor para
asegurar su supervivencia. Hubo una asimilación gradual por ambas partes,
aunque naturalmente el sumerio tenía más que dar y, a pesar de su desaparición
política, siguió ejerciendo una influencia indirecta. Esto lo debió en su mayor
parte a la energía del semita occidental, que completó la tarea de transformar
una cultura moribunda, para que en su nueva encarnación pudiera ser aceptada
por los hombres de una raza más reciente.
La época de
Hammurabi fue de transición, y afortunadamente hemos recuperado un gran
conjunto de pruebas contemporáneas en las que basar un análisis de su
estructura social y política. Por un lado, el gran Código de Leyes nos
proporciona el ideal administrativo del Estado y la norma de justicia. Por
otro, tenemos las cartas de los propios reyes y los documentos comerciales y
jurídicos de la época para demostrar que el Código no era letra muerta, sino
que se ajustaba con precisión a las condiciones de la época. Hace tiempo que se
reconoce la posibilidad de que existan códigos similares de origen sumerio
temprano, y recientemente se ha recuperado una copia de uno de ellos, en una
tablilla del periodo de Hammurabi. Pero el valor del Código de Hammurabi no
reside tanto en la pretensión de una amplia originalidad como en su
correspondencia con las necesidades contemporáneas. Así, constituye un
testimonio de primer orden sobre los temas que trata, y allí donde no da
información, las cartas y los contratos de la época nos permiten a menudo
suplir la deficiencia.
A efectos
legislativos, la comunidad babilónica estaba dividida en tres clases o grados
principales de la sociedad, que correspondían a estratos bien definidos del
sistema social. La clase más alta o superior abarcaba a todos los funcionarios
o ministros adscritos a la corte, a los altos funcionarios y servidores del
Estado y a los propietarios de considerables bienes raíces. Pero la riqueza o
la posición no constituían la única cualificación que distinguía a los miembros
de la clase alta de la inmediatamente inferior. De hecho, aunque la mayoría de
sus miembros , gozaban de estas ventajas, era posible que un hombre las
perdiera por su propia culpa o desgracia y, sin embargo, conservara su posición
social y sus privilegios. Parece, pues, que la distinción se basaba en una
calificación racial, y que la clase alta, o los nobles, como quizá podamos
llamarlos, eran hombres de la raza predominante, surgidos del tronco semítico
occidental o amorreo que había dado a Babilonia su primera dinastía
independiente. Con el paso del tiempo su pureza racial tendería a diluirse por
los matrimonios mixtos con los habitantes más antiguos, especialmente allí
donde éstos habían echado su suerte con los invasores y habían abrazado su
causa. Incluso es posible que algunos de estos últimos hubieran obtenido desde
el principio el reconocimiento en sus filas a cambio de un servicio militar o
político. Pero, hablando en términos generales, podemos considerar que la clase
más alta del orden social representaba una aristocracia racial que se había
impuesto.
La segunda
clase de la población comprendía el gran cuerpo de hombres libres que no
entraban en las filas de los nobles; de hecho, formaban una clase media entre
la aristocracia y los esclavos. Llevaban un título que en sí mismo implicaba un
estado de inferioridad, y aunque no eran necesariamente pobres y podían poseer
esclavos y propiedades, no compartían los privilegios de la clase alta. Es
probable que representaran la raza sujeta, derivada en parte del antiguo
elemento sumerio de la población, en parte de la cepa semítica que se había
asentado durante mucho tiempo en el norte de Babilonia y que, por las
relaciones y los matrimonios mixtos, había perdido gran parte de su pureza
facial e independencia. La diferencia que dividía y marcaba entre sí a estas
dos grandes clases de hombres libres de la población queda bien ilustrada por
la escala de pagos como compensación por daños que estaban obligados a hacer o
tenían derecho a recibir. Así, si un noble era culpable de robar un buey, u
otro animal, o una embarcación, que era propiedad privada o del templo, tenía
que pagar treinta veces su valor como compensación; mientras que, si el
ladrón era un miembro de la clase media, la pena se reducía a diez veces el
precio, y, si no tenía bienes con los que pagar, era condenado a muerte. La
pena por homicidio involuntario también era menor si el agresor era un hombre
de la clase media; podía obtener el divorcio de forma más barata, y pagaba a su
médico o cirujano una tarifa menor por una operación exitosa. Por otro lado,
estos privilegios se contrarrestaban con la correspondiente disminución del valor
al que se tasaban su vida y sus miembros.
Que una
distinción racial subyacía a la diferencia de posición social y de posición es
sugerido por las penas vigentes para la agresión, según las cuales un noble
podía exigir una represalia exacta por las lesiones de uno de su propia clase,
mientras que se limitaba a pagar una indemnización en dinero a cualquier hombre
de la clase media al que hubiera herido. Así, si un noble le sacaba un ojo o un
diente a otro, su propio ojo o su propio diente era sacado a cambio, y si
rompía el miembro de uno de los miembros de su propia clase, se le rompía el
miembro correspondiente; pero, si le sacaba el ojo a un miembro de la clase
media, o le rompía el miembro, se le imponía una multa de un maneh de plata, y
por sacarle el diente a dicho hombre, se le imponía una multa de un tercio de
maneh. Otros reglamentos señalan una división similar en los estratos sociales,
que se explica mejor por una diferencia de raza. Así, si dos miembros de la
misma clase discutían y uno de ellos realizaba una agresión peculiarmente
impropia del otro, el agresor sólo era multado, siendo la multa mayor si la
disputa era entre dos nobles. Pero si tal agresión era realizada por un miembro
de la clase media sobre un noble, el agresor era castigado con una paliza
pública en presencia de la asamblea, en la que recibía sesenta azotes de un
azote de cuero de buey.
La tercera y
más baja clase de la comunidad eran los esclavos, que eran propiedad de las dos
clases altas, pero eran naturalmente más numerosos en los hogares de los nobles
y en sus fincas. El esclavo era propiedad absoluta de su amo, y en las tablas
de contratos se le llama a menudo una cabeza, como si fuera un simple
animal. Cambiaba constantemente de manos, por venta, legado o cuando se
empeñaba temporalmente por una deuda. Por las faltas cometidas se exponía a
severos castigos, como el corte de la oreja, que era la pena por negar a su
amo, o por cometer una agresión agravada contra un noble. Pero, en general, su
suerte no era especialmente dura, ya que era un miembro reconocido de la casa de
su amo y, como pieza valiosa de su propiedad, era evidente que a su dueño le
interesaba mantenerlo sano y en buenas condiciones. De hecho, el valor del
esclavo queda atestiguado por la severidad de las penas impuestas por
secuestrar un esclavo o una esclava de la casa de su dueño y sacarlo de la
ciudad, ya que en tal caso se imponía la pena de muerte, así como a quien
albergara y tomara posesión de un esclavo fugitivo. Por otra parte, el
propietario pagaba una recompensa fija a quien capturara y trajera de vuelta a
una fugitiva. También se ideó una legislación especial con el objetivo de
dificultar el robo de esclavos y facilitar su detección. Así, si un marcador
ponía una marca a un esclavo sin el consentimiento del propietario, se exponía
a que le cortaran las manos; y, si podía demostrar que lo había hecho por haber
sido engañado por otro hombre, éste era condenado a muerte. Había un comercio
regular de esclavos, y sin duda su número aumentaba constantemente con los
cautivos tomados en la guerra.
Aunque los
esclavos, como clase, tenían pocos derechos propios, existían normas según las
cuales, en determinadas circunstancias, podían adquirirlos, e incluso obtener
su libertad. Así, era posible que un esclavo industrioso, mientras seguía al
servicio de su amo, adquiriera propiedades propias, o un esclavo podía heredar
riquezas de sus parientes; y, en tales circunstancias, podía, con el
consentimiento de su amo, comprar su libertad. Además, si un esclavo era
capturado por el enemigo y llevado a una tierra extranjera y vendido, y luego
era traído de vuelta por su nuevo dueño a su propio país, podía reclamar su
libertad sin tener que pagar una indemnización a ninguno de sus amos. Además,
un esclavo podía adquirir ciertos derechos mientras seguía siendo esclavo. Así,
si el propietario de una esclava había engendrado hijos con ella, no podía
utilizarla como pago de una deuda; y, en caso de haberlo hecho, estaba obligado
a rescatarla pagando el importe original de la deuda en dinero. También era
posible que un esclavo varón, ya fuera propiedad de un noble o de un miembro de
la clase media, se casara con una mujer libre, y si lo hacía sus hijos eran
libres y no pasaban a ser propiedad de su amo. También su esposa, si era una
mujer libre, conservaba su porción matrimonial a la muerte de su marido, y
suponiendo que la pareja hubiera adquirido bienes durante el tiempo que
vivieron juntos como marido y mujer, el propietario del esclavo sólo podía
reclamar la mitad de dichos bienes, quedando la otra mitad en poder de la mujer
libre para su propio uso y el de sus hijos. El mero hecho de que tal unión
fuera posible sugiere que no había una división muy marcada entre el estatus
social de la mejor clase de esclavos y el de los más humildes, miembros de la
clase media.
El cultivo
de la tierra, que constituía la principal fuente de riqueza de Babilonia, se
realizaba principalmente con mano de obra esclava, bajo el control de las dos
clases superiores de la población. La tierra en sí estaba en gran parte en
manos de la corona, los templos y los grandes nobles y comerciantes
propietarios de tierras; e, incluyendo la que aún estaba en posesión comunal o
tribal, una proporción muy grande se cultivaba en arrendamiento. La práctica
habitual en el alquiler de tierras para su cultivo era que el arrendatario
pagara su renta en especie, cediendo una determinada proporción de la cosecha,
generalmente un tercio o la mitad, al propietario, que adelantaba el grano. El
arrendatario estaba obligado a labrar la tierra y a obtener una cosecha, y en caso
de no hacerlo debía pagar al propietario lo que se consideraba la renta media
de la tierra, y también debía roturar la tierra y ararla antes de devolverla.
Estaban en vigor elaborados reglamentos para ajustar los deberes y
responsabilidades del terrateniente, por un lado, y lo que le correspondía a su
arrendatario, por otro. Como la renta de un campo se calculaba normalmente en
el momento de la cosecha, y su importe dependía del tamaño de la misma, habría
sido injusto que los daños sufridos por la cosecha a causa de una inundación o
una tormenta fueran compensados por el arrendatario; tal pérdida era compartida
a partes iguales por el propietario del campo y el agricultor, aunque, si este
último ya había pagado su renta en el momento en que se produjo el daño, no
podía reclamar su devolución. Hay pruebas de que las disputas eran frecuentes
no sólo entre granjeros y propietarios, sino también entre granjeros y
pastores, ya que estos últimos, al intentar encontrar pastos para sus rebaños,
a menudo permitían que sus ovejas se alimentaran de los campos de los granjeros
en primavera. Para estos casos se fijaba un baremo de compensación. Si el daño
se producía a principios de la primavera, cuando las plantas eran aún pequeñas,
el agricultor recogía la cosecha y recibía un precio en especie como
compensación del pastor. Pero si se producía más tarde en el año, cuando las
ovejas habían sido traídas de los prados y pasadas a la tierra común por la
puerta de la ciudad, el daño era mayor; en tal caso el pastor tenía que hacerse
cargo de la cosecha y compensar al agricultor con creces.
El propio
rey era un gran propietario de ganado vacuno y ovino, y cobraba un tributo a
los rebaños y manadas de sus súbditos. Los propietarios estaban obligados a
llevar las crías de ganado y los corderos, que les correspondían, a la ciudad
central del distrito en el que vivían, y entonces eran recogidos y añadidos a
los rebaños reales. Si los propietarios intentaban retener los que se les
debían como tributo, se les obligaba después a incurrir en el gasto extra y la
molestia de conducir las bestias a Babilonia. Los rebaños y las manadas que
poseían el rey y los grandes templos eran probablemente enormes, y producían un
ingreso considerable en sí mismos, aparte del tributo y los impuestos que se
cobraban a los propietarios privados. Los pastores y los pastores estaban a
cargo de ellos, y se dividían en grupos bajo los jefes, que organizaban los
distritos en los que debían pastar los rebaños y las manadas. El rey recibía
informes regulares de sus jefes de pastores y pastoras, y era deber de los
gobernadores de las ciudades y distritos más grandes de Babilonia hacer
recorridos de inspección y ver que se cuidaran debidamente los rebaños reales.
El esquileo de todos los rebaños que pastaban cerca de la capital tenía lugar
en Babilonia, y el rey solía enviar citaciones a sus pastores principales para
informarles del día en que tendría lugar el esquileo. Los rebaños separados,
que eran propiedad real y sacerdotal, estaban a veces bajo el mismo jefe, un
hecho que tiende a mostrar que el propio rey ejercía una medida considerable de
control sobre los ingresos sagrados.
En la
regulación de la vida pastoral y agrícola de la comunidad, la costumbre
desempeñaba un papel muy importante, que era reconocido y aplicado por la
autoridad real. El descuido en el cuidado del ganado se castigaba con una
multa, pero el propietario no era considerado responsable de los daños, a menos
que se pudiera demostrar la negligencia por su parte. Así, un toro podía
desbocarse en cualquier momento y acribillar a un hombre, que no tenía ningún
recurso contra su propietario, pero si se sabía que la bestia era viciosa, y su
dueño no había despuntado sus cuernos ni la había encerrado, estaba obligado a
pagar una indemnización por los daños. Por otro lado, el propietario de ganado
o asnos, que los había alquilado, podía exigir una indemnización por la pérdida
o el maltrato de sus bestias. Éstas se enmarcaban en el principio de que el
arrendatario sólo era responsable de los daños o pérdidas que hubiera podido
evitar razonablemente. Si, por ejemplo, un león mataba a un buey o asno
alquilado en campo abierto, o si un buey moría a causa de un rayo, la pérdida
recaía sobre el propietario y no sobre el hombre que había alquilado la bestia.
Pero si el arrendatario mataba al buey por descuido o por golpearlo sin piedad,
o si la bestia se rompía una pata mientras estaba a su cargo, debía restituir
al propietario otro buey en su lugar. Por los daños menos graves sufridos por
la bestia, el arrendador pagaba una indemnización según una escala fija. Está
claro que tales reglamentos no hacían más que dar la sanción real a una
costumbre largamente establecida.
Tanto para
el cuidado de sus rebaños como para el cultivo de sus fincas, los propietarios
de tierras dependían en gran medida de los pastores y agricultores contratados;
y cualquier deshonestidad por parte de estos últimos con respecto al ganado, el
forraje o las semillas de maíz era castigada severamente. Un robo de
provisiones, por ejemplo, tenía que ser reparado, y el culpable corría el
riesgo adicional de que le cortaran las manos. Se exigía una fuerte
indemnización a cualquier hombre que, para su propio beneficio, alquilara
bueyes que le habían sido confiados; mientras que, si un agricultor robaba la
semilla de maíz suministrada para el campo que había alquilado, de modo que no
producía ninguna cosecha para compartir con el propietario, no sólo tenía que
pagar una indemnización, sino que se exponía a ser despedazado por bueyes en el
campo que debería haber cultivado. En la época de Hammurabi, las penas más
severas eran sin duda en gran medida tradicionales, pues procedían de una época
más bárbara en la que la deshonestidad sólo podía mantenerse a raya con medidas
contundentes. Su mantenimiento entre los estatutos actuó sin duda como un
eficaz elemento disuasorio, y una sentencia severa, si se ejecutaba
ocasionalmente en caso de un delito agravado, habría bastado para mantener el
respeto a las normas.
En el clima
semitropical de Babilonia, los canales desempeñaban un papel de vital
importancia para el buen desarrollo de la agricultura, y era de interés real
velar por que sus canales se mantuvieran en buen estado de conservación y se
limpiaran a intervalos regulares. Hay pruebas de que casi todos los reyes de la
Primera Dinastía de Babilonia cortaron nuevos canales y ampliaron el sistema de
riego y transporte por agua que habían heredado. El rico limo arrastrado por
los ríos se depositaba en parte en los canales, sobre todo en los tramos más
cercanos a la corriente principal, con lo que el lecho de un canal estaba
constantemente en proceso de elevación. Cada año era necesario excavar este
depósito y amontonarlo en las orillas. Cada año los bancos se elevaban más y
más, hasta que se llegó a un punto en el que el trabajo que suponía deshacerse
del limo era mayor que el necesario para cortar un nuevo canal. De ahí que se
recortara constantemente secciones de un canal junto al antiguo, y es probable
que muchos de los canales cuyo corte se conmemora en los textos fueran en
realidad reconstrucciones de arroyos más antiguos, cuyos lechos se habían
encenagado sin remedio.
En la
actualidad, el viajero que recorre ciertas partes de Babilonia se encuentra con
los terraplenes elevados de antiguos canales que se extienden por la llanura a
poca distancia unos de otros, y su curso paralelo debe explicarse por el
proceso de recortado, que se aplazó todo lo posible, pero que al final fue
necesario por la creciente altura de las orillas. Como el lecho de un canal también
se elevaba gradualmente, las altas orillas servían para retener la corriente, y
éstas eran a menudo arrastradas por las aguas que bajaban de las colinas en
primavera. Se ha conservado una interesante carta escrita por el nieto de
Hammurabi, Abi-eshu, que describe una repentina subida de este tipo en el nivel
del canal de Irnina, de modo que se desbordó de sus orillas. En aquella época
el rey estaba construyendo un palacio en la ciudad de Kar-Irnina, que se
abastecía del Canal de Irnina, y cada año se realizaba una cierta cantidad de
trabajo en la construcción. En el momento en que se escribió la carta se había
realizado poco más de un tercio de las obras del año, cuando las operaciones de
construcción se detuvieron por la inundación, ya que el canal se había
desbordado y el agua subía hasta la muralla de la ciudad.
Los
gobernadores locales tenían el deber de velar por el buen estado de los canales
y tenían la facultad de requisar mano de obra a los habitantes de los pueblos y
a los propietarios de las tierras situadas en las orillas o cerca de ellas. A
cambio, los aldeanos tenían el derecho de pescar en las aguas del canal a lo
largo de la sección a su cargo, y estaba estrictamente prohibida la pesca
furtiva por parte de otros aldeanos en su parte de la corriente. En una
ocasión, en el reinado de Samsuiluna, hijo de Hammurabi, unos pescadores de la
aldea de Rabim bajaron en sus barcas al distrito de Shakanim y pescaron allí en
contra de la costumbre local. Entonces los habitantes de Shakanim se quejaron al
rey de esta infracción de sus derechos, y éste envió a un funcionario de
palacio a las autoridades de Sippar, en cuya jurisdicción se encontraban las
aldeas en cuestión, con instrucciones de investigar el asunto y tomar medidas
para impedir cualquier pesca furtiva en el futuro. La pesca con sedal y red era
una industria habitual, y la preservación de los derechos en las aguas locales
estaba celosamente vigilada.
Los canales
más grandes se alimentaban directamente del río, especialmente a lo largo del
Éufrates, cuyas orillas eran más bajas que las del más rápido Tigris. Pero a lo
largo de este último río, y también a lo largo de las orillas de los canales,
será obvio que había que emplear algún medio para elevar el agua con fines de
riego desde el canal principal hasta el nivel más alto de la tierra. En las
inscripciones babilónicas se hace referencia a las máquinas de riego y, aunque
no se describen su forma y construcción exactas, debían ser muy similares a las
empleadas en la actualidad. El método más primitivo para elevar el agua, más
común hoy en día en Egipto que en Mesopotamia, es el shcidduf, que se trabaja a
mano. Consiste en una viga apoyada en el centro y en un extremo se suspende un
cubo para elevar el agua, mientras que en el otro extremo se fija un
contrapeso. De este modo, se requiere relativamente poco trabajo para elevar el
cubo cuando está lleno. Que este artilugio se empleaba en el Tigris lo
demuestra un bajorrelieve asirio, encontrado en Kuyunjik, con representaciones
del sheidduf en funcionamiento. Se utilizan dos de ellos, uno encima del otro,
para elevar el agua a niveles sucesivos. Probablemente eran los artilugios
empleados habitualmente por los primeros babilonios para elevar el agua hasta
el nivel de sus campos, y el hecho de que fueran ligeros y fáciles de retirar
debió de convertirlos en objetos tentadores para el agricultor deshonesto. Por
lo tanto, estaba en vigor una escala de indemnizaciones que regulaba los pagos
que debía efectuar al propietario el ladrón detectado. Del hecho de que éstas
variaban, según la clase y el valor de la máquina que robaba, podemos deducir
que también se empleaban otros artilugios, de carácter más pesado y permanente.
Uno de ellos
debió de corresponder, sin duda, a una disposición muy primitiva que es de uso
generalizado en la actualidad en Mesopotamia, especialmente a lo largo del
Tigris, donde las orillas son altas y escarpadas. Se introduce en la ribera una
hendidura o corte con lados perpendiculares, y un husillo de madera se apoya en
puntales en posición horizontal sobre la hendidura, que se asemeja a un pozo
con un lado que da al río. Una cuerda que pasa por encima del husillo se sujeta
a un pellejo en el que el agua se eleva desde el río, siendo arrastrada por
caballos, burros o ganado enjaezado al otro extremo de la cuerda. Vaciar la
piel a mano en el canal de riego supondría, por supuesto, un tiempo y un
trabajo considerables y, para evitar esta necesidad, se emplea un ingenioso
artificio. La piel se cose, no en forma de bolsa cerrada, sino de una bolsa que
termina en un embudo largo y estrecho. Mientras se rellena la piel y se lleva a
la parte superior, el embudo se mantiene levantado mediante un fino cabo que
pasa por un husillo inferior y se sujeta a la cuerda principal, de modo que las
bestias tiran de ambos juntos hacia arriba. Las posiciones de los husos y la
longitud de las cuerdas se ajustan de manera que el extremo del embudo se
detenga justo por encima de una canaleta de madera en la orilla, debajo de los
puntales, mientras el resto de la piel se eleva más y lanza su agua a través
del embudo a la canaleta. La artesa suele estar hecha con la mitad del tronco
de una palmera datilera, ahuecada, y un extremo desemboca en el canal de riego
de la orilla. Para que las bestias tengan un mejor agarre al arrastrar el peso
del agua, se corta un plano inclinado en el suelo, inclinado en dirección
contraria a la máquina, y hacia arriba y abajo se conducen las bestias,
llenándose y vaciándose el pellejo automáticamente. Para aumentar el suministro
de agua, a menudo se emplean dos pellejos uno al lado del otro, cada uno con su
propio aparejo y conjunto de bestias, y, a medida que uno se sube lleno, el
otro se deja bajar vacío. Así se asegura un flujo continuo de agua, y no se
necesita más que un hombre o un muchacho para mantener cada conjunto de bestias
en movimiento. No se podría concebir un método más eficaz y sencillo para
elevar el agua a una altura considerable, y no cabe duda de que, en la época de
la Primera Dinastía, el ganado se empleaba no sólo para arar, sino para hacer
funcionar máquinas de riego primitivas de este tipo.
En el
Éufrates, donde las orillas del río son más bajas, probablemente se utilizaba
entonces una forma sencilla de rueda hidráulica, al igual que hoy, allí donde
había suficiente corriente para hacer funcionar una. Y la ventaja de esta forma
de máquina es que, mientras esté en orden, puede desbloquearse a voluntad y
mantenerse en funcionamiento sin supervisión día y noche. La rueda está formada
por ramas despojadas y clavadas, con radios que unen las llantas exteriores a
un eje toscamente tallado. Alrededor de la llanta exterior se atan una serie de
vasos o botellas de barro tosco, y se fijan a la rueda unas rudas palas que
sobresalen de la llanta. La rueda se coloca en su sitio cerca de la orilla del
río, con su eje apoyado en pilares de tosca mampostería. La corriente hace
girar la rueda, y las botellas, sumergidas bajo la superficie, se lavan llenas
y vacían su agua en una canaleta de madera situada en la parte superior. Las orillas
del Éufrates suelen estar en pendiente, y el agua se conduce desde el
abrevadero a los campos a lo largo de un pequeño acueducto o terraplén de
tierra. En la actualidad, este tipo de ruedas suelen instalarse donde hay un
ligero desnivel en el lecho del río y el agua corre velozmente por los bajos.
Para salvar la diferencia de nivel entre los campos y la altura estival de la
corriente, las ruedas suelen ser enormes artilugios, y su tosca construcción
hace que crujan y giman al girar con la corriente. En un lugar conveniente del
río se colocan a veces varias de ellas una al lado de la otra, y su ruido
cuando están en funcionamiento puede oírse a gran distancia.
No es
improbable que los sumerios posteriores ya hubieran desarrollado estas formas primitivas
de máquinas de riego, y que los babilonios de la Primera Dinastía se limitaran
a heredarlas y transmitirlas a sus sucesores. Una vez inventadas, eran
incapaces de realizar grandes mejoras. En la una, la piel debía seguir siendo
siempre una piel; en la otra, la rueda debía estar siempre ligeramente
construida con ramas, o la fuerza de la corriente no bastaría para hacerla
girar. Hemos visto razones para creer que, en el palacio de Nabucodonosor II.
en Babilonia, el triple pozo en la esquina noroeste puede explicarse mejor como
si hubiera formado el suministro de agua para una máquina hidráulica, que
consistía en una cadena interminable de cangilones que pasaban sobre una gran
rueda. Tal es una forma muy común de elevar el agua en Babilonia en la actualidad.
Es cierto que en algunas de estas máquinas la rueda de los cangilones sigue
engranada mediante toscos engranajes de madera al largo palo o cabrestante,
girado por bestias, que se mueven en círculo. Pero es muy improbable que los
primeros babilonios hubieran desarrollado el principio de la rueda dentada, y
probablemente no fue hasta el período del posterior imperio asirio que el
bronce fue tan abundante que pudo ser utilizado en cantidad suficiente para los
cangilones en una cadena sin fin. Parece haber razones para creer que el propio
Senaquerib introdujo una innovación cuando empleó el metal en la construcción
de las máquinas que suministraban agua a su palacio; y podemos inferir que
incluso en el período neobabilónico un artilugio de ese tipo era todavía un
lujo real, y que el agricultor continuaba utilizando las máquinas más
primitivas, sancionadas por el uso inmemorial, que podía fabricar con sus
propias manos.
La manera en
que los implementos agrícolas empleados en la Babilonia primitiva han
sobrevivido hasta nuestros días queda bien ilustrada por su forma de arado, que
se asemeja mucho al que todavía se utiliza en algunas partes de Siria. No
tenemos ninguna representación del arado de la Primera Dinastía Babilónica,
pero éste era sin duda el mismo que el del periodo casita, del que se ha
recuperado recientemente una representación muy interesante. En una tablilla
encontrada en Nippur y fechada en el cuarto año de Nazi-Maruttash, hay varias
impresiones de un sello cilíndrico grabado con una representación de tres
hombres arando. El arado es arrastrado por dos toros jorobados, o cebúes, que
son conducidos por uno de los hombres, mientras que otro sostiene las dos asas
del arado y lo guía. El tercer hombre tiene una bolsa de semillas de maíz
colgada sobre los hombros y está introduciendo las semillas con su mano derecha
en un tubo o taladro de grano, por el que pasa al surco hecho por el arado. En
la parte superior del tubo hay un cuenco, con un orificio en el fondo que da al
tubo, que actuaba como embudo y permitía al sembrador dejar caer la semilla sin
dispersarla. Esta es la representación más antigua del arado babilónico que
poseemos, y su valor aumenta por el hecho de que el arado se ve en
funcionamiento. El mismo arado de semillas aparece en tres representaciones
posteriores. Una de ellas data también del periodo casita, encontrándose en un
mojón del periodo de Meli-Shipak II, en el que está esculpido como símbolo
sagrado de Geshtinna, la diosa del arado. Los otros dos son del periodo asirio,
uno está representado en ladrillo esmaltado en las paredes del palacio de
Khorsabad, el otro está tallado entre los símbolos de la Piedra Negra de
Esarhaddon, en la que da cuenta de su restauración de Babilonia. Arados
similares, con fresas de grano precisamente de la misma estructura, se siguen
utilizando en Siria en la actualidad.
Antes de
arar y sembrar su tierra, el agricultor babilónico la preparaba para la
irrigación dividiéndola en una serie de pequeños cuadrados o parches oblongos,
cada uno de ellos separado de los demás por un banco bajo de tierra. Algunos de
los bancos, que corrían a lo largo del campo, se convertían en pequeños
canales, cuyos extremos se conectaban con su corriente principal de riego. No
se empleaban compuertas ni esclusas y, cuando deseaba regar uno de sus campos,
simplemente rompía el banco opuesto a uno de sus pequeños canales y dejaba que
el agua fluyera hacia él. cuando llegaba a la parte de su tierra que deseaba
regar, bloqueaba el canal con un poco de tierra y rompía su banco para que el
agua fluyera sobre uno de los pequeños cuadros y lo empapara.
Entonces
podía repetir el proceso con el siguiente cuadrado, y así sucesivamente,
volviendo después al canal principal y deteniendo el flujo de agua al bloquear
el agujero que había hecho en la orilla. Tal es el proceso actual "de
irrigación en Mesopotamia, y no hay duda de que fue adoptado por los primeros
babilonios. Era extremadamente sencillo, pero requería cuidado y vigilancia,
especialmente cuando el agua se llevaba a varias partes de una finca a la vez.
Además, un mismo canal principal abastecía a menudo los campos de varios agricultores
y, a cambio de su parte del agua, cada uno tenía el deber de mantener en buen
estado sus orillas, donde cruzaba su tierra. Si no lo hacía y el agua abría una
brecha e inundaba el campo de su vecino, tenía que pagar una indemnización en
especie por la cosecha que se arruinaba y, si no podía pagar, se vendían sus
bienes y sus vecinos, cuyos campos habían sido dañados, compartían el producto
de la venta. Del mismo modo, si un agricultor dejaba el agua corriendo y se
olvidaba de cerrarla, tenía que pagar una indemnización por los daños que
pudiera causar a un cultivo vecino.
La palmera
datilera constituía la principal fuente secundaria de riqueza del país, pues
crecía exuberantemente en el aluvión y suministraba a los babilonios uno de sus
principales artículos de alimentación. De ella también hacían un vino
fermentado y una especie de harina para hornear; su savia producía azúcar de
palma y su corteza fibrosa era adecuada para tejer cuerdas, mientras que su
tronco proporcionaba un material de construcción ligero pero resistente. Los
primeros reyes de Babilonia fomentaron el establecimiento de plantaciones de
dátiles y la plantación de jardines y huertos; y se dictaron reglamentos
especiales con ese objetivo. Un hombre podía obtener un campo para este fin sin
pagar una renta anual. Podía plantarlo y cuidarlo durante cuatro años, y en el
quinto año de su arrendamiento el propietario original de la tierra tomaba la
mitad del jardín en pago, mientras que el plantador se quedaba con la otra
mitad. Se velaba por el buen cumplimiento del trato, ya que si se dejaba una
parcela desnuda en la plantación, se contabilizaba en la mitad del plantador; y
si el inquilino descuidaba los árboles durante sus primeros cuatro años de
ocupación, debía seguir plantando toda la parcela sin recibir su mitad, y tenía
que pagar además una indemnización, cuya cuantía variaba según el estado
original del terreno. De este modo, las autoridades se aseguraban de que las
tierras no se tomaran y se dejaran deteriorar. Para el alquiler de una
plantación, la renta se fijaba en dos tercios de su producción, aportando el
arrendatario toda la mano de obra y suministrando el agua de riego necesaria.
Por las
cartas reales del periodo de la Primera Dinastía sabemos que los canales no
sólo se utilizaban para el riego, sino también como vías de agua para el
transporte. Las cartas contienen indicaciones para llevar a Babilonia maíz,
dátiles, semillas de sésamo y madera, y también sabemos que la lana y el aceite
se transportaban a granel por el agua. Para el transporte de mercancías pesadas
en el Tigris y el Eufrates es posible que se utilizaran balsas, flotando sobre
pieles infladas, desde un período muy temprano, aunque la primera prueba que
tenemos de su empleo la proporcionan los bajorrelieves de Nínive. Dichas balsas
han sobrevivido hasta nuestros días, y están especialmente adaptadas para el
transporte de materiales pesados, ya que son arrastradas por la corriente y se
mantienen en la corriente principal por medio de enormes barredoras o remos. Al
estar formados únicamente por troncos de madera y pieles, no son costosos, pues
la madera era abundante en el curso superior de los ríos. Al final del viaje, después
de desembarcar la mercancía, se desmenuzaba, los troncos se vendían con
beneficio, y las pieles, después de desinflarse, se embalaban en burros para
volver río arriba en caravana. El uso de tales keleks sólo puede haber sido
general cuando la comunicación fluvial era generalizada, pero, puesto que
sabemos que Hammurabi incluyó a Asiria dentro de sus dominios, no es imposible
que puedan datar de un periodo al menos tan temprano como la Primera Dinastía.
Para el tráfico puramente local de pequeños volúmenes, la gufa, o coracle
ligero, puede haberse utilizado en Babilonia en esta época, ya que su
representación en los monumentos asirios se corresponde exactamente con su
estructura en la actualidad, tal como se utiliza en el bajo Tigris y el
Eufrates. La gufa tiene forma de mimbre recubierto de betún, pero algunas de
las representadas en las esculturas de Nínive parecen haber estado cubiertas de
pieles como en la descripción de Heródoto.
En los
textos e inscripciones de la primera época se habla de barcos, y éstos eran
sin duda la única clase de embarcaciones empleadas en los canales para
transportar suministros a granel por agua. El tamaño de tales barcos, o
barcazas, se calculaba por la cantidad de grano que eran capaces de transportar,
medida por el gur, la mayor medida de capacidad. Encontramos embarcaciones de
tamaños muy diferentes, que varían de cinco a setenta y cinco gur o más. La
clase más grande probablemente se asemejaba a las barcazas de vela y a los
transbordadores que se utilizan hoy en día, construidos con maderas pesadas y
con fondos planos cuando se destinan al transporte de bestias. En Babilonia, en
la época de la Primera Dinastía, los honorarios de un constructor de barcos por
construir una embarcación de sesenta gur se fijaban en dos siclos de plata, y
eran proporcionalmente menores para las embarcaciones de menor capacidad. Un
constructor de barcos era considerado responsable de un trabajo poco sólido, y
si se producían defectos en un barco en el plazo de un año desde su botadura,
estaba obligado a reforzarlo o reconstruirlo a su costa. Los barqueros y
marineros formaban una clase numerosa en la comunidad, y el salario anual de un
hombre con ese empleo se fijaba en sesenta gur de maíz. Las embarcaciones más grandes
llevaban tripulaciones bajo el mando de un capitán, o jefe de barqueros, y hay
pruebas de que entre las embarcaciones que poseía el rey había muchas del tipo
más grande, que empleaba para transportar grano, lana y dátiles, así como
madera y piedra para las operaciones de construcción.
Es probable
que hubiera funcionarios regulares, bajo el control del rey, que recaudaban las
cuotas y se ocupaban del transporte de agua en las secciones separadas del río,
o del canal, en las que estaban estacionados. Su deber habría sido informar de
cualquier daño o defecto en el canal al rey, quien enviaría órdenes al
gobernador local para que se pusieran en marcha las reparaciones necesarias.
Una de las cartas de Hammurabi trata del bloqueo de un canal en Erec, sobre el
que había recibido tales informes. El dragado ya realizado no se había llevado
a cabo a fondo, por lo que el canal pronto se había encenagado de nuevo y los
barcos no podían llegar a la ciudad; en su carta, Hammurabi enviaba órdenes
apremiantes para que el canal se hiciera navegable en un plazo de tres días.
También estaban en vigor reglamentos especiales con respecto a las
responsabilidades respectivas de los propietarios de las embarcaciones, los
barqueros y sus clientes. Si un barquero alquilaba una embarcación a su
propietario, se le consideraba responsable de la misma y debía reemplazarla en
caso de que se perdiera o se hundiera; pero si la reflotara, sólo debía pagar
al propietario la mitad de su valor por los daños sufridos. Los barqueros
también eran responsables de la seguridad de las mercancías, como el maíz, la
lana, el aceite o los dátiles, que se habían comprometido a transportar en
régimen de alquiler, y debían reparar cualquier pérdida total debida a su
propio descuido. También se preveían los choques entre dos embarcaciones, y en
caso de que una de ellas estuviera amarrada en ese momento, el barquero de la
otra embarcación debía pagar una indemnización por la embarcación hundida, así
como por la carga perdida, estimando el propietario de esta última su valor
bajo juramento. Probablemente, muchos casos en los tribunales surgieron por la
pérdida o el daño de las mercancías en el curso del transporte por agua.
Las
actividades comerciales de Babilonia en la época de la Primera Dinastía
condujeron a un considerable crecimiento del tamaño de las ciudades más
grandes, que dejaron de ser meros centros locales de distribución y comenzaron
a dedicarse al comercio más allá. Entre Babilonia y Elam se habían mantenido
durante mucho tiempo estrechas relaciones comerciales, pero las conquistas
occidentales de Hammurabi abrieron nuevos mercados a los mercaderes de su
capital. La gran ruta comercial que remontaba el Éufrates y se adentraba en
Siria ya no estaba bloqueada por puestos militares y fortificaciones, colocados
allí en el vano intento de frenar la invasión de las tribus amoritas; y el
comercio de cerámica con Carchemish, del que tenemos pruebas bajo los últimos
reyes de la Primera Dinastía, es significativo de las nuevas relaciones
establecidas entre Babilonia y Occidente. Los grandes mercaderes eran, en su
conjunto, miembros de la clase alta, y aunque ellos mismos seguían residiendo
en Babilonia, empleaban a comerciantes que llevaban sus mercancías al
extranjero por medio de caravanas.
Ni siquiera
Hammurabi podía garantizar del todo la seguridad de tales comerciantes, pues
los ataques de los bandidos eran entonces tan comunes en el Cercano Oriente
como en la actualidad; y siempre existía el riesgo adicional de que una
caravana fuera capturada por el enemigo, si se aventuraba demasiado cerca de
una frontera hostil. En tales circunstancias, el rey se encargaba de que la
pérdida de las mercancías no corriera a cargo del agente, que ya había
arriesgado su vida y su libertad al emprender su transporte. En efecto, si
dicho agente se había visto obligado en el curso de su viaje a renunciar a una
parte de las mercancías que transportaba, debía precisar la cantidad exacta
bajo juramento a su regreso, y entonces quedaba absuelto de toda
responsabilidad. Pero si se demostraba ante los ancianos de la ciudad que había
intentado engañar a su patrón apropiándose de dinero o bienes para su propio
uso, estaba obligado a pagar al mercader el triple del valor de los bienes que
había tomado. La ley no era unilateral y otorgaba al agente la misma protección
en relación con su empleador, más poderoso, ya que si éste era condenado por un
intento de estafa a su agente, al negar que se le hubiera devuelto la cantidad
debida, debía pagar a su agente como indemnización seis veces la cantidad en
litigio. El comerciante siempre adelantaba las mercancías o el dinero con el
que comerciar, y el hecho de que pudiera, si lo deseaba, fijar su propio
beneficio en el doble del valor del capital, es una indicación de los
rendimientos muy satisfactorios que se obtenían en esta época del comercio
exterior. Pero la práctica más habitual era que el mercader y el comerciante se
repartieran los beneficios entre ellos y, en el caso de que este último hiciera
tan mal negocio que tuviera pérdidas en su viaje, debía devolver al mercader el
valor total de las mercancías que había recibido. En la época de la Primera
Dinastía los asnos y los burros eran las bestias de carga empleadas para
transportar las mercancías, ya que el caballo era todavía una gran rareza y no
fue de uso generalizado en Babilonia hasta después de la conquista casita.
Un gran
número de contratos de la Primera Dinastía se refieren a viajes comerciales de
este tipo, y registran los términos de los tratos celebrados entre las partes
interesadas. Tales asociaciones se concluían a veces para un solo viaje, pero
más a menudo para períodos más largos. El mercader siempre exigía un recibo
debidamente ejecutado por el dinero o las mercancías que adelantaba al
comerciante, y éste recibía uno por cualquier depósito o prenda que hubiera
hecho en señal de su buena fe. Al hacer el recuento de sus cuentas al concluir
un viaje, sólo se consideraban obligaciones legales las cantidades
especificadas en los recibos y, si alguna de las partes había omitido obtener
sus documentos adecuados, lo hacía por su cuenta y riesgo. Las plazas del
mercado de la capital y de las ciudades más grandes debían ser los centros
donde se llevaban a cabo tales acuerdos comerciales, y probablemente siempre
había escribanos oficiales para redactar los términos de cualquier negociación
en presencia de otros mercaderes y comerciantes, que actuaban como testigos.
Estos tenían sus nombres enumerados al final del documento, y como eran
elegidos entre los residentes locales, algunos estaban siempre a mano para
testificar en caso de cualquier disputa posterior.
La vida
urbana en Babilonia en esta época debió de tener muchos rasgos en común con la
de cualquier ciudad de provincia de la Mesopotamia actual, salvo que el
gobierno paternal de la Primera Dinastía se ocupó sin duda de que las calles se
mantuvieran limpias, e hizo denodados esfuerzos para que las casas particulares
estuvieran sólidamente construidas y se mantuvieran en buen estado. Ya hemos
seguido las líneas de algunas de las calles de la antigua Babilonia, y hemos
observado que, aunque los cimientos de las casas solían ser de ladrillo
quemado, para su estructura superior se empleaba invariablemente el ladrillo
crudo. Probablemente todos los edificios eran de una sola planta, y sus tejados
planos de barro, apoyados en una capa de madera de matorral con palos como
vigas, servían de lugar para dormir a sus habitantes durante la temporada de
calor. Las pruebas contemporáneas demuestran que, antes de la época de
Hammurabi, las casas privadas no estaban construidas de forma muy sólida, ya
que su legislación contempla la posibilidad de que se caigan y lesionen a sus
moradores. En el caso de las casas nuevas, la ley fijaba la responsabilidad en
el constructor, y podemos deducir que las fortísimas penas impuestas por el mal
trabajo condujeron a una notable mejora de la construcción. En efecto, cuando
una casa recién construida se caía y aplastaba al propietario de modo que éste
moría, el propio constructor podía ser condenado a muerte. Si la caída de la
casa mataba al hijo del propietario, el propio hijo del constructor era
asesinado; y, si uno o más de los esclavos del propietario morían, el
constructor tenía que restituirlo esclavo por esclavo. Cualquier daño a las
posesiones del propietario también era reparado por el constructor, que además
debía reconstruir la casa a su costa, o reparar cualquier parte de ella que se
hubiera caído. Por otra parte, se garantizaba el pago por un trabajo sólido, y
el hecho de que la escala de pagos se fijara en función de la superficie de
terreno cubierta por el edificio, es una prueba directa de que las casas de la
época no tenían más de un piso. El comienzo del urbanismo en líneas
sistemáticas, con calles que discurren y se cruzan en ángulos rectos, del que hemos
observado evidencias en Babilonia, puede datar quizás del periodo de Hammurabi;
pero no se puede expresar una opinión segura sobre el punto hasta que se hayan
realizado más excavaciones en los estratos más tempranos de la ciudad.
Hemos
recuperado de los documentos contemporáneos una imagen muy completa de la vida
familiar en la Babilonia primitiva, ya que los deberes de los distintos
miembros de una familia entre sí estaban regulados por la ley, y cualquier
cambio en el parentesco era debidamente atestiguado y registrado en forma legal
ante testigos. Estaban en vigor minuciosas regulaciones con respecto al
matrimonio, al divorcio y a la adopción y mantenimiento de los hijos, mientras
que la provisión y disposición de las porciones matrimoniales, los derechos de
las viudas y las leyes de la herencia estaban todos controlados por el estado
según las líneas tradicionales. Quizá el rasgo más llamativo del sistema social
era el estatus reconocido de la esposa en el hogar babilónico, y la posición
extremadamente independiente de la que gozaban las mujeres en general.
Cualquier matrimonio para ser legalmente vinculante tenía que ir acompañado de
un contrato matrimonial debidamente ejecutado y atestiguado, y sin este
necesario preliminar una mujer no era considerada como esposa en el sentido
legal. Por otra parte, una vez redactado y atestiguado dicho contrato
matrimonial, su inviolabilidad estaba rigurosamente asegurada. La castidad por
parte de la esposa se imponía bajo una severa pena; pero, por otro lado, también
se reconocía la responsabilidad del marido de mantener a su esposa en una
posición adecuada a sus circunstancias.
La ley
otorgaba a la esposa una amplia protección y, en caso de abandono del marido,
le permitía, bajo ciertas condiciones, convertirse en la esposa legal de otro
hombre. Si el marido la abandonaba voluntariamente y dejaba su ciudad sin estar
obligado, ella podía volver a casarse y él no podía reclamarla a su regreso.
Pero si su deserción era involuntaria, como en el caso de un hombre tomado en
batalla y llevado como prisionero, esta regla no se aplicaba; y a la esposa se
le permitía configurar su acción durante su ausencia de acuerdo con la
condición de los asuntos de su marido. Las regulaciones en tal caso eran
extraordinariamente favorables a la mujer. Si el marido poseía bienes
suficientes para mantener a la esposa durante el período de su cautiverio, ella
no tenía excusa para volver a casarse; y, si se convertía en la esposa de otro
ni, el matrimonio no se consideraba legal y se exponía a la pena extrema por
adulterio. Pero si el marido no disponía de medios suficientes para la
manutención de su esposa, se reconocía que ella se vería abocada a sus propios
recursos, y se le permitía volver a casarse. El cautivo que regresaba podía
reclamar a su esposa, pero los hijos del segundo matrimonio permanecían con su
propio padre. También las leyes de divorcio salvaguardaban los intereses de la
mujer, y sólo la trataban con severidad si se podía demostrar que había
malgastado su hogar y faltado a su deber como esposa; en tal caso podía ser
divorciada sin indemnización, e incluso reducida a la condición de esclava en
la casa de su marido. Pero, en ausencia de tal prueba, su manutención estaba
plenamente asegurada; pues el marido debía devolverle la proporción matrimonial
y, si no la había, debía concederle un subsidio. También tenía la custodia de
sus hijos, para cuya manutención y educación el marido debía proveer ; y, a su
muerte, la esposa divorciada y sus hijos podían heredar una parte de su patrimonio.
También se consideraba que la contracción de una enfermedad permanente por
parte de la esposa no constituía un motivo de divorcio.
Tales
regulaciones arrojan una luz interesante sobre la posición de la mujer casada
en la comunidad babilónica, que no sólo no tenía parangón en la antigüedad sino
que se compara favorablemente, en cuanto a libertad e independencia, con su
estatus en muchos países de la Europa moderna. Aún más notables eran los
privilegios que podían alcanzar las mujeres solteras de la clase alta, que en
determinadas circunstancias tenían derecho a tener propiedades a su nombre y a
participar en empresas comerciales. Para asegurarse tal posición, una mujer
tomaba votos, por los que se convertía en miembro de una clase de votantes
adscrita a uno de los templos principales de Babilonia, Sippar u otra de las
grandes ciudades. Los deberes de tales mujeres no eran sacerdotales y, aunque
generalmente vivían juntas en un edificio especial, o convento, adjunto al
templo, disfrutaban de una posición de gran influencia e independencia en la
comunidad. Una votante podía poseer propiedades en su propio nombre, y al tomar
sus votos era provista de una porción por su padre, exactamente como si fuera
dada en matrimonio. Esta era conferida a ella misma, y no se convertía en
propiedad de su orden, ni del templo al que estaba adscrita; se dedicaba
enteramente a su mantenimiento, y tras la muerte de su padre, sus hermanos
cuidaban de sus intereses, y ella podía cultivar la propiedad. A su muerte, su
parte volvía a su propia familia, a menos que su padre le asignara el
privilegio de legarla; pero cualquier propiedad que heredara podía legarla, y
no tenía que pagar impuestos por ella. Tenía una libertad considerada capaz,
podía dedicarse al comercio por su cuenta y, si lo deseaba, podía abandonar el
convento y contraer una forma de matrimonio.
Al mismo
tiempo que le aseguraban estos privilegios, los votos que tomaba conllevaban
las correspondientes responsabilidades. Incluso cuando estaba casada, una
votante seguía estando obligada a permanecer virgen y, si su marido deseaba
tener hijos, no podía tenerlos ella misma, sino que debía proporcionarle una
doncella o una concubina. Pero, a pesar de esta incapacidad, tenía asegurada su
posición como cabeza de familia permanente. La concubina, aunque podía dar a
luz al marido, era siempre inferior a la esposa, y si intentaba ponerse al
nivel del votante, éste podía marcarla y ponerla con las esclavas; mientras que
en el caso de que la concubina resultara estéril, sería vendida. También los
votantes solteros podían vivir en casas propias y disponer de su tiempo y
dinero a su manera. Pero se les exigía un alto nivel de moralidad comercial y
social, y se imponían severas penas por su infracción. A ninguna votante, por
ejemplo, se le permitía abrir una cervecería, y si incluso entraba en una,
corría el riesgo de ser condenada a muerte. Una votante soltera también gozaba
del estatus de una mujer casada, y la pena por calumniarla era la marca en la
frente. Que la posición social de la que gozaba una votante era considerable lo
demuestra el hecho de que muchas amas de buena familia, e incluso miembros de
la casa real, hacían votos.
Es un hecho
sorprendente que las mujeres de una raza oriental hayan alcanzado tal posición
de independencia a principios del segundo milenio. La explicación hay que
buscarla quizá en el gran papel que ya desempeñaba el comercio en la vida
babilónica. Entre las razas contemporáneas, ocupadas principalmente por la
agricultura y la guerra, la actividad de la mujer se limitaba necesariamente a
la crianza de los hijos y a la economía interna del hogar. Pero con el
crecimiento del comercio y la empresa comercial babilónicos, parece que surgió
la demanda, por parte de las mujeres de la clase alta, de participar en actividades
en las que se consideraban capaces de integrarse. El éxito del experimento se
debió, sin duda, en parte al alto nivel de moralidad exigido, y en parte al
prestigio conferido por la asociación con el culto religioso.
La
administración de justicia en el periodo de la Primera Dinastía era llevada a
cabo por tribunales de justicia debidamente designados y bajo la supervisión
del rey. Los jueces eran nombrados por la corona, y se ponía freno a cualquier
administración arbitraria de la ley por el hecho de que los ancianos de la
ciudad se sentaban con ellos y les ayudaban a escuchar y cribar las pruebas.
Una vez que se había dictado y registrado una sentencia, ésta era irrevocable,
y si algún juez intentaba alterar dicha decisión, era expulsado de su sillón y
se le impedía ejercer funciones judiciales en el futuro. La norma tenía
probablemente la intención de evitar la posibilidad de un soborno posterior; y,
si un litigante consideraba que no se había hecho justicia, siempre tenía la
posibilidad de apelar al rey. Las cartas de Hammurabi demuestran que ejercía
una estricta supervisión, no sólo sobre los casos que se decidían en la
capital, sino también sobre los que se juzgaban en las otras grandes ciudades
de Babilonia, y está claro que intentó acabar con la corrupción por parte de
todos los investidos de autoridad. En una ocasión se le informó de un caso de
soborno en la ciudad de Dur-Gurgurri, e inmediatamente ordenó al gobernador del
distrito que investigara la acusación y enviara a los culpables a Babilonia
para que fueran castigados. El soborno, además, debía ser confiscado y enviado
a Babilonia bajo sello, una sabia disposición que habría tendido a desanimar a
los inclinados a manipular el curso de la justicia, mientras que al mismo
tiempo enriquecía al Estado. El rey probablemente juzgaba todos los casos de
apelación en persona, cuando era posible; pero en las ciudades distantes
delegaba este deber en los funcionarios locales. Muchos de los casos que se
presentaban ante él surgían de las extorsiones de los prestamistas, y el rey no
tenía piedad cuando se demostraba el fraude por parte de éstos.
Las
relaciones que mantenía el rey con las numerosas clases del sacerdocio eran
también muy estrechas, y el control que ejercía sobre los sacerdotes
principales y sus subordinados parece haber sido tan eficaz como el que
mantenía sobre las autoridades judiciales de todo el país. Bajo los sumerios
siempre había habido una tendencia por parte de los miembros más poderosos de
la jerarquía a usurpar las prerrogativas de la corona, pero este peligro parece
haberse descartado por completo bajo el gobierno de los semitas occidentales.
Una sección importante del cuerpo sacerdotal eran los astrólogos, cuyo deber
probablemente era hacer informes periódicos al rey sobre las conjunciones y los
movimientos de los cuerpos celestes, con el objeto de averiguar si presagiaban
el bien o el mal para el estado. La práctica asiria posterior, bien puede haber
tenido su origen en este período, y podemos concluir que la regulación del
calendario se llevó a cabo de acuerdo con tales consejos. Ha llegado hasta
nosotros una de las cartas de Hammurabi en la que escribe para informar a
Sin-Idinnam, su gobernador local de Larsa, de que se había decidido insertar un
mes intercalar en el calendario. Escribe que, como el año, es decir, el
calendario, tenía una deficiencia, el mes que comenzaba debía registrarse como
el segundo Elul; y añade el recordatorio, muy práctico, de que la inserción del
mes extra no justificaría ningún aplazamiento en el pago del tributo regular
debido por la ciudad de Larsa. El calendario lunar de los babilonios hacía
necesaria la intercalación periódica de los meses, para que se hiciera
corresponder con el año solar; y el deber de vigilar la aparición más temprana
de la luna nueva y de fijar el primer día de cada mes, era una de las funciones
más importantes de los astrólogos oficiales.
En la
nomenclatura del año, el sacerdocio también debió de desempeñar un papel
importante, ya que la mayoría de los acontecimientos que daban nombre a los
años eran de carácter religioso. El sistema, heredado de los sumerios, no puede
haber sido muy conveniente, y sin duda debió su mantenimiento a la santidad de
los ritos y asociaciones religiosas que lo acompañaban. No cabe duda de que,
normalmente, el nombramiento del año tenía lugar en la fiesta de Año Nuevo y,
cuando el acontecimiento conmemorado en la fórmula era la instalación de un
sacerdote principal o la dedicación de los muebles del templo, el acto real,
podemos suponer, se realizaba el día en que se nombraba el año. A menudo se
adoptaba simplemente un título provisional de la fórmula anterior, y entonces
quizá no se celebraba ninguna ceremonia de nombramiento, a menos que en el
transcurso de la misma se conmemorara una gran victoria, u otro acontecimiento
importante, mediante el cambio de nombre del año. El rey debió de consultar con
sus consejeros sacerdotales antes del cierre del año viejo, y haber decidido la
nueva fórmula con tiempo suficiente para permitir su anuncio en los distritos periféricos
del reino.
Otra clase
religiosa importante en este periodo era el gremio de adivinos, y también
parece que estaban directamente bajo el control real. Esto lo deducimos de una
carta de Ammi-Ditana, uno de los últimos reyes de la Primera Dinastía, escrita
a tres altos funcionarios de Sippar, que ilustra la naturaleza de sus deberes y
el tipo de ocasión en que eran llamados a desempeñarlos. Había llegado a
conocimiento del rey que había escasez de maíz en Shagga, y como esa ciudad
estaba en el distrito administrativo de Sippar, escribió a los funcionarios
correspondientes ordenándoles que enviaran un suministro hasta allí. Pero,
antes de llevar el maíz a la ciudad, debían consultar a los adivinos para saber
si los presagios eran favorables. No se especifica el método de indagación,
pero probablemente se trataba de una adivinación del hígado, que era de uso
común en todas las épocas. Sólo si los presagios resultaban favorables, se
introducía el maíz en la ciudad, y podemos concluir que el rey tomó esta
precaución porque temía que la escasez de maíz en Shagga se debiera a la ira de
alguna deidad local. Los astrólogos podrían averiguar los hechos y, en caso de
que informaran desfavorablemente, sin duda se habría llamado a los servidores
del sacerdocio local.
Ya hemos
visto que los rebaños y las manadas que eran propiedad de los grandes templos a
veces pastoreaban con los del rey, y hay abundantes pruebas de que el rey
también supervisaba la recaudación de los ingresos del templo junto con los
suyos. Los recaudadores del tributo, tanto secular como eclesiástico, enviaban
informes directamente al rey y, si había algún déficit en el suministro que se
esperaba de un recaudador, tenía que suplirlo él mismo. De una de las cartas de
Hammurabi, por ejemplo, deducimos que dos terratenientes, o prestamistas,
habían prestado dinero o adelantado semillas de maíz a ciertos agricultores
cerca de las ciudades de Dur-Gurgurri y Bakhabu y a lo largo del Tigris, y en
liquidación de sus reclamaciones se habían apoderado de las cosechas, negándose
a pagar la proporción debida a Bit-Il-Kitti el gran templo del dios Sol en
Larsa. El gobernador de Larsa, la principal ciudad del distrito, había hecho
bien, como representante del palacio, en hacer que el recaudador de impuestos
compensara la deficiencia, pero Hammurabi, al recibir la queja del funcionario
subordinado, devolvió el asunto al gobernador, y podemos deducir de casos
similares que las partes incumplidoras tuvieron que reparar la pérdida y
someterse a multas o castigos. El documento arroja una luz interesante sobre
los métodos de administración del gobierno, y sobre la manera en que el rey
supervisaba personalmente los detalles más pequeños.
Será obvio
que para la administración del país se requería un gran cuerpo de funcionarios,
y de su número dos clases, de carácter semimilitar, gozaban del favor y la
protección especiales del rey. Estaban a cargo de las obras públicas y cuidaban
y controlaban a los esclavos públicos, y probablemente también tenían mucho que
ver con la recaudación de los ingresos. Como pago por sus funciones, se les
concedía a cada uno un terreno con casa y jardín; se les asignaban ovejas y
ganado para abastecer sus tierras, y además recibían un salario regular. Eran,
en cierto sentido, criados personales del rey, y podían ser enviados en
cualquier momento a una misión especial. La desobediencia era severamente
castigada, pues si un oficial de este tipo, cuando era destinado a un servicio
especial, contrataba a un sustituto, podía ser condenado a muerte y el sustituto
podía ocupar su cargo. A veces se enviaba a un oficial a hacerse cargo de una
guarnición lejana durante un largo periodo, y cuando lo hacía sus deberes
domésticos eran realizados por otro hombre, que ocupaba temporalmente su casa y
sus tierras, y se las devolvía al oficial a su regreso. Si el oficial tenía un
hijo con edad suficiente para realizar las tareas en ausencia de su padre, se
le permitía hacerlo; y, si era demasiado joven, su mantenimiento se pagaba con
la hacienda. Si el oficial no tomaba las medidas necesarias, antes de su
partida, para el cultivo adecuado de sus tierras y el cumplimiento de sus
deberes locales, otro podía ocupar su lugar tras el transcurso de un año, y a
su regreso no podía reclamar sus tierras ni su cargo. Cuando estaba en servicio
de guarnición, o en servicio especial, corría el riesgo de ser capturado por el
enemigo, y en ese caso su rescate estaba asegurado. Si sus propios medios no
eran suficientes, la suma debía ser pagada por el tesoro del templo local, y en
última instancia por el Estado. Se promulgó especialmente que su tierra, su
jardín y su casa no debían venderse en ningún caso para pagar su rescate.
Estaban ligados de forma inalienable al cargo que ostentaba, que parece haber
sido vinculado en la línea masculina, ya que se le impedía legar nada de la
propiedad a su esposa o a su hija. Sólo podían pasar de él y de su descendencia
masculina por negligencia o desobediencia.
No es
improbable que la existencia de esta clase especialmente favorecida de
funcionarios se remonte al primer asentamiento de los semitas occidentales en
Babilonia. Los primeros de su número bien pueden haber sido criados personales
y seguidores de Sumu-abum, el fundador de la dinastía. Originalmente soldados,
probablemente se les asignaron tierras en todo el país a cambio de sus
servicios al rey, y continuaron sirviéndole manteniendo el orden y defendiendo
su autoridad. Con el paso del tiempo se les asignaron funciones específicas,
pero conservaron sus privilegios, y debieron seguir siendo un cuerpo de
oficiales muy valioso, en cuya lealtad personal el rey podía confiar siempre.
En caso de guerra, es posible que ayudaran a la movilización, ya que
probablemente el ejército se levantó sobre una base territorial, muy al estilo
del corveo de obras públicas que estaba bajo su control.
Los
documentos contemporáneos de la época arrojan mucha luz sobre otras clases de
la población, pero, como todas ellas estaban relacionadas con diversos
departamentos de la vida comercial o agrícola de la comunidad, será innecesario
describirlas con más detalle. Una clase tal vez merezca ser mencionada, la de
los cirujanos, ya que la falta de habilidad profesional estaba bastante
penalizada. Pues si un cirujano, al ser llamado por un noble, realizaba una
operación de forma tan poco hábil que le causaba la muerte o le infligía una
lesión permanente, como la pérdida de un ojo, el castigo era la amputación de
ambas manos. No parece haberse promulgado ninguna pena si el paciente era un
miembro de la clase media, pero si el esclavo de tal hombre moría como
resultado de una operación, el cirujano tenía que dar al propietario otro
esclavo; y, en caso de que el esclavo perdiera el ojo, tenía que pagar al
propietario la mitad del valor del esclavo. No había, por supuesto, ninguna clase
secular en la población que correspondiera al médico moderno, pues el uso
medicinal de las hierbas y las drogas no estaba separado de su , empleo en la
magia. Se consideraba que la enfermedad se debía a la agencia de los espíritus
malignos, o de aquellos que los controlaban, y aunque sin duda se bebían muchas
pociones de carácter curativo, se tomaban a instancias del mago, no del médico,
y con el acompañamiento de ritos y conjuros mágicos.
En el ámbito
religioso, el ascenso de Babilonia a la posición de capital condujo a una serie
de cambios importantes y a una revisión del panteón babilónico. Marduk, el dios
de Babilonia, de ser una ciudad-dios comparativamente oscura, sufrió una
transformación en proporción al aumento de la importancia de su ciudad. Los
logros y atributos de Enlil, la principal deidad sumeria, le fueron atribuidos,
y las antiguas sagas y leyendas sumerias, en particular las de la creación del
mundo, fueron reescritas en este nuevo espíritu por el sacerdocio babilónico.
El inicio del proceso puede fecharse con precisión en el año de la conquista de
Rim-Sin por parte de Hammurabi y su posterior control de Nippur, el antiguo
centro de la antigua fe sumeria. No parece que los primeros semitas, cuando
conquistaron esa ciudad, hayan intentado modificar las antiguas tradiciones que
encontraron allí, o apropiarse de ellas para sus dioses locales. Pero un nuevo
espíritu se introdujo con el triunfo de los semitas occidentales. Los sumerios
eran entonces una raza moribunda, y la desaparición gradual de su idioma como
lengua viva fue acompañada por una traducción sistemática, y una transformación
parcial, de su literatura sagrada. Enlil no pudo ser desalojado por completo de
la posición que había disfrutado durante tanto tiempo, pero Marduk se convirtió
en su hijo mayor. El dios más joven es representado como ganando su posición
por su propio valor, al acudir en ayuda de los dioses más antiguos cuando su
propia existencia estaba amenazada por los dragones del caos; y, habiendo
matado al monstruo, de las profundidades, es representado como creando el
universo a partir de su cuerpo cortado. Las leyendas más antiguas, sin duda,
siguieron siendo atesoradas en los antiguos centros de culto de la tierra, pero
las versiones babilónicas, bajo la sanción y el estímulo reales, tendieron a
ganar un amplio reconocimiento y popularidad.
Bajo los
últimos reyes de la Primera Dinastía se dio también un gran impulso a todas las
ramas de la actividad literaria. La antigua lengua sumeria todavía abultaba en
gran medida en la fraseología de los documentos jurídicos y comerciales, así
como en la literatura puramente religiosa del país. Y, para ayudarse en el
estudio de los textos antiguos, los escribas semitas emprendieron una
compilación sistemática de listas explicativas de palabras e ideogramas, la
primera forma de diccionario, que continuó utilizándose en los periodos asirio
y neobabilónico. También los textos sumerios fueron copiados y dotados de
traducciones semíticas interlineales. Se retomaron los estudios y registros
astronómicos y astrológicos de los sacerdotes sumerios, y se compilaron grandes
colecciones en combinación con los primeros registros acadios que habían
llegado hasta ellos. Un estudio de la literatura babilónica ofrece una prueba
sorprendente de que la semitización del país no supuso ninguna ruptura, ni
retroceso, en la cultura babilónica. Los textos y tradiciones más antiguos
fueron retomados en su totalidad y, salvo en los casos en los que se vio
afectado el rango o la posición de Marduk, se realizaron pocos cambios o
modificaciones. Los escribas semíticos desarrollaron sin duda su herencia, pero
la expansión se produjo sobre las líneas antiguas.
También en
la vida comercial, las costumbres sumerias permanecieron en gran medida
inalteradas. Los impuestos, los alquileres y los precios siguieron pagándose en
especie, y aunque el talento, el maneh y el siclo se utilizaban como pesos
metálicos, y la plata circulaba parcialmente, no se desarrolló una verdadera
moneda. En la venta de tierras, por ejemplo, incluso durante el período de los
reyes casitas, el precio de compra se liquidaba en pesos de plata en forma de
siclo, pero muy poco metal cambiaba realmente de manos. Se intercambiaban
diversos artículos por la tierra, y éstos, además del maíz, el principal medio
de intercambio, incluían esclavos, animales, armas, prendas de vestir, etc.,
calculándose el valor de cada artículo sobre la misma base de plata, hasta
completar el precio de compra acordado. El babilonio semítico primitivo, a
pesar de su actividad comercial, no avanzó más allá de la etapa de transición
entre el puro trueque y una moneda regular.
Una importante ventaja conferida por el semita occidental al país de su adopción fue el aumento del área de sus relaciones comerciales y una expansión política hacia el norte y el oeste. Sistematizó sus leyes y situó su administración interna sobre una base más amplia y uniforme. Pero el cambio más grande y de mayor alcance del periodo de Hammurabi fue que el habla común de toda Babilonia se convirtió en semítica, al igual que el elemento racial dominante en la población. Y fue gracias a este hecho que todas las invasiones posteriores del país no lograron alterar los rasgos principales de su civilización. Tales cepas ajenas fueron absorbidas en el proceso del tiempo y, aunque indudablemente introdujeron nuevas mezclas en la mezcla racial, el elemento semítico triunfó y continuó recibiendo refuerzos del tronco matriz. La raza y la lengua sumerias parecen haber sobrevivido más tiempo en el extremo sur del país, y veremos que el surgimiento de los reyes de los Países del Mar puede considerarse tal vez como su último esfuerzo efectivo en la esfera política.
EL FINAL DE LA PRIMERA DINASTÍA DE BABILONIAY LOS REYES DEL PAÍS DEL MAR
En los
últimos años del reinado de Hammurabi, Babilonia había alcanzado el clímax de
su primer poder. La orgullosa fraseología del Prólogo a su Código transmite la
impresión de que el imperio era sólidamente compacto, y sus ciudades
componentes los voluntariosos receptores de su clemencia y favor reales. Y no
cabe duda de que debía su éxito en gran medida a la eficiente administración
que había establecido bajo su control personal. Su hijo, Samsu-Iluna, heredó
las tradiciones de su padre, y en sus cartas que han sobrevivido tenemos
abundantes pruebas de que ejercía la misma estrecha supervisión sobre los
funcionarios judiciales y administrativos destinados en ciudades distantes de
la capital. Y parece que los primeros ocho años de su reinado transcurrieron bajo
las mismas condiciones de paz que habían prevalecido en el momento de su acceso
al trono. Cortó dos canales, y los nombres que les dio conmemoran la riqueza y
la abundancia que esperaba otorgar por su medio al pueblo. Fue en su tercer y
cuarto año cuando se completaron los canales Samsuiluna-Nagab-Nukhush-Nishi y
Samsuiluna-khegallum, y las actividades reales se limitaron entonces a seguir
adornando los grandes templos de Babilonia y Sippar. Su noveno año marca la
crisis, no sólo en el propio reinado de Samsuiluna, sino en las primeras
fortunas del reino. Es entonces cuando oímos hablar por primera vez de la
aparición de las tribus yvasitas en la frontera oriental de Babilonia y, aunque
Samsuiluna sin duda las derrotó, como afirma haber hecho, está claro que su
aparición desde las estribaciones de Elam occidental, seguida rápidamente por
su penetración en el territorio babilónico, fue la señal para poner en marcha
el imperio.
Debieron de
obtener algún éxito antes de que su embestida fuera detenida por el ejército
enviado contra ellos, y la reanudación de las hostilidades en cualquiera de sus
formas debió de despertar de nuevo el instinto de lucha de las tribus
fronterizas elamitas, que había quedado temporalmente en suspenso por las
victorias de Hammurabi. El viejo antagonista de Hammurabi, el propio Rim-Sin,
había estado viviendo durante mucho tiempo en un retiro comparativo y, a pesar
de su avanzada edad, la noticia le impulsó a nuevos esfuerzos. Su nombre seguía
estando en boca de los que habían luchado bajo su mando, y desde la muerte de
su conquistador, Hammurabi, su prestigio debía tender a aumentar. Por lo tanto,
cuando su tierra natal de Emutbal, aliándose con el vecino distrito elamita de
Idamaraz, siguió la embestida casita con una invasión organizada, Rim-Sin
levantó una revuelta en el sur de Babilonia, y logró ganar la posesión de Erec
y Isin. Parece que la guarnición babilónica de Larsa también fue vencida, y
que la ciudad pasó de nuevo al control independiente de su antiguo gobernante.
Con todo el
sur del país en armas contra él, podemos conjeturar que Samsuiluna detalló
fuerzas suficientes para contener a Rim-Sin, mientras se ocupaba de la invasión
del territorio natal de Babilonia. Tuvo pocas dificultades para deshacerse de
los elamitas y, marchando hacia el sur, derrotó a las fuerzas de Rim-Sin y
reocupó Larsa. Es posible que fuera en este momento cuando capturó, o quemó
vivo, a Rim-Sin, y que el palacio donde esto tuvo lugar fuera el antiguo
palacio del líder rebelde en Larsa, que había estado convirtiendo en su cuartel
general. Pero la revuelta no fue completamente sometida. Ur y Erech aún
resistieron, y sólo tras una nueva campaña Samsu-iluna las reconquistó y arrasó
sus murallas. Había conseguido así aplastar la primera serie de ataques
organizados contra el imperio, pero el esfuerzo de hacer frente simultáneamente
a la invasión y a la revuelta interna había tensado evidentemente los recursos
nacionales. Probablemente se habían reducido guarniciones en provincias
distantes, otras habían sido cortadas para reforzar sus ejércitos en el campo,
y no es sorprendente que en su duodécimo año estos distritos periféricos hayan
seguido la pista imperante. En ese año consta que todas las tierras se
rebelaron contra él.
Podemos
rastrear con cierta confianza la fuente principal de los nuevos problemas de
Samsuiluna a la acción de Ilumailum, quien, probablemente en esta época,
encabezó una revuelta en el País del Mar a orillas del Golfo Pérsico, y declaró
su independencia de Babilonia. La respuesta de Samsuiluna fue reunir más levas
y dirigirlas contra su nuevo enemigo. La batalla subsiguiente fue ferozmente
disputada en la misma orilla del Golfo, ya que un cronista posterior registra
que los cuerpos de los muertos fueron arrastrados por el mar; sin embargo, o
bien fue indecisa, o bien resultó en la derrota de los babilonios. Podemos
conjeturar que el rey se vio impedido de emplear todas sus fuerzas para acabar
con la rebelión, como consecuencia de los problemas en otras partes. Pues en
los dos años siguientes le encontramos destruyendo las ciudades de Kisurra y
Sabum, y derrotando al líder de una rebelión en el propio territorio de
Babilonia.
Ilumailum
tuvo así la oportunidad de consolidar su posición, y quizá podamos ver una
prueba de su creciente influencia en el sur de Babilonia en el hecho de que en
Tell Sifr no se ha encontrado ni un solo documento fechado en un año posterior
al décimo del reinado de Samsuiluna. En vista del hecho de que la ciudad
central de Nippur pasó finalmente a estar bajo el control de Iluma-Ilum,
podemos suponer probablemente que ya estaba invadiendo el norte, y que el
territorio del sur de Sumer, quizás incluyendo la ciudad de Larsa, pasó ahora a
su posesión. En apoyo de esta sugerencia puede señalarse que, cuando Samsuiluna,
tras suprimir al usurpador acadio, comenzó a reparar los daños causados en seis
años de continuos combates, es en sinI y en Sippar donde reconstruye las
murallas en ruinas, y en Emutbal donde repara las grandes
guarniciones-fortalezas. Es posible que Isin marcara el límite más meridional
del control de Babilonia, y podemos imaginar la expansión gradual del País del
Mar, a medida que el poder de Babilonia declinaba. La tierra
rebelde, que Samsuiluna se jacta de haber derrotado en su vigésimo año,
era quizá el País del Mar, pues sabemos que realizó una segunda campaña contra
Iluma-Ilum, que esta vez obtuvo una victoria. Si el ejército babilónico logró
retirarse en comparativo buen orden, habría constituido una justificación
suficiente para la jactancia de Samsu-Iluna de haber dado una lección a la
tierra rebelde.
La franja de
territorio en el extremo sureste de Babilonia siempre mostró una tendencia a
separarse de los distritos fluviales superiores de Babilonia propiamente dicha.
Formando el litoral del Golfo Pérsico, e invadiendo en su zona norte a Elam,
consistía en grandes extensiones de rico suelo aluvial intercalado con zonas de
marismas y pantanos, que tendían a aumentar donde los ríos se acercaban a la
costa. Los pantanos actuaban sin duda como una protección para el país, pues
aunque los habitantes conocían los senderos y los vados, un forastero
procedente del noroeste se habría visto en muchos lugares completamente
desconcertado por ellos. También los nativos, en sus ligeras embarcaciones de
caña, podían escapar de un distrito a otro, avanzando por pasajes conocidos y
eludiendo a sus perseguidores, una vez que los altos juncos se habían cerrado
tras ellos. Los últimos asirios, en el apogeo de su poder, lograron someter una
serie de revueltas en el País del Mar, pero sólo fue con la ayuda de guías
nativos y requisando las ligeras canoas de los pueblos vecinos. Los anteriores
reyes de Babilonia siempre se habían contentado con dejar a los habitantes de
los pantanos a su aire y, como mucho, con exigir un reconocimiento nominal de
la soberanía. Pero es probable que últimamente se haya introducido una nueva
energía en el distrito, y de ello se aprovechó sin duda Iluma-Ilum cuando
consiguió, no sólo liderar una revuelta, sino establecer un reino
independiente.
Está claro
que la presión ejercida sobre Babilonia por la migración de los semitas occidentales
debió de tender a desplazar a sectores de la población existente. La dirección
del avance fue siempre descendente, y la presión continuó en vigor incluso
después de la ocupación del país. Los sectores de la población que diferían más
radicalmente de los invasores serían los más propensos a buscar refugio en otro
lugar y, con la excepción de Elam, el País del Mar ofrecía la única línea de
retirada posible. Podemos suponer, por tanto, que los habitantes de las
marismas del sur habían sido reforzados durante un período considerable por
refugiados sumerios y, aunque los tres primeros gobernantes del nuevo reino
llevaban nombres semíticos y eran probablemente semitas, los nombres de los
gobernantes posteriores del País del Mar sugieren que el elemento sumerio de la
población se aseguró posteriormente el control, sin duda con la ayuda de nuevas
corrientes de su propia parentela tras su exitosa ocupación del sur de
Babilonia. Bajo los reyes más poderosos de la Segunda Dinastía, el reino puede
haber asumido un carácter parecido al de sus predecesores en Babilonia. El
centro de la administración se trasladó ciertamente durante un tiempo a Nippur,
y posiblemente incluso más al norte, pero el País del Mar, como tierra natal de
la dinastía, debe haber sido considerado siempre como una provincia dominante
del reino, y ofrecía un refugio seguro a sus gobernantes en caso de que fueran
expulsados de nuevo dentro de sus fronteras. A pesar de sus extensas marismas,
era capaz de mantener a sus habitantes en un grado considerable de comodidad,
ya que la palmera datilera florecía exuberantemente, y las zonas cultivadas
debían ser al menos tan productivas como las situadas más al noroeste. Además,
los cebúes, o ganado jorobado de Sumer, prosperaban en los pantanos y praderas
de agua, y no sólo constituían una importante fuente de abastecimiento, sino
que se utilizaban para arar en los distritos agrícolas.
Con un país
así como base de operaciones, protegido en no poca medida por sus pantanos, no
es de extrañar que los reyes del País del Mar tuvieran un éxito considerable en
sus esfuerzos por ampliar la zona del territorio bajo su control.
Después de
su segundo conflicto con Iluma-Ilum, Samsuiluna parece haberse reconciliado con
la pérdida de su provincia meridional y no haber realizado ningún otro esfuerzo
de reconquista. Todavía podía presumir de éxitos en otros distritos, pues
destruyó las murallas de Shakhna y Zarkhanum, sin duda tras la supresión de una
revuelta, y reforzó las fortificaciones de Kish. También conservó el control de
la ruta del Éufrates hacia Siria, y sin duda fomentó la empresa comercial de
Babilonia en esa dirección como contrapartida a sus pérdidas en el sur.
Poseemos una interesante ilustración de las estrechas relaciones que mantenía
con el oeste en la fórmula de la fecha del vigésimo sexto año de su reinado,
que nos dice que se procuró un monolito de la gran montaña de la tierra de
Amurru. Éste debió de ser extraído en el Líbano y transportado por tierra hasta
el Éufrates, y desde allí llevado en kelek hasta la capital. Por los detalles
que nos da de su tamaño, parece haber medido unos treinta y seis pies de
longitud, y no fue una pequeña hazaña haberla llevado tan lejos hasta
Babilonia.
Durante este
periodo de relativa tranquilidad, Samsuiluna se dedicó una vez más a
reconstruir y embellecer E-Sagila y los templos de Kish y Sippar; pero en su
vigésimo octavo año Babilonia sufrió una nueva conmoción, que parece haber
provocado una nueva pérdida de territorio. En ese año afirma haber matado a
Iadi-khabum y Muti-khurshana, dos líderes de una invasión, o una revuelta, de
la que no tenemos detalles. Pero está claro que la victoria, si es que fue tal,
dio lugar a más problemas, ya que en los dos años siguientes no se promulgaron
nuevas fórmulas de fecha, y es probable que el propio rey estuviera ausente de
la capital. Es significativo que no se haya recuperado ningún documento en
Nippur que esté fechado después del vigésimo noveno año de Samsuiluna, aunque en
el período anterior, desde el trigésimo primer año de Hammurabi en adelante,
cuando la ciudad pasó por primera vez a posesión de Babilonia, casi todos los
años están bien representados en la serie de fechas. Es difícil no concluir que
Samsuiluna perdió ahora el control de esa ciudad y, puesto que uno de los
documentos de Nippur está fechado en el reinado de Iluma-Ilum, sólo puede haber
pasado a la posesión de este último. Otra prueba de la disminución del
territorio de Babilonia puede verse en el hecho de que Samsuiluna debió
reconstruir la antigua línea de fortalezas, fundada por su antepasado
Suma-La-Ilum en una época en la que el reino estaba en su infancia. Esta obra
fue emprendida sin duda cuando previó la necesidad de defender la frontera
acadia, y debió perder al menos una de las fortalezas, Dur-Zakar, cuando Nippur
fue tomada. Sus activiades durante sus últimos años se limitaron al norte y al
oeste, y a la tarea de mantener abierta la ruta del Éufrates. Cortó un canal
junto a Kar-Sippar, recuperó la posesión de Saggaratum y probablemente destruyó
las ciudades de Arkum y Amal. Su derrota de una fuerza amorita unos dos años
antes de su muerte tiene el interés de aprobar que los semitas occidentales de
Acad, casi dos siglos después de su asentamiento en el país, estaban
experimentando el mismo trato por parte de su propia estirpe que ellos mismos
habían causado a la tierra de su adopción.
Samsuiluna,
con la posible excepción de Ammi-Ditana, fue el último gran rey de la dinastía
semita occidental. Es cierto que su hijo Abi-Eshu hizo un nuevo intento de
desalojar a Iluma-Ilum de su dominio sobre el centro y el sur de Babilonia. Una
crónica tardía registra que tomó la ofensiva y marchó contra Iluma-Ilum. Parece
que su ataque tuvo carácter de sorpresa y que consiguió cortar el paso al rey y
a parte de sus fuerzas, posiblemente a su regreso de alguna otra expedición.
Está claro que entró en contacto con él en las cercanías del Tigris, y
probablemente le obligó a refugiarse en una fortaleza, ya que intentó cortar su
retirada embalsando el río. Se dice que consiguió embalsar la corriente, pero
no logró atrapar a Iluma-Ilum. La crónica no registra ningún otro conflicto
entre ambos, y podemos suponer que entonces adoptó la política posterior de su
padre de dejar al País del Mar en posesión de su territorio conquistado. En
algunos de sus formularios de fechas rotas tenemos ecos de algunas campañas
más, y sabemos que cortó el canal de Abi-Eshu y construyó una fortaleza en la
puerta del Tigris, a la que también dio su nombre, Dur-Abi-Eshu. Probablemente
se trataba de una fortificación fronteriza, erigida para la defensa del río en
el punto en el que pasaba de la zona de control de Babilonia a la del País del
Mar. También construyó la ciudad de Lukhaia en el canal de Arakhtu, en las
inmediaciones de Babilonia. Pero tanto Abi-Eshu como sus sucesores en el trono
dan pruebas de haberse enfrascado cada vez más en las observancias del culto.
El suministro de muebles para el templo empieza a tener para ellos la
importancia que el éxito militar tenía para sus padres. Y es un síntoma de
decadencia que, incluso en la esfera religiosa, se preocupen tanto de su propio
culto como del de los dioses.
Es
significativo que Abi-Eshu haya bautizado uno de sus años de gobierno con la
decoración de una estatua de Entemena, el primitivo patesi de Lagash, a quien
se le habían concedido honores divinos y, en algún momento posterior a la
ocupación de esa ciudad por Hammurabi, había recibido un centro de culto propio
en Babilonia. Este acto indica un creciente interés, por parte de Abi-Eshu, en
la deificación de la realeza. Este honor estaba peculiarmente asociado a la
posesión de Nippur, la ciudad central y santuario del país, y Babilonia había
adoptado la práctica de la deificación para sus reyes después de que Nippur
hubiera sido anexionada por Hammurabi. Aunque la ciudad había pasado ahora del
control de Babilonia, Abi-Eshu no renunció al privilegio que su padre y su
abuelo habían disfrutado legítimamente. Como Babilonia ya no poseía el santuario
central de Enlil, en el que debería haberse instalado su propia estatua divina,
dedicó una en el templo local de Enlil en Babilonia. Pero no contento con eso,
creó no menos de otras cinco estatuas de sí mismo, que erigió en los templos de
otros dioses, en Babilonia, Sippar y otros lugares.
Sus tres
sucesores siguieron la misma práctica, y Ammi-Ditana y Ammi-Zaduga, su hijo y
su nieto, han dejado descripciones de algunas de estas imágenes de culto de sí
mismo. Uno de los personajes favoritos, en el que a menudo se representaba al
rey, sostenía un cordero para la adivinación, y otro estaba en actitud de
oración. A los reyes posteriores de la Primera Dinastía también les gusta
detenerse en sus suntuosos exvotos. Marduk está provisto de innumerables armas de
oro rojo, y el santuario del dios Sol en Sippar está decorado con discos
solares de preciosa piedra dushu, con incrustaciones de oro rojo, lapislázuli y
plata. Grandes relieves, con representaciones de ríos y montañas, fueron
fundidos en bronce y colocados en los templos; y Samsu-Ditana, el último de su
estirpe, registra entre sus ofrendas a los dioses la dedicación a Sarpanitum de
un rico cofre de plata para perfumes.
Por cierto,
estas referencias ofrecen una prueba sorprendente de la riqueza que Babilonia
había adquirido ahora, debido sin duda a sus crecientes actividades
comerciales. Elam, por un lado, y Siria, por otro, la habían abastecido de
importaciones de piedra preciosa, metal y madera; y sus artesanos habían
aprendido mucho de los maestros extranjeros. A pesar de la contracción del
imperio de Hammurabi, la vida del pueblo, tanto en los distritos de la ciudad
como del campo de Acad, no se vio materialmente alterada. La supervisión
organizada de todos los departamentos de la actividad nacional, pastoral,
agrícola y comercial, que la nación debía en gran medida a Hammurabi, continuó
bajo estos reyes posteriores; y algunas de las cartas reales que se han
recuperado muestran que se siguieron emitiendo órdenes sobre asuntos
comparativamente poco importantes en nombre del rey. También sabemos de un buen
número de obras públicas realizadas por Ammi-Ditana, hijo de Abi-Eshu. Sólo
cortó un canal, y construyó fortalezas para la protección de otros, y les dio
su nombre. Así, además del canal de Ammi-Ditana, sabemos de un Dur-Ammi-Ditana,
que erigió en el canal de Zilakum, y de otra fortaleza del mismo nombre en el
canal de Me-Enlil. Reforzó la muralla de Ishkun-Marduk, que también estaba en
el Zilakum, y construyó Mashkan-Ammi-Ditana y la muralla de Kar-Shamash, ambas
en la orilla del Eufrates.
La
fortificación sistemática de la rivera y de los canales puede interpretarse
quizá como un avance de la frontera hacia el sur, por lo que era conveniente
proteger las cosechas y el suministro de agua de los distritos así recuperados
del peligro de incursiones repentinas. En dos ocasiones Ammi-Ditana afirma, en
términos más bien vagos, haber liberado su tierra del peligro, una vez
restaurando el poder de Marduk, y más tarde perdiendo la presión de su tierra;
y el hecho de que, en su decimoséptimo año, afirmara haber conquistado Arakhab,
tal vez referido como el sumerio, es un indicio de que los reyes de
los países del mar encontraban una ayuda rápida de la población más antigua del
sur. Además, de los reyes semitas occidentales posteriores, sólo Ammi-ditana
parece haber avanzado contra las invasiones del País del Mar. La prueba más
concluyente de su avance se encuentra en la fórmula de la fecha de su trigésimo
séptimo año, que registra que destruyó la muralla de Isin, lo que demuestra
que había penetrado hasta el sur de Nippur. Que la propia Nippur estuviera en
su poder durante un tiempo es más que probable, sobre todo porque se dice que
allí se encontró una de sus inscripciones de construcción, aún inédita, y
también sabemos, por una copia neobabilónica de un texto similar, que reclamó
el título de Rey de Sumer y Acad. Bajo él, pues, Babilonia
recuperó una apariencia de su antigua fuerza, pero podemos conjeturar que el
País del Mar conservó su dominio sobre Larsa y el grupo de ciudades del sur.
La referencia
a la destrucción de la muralla de Isin por parte de Ammi-Ditana nos
proporciona un tercer y valioso sincronismo entre las dinastías de Babilonia y
del sur, pues la fórmula de la fecha añade que ésta había sido erigida por el
pueblo de Damki-Ilishu. El gobernante al que se hace referencia es obviamente
el tercer rey de la dinastía del País del Mar, que sucedió a Itti-Ili-Nibi en
el trono. Podemos concluir que fue en su reinado, o poco después, cuando
Ammi-Ditana logró recuperar Isin, después de haber anexionado ya Nippur en su
avance hacia el sur. En su trigésimo cuarto año, dos años antes de la toma de
Isin, había dedicado una imagen de Samsuiluna en el templo E-aNmtila, y quizá
podamos relacionar este homenaje a su abuelo con el hecho de que en su reinado
Babilonia había disfrutado por última vez de la distinción que le confería la
soberanía de Nippur.
En el año
siguiente a la recuperación de Isin, Ammi-Zaduga sucedió a su padre en el
trono, y puesto que atribuye la grandeza de su reino a Enlil, y no a Marduk ni
a ningún otro dios, podemos ver en esto una indicación más de que Babilonia
seguía controlando su antiguo santuario. Pero las restantes fórmulas de fechas
para el reinado de Ammi-Zaduga no sugieren que las conquistas de Ammi-Ditana se
mantuvieran de forma permanente. A una sucesión de dedicaciones religiosas le
sigue, en su décimo año, el registro convencional de que aflojó la presión de
su tierra, lo que sugiere que su país había pasado por un periodo de conflicto;
y, aunque en el año siguiente construyó una fortaleza, Dur-Ammi-Zaduga en
la desembocadura del Eufrates, la sucesión casi ininterrumpida de actos
votivos, conmemorados durante sus años restantes y en el reinado de su hijo
Samsu-Ditana, hace probable que los reyes del País del Mar fueran recuperando
gradualmente parte del territorio que habían perdido temporalmente. (El éxito
sin duda fluctuó de un lado a otro, Ammi-Zaduga en uno de sus últimos años
conmemoró que había iluminado su tierra como el dios Sol, y Samsu-Ditana registró
que había restaurado su dominio con el arma de Marduk. Es imposible decir hasta
qué punto estas afirmaciones, más bien vagas, estaban justificadas. Aparte de
los actos votivos, el único registro definitivo de este periodo es el del
decimosexto año de Ammi-Zaduga, en el que se celebra el corte del Canal
Ammi-Zaduga-Nukhush-Nishi).
Pero no fue desde el país del mar que la dinastía semítica occidental de Babilonia recibió su golpe de muerte. En la crónica tardía, que ha arrojado tanta luz sobre los primeros conflictos de este turbulento período, leemos sobre otra invasión, que no sólo trajo el desastre a Babilonia sino que probablemente puso fin a su primera dinastía. El cronista afirma que durante el reinado de Samsu-Ditana, el último rey de la dinastía, "hombres de la tierra de Khati marcharon contra la tierra de Acad", es decir, que los hititas de Anatolia marcharon por el Éufrates e invadieron Babilonia desde el noroeste. (Podemos considerar con seguridad que la frase se refiere a los hititas de Anatolia, cuya capital en Boghaz Kui debió de ser fundada mucho antes de finales del siglo XV, cuando sabemos que llevaba el nombre de Khatti. Es cierto que, tras la migración hacia el sur de los hititas en el siglo XII. El norte de Siria era conocido como la tierra de Khatti, pero, si la invasión de Babilonia en el reinado de Samsu-Ditana hubiera sido realizada por tribus semíticas procedentes de Siria, sin duda el cronista habría empleado la designación correcta, Amurru, que se utiliza en una sección anterior del texto para la invasión de Siria por Sargón. También en la literatura agorera tardía no se confunde el uso de los primeros términos geográficos. Tanto las crónicas como los textos de presagio son transcripciones de originales escritos tempranos, no compilaciones tardías basadas en la tradición oral). La crónica no registra el resultado de la
invasión, pero probablemente podemos relacionarlo con el hecho de que el rey
kasita Agum-kakrime trajo de vuelta a Babilonia desde Khani, la antigua Khana
en el Éufrates medio, las imágenes de culto de Marduk y Sarpanitum y las
instaló de nuevo con gran pompa y ceremonia dentro de sus santuarios en
E-Sagila. Podemos concluir legítimamente que fueron llevados por los hititas
durante su invasión en el reinado de Samsu-Ditana.
Si los
hititas consiguieron despojar a Babilonia de sus deidades más sagradas, es
evidente que debieron asaltar la ciudad, e incluso es posible que la ocuparan
durante un tiempo. Así, la dinastía occidental-semita de Babilonia puede haber
sido llevada a su fin por estos conquistadores hititas, y el propio
Samsu-Ditana puede haber caído en defensa de su propia capital. Pero no hay
ninguna razón para suponer que los hititas ocuparan Babilonia durante mucho
tiempo. Incluso si su éxito fue completo, pronto habrían regresado a su propio
país, cargados de un gran botín; y sin duda dejaron a algunos de los suyos en
la ocupación de Khana en su retirada por el Éufrates. Es posible que el sur de
Babilonia también sufriera en la incursión, pero podemos suponer que su fuerza
se sintió más en el norte, y que los reyes del País del Mar se beneficiaron del
desastre. Todavía no tenemos pruebas directas de su ocupación de Babilonia,
pero, como su reino había sido el rival más poderoso de Babilonia antes de la
incursión hitita, es muy posible que haya aumentado sus fronteras después de su
caída.
A este
periodo podemos asignar probablemente una dinastía local de Erec, representada
por los nombres de Sin-Gashid, Sin-Gamil y Anam. Por los ladrillos y los
registros de los cimientos recuperados en Warka, el emplazamiento de la antigua
ciudad, sabemos que el primero de estos gobernantes restauró el antiguo templo
de E-Anna y se construyó un nuevo palacio. Pero el más interesante de los
registros de Sin-Gashid es un cono votivo, que conmemora la dedicación de
E-kankal a Lugalbanda y a la diosa Ninsun, ya que, al concluir su texto con
una oración por la abundancia, inserta una lista o tarifa, en la que se indica
el precio máximo que había fijado para los principales artículos de comercio
durante su reinado. Sin-Gamil fue el predecesor inmediato de Anam en el trono
de Erec, y durante su reinado este último dedicó en su nombre un templo a
Nergal en la ciudad de Usipara. Anam era hijo de un tal Bel-Shemea, y su
principal obra fue la restauración de la muralla de Erec, cuya fundación
atribuye al gobernante semimítico Gilgamesh.
Sin duda
surgieron otros reinos locales durante el período que siguió a la desaparición
temporal de Babilonia como fuerza política, pero no hemos recuperado ningún
rastro de ellos, y el único hecho del que estamos seguros es la sucesión
continuada de los reyes del País del Mar. A uno de estos gobernantes,
Gulkishar, se hace referencia en un mojón del siglo XII, redactado en el
reinado de Enlil-Nadin-Apli, un rey temprano de la Cuarta Dinastía. En él se le
da el título de Rey del País del Mar, que es también la designación del último
cronista para E-Gamil, el último miembro de la dinastía, en el relato que nos
ha dejado de la invasión ivassita. Tales pruebas parecen demostrar que el
centro administrativo de su gobierno se estableció en esos periodos en el sur;
pero la inclusión de la dinastía en la Lista de Reyes se explica mejor
suponiendo que al menos algunos de sus miembros posteriores impusieron su soberanía
sobre una zona más amplia. Evidentemente, fueron la única línea estable de
gobernantes en un periodo en el que la administración más poderosa que el país
había conocido hasta entonces se había visto repentinamente destrozada. La
tierra había sufrido mucho, no sólo por la incursión hitita, sino también
durante los continuos conflictos de más de un siglo que precedieron a la caída
final de Babilonia. Debió ser entonces cuando muchas de las antiguas ciudades
sumerias del sur y el centro de Babilonia quedaron desiertas, tras ser
incendiadas y destruidas; y nunca fueron reocupadas después. Lagash, Umma,
Shuruppak, Kisurra y Adah no desempeñan ningún papel en la historia posterior
de Babilonia.
De la fortuna de Babilonia en esta época no sabemos nada, pero el hecho de que los kasitas hicieran de la ciudad su capital demuestra que las fuerzas económicas que la habían elevado originalmente a esa posición seguían operando. Los elementos sumerios en la población del sur de Babilonia pueden haber disfrutado ahora de un último período de influencia, y su supervivencia racial en el país del mar puede explicar en parte su continua lucha por la independencia. Pero en el conjunto de Babilonia los efectos de tres siglos de dominio semita occidental fueron permanentes. Cuando, tras la conquista casita, Babilonia emerge de nuevo a la vista, es evidente que las tradiciones heredadas de su primer imperio han sufrido pequeños cambios.
LA DINASTÍA CASITAY LAS RELACIONES CON EGIPTO Y EL IMPERIO HITITA
La conquista casita de Babilonia, aunque tuvo un éxito inmediato en gran parte del país, fue un proceso gradual en el sur, llevado a cabo por jefes casitas independientes. Los reyes de los Países del Mar continuaron durante un tiempo su existencia independiente; e incluso después de que esa dinastía llegara a su fin, la lucha por el sur continuó. Fue después de otro período de conflicto cuando se completó la dominación kasita, y la administración de todo el país se centró una vez más en Babilonia. Es una suerte para Babilonia que los nuevos invasores no aparecieran en tal número como para abrumar a la población existente. Desde hace tiempo se reconoce la probabilidad de que fueran arios por raza, y podemos considerarlos con cierta confianza como afines a los posteriores gobernantes de Mitani, que se impusieron a la anterior población no irania de Subartu, o Mesopotamia septentrional. Al igual que los reyes mitanios, los kasitas de Babilonia eran una casta gobernante o aristocracia y, aunque sin duda trajeron consigo a numerosos seguidores más humildes, su dominación no afectó en grado acusado al carácter lingüístico ni racial del país. En algunos de sus aspectos podemos comparar su dominio con el de Turquía en el valle del Tigris y el Eufrates. No dan pruebas de haber poseído un alto grado de cultura y, aunque adoptaron gradualmente la civilización de Babilonia, tendieron durante mucho tiempo a mantenerse al margen, conservando sus nombres nativos junto con su nacionalidad separada. Eran esencialmente un pueblo práctico y produjeron administradores de éxito. La principal ganancia que aportaron a Babilonia fue un método mejorado de cálculo del tiempo. En lugar del engorroso sistema de fórmulas de fecha, heredado por los semitas de los sumerios, bajo el cual cada año era conocido por un elaborado título tomado de algún gran acontecimiento u observancia de culto, los casitas introdujeron el plan más simple de fechar por los años del reinado del rey. Y veremos que fue directamente debido a las circunstancias políticas de su ocupación que el antiguo sistema de tenencia de la tierra, ya socavado en gran medida por los semitas occidentales, se modificó aún más. Pero, en el aspecto material, el mayor cambio que efectuaron en la vida de Babilonia se debió a su introducción del caballo. No cabe duda de que eran una raza que criaba caballos, y el éxito de su invasión puede atribuirse en gran parte a su mayor movilidad. Hasta entonces se habían empleado asnos y ganado para todos los fines de tiro y transporte, pero, con la aparición de los casitas, el caballo se convierte de repente en la bestia de carga en toda Asia occidental. Antes de su época "el asno de la montaña", como se le designaba en Babilonia, era una gran rareza, la referencia más antigua a él se produce en la época de Hammurabi. En ese período tenemos pruebas de que las tribus kasitas ya estaban formando asentamientos en los distritos occidentales de Elam, y cuando de vez en cuando pequeñas partidas de ellas se dirigían a la llanura babilónica para emplearse como cosechadoras, sin duda llevaban consigo sus mercancías de la forma habitual. La utilidad de los caballos importados de este modo habría asegurado su pronta venta a los babilonios, que probablemente conservaron los servicios de sus propietarios para cuidar a los extraños animales. Pero los primeros inmigrantes casitas debieron de ser hombres de tipo sencillo y poco progresista, pues en toda la literatura contractual de la época no encontramos rastro alguno de que adquirieran riquezas o se dedicaran a las actividades comerciales de su país de adopción. La única prueba de su empleo en algo que no fuera servil la proporciona un contrato del reinado de Ammi-Ditana, que registra un arrendamiento de dos años de un campo sin cultivar tomado por un casita para la agricultura. La incursión kasita en territorio babilonio en el reinado de Samsu-iluna puede haber sido seguida por otras de carácter similar, pero fue sólo en la época de los últimos reyes del País del Mar cuando los invasores lograron afianzarse de forma permanente en el norte de Babilonia. Según la Lista de Reyes, el fundador de la Tercera Dinastía fue Gandash, y hemos obtenido confirmación del registro en una tablilla neobabilónica que supuestamente contiene una copia de una de sus inscripciones. El rey babilonio, cuyo texto reproduce la copia, lleva allí el nombre de Gaddash, evidentemente una forma contraída de Gandash tal como aparece en la Lista de los Reyes; y el registro contiene una referencia inequívoca a la conquista kasita. De lo que queda de la inscripción puede deducirse que conmemoraba la restauración del templo de Bel, es decir, de Marduk, que parece haber sido dañado en la conquista de Babilonia. Está claro, por tanto, que Babilonia debió de ofrecer una enérgica oposición a los invasores, y que la ciudad resistió hasta ser capturada por asalto. Parece también que este éxito fue seguido de nuevas conquistas del territorio babilónico, pues en su texto, además de autoproclamarse rey de Babilonia, Gaddash adopta los otros títulos consagrados de rey de las cuatro partes (del mundo), y rey de Sumer y Acad. Podemos ver pruebas en esto de que el reino del País del Mar estaba ahora restringido dentro de sus límites originales, aunque es posible que se hicieran algunos intentos para frenar la marea invasora. Ea-Gamil, en cualquier caso, el último rey de la Segunda Dinastía, no se contentó con defender su territorio natal, pues sabemos que asumió la ofensiva e invadió Elam. Pero parece que no tuvo éxito y, tras su muerte, un jefe kasita, Ula-Burariash o Ulam-Buriash, conquistó el País del Mar y estableció allí su dominio. (La genealogía establecida de Agum-kakrime hace imposible identificar al Agum de la crónica, que era hijo de Kashtiliash el casita, con ninguno de los reyes casitas de Babilonia que llevaban ese nombre. Sólo puede haber hecho incursiones o gobernado en el País del Mar, probablemente en la época en que su hermano mayor Ushshi, o quizá su otro hermano Abi-Rattash, era rey en Babilonia). El cronista tardío que registra estos acontecimientos nos dice que Ulam-Buriash era hermano de Kashtiliash, el kasita, a quien probablemente podamos identificar con el tercer gobernante de la dinastía kasita de Babilonia. Allí Gandash, el fundador de la dinastía, había sido sucedido por su hijo Agum, pero tras el reinado de éste de veintidós años Kashtiliash, un kasita rival, se había asegurado el trono. Evidentemente procedía de una poderosa tribu kasita, pues fue su hermano, Ulam-Buriash, quien conquistó el País del Mar. Hemos recuperado un memorial del reinado de este último en un pomo o cabeza de maza de diorita, que se encontró durante las excavaciones en Babilonia. En él se denomina a sí mismo Rey del País del Mar, y aprendemos de él, también, que él y su hermano eran los hijos de Burna-Burariash, o Burna-Buriash, que puede haber permanecido atrás como un jefe Kasita local en Elam, mientras sus hijos entre ellos aseguraban el control de Babilonia. Después de un cierto intervalo, el País del Mar debió rebelarse contra Ulam-Buriash, ya que su reconquista fue emprendida por Agum, un hijo menor de Kashtiliash, de quien consta que capturó la ciudad de Dur-Enlil y destruyó E-Malga-Uruna, el templo local de Enlil. Mientras tanto, el hijo mayor de Kashtiliash había sucedido a su padre en el trono de Babilonia y, si Agum estableció su dominio en el País del Mar, tenemos de nuevo el espectáculo de dos hermanos, en la siguiente generación de esta familia kasita, repartiéndose entre ellos el control de Babilonia. Pero como el cronista no registra que Agum, al igual que su tío Ulam-Buriash, ejerciera el dominio sobre el País del Mar en su conjunto, puede que se asegurara poco más que un éxito local. El trono de Babilonia pasó entonces al segundo hijo de Kashtiliash, Abi-Rattash, y posiblemente fue por él, o por uno de sus sucesores, que todo el país volvió a estar unido bajo el dominio de Babilonia. Sabemos de dos miembros más de la familia de Kashtiliash, que continuaron su línea en Babilonia. Pues a Abi-Rattash le sucedieron su hijo y su nieto, Tashshi-Gurumash y Agum-kakrime, de quien este último nos ha dejado el registro ya referido, que conmemora su recuperación de las estatuas de Marduk y Sarpanitum de la tierra de Khani. Y entonces se produce una gran ruptura en nuestro conocimiento de la historia de Babilonia. Para un periodo que se extiende a lo largo de unos trece reinados, desde mediados del siglo XVII hasta finales del siglo XV a.C., nuestras pruebas autóctonas se limitan a un par de breves registros, que datan de la segunda mitad del intervalo, y a una o dos referencias históricas en textos posteriores. Con su ayuda hemos recuperado los nombres de algunos de los reyes desaparecidos, aunque su orden relativo, y en uno o dos casos incluso su existencia, siguen siendo objeto de controversia. De hecho, si dependiéramos únicamente de las fuentes babilónicas, nuestro conocimiento de la historia del país, aun cuando pudiéramos establecer de nuevo la sucesión, habría quedado prácticamente en blanco. Pero, gracias en gran parte a las relaciones comerciales establecidas con Siria desde la época de los reyes semitas occidentales, la influencia de la cultura babilónica había viajado muy lejos. Su método de escritura en la cómoda e imperecedera tablilla de arcilla había sido adoptado por otras naciones de Asia occidental, y su lengua se había convertido en la lingua franca del mundo antiguo. Tras su conquista de Canaán, Egipto se había convertido en una potencia asiática y había adoptado el método actual de relaciones internacionales para comunicarse con otros grandes estados y con sus propias provincias en Canaán. Y así ha sucedido que parte de nuestra información más sorprendente sobre el período nos ha llegado, no de la propia Babilonia, sino de Egipto. Los montículos conocidos como Tell el-Amarna en el Alto Egipto marcan el emplazamiento de una ciudad que tuvo una breve pero brillante existencia bajo Amenhotep IV, o Akenatón, uno de los últimos reyes de la XVIII Dinastía. Fue el famoso rey hereje, que intentó suprimir la religión establecida de Egipto y sustituirla por un monoteísmo panteísta asociado al culto del disco solar. En cumplimiento de sus ideas religiosas abandonó Tebas, la antigua capital del país, y construyó una nueva capital más al norte, a la que llamó Akhetaten, la moderna Tell el-Amarna. Aquí trasladó los archivos oficiales de su propio gobierno y los de su padre, Amenhotep III, incluidos los despachos de las provincias asiáticas de Egipto y la correspondencia diplomática con los reyes de Mesopotamia, Asiria y Babilonia. Hace unos veintisiete años se descubrió un gran número de ellos en las ruinas del palacio real, y constituyen una de las fuentes de información más valiosas sobre las primeras relaciones de Egipto y Asia occidental. Más recientemente se han complementado con un hallazgo aún mayor de documentos similares en Boghaz Keui, en Capadocia, un pueblo construido junto al emplazamiento de Khatti, la antigua capital del imperio hitita. Los archivos reales y oficiales habían sido almacenados por seguridad en la antigua ciudadela, y los pocos extractos que se han publicado hasta ahora, de los muchos miles de documentos recuperados en el lugar, han proporcionado información adicional del mayor valor desde el punto de vista hitita. A partir de estos documentos hemos recuperado una imagen muy completa de la política internacional en Asia occidental durante dos siglos, desde finales del siglo XV hasta los últimos años del siglo XIII a.C. Podemos rastrear en cierta medida las relaciones dinásticas establecidas por Egipto con los otros grandes estados asiáticos, y la forma en que se mantuvo el equilibrio de poder, en gran medida por métodos diplomáticos. Durante la primera parte de este período el poder egipcio es dominante en Palestina y Siria, mientras que el reino de Mitanni, bajo su dinastía aria, es un freno a la expansión asiria. Pero Egipto estaba perdiendo su dominio sobre sus provincias asiáticas, y el ascenso del imperio hitita coincidió con su declive en poder. Mitanni cayó pronto ante los hititas, para ventaja material de Asiria, que empezó a ser una amenaza para sus vecinos del oeste y del sur. Tras un cambio de dinastía, Egipto había recuperado entretanto en parte su territorio perdido en Palestina, y volvió a ocupar su lugar entre las grandes naciones de Asia occidental. Y sólo con la caída del imperio hitita se altera por completo la situación internacional. A lo largo de todo el periodo Babilonia se mantiene, en la medida de lo posible, al margen, preocupada por el comercio más que por la conquista; pero en la segunda mitad del periodo sus ojos están siempre fijos en su frontera asiria. Por la correspondencia de Tell el-Amarna vemos cómo los reyes de Mitanni, Asiria y Babilonia daban a sus hijas al rey egipcio en matrimonio y trataban de asegurarse su amistad y alianza. Al parecer, Egipto consideraba por debajo de su dignidad conceder a sus princesas a cambio, ya que en una de sus cartas a Amenhotep III, Kadashman-Enlil riñe al rey de Egipto por negarle una de sus hijas y amenaza con retener a su propia hija en represalia. Otra de las cartas ilustra de forma aún más sorprendente las íntimas relaciones internacionales de la época. En el apogeo de su poder, el reino de Mitanni parece haberse anexionado los distritos meridionales de Asiria y, durante un tiempo, haber ejercido el control sobre Nínive, como lo había hecho Hammurabi de Babilonia en una época anterior. Fue en su carácter de soberano que Dushratta envió la estatua sagrada de Ishtar de Nínive a Egipto, como señal de su estima por Amenhotep III. Hemos recuperado la carta que envió con la diosa, en la que escribe sobre ella: "En efecto, en tiempos de mi padre, la señora Ishtar fue a esa tierra; y, al igual que antes moraba allí y la honraban, que ahora mi hermano la honre diez veces más que antes. Que mi hermano la honre y le permita regresar con alegría". Deducimos así que no era la primera vez que Ishtar visitaba Egipto, y podemos deducir de tal costumbre la creencia de que una divinidad, al detenerse en un país extranjero con su consentimiento, conferiría, si se la trataba adecuadamente, favor y prosperidad a esa tierra. Veremos más adelante que Ramsés II envió a su propio dios khonsu en una misión similar a Khatti, para curar a la hija epiléptica del rey hitita, que se creía poseída por un demonio. No podríamos tener pruebas más llamativas de las relaciones internacionales. No sólo los gobernantes de los grandes estados intercambiaban a sus hijas, sino incluso a sus dioses.
Pero las cartas también exhiben los celos que existían entre los estados rivales de Asia. Mediante una hábil diplomacia y, sobre todo en el reinado de Akenatón, mediante regalos y cuantiosos sobornos, el rey egipcio y sus consejeros consiguieron enfrentar a una potencia con la otra y conservar cierto dominio sobre sus problemáticas provincias de Siria y Palestina. Al pagar generosas gratificaciones y recompensas a sus propios seguidores y a su partido en el propio Egipto, Akenatón sólo estaba llevando a cabo la política tradicional de la corona egipcia; y extendió aún más el principio en sus tratos con los estados extranjeros. Pero el peculado por parte de los embajadores sólo era igualado por la codicia de los monarcas ante los que estaban acreditados, y cuyo apetito por el oro egipcio crecía con el consumo del mismo. En las cartas se dedica mucho espacio a la constante petición de más regalos y a las quejas de que los obsequios prometidos no han llegado. En una carta, por ejemplo, Ashur-Uballit de Asiria escribe a Akenatón que anteriormente el rey de Khanirabbat había recibido un regalo de veinte manehs de oro de Egipto, y procede a exigir una suma igual. Burna-Buriash de Babilonia, su contemporáneo, escribe en el mismo sentido a Egipto, recordando a Akenatón que Amenofis III había sido mucho más generoso con su padre: "Desde que mi padre y el tuyo establecieron relaciones amistosas entre sí, se enviaron ricos presentes y no se negaron el uno al otro ningún objeto deseado. Ahora mi hermano me ha enviado como regalo dos manehs de oro. Envía ahora mucho .oro, tanto como tu padre; y si es menos, envía sólo la mitad que tu padre. ¿Por qué has enviado sólo dos manehs de oro? Porque el trabajo en el templo es grande, y yo lo he emprendido y lo estoy llevando a cabo con vigor; envía, pues, mucho oro. Y envía tú por todo lo que desees en mi tierra, para que te lo lleven". Aunque una gran parte de las cartas reales de Tell el-Amarna está ocupada por esas peticiones de oro bastante fatigosas, también ofrecen valiosos atisbos de los movimientos políticos de la época. Deducimos, por ejemplo, que Egipto logra impedir que Babilonia preste apoyo a las revueltas de Canaán, pero no duda en alentar a Asiria, que ahora empieza a desplegar su poder como rival de Babilonia. Burna-Buriash lo deja claro cuando se queja de que Akenatón haya recibido una embajada de los asirios, a los que se refiere jactanciosamente como sus súbditos; y contrasta la recepción por parte de Babilonia de las propuestas cananeas de alianza contra Egipto en tiempos de su padre Kurigalzu. "En tiempos de Kurigalzu, mi padre", escribe, "los cananeos le enviaron unánimes, diciendo: 'Descendamos hasta la frontera de la tierra e invadámosla, y formemos una alianza contigo'. Pero mi padre les respondió diciendo: 'Desistid de intentar formar una alianza conmigo. Si sois hostiles al rey de Egipto, mi hermano, y os aliáis entre vosotros, ¿no iré yo y os saquearé? Porque conmigo se ha aliado'. Mi padre, por amor a tu padre, no les hizo caso". Pero Burna-Buriash no confía enteramente en el sentimiento de gratitud del egipcio por el apoyo de Babilonia en el pasado. Refuerza su argumento con un regalo de tres manehs de lapislázuli, cinco yuntas de caballos y cinco carros de madera. El lapislázuli y los caballos eran las dos exportaciones más valiosas de Babilonia durante el periodo casita, y contrarrestaban en cierta medida el suministro casi inagotable de oro nubio de Egipto. En esta época Babilonia no tenía ambiciones territoriales fuera del límite de sus propias fronteras. Nunca se vio amenazada por Mitanni, y sólo después de la caída de este último reino empezó a inquietarse por el aumento del poder asirio. Aparte de la defensa de su frontera, su principal preocupación era mantener abiertas las rutas comerciales, especialmente la del Éufrates hacia Siria y el norte. Así, encontramos a Burna-Buriash reprendiendo a Egipto cuando las caravanas de uno de sus mensajeros, llamado Salmu, habían sido saqueadas por dos jefes cananeos, y exigiendo una indemnización. En otra ocasión escribe que mercaderes babilonios habían sido robados y asesinados en Khinnatuni, en Canaán, y vuelve a responsabilizar a Akenatón. "Canaán es tu tierra", dice, "y sus reyes son tus siervos"; y exige que se reparen las pérdidas y se mate a los asesinos. Pero Egipto estaba en esta época tan ocupado con sus propios asuntos que no tenía tiempo, ni siquiera poder, para proteger los intereses comerciales de sus vecinos. En la mayoría de las cartas de Tell el-Amarna vemos cómo su imperio asiático se desmorona. Desde el norte de Siria hasta el sur de Palestina, los gobernadores egipcios y los gobernantes vasallos intentan en vano sofocar la rebelión y contener a las tribus invasoras. El origen de buena parte de los problemas era el gran poder hitita, lejos, al norte, en las montañas de Anatolia. Los reyes hititas habían formado una confederación de sus propios pueblos al norte del Tauro, y ahora presionaban hacia el sur, hacia Fenicia y el Líbano. Codiciaban las fértiles llanuras del norte de Siria, y Egipto era la potencia que bloqueaba su camino. Al principio no eran lo bastante fuertes como para desafiar a Egipto mediante la invasión directa de sus provincias, así que se limitaron a suscitar la rebelión entre los príncipes nativos de Canaán. A éstos les animaron a deshacerse del yugo egipcio y a atacar las ciudades que se negaran a unirse a ellos. Los jefes y gobernadores leales pidieron ayuda a Egipto, y sus cartas muestran que generalmente apelaron en vano. Porque Akenatón era un monarca débil, y estaba mucho más interesado en su culto herético al Disco Solar que en conservar el imperio extranjero que había heredado. Fue en su reinado cuando los hititas de Anatolia empezaron a tomar parte activa en la política de Asia occidental.
Hasta el descubrimiento de los documentos de Boghaz Keui, sólo había sido posible deducir la existencia de los hititas a partir de la huella que habían dejado en los registros de Egipto y Asiria; y en aquella época ni siquiera era seguro que pudiéramos considerar obra suya las inscripciones jeroglíficas rupestres, dispersas por gran parte de Asia Menor. Pero ahora es posible complementar nuestro material a partir de fuentes autóctonas, y trazar la extensión gradual de su poder tanto por conquista como por diplomacia. Eran una raza viril, y sus rasgos fuertemente marcados aún pueden verse, no sólo en sus propias esculturas rupestres, sino también en relieves egipcios junto a los de otros asiáticos. En el tipo facial, también, son bastante distintos, pues la nariz, aunque prominente y ligeramente curvada, no es muy carnosa, la boca y la barbilla son pequeñas, y la frente retrocede abruptamente, con el pelo recogido hacia atrás y cayendo en una, o posiblemente en dos trenzas, o coletas, sobre los hombros. Aún no se sabe con certeza a cuál de las grandes familias de naciones pertenecían. Se ha sugerido que su lengua tiene ciertas características indoeuropeas, pero por el momento es más seguro considerarlos una raza indígena de Asia Menor. En cualquier caso, su tipo facial sugiere la comparación tanto con el tronco ario como con el semítico. (Los mitanios eran probablemente afines a ellos, aunque en el siglo XV estaban dominados por una dinastía de extracción indoeuropea, que llevaba nombres arios y adoraba a los dioses arios Mitra y Varuna, Indra y los gemelos Nasatya).
Su civilización estuvo fuertemente influida por la de Babilonia, quizá a través de los asentamientos comerciales asirios, que ya estaban establecidos en Capadocia en la segunda mitad del tercer milenio. De estos primeros inmigrantes semitas, o de sus sucesores, tomaron prestada la tablilla de arcilla y el sistema cuneiforme de escritura. Pero siguieron utilizando sus propios caracteres-imagen para los registros monumentales; e incluso en el período posterior, cuando entraron en contacto directo con el imperio asirio, su arte nunca perdió su carácter individual. Algunas de las más elaboradas de sus esculturas rupestres aún sobreviven en el santuario sagrado de Yasili Kaya, no lejos de Boghaz Keui. Aquí, en la pared rocosa, en una fisura natural de la montaña, están esculpidas las figuras de sus divinidades, la principal de ellas la gran diosa-madre de los hititas. Ella y Teshub, la principal deidad masculina, se representan aquí reunidos, con sus cortejos de deidades y asistentes. Si fue precisamente de esta zona de donde descendieron las tribus hititas en su incursión por el Éufrates, que aceleró la caída de la Primera Dinastía de Babilonia y tal vez le puso fin, aún no tenemos medios para juzgarlo. Pero durante los siglos posteriores podemos imaginarnos sin duda una expansión lenta pero ininterrumpida de la zona bajo control hitita; y es probable que la autoridad estuviera dividida entre los diversos reinos y jefaturas locales, que ocupaban los valles y las tierras altas al norte del Tauro.
En la época de su imperio, su capital y fortaleza central era Hatti, que se encontraba al este del Halys, en la meseta de Anatolia, a unos tres mil pies sobre el nivel del mar. Ocupaba una posición fuerte cerca del cruce de las grandes líneas de tráfico a través de Asia Menor; y la expansión desde esta zona debió de comenzar a producirse en una época temprana más allá de la orilla occidental del río, donde el país ofrecía mayores facilidades para el pastoreo. Otra línea de avance era hacia el sur, hacia las llanuras costeras bajo el Tauro, y es seguro que Cilicia estaba ocupada por tribus hititas antes de que se hiciera cualquier intento sobre el norte de Siria. Que al principio los hititas estaban dispersos, sin ninguna organi¬zación central, entre una serie de ciudades-estado independientes, puede deducirse de sus registros posteriores. Pues cuando se hace referencia a una tierra en sus documentos oficiales, se la designa como "el país de la ciudad de tal y cual", lo que sugiere que cada municipio importante había sido el centro de un distrito independiente al que dio su nombre. Algunos de los estados hititas alcanzaron con el tiempo un grado de importancia considerable. Así encontramos a Tarkundaraba de Arzawa lo suficientemente eminente como para casarse con una hija de Amenhotep III de Egipto. Otra ciudad fue Kussar, uno de cuyos reyes, Hattusil I, fue el padre de Shubbiluliuma, bajo el cual los hititas se organizaron en una fuerte confederación que perduró durante casi doscientos años. Debió de ser debido a su importancia estratégica por lo que Shubbiluliuma eligió H atti como capital en lugar de su ciudad ancestral. Aparte de su nombre, y de las tradiciones que se le atribuyen, no cabe duda de que, a partir de esta época, Hatti fue el centro del poder y la civilización hititas; pues es, con mucho, el yacimiento hitita más extenso que existe. Cubre el terreno elevado, incluida la cima de la colina, por encima de Boghaz Keui, que se encuentra en el valle inferior; y es una suerte que la mayor parte de la aldea moderna se construyera lejos de los límites exteriores de la antigua ciudad, ya que en consecuencia las ruinas han corrido mucho menos riesgo de destrucción. Se situó en lo alto con fines puramente estratégicos, ya que domina el Camino Real desde el oeste y la gran carretera troncal desde el sur a medida que se acercan a las murallas de la ciudad.
La ciudadela estaba formada por una colina de cima plana, que dominaba la ciudad amurallada al norte, oeste y sur de la misma. Sus precipitadas laderas descienden por el lado noreste hasta un arroyo de montaña fuera de las murallas; y un arroyo similar, alimentado por barrancos poco profundos, fluye hacia el noroeste a través de la zona de la ciudad. Desde el punto donde se elevan en el sur, hasta su confluencia por debajo de la ciudad, el terreno desciende no menos de mil pies, y la superficie irregular ha sido plenamente aprovechada para su defensa. La muralla que rodeaba la mitad meridional y superior de la ciudad aún se conserva comparativamente bien, y forma tres lados de un hexágono tosco, pero la caída y el terreno quebrado hacia el norte impidieron completar simétricamente el circuito. Una serie de muros de fortificación interiores, que seguían la pendiente del terreno, encerraban una serie de zonas irregulares, construyéndose fuertes subsidiarios en cuatro colinas más pequeñas a lo largo del muro transversal más meridional, que cerraba la parte más alta de la ciudad. La mayor longitud de la ciudad de norte a sur era de aproximadamente una milla y cuarto, y su mayor anchura de unos tres cuartos de milla, extendiéndose todo el circuito de las defensas existentes, incluida la zona más baja, a unas tres millas y media. Se trata de un tamaño notable para una ciudad de montaña, y aunque algunas porciones de la zona no pueden haber estado ocupadas por edificios, la fortificación de un emplazamiento tan extenso es un indicio del poder del imperio hitita y de su capital. De unos catorce pies de grosor, la muralla se conserva en muchos lugares hasta una altura de más de doce pies. Consta de una pared interior y otra exterior, rellenas con un relleno de piedra. La cara exterior era naturalmente la más fuerte de las dos, y en su construcción se han empleado enormes piedras, a veces de cinco pies de longitud. La muralla estaba reforzada por torres, colocadas a intervalos más o menos regulares a lo largo de ella, siendo su posición dictada a veces por el contorno del terreno. Alrededor! de gran parte del circuito hay vestigios de una muralla defensiva exterior de construcción más ligera y con torres más pequeñas, pero ésta no era continua, omitiéndose allí donde la caída natural del terreno constituía una protección suficiente para la muralla principal. Las torres salientes flanqueaban también las puertas principales, que muestran un rasgo característico de la arquitectura hitita. Se trata de la peculiar forma de la puerta, consistente en un arco apuntado con los lados suavemente inclinados, estos últimos formados por enormes monolitos adheridos a la estructura de la muralla. Parece que probablemente se empleó el ladrillo para la estructura superior tanto de la muralla como de las torres; y en otros edificios de la ciudad, como el gran templo situado al noroeste de la ciudadela, se utilizó el ladrillo para la estructura superior de las murallas sobre cimientos de piedra. Siempre que se adoptó el uso del ladrillo en una de las tierras septentrionales de Mesopotamia, donde abunda la piedra, ésta se empleó en los cimientos. No es improbable, por tanto, que también se tomaran prestadas las almenas escalonadas de Asiria y Babilonia, ya que era la forma más conveniente y decorativa de rematar las hiladas superiores de un muro de fortificación construido con ese material.
En los primeros años de Shubbiluliuma la ciudad era sin duda mucho más pequeña de lo que llegó a ser posteriormente. Pero la utilizó eficazmente como base y, tanto por medios diplomáticos como por conquista real, consiguió que el poder de los hititas se hiciera sentir más allá de sus propias fronteras. Las revueltas sirias del reinado de Amenhotep III, por las que se debilitó la autoridad de Egipto en sus provincias asiáticas, recibieron sin duda el aliento hitita. Shubbiluliuma también cruzó el Éufrates y asoló el territorio septentrional de Mitanni, el principal rival de los hititas hasta entonces. Más tarde invadió Siria en masa y regresó a su fortaleza montañosa de Jatti, cargado de botín y llevando en su séquito a dos príncipes mitannios como cautivos. Con motivo de la ascensión de Akenatón, Shubbiluliuma le escribió una carta de felicitación; pero, cuando el príncipe sirio Aziru reconoció la soberanía de Egipto, Shubbiluliuma le derrotó y sometió a tributo a todo el norte de Siria, confirmando posteriormente su posesión del país mediante un tratado con Egipto. También el estado de Mitanni se sometió al dictado de Shubbiluliuma, ya que, tras el asesinato de su poderoso rey Dushratta, abrazó la causa de Mattiuaza, a quien restauró en el trono de su padre tras casarlo con su hija. Hemos recuperado el texto de su tratado con Mitanni, y refleja el poder despótico del rey hitita en esta época. Refiriéndose a sí mismo en tercera persona dice: "El gran rey, por amor a su hija, dio al país de Mitanni una nueva vida". No fue hasta el reinado de Mursili, un hijo menor de Shubbiluliuma, cuando el imperio hitita entró en conflicto armado con Egipto. Un cambio de dinastía en este último país, y la restauración de su antigua religión, habían fortalecido el gobierno, y ahora dieron lugar a renovados intentos por su parte de recuperar su territorio perdido. En la primera ocasión los hititas fueron derrotados por Seti I en el norte de Siria, y Egipto volvió a ocupar Fenicia y Canaán. Más tarde, probablemente en el reinado de Mutallu, hijo de Mursili, Ramsés II intentó recuperar el norte de Siria. En la batalla de Kadesh, en el Orontes, consiguió derrotar al ejército hitita, aunque ambos bandos perdieron mucho y en una fase temprana de la lucha el propio Ramsés estuvo en peligro inminente de captura. Todavía pueden verse episodios de la batalla representados en relieve en los muros de los templos de Luxor, Karnak y Abidos. La guerra egipcia continuó con éxito variable, aunque es seguro que los hititas acabaron triunfando en el norte. Pero en el reinado de Hattusil, hermano de Mutallu, ambas partes se cansaron del conflicto y se redactó un elaborado tratado de paz y alianza. Éste, grabado en una tablilla de plata, fue llevado a Egipto por un embajador y presentado a Ramsés. El contenido del tratado se conoce desde hace tiempo por el texto egipcio, grabado en las paredes del templo de Karnak; y entre las tablillas encontradas en Boghaz Keui había una copia rota de la versión hitita original, redactada en caracteres cuneiformes y en babilonio, la lengua de la diplomacia de la época. Hattusil también mantuvo relaciones amistosas con la corte babilónica, e informó al rey de Babilonia de su tratado con el rey de Egipto. De una copia de la carta, recuperada en Boghaz Keui, se desprende que el rey babilonio había oído hablar del tratado y había escrito para interesarse por él. Hattusil responde que el rey de Egipto y él habían entablado una amistad y habían concluido una alianza: "Somos hermanos, y contra un enemigo lucharemos juntos, y con un amigo mantendremos juntos la amistad". Y su siguiente observación nos permite identificar a su corresponsal jasita, pues añade: "y cuando el rey de Egipto [antes] atacó [a Hatti], entonces escribí para informar a tu padre Kadashman-turgu". Así pues, Hattusil fue contemporáneo de dos reyes kasitas, Kadashman-turgu y Kadashman-Enlil II, vigésimo cuarto y vigésimo quinto soberanos de la dinastía. Otra sección de esta carta es de considerable interés, ya que muestra que un intento de Hattusil de intervenir en la política babilónica había sido resentido, y había conducido a un distanciamiento temporal entre los dos países. Hattusil se esfuerza por tranquilizar a Kadashman-Enlil en cuanto a la falta de egoísmo de sus motivos, explicando que la acción que había emprendido había sido dictada enteramente por los propios intereses del rey kasita. El episodio había ocurrido a la muerte de Kadashman-turgu y, según el relato de Hattusil, éste había escrito inmediatamente a Babilonia para decir que, a menos que se reconociera la sucesión de Kadashman-Enlil, que entonces era un niño, rompería la alianza que había concluido con el difunto rey, padre de Kadasman-Enlil. El ministro principal babilonio, Itti-Marduk-balatu, se había ofendido por el tono de la carta y había replicado que el rey hitita no había escrito en tono de hermandad, sino que había emitido sus órdenes como si los babilonios fueran sus vasallos. Como consecuencia, las negociaciones diplomáticas se habían interrumpido durante la minoría de edad del joven rey; pero ahora había alcanzado la mayoría de edad y había tomado la dirección de los asuntos de manos de su ministro. La larga comunicación de Hattusil debió de escribirse poco después de la reanudación de las relaciones diplomáticas. Después de dar estas explicaciones sobre sus relaciones actuales con Egipto, y sobre su anterior interrupción de las negociaciones con Babilonia, Hattusil pasa a los asuntos que sin duda habían proporcionado la ocasión para su carta. Ciertos mercaderes babilonios, cuando viajaban en caravana hacia Amurru y Ugarit, ciudad del norte de Fenicia, habían sido asesinados; y, como la responsabilidad recaía sobre el imperio hitita en su carácter de soberano, Kudashman-Enlil había dirigido al parecer a Jattusil la demanda de que los culpables fueran entregados a los parientes de los asesinados. La referencia es de interés, ya que da una prueba más de las actividades comerciales de Babilonia en Occidente, y muestra cómo, después de que Egipto hubiera perdido su control del norte de Siria, los gobernantes kasitas se dirigieron a su nuevo soberano para asegurar la protección de sus caravanas.
Tenemos pruebas de que tal acción diplomática fue completamente eficaz, pues no sólo la lengua y el sistema de escritura de Babilonia habían penetrado en Asia occidental, sino que su respeto por la ley y sus métodos legislativos los habían acompañado, al menos dentro de la zona hitita. El punto queda bien ilustrado por una de las últimas secciones de esta notable carta, que trata de una queja del rey babilonio sobre alguna acción del príncipe amorreo Banti-Shinni. El amorreo, al ser acusado por Jattusil de haber "perturbado la tierra" de kadashman-Enlil, había respondido adelantando una contrademanda por treinta talentos de plata contra los habitantes de Acad. Tras exponer este hecho, Hattusil prosigue en su carta: "Ahora bien, puesto que Banti-Shinni se ha convertido en mi vasallo, que mi hermano tramite la demanda contra él; y, en cuanto a la perturbación de la tierra de mi hermano, deberá hacer su defensa ante el dios en presencia de tu embajador, Adad-Shar-Ilani. Y si mi hermano no dirige la acción (él mismo), entonces vendrá tu siervo que ha oído que Banti-Shinni hostigó la tierra de mi hermano, y él dirigirá la acción. Entonces convocaré a Banti-Shinni para que responda a la acusación. Él es (mi) vasallo. Si acosa a mi hermano, ¿no me acosa entonces a mí?". Puede ser que la diplomacia hitita se sirva aquí del respeto babilónico por la ley, para encontrar una salida a una situación difícil; pero la mera propuesta de un juicio como el sugerido demuestra que el método habitual de resolver disputas internacionales de carácter menor seguía el modelo del sistema legislativo interno de Babilonia. Es evidente que el hitita estaba ansioso por evitar unas relaciones tensas con Babilonia, pues a continuación insta a Kadashman-Enlil a atacar a un enemigo común, al que no nombra. Éste debía de ser Asiria, cuyo creciente poder se había convertido en una amenaza para ambos estados, y les había hecho unirse para apoyarse mutuamente.
El relato que se ha hecho de este extenso documento habrá indicado el carácter de la correspondencia real descubierta en Boghaz Keui. En algunos aspectos se parece mucho a la de Tell el-Amarna, pero exhibe un agradable contraste por la total ausencia de esas quejumbrosas peticiones de oro y regalos, que tanto abundan en los documentos anteriores. La política egipcia de dádivas y sobornos había sacado a relucir el peor lado del carácter oriental. El hitita no creía en doles, y en cualquier caso no tenía para darlos; como consecuencia, su correspondencia se limita en gran medida a asuntos de estado y de alta política, y exhibe mucha mayor dignidad y respeto por sí mismo. Y esto se aplica igualmente, por lo que Ave puede ver, a las comunicaciones con Egipto, que se había recuperado de su decadencia temporal. No cabe duda de que las cartas reales hititas, cuando se publiquen, nos permitirán seguir con mayor detalle los movimientos políticos de la época. Cabe referirse a otro acto de Hattusil, ya que ilustra en el ámbito religioso la ruptura de las barreras internacionales que tuvo lugar. Pocos años después de la realización de su gran tratado, Hattusil llevó a su hija a Egipto, donde se casó con Ramsés con gran pompa y circunstancia. Siguió existiendo una íntima amistad entre las dos familias reales, y cuando Bentresh, su cuñada, cayó enferma en Hatti y se creyó que estaba incurablemente poseída por un demonio, Ramsés se apresuró a enviar a su médico para curarla. Pero sus esfuerzos resultaron infructuosos, el faraón envió la imagen sagrada de Khonsu, el dios egipcio de la Luna, a Capadocia, para que la curara. El dios llegó debidamente a la lejana capital y, mientras trabajaba con el espíritu maligno, se dice que el rey hitita "se paró con sus soldados y temió mucho". Pero Khonsu salió victorioso, y como el espíritu se marchó en paz al lugar de donde había venido, hubo gran regocijo. El episodio forma un interesante paralelismo con el viaje de Ishtar a Egipto en el reinado de Amenhotep III. No cabe duda de que el hijo y el nieto de Hattusil, Dudkhalia y Arnuanta, continuaron la política de amabilidad de su padre hacia Babilonia, que no tenía motivos políticos para resentirse por la intrusión de la influencia egipcia en Hatti. Pero Arnuanta es el último rey de Hatti cuyo nombre se ha recuperado, y es seguro que en el siglo siguiente la invasión de Anatolia por los frigios y los muskis puso fin al poder hitita en Capadocia. Los hititas fueron presionados hacia el sur a través de los pasos, y siguieron ejerciendo una influencia política disminuida en el norte de Siria. Mientras tanto, Asiria se benefició de su caída y desaparición en el norte. Ya se había expandido a expensas de Mitanni, y ahora que este segundo control sobre ella había sido eliminado, el equilibrio de poder dejó de mantenerse en Asia occidental. La historia de Babilonia a partir de este momento está moldeada en gran parte por sus relaciones con el reino del norte. Incluso en la época de los últimos reyes hititas no logró mantener su frontera de la invasión asiria, y la propia capital pronto iba a caer. Podemos seguir el curso de estos acontecimientos con cierto detalle, ya que, con el reinado de Kara-indash I, el más antiguo de los corresponsales de Amenhotep III, nuestras fuentes de información se ven incrementadas por la llamada "Historia Sincrónica" de Asiria y Babilonia, que proporciona una serie de breves avisos sobre las relaciones mantenidas entre ambos países. En el largo periodo comprendido entre Agum-kakrime y Kara-Indash, sólo se han recuperado los nombres de tres gobernantes kasitas. Por un kudurru, o documento legal, del reinado de Kadashman-Enlil I sabemos de dos reyes kasitas anteriores, Kadashman-Kharbe y su hijo Kurigalzu, y es posible que un hijo de este último, Meli-Shipak, sucediera a su padre en el trono. No sabemos nada de las relaciones de Babilonia con Asiria en esta época, y nuestro primer atisbo de su larga lucha por la supremacía lo tenemos en el reinado de Kara-Indash, de quien consta que llegó a un acuerdo amistoso con Ashur-Rim-Nisheshu respecto a su frontera común. Que se redactara un acuerdo de este tipo es en sí mismo una prueba de fricción, y no es sorprendente que una generación más tarde Burna-Buriash, el corresponsal de Amenhotep III, se viera en la necesidad de concluir un tratado similar con Puzur-Ashur, el rey asirio contemporáneo. Podemos considerar que estos acuerdos marcan el comienzo de la primera fase de los tratos posteriores de Babilonia con Asiria, que se cierra con acuerdos amistosos de carácter similar en la época de la Cuarta dinastía babilónica. Durante el período intermedio de unos tres siglos, las relaciones amistosas se vieron constantemente interrumpidas por conflictos armados, que generalmente desembocaban en una rectificación de la frontera en perjuicio de Babilonia. Sólo en una ocasión salió victoriosa en la batalla, y dos veces durante el período la propia capital fue tomada. Pero Asiria no era todavía lo bastante fuerte como para dominar el reino del sur durante mucho tiempo, y al final del período Babilonia puede considerarse todavía en ocupación de una gran parte de su antiguo territorio, pero con un prestigio muy disminuido. Para apreciar los motivos que impulsaron a Asiria de vez en cuando a intervenir en la política babilónica, y a intentar espasmódicamente una expansión hacia el sur, sería necesario trazar su propia historia, y observar la forma en que su ambición en otros ámbitos reaccionó sobre su política en el sur. Como eso estaría fuera de lugar en el presente volumen, bastará aquí con resumir los acontecimientos en la medida en que afectaron a Babilonia. La actitud amistosa de Puzur-Ashur hacia Burna-Buriash fue mantenida por el más poderoso rey asirio Ashur-Uballit, que cimentó una alianza entre los dos países dando a Burna-Buriash a su hija Muballitat-Sherua en matrimonio. A la muerte de Burna-Buriash, subió al trono su hijo Kara-Indash II, que era nieto de Ashur-Uballit, y probablemente fue debido a sus simpatías asirias que el partido kasita de Babilonia se sublevó, lo mató y puso en su lugar a Nazi-Bugash. Ashur-Uballit invadió Babilonia y, tras vengarse de Nazi-Bugash, puso en el trono a Kurigalzu III, otro hijo de Burna-Buriash. Pero el joven Kurigalzu no colmó las expectativas de sus parientes asirios, pues tras la muerte de Ashur-Uballit tomó la iniciativa contra Asiria y fue derrotado en Sugagi, en el Zabzallat, por Enlil-Nirari, a quien se vio obligado a ceder territorio. Una nueva extensión del territorio asirio fue asegurada por Adad-Nirari I, cuando derrotó al hijo y sucesor de Kurigalzu, Nazi-Marut-Tash, en Kar-Ishtar, en el distrito fronterizo de Akarsallu. Ya hemos visto en la correspondencia de Boghaz Keui cómo el Imperio hitita y Babilonia se vieron unidos en esta época por el temor a su enemigo común, sin duda como consecuencia de la política agresiva de Salmanasar I. No sabemos si Kadashman-Enlil II siguió los impulsos de Hattusil, y no es hasta el reinado de Kashtiliash II cuando tenemos constancia de nuevos conflictos. Fue entonces cuando Babilonia sufrió su primer desastre grave a manos asirias. Hasta este momento hemos visto que dos reyes asirios habían derrotado a ejércitos babilonios y habían exigido cesiones de territorio como resultado de sus victorias. Tukulti-Ninib I sólo seguía sus pasos cuando a su vez derrotó a Kashtiliash. Pero su hazaña difería de la de ellos en grado, pues logró capturar la propia Babilonia, deportó al rey babilonio y, en lugar de limitarse a adquirir una nueva franja de territorio, sometió a Karduniash y la administró como provincia de su reino hasta su muerte. Las revueltas que cerraron el reinado y la vida de Tukulti-Ninib fueron seguidas poco después por la única campaña exitosa de Babilonia contra Asiria. Adad-Shumusur, que debía su trono a una revuelta de los nobles casitas contra la dominación asiria, restableció la fortuna de su país durante un tiempo. Derrotó y mató en batalla a Enlil-Kudurusur y, cuando los asirios se retiraron, les siguió y libró una batalla ante Asur. Esta exitosa reafirmación de la iniciativa de Babilonia fue mantenida por sus descendientes directos Meli-Shipak II y Marduk-Aplu-Iddina, o Merodach-Baladan I; y los registros kudurru de sus reinados, que han sido recuperados, han arrojado una luz interesante sobre las condiciones internas del país durante el posterior periodo kasita. Pero Asiria volvió a imponerse bajo Ashurdan I, que derrotó a Zamama-Shum-Iddin y logró recuperar sus provincias fronterizas perdidas. La dinastía asiria no sobrevivió mucho tiempo a esta derrota, aunque recibió su golpe mortal de otra parte. Shutruk-Nakhkhunte, el rey elamita, invadió Babilonia, derrotó y mató a Zamama-Shum-Iddin y, ayudado por su hijo Kutir-Nakhkhunte, saqueó Sippar y se llevó mucho botín a Elam. El nombre del último gobernante kasita, que reinó sólo tres años, está roto en la Lista de Reyes, pero es posible que podamos restituirlo como Bel-Nadin-Akhi, a quien Nabucodonosor I menciona tras referirse a la invasión que costó la vida a Zamama-Shum-Iddin. Aceptemos o no la identificación, sin duda podemos relacionar la caída de la dinastía kasita con una agresión por parte de Elam, como tantas veces antes había cambiado el curso de la política babilónica.
Aparte de las tablillas de la época casita descubiertas en Nippur, nuestra principal fuente de información sobre las condiciones económicas de Babilonia en esta época se encuentra en las inscripciones kudurru ( estela ), o piedras-límite, a las que ya se ha hecho referencia. La palabra kudurru puede traducirse con bastante exactitud como "mojón", ya que los textos están grabados en bloques cónicos o cantos rodados de piedra; y no cabe duda de que muchas de las primeras piedras debieron de colocarse en fincas terratenientes, cuyos límites y propiedad pretendían definir y conmemorar. Incluso en una época en la que la propia piedra había dejado de emplearse para marcar el límite y se conservaba en la casa del propietario, o en el templo de su dios, como una carta o título de propiedad al que podía apelar en caso de necesidad, el texto conservaba sus antiguas fórmulas que establecían los límites y la orientación de la parcela de tierra a la que se refería. La importancia de estos registros es considerable, no sólo en sus aspectos jurídicos y religiosos, sino también desde un punto de vista histórico. Aparte de las referencias a los reyes babilonios y a los acontecimientos históricos que contienen, constituyen en muchos casos los únicos documentos de su época que han llegado hasta nosotros. Sirven, pues, para salvar la brecha que existe en nuestro conocimiento de la civilización eufrasia entre la época casita y la de los reyes neobabilonios; y, al tiempo que ilustran el desarrollo que se produjo gradualmente en la ley y las costumbres babilónicas, prueban la continuidad de la cultura durante épocas de grandes cambios políticos. El kudurru o mojón tuvo su origen bajo los reyes casitas y, aunque en un principio registraba, o confirmaba, una concesión real de tierras a un funcionario importante o servidor del rey, su objetivo era sin duda poner los derechos recién adquiridos del propietario bajo la protección de los dioses. Una serie de maldiciones, añadidas regularmente al registro legal, iban dirigidas contra cualquier interferencia con los derechos del propietario, que también quedaban bajo la protección de una serie de deidades cuyos símbolos estaban grabados en los espacios en blanco de la piedra. Se ha sugerido que la idea de colocar la propiedad bajo protección divina no fue enteramente una innovación de los casitas. Es cierto que los conos de fundación de los primeros patesi sumerios Entemena bien pudieron terminar con elaboradas maldiciones destinadas a preservar una zanja fronteriza de la violación. Pero los propios conos, y la estela de la que fueron copiados, estaban destinados a proteger una frontera nacional, no los límites de una propiedad privada. Los zócalos de las puertas también han sido tratados como estrechamente relacionados con los mojones, sobre la base de que el umbral de un templo podría considerarse como su límite. Pero el objetivo principal del zócalo de la puerta era sostener la puerta del templo, y su posición prominente y la naturaleza duradera de su material sugerían sin duda su empleo como lugar adecuado para una inscripción conmemorativa. La peculiaridad del mojón es que, tanto por su maldición como por su emblema esculpido, invoca la protección divina sobre la propiedad privada y los derechos de los particulares. En la época de Hammurabi no tenemos pruebas de tal práctica, y el obelisco de Manishtusu, el muy anterior rey semita de Acad, que registra sus extensivas compras de tierras en el norte de Babilonia, carece de la protección de cláusulas imprecatorias o símbolos de los dioses. Así pues, es muy probable que la costumbre de proteger de este modo la propiedad privada surgiera en una época en la que la autoridad de la ley no era lo suficientemente poderosa como para garantizar el respeto a la propiedad de los particulares. Esto se aplicaría especialmente a las concesiones de tierras a funcionarios favorecidos asentados entre una población hostil, sobre todo si el rey casita no había efectuado un pago adecuado por la propiedad. El desorden y la confusión que siguieron a la caída de la Primera Dinastía debieron de renovarse durante la conquista casita del país, y la ausencia de cualquier sentimiento de seguridad pública explicaría la adopción generalizada de una práctica como la de poner la tierra en posesión privada bajo la protección de los dioses. El uso de estelas de piedra para este fin bien pudo haber sido sugerido por una costumbre kassita; pues en las montañas de Persia occidental, el reciente hogar de las tribus kassitas antes de su conquista de la llanura fluvial, probablemente se habían utilizado piedras para marcar los límites de sus campos, y éstas bien pudieron haber llevado breves inscripciones que daban el nombre y el título del propietario. El empleo de maldiciones para asegurar la protección divina era sin duda de origen babilónico y, en última instancia, sumerio, pero la idea de colocar símbolos de los dioses sobre la piedra era probablemente kassita. Además, el kudurru no era el título de propiedad original que registraba la adquisición de la tierra a la que se refiere. Como en los periodos babilónicos anteriores, se siguieron empleando tablillas de arcilla para este fin, y recibieron la impresión del sello real como prueba de la sanción y autoridad del rey. El texto de la tablilla, generalmente con la lista de testigos, era más tarde vuelto a copiar por el grabador sobre la piedra, y se añadían las maldiciones y los símbolos. A veces se empleaba una lápida para conmemorar una confirmación de título y, al igual que muchos documentos legales modernos, recitaba la historia previa de la propiedad durante un largo periodo que se extendía a lo largo de varios reinados. Pero la mayoría de las piedras recuperadas conmemoran concesiones originales de tierras hechas por el rey a un pariente, o a uno de sus adherentes a cambio de algún servicio especial. Quizá la mejor de esta clase de cartas sea aquella en la que Meli-Shipak hace una concesión de cierta propiedad en Bit-Pir-Shadurabu, cerca de la antigua ciudad de Acad o Agade y de la ciudad kasita Dur-Kurigalzu, a su hijo Merodach-Baladan I, que posteriormente le sucedió en el trono. Después de dar el tamaño y la situación de las fincas, y los nombres de los altos funcionarios a los que se había confiado el deber de elaborar el levantamiento topográfico, el texto define los privilegios concedidos a Merodach-Baladan junto con las tierras. Como algunos de ellos arrojan considerable luz sobre el sistema de tenencia de la tierra durante el periodo casita, pueden resumirse brevemente. El rey, al conferir la propiedad de la tierra a su hijo, la liberó de todos los impuestos y diezmos, y prohibió el desplazamiento de sus zanjas, límites y lindes. También la liberó de la corvée y promulgó que ninguno de los habitantes de la finca debía ser requisado entre las cuadrillas recaudadas en su distrito para obras públicas, para la prevención de inundaciones o para la reparación del canal real, una sección del cual era mantenida en funcionamiento por las aldeas vecinas de Bit-Sikkamidu y Damik-Adad. No estaban sujetos a trabajos forzados en las esclusas del canal, ni para construir presas, ni para excavar el lecho del canal. Ningún cultivador de la propiedad, ya fuera contratado o perteneciente a la finca, debía ser requisado por el gobernador local ni siquiera bajo la autoridad real. No se debía imponer ningún gravamen sobre la madera, la hierba, la paja, el maíz o cualquier tipo de cultivo, sobre los carros y los yugos, sobre los asnos o los criados. Nadie debía utilizar la acequia de su hijo, y no se debía imponer ningún gravamen sobre su suministro de agua ni siquiera en tiempos de sequía. Nadie debía segar sus praderas sin su permiso, y ningún animal perteneciente al rey o al gobernador, que pudiera estar asignado al distrito, debía ser conducido o pastar en la finca. Y, por último, estaba liberado de toda responsabilidad de construir un camino o un puente para la conveniencia pública, aunque el rey o el gobernador dieran la orden. De estas regulaciones se desprende que el propietario de tierras en Babilonia bajo los últimos reyes casitas, a menos que se le concediera una exención especial, estaba obligado a proporcionar mano de obra forzada para obras públicas tanto al estado como a su distrito local; tenía que suministrar pastos y pasto para los rebaños y manadas del rey y del gobernador, y pagar diversos impuestos y diezmos sobre la tierra, el agua de riego y las cosechas. Ya hemos señalado la prevalencia de costumbres similares bajo la Primera Dinastía, y está claro que las sucesivas conquistas a las que se había visto sometido el país, y su dominación por una raza extranjera, no habían afectado en grado apreciable a la vida y costumbres del pueblo ni siquiera al carácter general del sistema administrativo. Sobre un tema los mojones arrojan luz adicional, de la que carece el periodo de la Primera Dinastía, y es el antiguo sistema babilónico de tenencia de la tierra. Sugieren que las tierras, que fueron objeto de concesiones reales durante el periodo casita, eran generalmente propiedad del bitu local, o tribu. En ciertos casos, el rey compraba realmente la tierra al bitu en cuyo distrito estaba situada y, cuando no se daba ninguna contraprestación, debemos suponer simplemente que era requisada por la autoridad real. El sistema primitivo de propiedad tribal o colectiva, atestiguado por el obelisco de Manishtusu, sobrevivió sin duda hasta el periodo kasita, cuando coexistió con el sistema de propiedad privada, como sin duda lo había hecho en la época de los reyes semitas occidentales. El bitu debió de ocupar a menudo una extensa zona, dividida en distritos separados o grupos de aldeas. Tenía su propio jefe, el bel biti, y su propio cuerpo de funcionarios locales, que eran bastante distintos de los servidores oficiales y militares del estado. De hecho, la vida agrícola en Babilonia durante los primeros periodos debió de presentar muchos puntos de analogía con ejemplos de propiedad colectiva como los que pueden verse en las comunidades aldeanas de la India en la actualidad. Así como este último sistema ha sobrevivido a los cambios y revoluciones políticas de muchos siglos, es probable que la propiedad tribal en Babilonia tardara en decaer. El principal factor de su desintegración fue sin duda la política, seguida por los conquistadores semitas occidentales y casitas, de asentar a sus propios oficiales y adherentes más poderosos en haciendas por todo el país. Ambos periodos representan, pues, una época de transición, durante la cual el antiguo sistema de tenencia de la tierra cedió gradualmente ante la política de propiedad privada, que por razones puramente políticas fue tan fuertemente fomentada por la corona. No cabe duda de que bajo los reyes semitas occidentales, en todo caso desde la época de Hammurabi en adelante, rara vez se recurrió a la política de confiscación. E incluso los primeros gobernantes de esa dinastía, puesto que eran de la misma estirpe racial que una gran parte de sus nuevos súbditos, habrían estado más inclinados a respetar las instituciones tribales que podían haber encontrado un paralelo en su tierra de origen. Los casitas, por otra parte, no tenían tales asociaciones raciales que los contuvieran, y es significativo que ahora se introdujeran por primera vez los kudurrus, con sus amenazadores emblemas de divinidad y sus cláusulas imprecatorias. Empleados en un principio para proteger los derechos de la propiedad privada, a menudo basados en la requisición prepotente del rey, se mantuvieron después para las transferencias de bienes raíces por compra. En el periodo neobabilónico, cuando los mojones registraban largas series de compras mediante las cuales se construían los latifundios más grandes, las imprecaciones y los símbolos se habían convertido en gran medida en supervivencias convencionales. Pero ese periodo estaba aún muy lejano, y las vicisitudes por las que iba a pasar el país no favorecían la seguridad de la tenencia, tanto si la propiedad era privada como colectiva. Hemos visto que Asiria, ya en el siglo XIII, había logrado capturar y saquear Babilonia y, según una tradición, había gobernado la ciudad durante siete años. En breve iba a renovar sus intentos de subyugar al reino del sur; pero fue Elam, el enemigo aún más antiguo de Babilonia, el que puso fin a la larga y poco distinguida dinastía casita.
LAS DINASTÍAS POSTERIORES Y LA DOMINACIÓN ASIRIA
El
historiador de la antigua Babilonia tiene motivos para estar agradecido a
Shutruk-Nakhkhunte y a su hijo por sus incursiones en el valle del Éufrates, ya
que algunos de los monumentos que se llevaron como botín se han conservado en
los montículos de Susa, hasta que la expedición francesa los sacó de nuevo a la
luz. Gracias a las desgracias de Babilonia en esta época, hemos recuperado
algunos de sus mejores monumentos, entre ellos la famosa Estela de Naram-Sin,
el Código de Leyes de Hammurabi y una importante serie de los kudurrus o mojones
kasitas, que, como hemos visto, arrojan considerable luz sobre la condición
económica del país. Estos representan, sin duda, sólo una pequeña proporción
del botín obtenido por Elam en este período, pero bastan para mostrar la manera
en que las grandes ciudades babilónicas fueron despojadas de sus tesoros. Bajo
los primeros reyes de la Cuarta Dinastía parece que Elam continuó siendo una
amenaza, y no fue hasta el reinado de Nabucodonosor I que la tierra se liberó
de más peligro de invasión elamita. Poseemos dos interesantes recuerdos de sus
exitosas campañas, durante las cuales no sólo recuperó sus propios territorios,
sino que llevó la guerra hasta el país del enemigo. Uno de ellos es una carta
de privilegios que el rey confirió a Hitti-Marduk, el capitán de sus carros,
por un servicio notable contra Elam. El texto está grabado en un bloque de
piedra caliza calcárea, y en uno de sus lados hay una serie de símbolos
divinos, esculpidos en alto relieve, para poner el acta bajo la protección de
los dioses, de acuerdo con la costumbre introducida durante el periodo casita.
La campaña
en Elam que dio ocasión a la carta se emprendió, según el texto, con el objeto
de vengar a Acad, es decir, en represalia por las incursiones
elamitas en el norte de Babilonia. La campaña se llevó a cabo desde la ciudad
fronteriza de Der, o Dur-Ilu, y, como se realizó en verano, el ejército
babilónico sufrió considerablemente en la marcha. El calor del sol era tan
grande que, en palabras del registro, el hacha ardía como el fuego, los caminos
se quemaban como las llamas, y por la falta de agua potable "el vigor de
los grandes caballos falló, y las piernas del hombre fuerte se desviaron".
Ritti-Marduk, como capitán de los carros, animó a las tropas con su ejemplo, y finalmente
las llevó al Eukeus, donde dieron batalla a la confederación elamita que había
sido convocada para oponerse a ellos.
El registro
describe la batalla subsiguiente con una fraseología vívida. "Los reyes
tomaron su posición alrededor y ofrecieron batalla. El fuego se encendió en
medio de ellos; por su polvo se oscureció el rostro del sol. El huracán arrasa,
la tempestad arrecia; en la tormenta de su batalla el guerrero del carro no
percibe al compañero a su lado". Aquí también Ritti-Marduk hizo un buen servicio
al dirigir el ataque. "Volvió el mal contra el rey de Elam, de modo que la
destrucción lo alcanzó; el rey Nabucodonosor triunfó, capturó la tierra de
Elam, saqueó sus posesiones". A su regreso de la campaña, Nabucodonosor
concedió la carta a Ritti-Marduk, liberando las ciudades y aldeas de
Bit-Karziabku, de las que era jefe, de la jurisdicción de la ciudad vecina de
Namar. Además de la liberación de todos los impuestos y de la corvée, los
privilegios aseguraban a los habitantes de la responsabilidad de ser arrestados
por los soldados imperiales estacionados en el distrito, y prohibían el
acantonamiento de dichas tropas en ellos. Esta parte del texto ofrece una
interesante visión de la organización militar del reino.
El segundo
memorial también tiene relación con esta guerra, ya que exhibe a Nabucodonosor
como mecenas de los refugiados elamitas. Se trata de una copia de una escritura
en la que se registra una concesión de tierras y privilegios a Shamua y a su
hijo Shamaia, sacerdotes del dios elamita Ria, quienes, por miedo al rey
elamita, huyeron de su propio país y consiguieron la protección de
Nabucodonosor. El texto afirma que, cuando el rey emprendió una expedición en
su nombre, le acompañaron y trajeron de vuelta la estatua del dios Ria, cuyo
culto inauguró Nabucodonosor en la ciudad babilónica de Khussi, después de
haber introducido al dios extranjero en Babilonia en la fiesta del Año Nuevo.
La escritura registra la concesión de cinco fincas a los dos sacerdotes
elamitas y a su dios, y exime a la tierra en el futuro de toda responsabilidad
de impuestos y trabajos forzados.
Aunque
Nabucodonosor restauró la fortuna de su país, no fue el fundador de su
dinastía. De sus tres predecesores, el nombre de uno puede restablecerse como
Marduk-Shapik-Zerim. Su nombre se ha leído en un fragmento de kudurru de la
Colección Yale, que está fechado en el octavo año de Marduk-Nadinakhe, y se
refiere al duodécimo año de Marduk-Shapik-Zerim. Que no puede identificarse con
Marduk-Shapik-Zermati es seguro, ya que sabemos por la Historia
Sincrónica que este último sucedió a Marduk-Nadinakhe en el trono de
Babilonia, siendo el uno contemporáneo de Tiglathpileser I, el otro de su hijo
Ashur-Belkala. La estrecha secuencia de los reinados de Nabucodonosor I,
Enlil-Nadinapli y Marduk-Nadinakhe ha sido reconocida desde hace tiempo por
la aparición de los mismos funcionarios en los documentos legales de la época.
Por tanto, debemos situar al gobernante recién recuperado en el hueco anterior
a Nabucodonosor I; debe ser uno de los tres primeros reyes de la dinastía,
posiblemente su fundador, cuyo nombre en la Lista de Reyes comienza con el
título divino Marduk, y que gobernó durante diecisiete años según la misma autoridad.
Otro de estos gobernantes desaparecidos puede quizás ser restaurado como
Ea-nadin [...], si el nombre real en la inscripción rota de Nabucodonosor I,
a la que ya se ha hecho referencia, debe ser leído de esa manera y no
identificado como el del último miembro de la Dinastía Kasita. Durante los
primeros años de la dinastía de Isin, Babilonia debió ser objeto de nuevas
agresiones elamitas, y es posible que partes del país reconocieran durante un
tiempo la soberanía de sus gobernantes.
Los éxitos
de Nabucodonosor contra Elam y el distrito vecino de Lulubu le permitieron sin
duda ofrecer una defensa más vigorosa de su frontera norte; y, cuando
Ashur-Reshishi intentó una invasión del territorio babilónico, no sólo hizo
retroceder a los asirios, sino que los siguió y sitió la fortaleza fronteriza
de Zanki. Pero Ashur-Reshishi le obligó a levantar el asedio y a quemar su
tren de asedio; y, al regreso de Nabucodonosor con refuerzos, el ejército
babilónico sufrió una nueva derrota, perdiendo su campamento fortificado junto
con Karashtu, el general al mando del ejército, que fue llevado a Asiria como
prisionero de guerra. Babilonia demostró así que, aunque era lo suficientemente
fuerte como para recuperar y mantener su independencia, era incapaz de una
ofensiva vigorosa a gran escala. Es cierto que Nabucodonosor reclamó entre sus
títulos el de "Conquistador de Amurru", pero es dudoso que debamos
considerar el término como algo que implica más que una incursión en la región
del Éufrates medio.
Que dentro
de sus propias fronteras Babilonia mantenía una administración efectiva queda
claro por un mojón del período del sucesor de Nabucodonosor, Enlil-Nadinapli,
que registra una concesión de tierras en el distrito de Edina en el sur de
Babilonia por parte de E-Anna-Shumiddina, un gobernador del País del Mar, que
administraba ese distrito bajo el rey babilónico y debía su nombramiento a él.
Pero en el reinado de Marduk-Nadinakhe, iba a sufrir su segunda gran derrota a
manos de Asiria. Luchó en dos campañas con Tiglatpileser I, en la última parte
de su reinado, después de sus éxitos en el Norte y el Oeste. En la primera
obtuvo cierto éxito, pero en la segunda ocasión Tiglatpileser invirtió
completamente su resultado, y siguió su victoria con la captura de la propia
Babilonia con otras de las grandes ciudades del norte, Dur-Kurigalzu, Sippar de
Shamash, Sippar de Anunitum y Opis. Pero Asiria no intentó entonces una
ocupación permanente, pues encontramos al hijo de Tiglatpileser,
Ashur-Belkala, en términos amistosos con Marduk-Shapik-Zermati; y cuando
éste, tras un próspero reinado, perdió su trono a manos del usurpador arameo
Adad-Apluiddina, reforzó aún más la alianza contrayendo matrimonio con la hija
del nuevo rey.
Así se cerró
la primera fase de las relaciones de Babilonia con el creciente poder asirio.
Durante unos tres siglos se había mantenido entre ellos un estado de conflicto
alterno y de tregua temporal, y ahora, durante más de medio siglo, la condición
interna de ambos países era tal que ponía fin a cualquier política de agresión.
La causa de la decadencia de Babilonia fue la invasión del país por parte de
los sutu, tribus semíticas seminómadas procedentes de más allá del Éufrates,
que hicieron su primer descenso durante los últimos años de Adad-Aplu-Iddina y,
según una crónica neobabilónica, se llevaron consigo el botín de Sumer y Acad.
Esta fue probablemente la primera de muchas incursiones, y podemos ver pruebas
de la condición inestable del país en las efímeras dinastías babilónicas, que
se sucedieron en rápida sucesión.
El
gobernante posterior, Nabu-Aplu-Iddina, al dejar constancia de su
reconstrucción del gran templo del dios Sol en Sippar, nos ha dejado algunos
detalles de esta época turbulenta; y los hechos que relata de una de las
grandes ciudades de Acad pueden considerarse como típicos de la condición
general del país. El templo había sido destrozado por el Sutu, sin duda en la
época de Adad-Aplu-Iddina, y no fue hasta el reinado de Simmash-Shipak, que
vino del País del Mar y fundó la Quinta Dinastía, que se hizo algún intento de
restablecer el servicio interrumpido de la deidad. Su sucesor, Ea-Mukinzer, no
retuvo el trono más de cinco meses, y en el reinado de Kashshu-Nadinakhi, con
el que se cerró la dinastía, el país sufrió nuevas desgracias, pues la angustia
general, ocasionada por las incursiones y los disturbios civiles, se vio
incrementada por el hambre. Así, el servicio del templo volvió a sufrir, hasta
que bajo E-Ulmash-Shakinshum de Bit-Bazi, que fundó la Sexta Dinastía, se
produjo una redotación parcial del templo. Pero su estado medio ruinoso siguió
atestiguando la pobreza del país y de sus gobernantes, hasta los tiempos más
prósperos de Nabu-Aplu-Iddina. E-Ulmash-Shakinshum fue sucedido por dos
miembros de su propia casa, Ninib-kudurusur y Shilanum-Shukamuna; pero
reinaron entre los dos menos de cuatro años, y el trono pasó entonces durante
seis años a un elamita, cuyo gobierno es considerado por los cronistas
posteriores como si hubiera constituido en sí mismo la séptima dinastía
babilónica.
Una vez más
se estableció un gobierno estable en Babilonia con Nabu-Mukinapli, el fundador
de la Octava Dinastía, aunque incluso en su reinado las tribus arameas
siguieron dando problemas, reteniendo el Éufrates en la vecindad de Babilonia y
Borsippa, cortando las comunicaciones y asaltando el campo. En una ocasión
capturaron la puerta del ferry de Karbel-Matati e impidieron que el rey
celebrara el Festival de Año Nuevo, ya que la estatua del dios Nabu no podía ser
transportada a través del río hasta Babilonia. Se conserva un rudo retrato de
este monarca en un mojón de su reinado, en el que se le representa dando la
sanción real al traspaso de una finca en el distrito de Sha-Mamitu; y cabe
añadir que posteriormente se produjeron considerables fricciones, con respecto
a la validez del título, entre el propietario original Arad- Sibitti y su
yerno, un joyero llamado Burusha. El estilo tosco del grabado se explica
probablemente por el hecho de su origen provincial, aunque no cabe duda de que
el nivel del arte babilónico se había visto afectado negativamente por la
condición interna del país durante el periodo anterior.
Fue en la
época de la Octava Dinastía cuando tuvo lugar el renacimiento de Asiria, que
culminó con las victorias de aquel despiadado conquistador Asurnasirpal y de
su hijo Salmanasar III. Su efecto se dejó sentir por primera vez en Babilonia
en el reinado de Shamash-Mudammik, que sufrió una grave derrota en las
cercanías del monte Ialman a manos de Adad-Nirari III, el abuelo de
Asurnasirpal. Contra Nabu-Shumishkun I, el asesino y sucesor de
Shamash-Mudammik, Adad-Nirari consiguió otra victoria, cayendo en sus manos
varias ciudades babilónicas con mucho botín. Pero posteriormente lo encontramos
en términos amistosos con Babilonia, y aliándose con Nabu-Shumishkun, o
posiblemente con su sucesor, casándose cada monarca con la hija del otro. Su
hijo Tukulti-Ninib II de Asiria, beneficiándose de la renovada sensación de
seguridad ante los ataques a su frontera meridional, comenzó a realizar tímidos
esfuerzos de expansión hacia el oeste de Mesopotamia. Pero se reservó para
Asurnasirpal, su hijo, cruzar el Éufrates y dirigir los ejércitos asirios
una vez más hacia el territorio sirio. Tras asegurar su frontera al este y al
norte de Asiria, Asurnasirpal dirigió su atención hacia el oeste. Los
estados arameos de Bit-Khadippi y Bit-Adini, ambos en la orilla izquierda del
Éufrates, cayeron ante su embestida. Luego, cruzando el Éufrates en balsas de
pieles, recibió la sumisión de Sangar de Carquemish, y marchó en triunfo a
través de Siria hasta la costa.
Naturalmente,
Babilonia consideró esta invasión de la ruta del Éufrates hacia el oeste como
un peligro para sus conexiones comerciales, y no es sorprendente que
Nabu-Aplu-Iddina intentara oponerse al avance de Asurnasirpal aliándose con
Shadudu de Sukhi. Pero las fuerzas armadas que envió para apoyar al pueblo de
Sukhi en su resistencia fueron totalmente incapaces de resistir la embestida
asiria, y su hermano Sabdanu y Bel-Apluiddin, el líder babilónico, cayeron en
manos de Ahurnasirpal. Al dejar constancia de su victoria, el rey asirio se
refiere a los babilonios como los casitas, un llamativo homenaje a la fama de
la dinastía extranjera que había terminado más de tres siglos antes.
Nabu-Aplu-Iddina se dio cuenta evidentemente de la inutilidad de intentar una
mayor oposición a los objetivos asirios, y se alegró de establecer relaciones
de carácter amistoso, que continuó en el reinado de Salmanasar. Intentó olvidar
el fracaso de su expedición militar reparando los daños infligidos durante las
numerosas incursiones arameas en los antiguos centros de culto de Babilonia.
Es el rey
que restauró y redobló la dotación del templo de Shamash en Sippar, excavando
en las ruinas de antiguas estructuras hasta encontrar la antigua imagen del
dios. Redecoró el santuario, y con mucha ceremonia restableció el ritual y las
ofrendas para el dios, poniéndolas bajo el control de Nabu-Nadinshum, un
descendiente del antiguo sacerdote E-kur-Shum-Ushabshi, que Simmash-Shipak
había instalado en Sippar. La escena esculpida en la tabla conmemorativa de
piedra, que registra la redotación del templo, representa a Nabu-aplu-iddina
siendo conducida por el sacerdote Nabu-Nadinshum y la diosa Aia a la presencia
del dios Sol, que está sentado en su templo E-babbar. Ante el dios se encuentra
el disco solar que descansa sobre un altar sostenido por las deidades
asistentes, cuyos cuerpos brotan del techo del santuario.
La destreza
de los artesanos babilonios en este periodo también queda atestiguada por un
cilindro de lapislázuli, grabado en bajo relieve con una figura de Marduk y su
dragón, que fue dedicado en E-sagila en Babilonia por Marduk-Zakirshum, el
hijo y sucesor de Nabu-Aplu-Iddina. Originalmente estaba recubierta de oro, y
el diseño y la ejecución de la figura pueden compararse con los de la Tabla del
Dios Sol, como un ejemplo adicional del carácter decorativo del grabado en
piedra babilónico en el siglo IX.
Fue en el
reinado de Marduk-Zakirshum cuando Asiria culminó sus conquistas de este
periodo convirtiéndose en el soberano de Babilonia. Bajo Asurnasirpal y
Salmanasar la organización militar del país había sido renovada, y ambos
hicieron un uso eficaz de sus extraordinariamente eficientes ejércitos. La
política de Asurnasirpal era de aniquilación, y la rapidez con la que golpeó
aseguró su éxito. Así, cuando cruzó el Éufrates tras tomar Carquemish, el rey
de Damasco, el estado más poderoso e importante de Siria, no hizo ningún
intento de oponerse a él ni de organizar una defensa. Evidentemente le había
cogido por sorpresa.
Pero Siria
aprendió entonces la lección, y en la batalla de Karkar, en el año 854 a.C.,
Salmanasar se encontró con la oposición de una confederación de los reyes del
norte y, aunque finalmente consiguió arrasar el territorio de Damasco, la
propia ciudad resistió. De hecho, la obstinada resistencia de Damasco impidió
cualquier otro intento por parte de Asiria en este periodo de penetrar más en
el sur de Siria y Palestina. Así que Salmanasar tuvo que contentarse con
marchar hacia el norte a través del monte Amanus, subyugando a Cilicia y
exigiendo tributos a los distritos al norte del Tauro. También llevó a cabo una
exitosa campaña en Armenia, de cuyo barrio estaba a punto de surgir uno de los
más poderosos enemigos de Asiria. Pero fue en Babilonia donde se aseguró su
principal éxito político. Nos ha dejado un registro pictórico de sus campañas
en el revestimiento de bronce de dos puertas de madera de cedro de su palacio;
y, como una de las bandas conmemora su marcha triunfal a través de Caldea en el
año 851 a.C., nos da alguna indicación de la condición del país en esta época.
Las puertas
de Salmanasar (detalle)
La ocasión
para la intervención de Salmanasar en los asuntos babilónicos fue proporcionada
por una disensión interna. Cuando Marduk-Belusate, el hermano de Marduk-Zakirshum,
se sublevó y dividió el país en dos bandos armados, Salmanasar no tardó en
responder a la petición de ayuda de este último, y marchando hacia el sur
consiguió derrotar a los rebeldes y arrasar los distritos bajo su control. En
una segunda expedición al año siguiente completó su obra matando a
Marduk-Belusate en la batalla, y entonces fue reconocido por Marduk-Zakirshum
como suzerain. En calidad de tal recorrió las principales ciudades de Acad,
ofreciendo sacrificios en los famosos templos de Cuthah, Babilonia y Borsippa.
También condujo su ejército a Caldea y, después de asaltar su fortaleza
fronteriza de Bakani, recibió la sumisión de su gobernante, Adini, y fuertes
tributos de él y de Iakin, el rey caldeo del País del Mar, más al sur. En su
representación de la campaña, Salmaneser es retratado marchando a través del
país, y recibiendo el tributo de los caldeos que llevan desde sus ciudades y
transportan a través de los arroyos para depositarlo en presencia del rey y sus
funcionarios.
Pero
Babilonia no soportó mucho tiempo la posición de estado vasallo, y el hijo y
sucesor de Salmanasar, Shamshi-Adad IV, intentó su reconquista, saqueando
muchas ciudades antes de encontrar una seria oposición. Marduk-Balatsu-Ikbi, el
rey babilónico, había reunido mientras tanto sus fuerzas, que incluían levas
armadas de Elam, Caldea y otros distritos. Los dos ejércitos se encontraron
cerca de la ciudad de Dur-Papsukal, los babilonios fueron totalmente derrotados
y un rico botín cayó en manos de su conquistador. Durante un interregno
posterior, Erba-Marduk, el hijo de Marduk-Shakinshum, se aseguró el trono,
debiendo su elección a su éxito en la expulsión de los asaltantes arameos de
los campos cultivados de Babilonia y Borsippa. Pero no reinó mucho tiempo, y
cuando Babilonia siguió dando problemas a Asiria, Adad-Nirari IV, el sucesor de
Shamshi-Adad, volvió a subyugar una parte considerable del país, llevándose a
Bau-Akhi-Iddina, el rey babilonio, como cautivo a Asiria, junto con los tesoros
de su palacio.
Durante el
medio siglo siguiente nuestro conocimiento de los asuntos babilónicos está en
blanco, y aún no hemos recuperado ni siquiera los nombres de los últimos
miembros de la Octava Dinastía. Esta época corresponde a un período de
debilidad e inacción en el reino del norte, como más de una vez había seguido a
un movimiento de avance por su parte. La expansión de Asiria, de hecho, tuvo
lugar en una serie de olas sucesivas, y cuando una se había agotado, un
retroceso precedía al siguiente avance. La causa principal de su contracción,
tras los brillantes reinados de Salmanasar III y su padre, puede atribuirse sin
duda al surgimiento de un nuevo poder en las montañas de Armenia. Desde su
capital en la orilla del lago Van, los urartios marcharon hacia el sur y amenazaron
la frontera norte de la propia Asiria. Sus reyes ya no podían soñar con más
aventuras en Occidente, que dejarían su territorio natal a merced de este nuevo
enemigo. Urartu se convirtió ahora en el principal lastre para las ambiciones
de Asiria, un papel que después desempeñó tan eficazmente Elam en alianza con
Babilonia.
Es a este
periodo al que probablemente podamos asignar un interesante monumento
provincial, descubierto en Babilonia, que ilustra la posición independiente de
la que gozaban los gobernantes de los distritos locales en una época en la que
el control central de cualquiera de los reinos, y en particular de Asiria, se
relajaba. El monumento conmemora los principales logros de Shamash-Resh-Usur,
gobernador de las tierras de Sukhi y Mari en el Éufrates medio. Puede que
debiera su nombramiento a Asiria, pero habla como un monarca reinante y fecha
el registro en su decimotercer año. En él deja constancia de su represión de
una revuelta de la tribu Tumanu, que amenazaba su capital Ribanish, mientras
él celebraba un festival en la ciudad vecina de Baka. Pero los atacó con la
gente que estaba con él, mató a trescientos cincuenta de ellos y el resto se
sometió. También relata cómo desenterró el canal de Sukhi, cuando se había
encenagado, y cómo plantó palmeras en su palacio de Ribanish. Pero su acto más
notable, según su propio relato, fue la introducción de abejas en Sukhi, que
sin duda hizo posible su mejora del riego del distrito. "Abejas que
recogen miel", nos dice. "que ningún hombre había visto desde los
tiempos de mis padres y antepasados, ni había traído a la tierra de Sukhi, las
hice bajar de las montañas de la tribu Khabkha y las puse en el jardín de
Gabbari-Ibni". El texto termina con una pequeña nota interesante sobre las
abejas: "Recogen miel y cera. La preparación de la miel y la cera la
entiendo yo, y los jardineros la entienden". Y añade que en días venideros
un gobernante preguntará a los ancianos de su tierra: "¿Es cierto que
Shamash-Resh-Usur, gobernador de Sukhi, trajo abejas de la miel a la tierra de
Sukhi?" Es posible que el monumento haya sido llevado a Babilonia por
Nabucodonosor II, cuando incorporó el distrito a su imperio.
El período
subsiguiente muestra un endurecimiento gradual del dominio asirio sobre el
reino del sur, variado por luchas y revueltas comparativamente ineficaces por
parte de Babilonia para evitar su pérdida de independencia. El declive temporal
del poder asirio permitió a Babilonia recuperar durante un tiempo algo de su
posición anterior bajo Nabu-Shumishkun II, un rey de principios de la Novena
Dinastía, y su sucesor Nabonasar. Pero la revuelta militar en Asiria, que en el
año 745 a.C. colocó a Tiglatpileser IV en el trono, puso rápido fin a las
esperanzas de Babilonia de recuperar el poder de forma permanente. Su ascensión
marca el comienzo del último período de expansión asiria, y la política
administrativa que inauguró nos justifica en atribuir el término
"imperio" al área conquistada por él, y sus sucesores, en la última
mitad del siglo VIII y la primera del VII a.C. Pero fue un imperio que llevaba
en sí mismo desde el principio las semillas de la decadencia. Se basaba en una
política de deportación, la última respuesta de Asiria a su acuciante problema
de cómo administrar las amplias zonas que se anexionaba. Los anteriores reyes
asirios habían llevado a los conquistados a la esclavitud, pero Tiglatpileser
IV inauguró una transferencia regular de naciones. La política ciertamente
logró su objetivo inmediato: mantuvo tranquilas a las provincias sometidas.
Pero como método permanente de administración estaba destinado a ser un
fracaso. Al mismo tiempo que destruía el patriotismo y el amor a la patria,
ponía fin a todos los incentivos al trabajo. La riqueza acumulada del país
súbdito ya había sido drenada en beneficio de las arcas asirias; y en manos de
sus colonos medio hambrientos no era probable que resultara una fuente
permanente de fuerza, o de riqueza, para su soberano.
El primer
objetivo de Tiglatpileser, antes de lanzar sus ejércitos hacia el norte y el
oeste, era asegurar su frontera meridional, y esto lo llevó a cabo invadiendo
Babilonia y forzando a Nabonassar a reconocer el control asirio. Durante la
campaña invadió los distritos del norte y aplicó su política de deportación
llevándose a muchos de sus habitantes. La angustia en el país, debida a las
incursiones asirias, se vio agravada por las disensiones internas. Sippar
repudió la autoridad de Nabonassar, y la revuelta sólo fue sometida tras un
asedio a la ciudad. La novena dinastía terminó con el país sumido en la
confusión, pues Nabu-Nadinzer, hijo de Nabopolasar, tras un reinado de sólo
dos años, fue asesinado en una revuelta por Nabu-Shumukin, gobernador de una
provincia. La dinastía no tardó en llegar a su fin tras la llegada de este último.
No había disfrutado de su posición durante más de un mes, cuando el reino
volvió a cambiar de manos y Nabu-mukin-zer se aseguró el trono.
Desde la
caída de la Novena Dinastía, hasta el surgimiento del Imperio Neobabilónico,
Babilonia se vio completamente eclipsada por el poder de Asiria. Se convirtió
en una mera provincia súbdita del imperio, y su Décima Dinastía se compone
principalmente de gobernantes asirios o de sus nominados. Nabu-Mukinzer sólo
había reinado tres años cuando Tiglatpileser volvió a invadir Babilonia, lo
hizo cautivo y subió al trono de Babilonia, donde gobernó con el nombre de
Pulu. A su muerte, ocurrida dos años después, le sucedió Salmanasar V, quien,
como soberano de Babilonia, adoptó el nombre de Ululai. Pero Babilonia no tardó
en demostrar su poder de entorpecer los planes asirios, ya que, tras el final
del reinado de Salmanasar, cuando el ejército de Sargón se había asegurado la
toma de Samaria, se vio obligado a retirar sus fuerzas del oeste por la amenaza
de su provincia del sur. Merodach-Baladan, un jefe caldeo de Bit-Iakin a la
cabeza del Golfo Pérsico, reclamaba ahora el trono de Babilonia. Por sí mismo
no habría sido formidable para Asiria, pero estaba respaldado por un aliado
inesperado y peligroso. Elam no se había entrometido en los asuntos babilónicos
durante siglos, pero poco a poco se había alarmado ante el crecimiento del
poder asirio. Así que Khumbanigash, el rey elamita, aliándose con
Merodach-Baladan, invadió Babilonia, sitió la fortaleza fronteriza de Der o Dur-ilu
en el bajo Tigris, y derrotó a Sargón y al ejército asirio ante sus muros.
Merodach-Baladan fue reconocido por los babilonios como su rey, y siguió siendo
una espina en el costado de Asiria.
Tras la
derrota de Shabaka y los egipcios en Raphia, Sargón se ocupó del sometimiento
final de Urartu en el norte, que durante tanto tiempo había sido un peligro
para Asiria. Pero Urartu tuvo que luchar, no sólo contra los asirios, sino
también contra un nuevo enemigo, los cimerios, que ahora hacían su aparición desde
el norte y el este. De hecho, la conquista de Urartu por parte de Sargón supuso
la destrucción de ese pueblo como estado tapón, y dejó a Asiria abierta al
ataque directo de los invasores bárbaros, aunque no fue hasta el reinado de
Esarhaddón cuando su actividad empezó a ser formidable. Mientras tanto,
habiendo subyugado a sus otros enemigos Sargón pudo dirigir su atención una vez
más a Babilonia, de la que expulsó a Merodach-Baladan. Su aparición fue bien
recibida por el partido sacerdotal y, entrando en la ciudad en estado, asumió
el título de gobernador y durante los últimos siete años de su vida gobernó en
Babilonia prácticamente como rey. Un recuerdo de su ocupación sobrevive hoy en
día en el muro del muelle que construyó a lo largo del frente norte de la
ciudadela del sur.
A la muerte
de Sargón, en el año 705 a.C., las provincias sometidas del imperio se
rebelaron. La revuelta fue liderada por Babilonia, donde Merodach-Baladan
reaparece con el apoyo elamita, mientras que Ezequías de Judá encabezó una
confederación de los estados del sur de Siria. Senaquerib se ocupó primero de
Babilonia, donde tuvo pocas dificultades para derrotar a Merodach-Baladan y sus
aliados. Entonces quedó libre para ocuparse de Siria y Palestina; y en Eltekeh,
cerca de Ecrón, derrotó al ejército egipcio, que había acudido en apoyo de los
estados rebeldes. Luego recibió la sumisión de Ecrón, y tomó Laquis tras un
asedio, aunque Tiro se resistió. Después de su expulsión de Babilonia,
Merodach-Baladan había buscado seguridad escondiéndose en los pantanos de
Babilonia, donde se alió con el príncipe caldeo Mushezib-Marduk; y Babilonia
quedó a cargo de Bel-ibni, un joven nativo de Babilonia, que había sido educado
en la corte asiria. Un levantamiento, encabezado por Mushezib-Marduk, atrajo de
nuevo al país a Senaquerib, quien, tras derrotar a los rebeldes, se llevó a
Bel-Ibni y a sus nobles a Asiria, dejando a su propio hijo Ashur-Nadinshum en
el trono.
El país se
encontraba en un estado de desafección continua, y al cabo de unos años se
produjo una nueva revuelta encabezada por un babilonio, Nergal-Ushezib. Pero
gobernó durante poco más de un año, siendo derrotado por Senaquerib y enviado
encadenado a Nínive. Esto tuvo lugar tras el regreso del ejército asirio desde
Nagitu, adonde había sido conducido por Senaquerib, a través de la cabeza del
Golfo Pérsico, contra los caldeos que Merodach-baladan había establecido allí.
Senaquerib dirigió entonces sus fuerzas contra Elam y, tras saquear una parte
considerable del país, fue detenido en su avance hacia el interior por la
llegada del invierno. En su ausencia, el caldeo Mushezib-Marduk se apoderó del
trono de Babilonia y se alió con Elam. Pero los ejércitos combinados fueron
derrotados en Khalule, y tras la muerte de Umman-Menanu, el rey elamita, en
689, Senaquerib se apoderó de Babilonia. Exasperado por su desafección, intentó
poner fin para siempre a su constante amenaza destruyendo la ciudad. Consiguió
hacer un enorme daño y, al desviar el curso del Éufrates, arrasó grandes zonas
y las convirtió en pantanos. Durante los últimos ocho años del reinado de
Senaquerib el país se entregó a un estado de anarquía.
En 681
Senaquerib fue asesinado por sus hijos y, tras una lucha por la sucesión,
Esarhaddon se aseguró el trono. Su primer pensamiento fue invertir por completo
la política babilónica de su padre, y al reconstruir la ciudad y restaurar sus
antiguos privilegios para aplacar al partido sacerdotal, cuyo apoyo había
conseguido su abuelo Sargón, la estatua de Marduk fue restaurada en su santuario,
y el hijo de Esarhaddon, Shamash-Shumukin, fue proclamado rey de Babilonia. Al
mismo tiempo, Esarhaddon trató de reconciliar al partido militar y agresivo en
su propia capital coronando a Ashurbanipal, su hijo mayor, como rey en Asiria.
Babilonia seguía enseñada a considerar a Asiria como su soberana, y el espíritu
de desafección sólo fue conducido por el momento a la clandestinidad. El
objetivo de Esarhaddon había sido retener el territorio ya incorporado al
imperio asirio, y, si hubiera sido capaz de confinar las energías de su país
dentro de estos límites, su existencia como estado podría haberse prolongado.
Pero fue incapaz de frenar las ambiciones de sus generales y, en su empeño por
encontrar un empleo para el ejército, consiguió el objetivo último de las
campañas occidentales de su padre, la conquista de Egipto.
Pronto se
hizo evidente que la ocupación de Esarhaddon en ese país había sido meramente
nominal, por lo que correspondió a su hijo Asurbanipal continuar la guerra
egipcia y completar la obra que su padre había dejado inconclusa. Y aunque tuvo
mucho más éxito, al final también encontró la tarea de cualquier conquista
permanente más allá de su poder. Porque pronto tuvo las manos llenas de
problemas más cercanos, a consecuencia de los cuales su dominio sobre Egipto se
fue relajando. Urtaku de Elam, que invadió Babilonia, no parece haber seguido
su éxito; y la posterior invasión del país por parte de Teumman sólo fue
seguida por la derrota y muerte de ese gobernante en batalla. Pero la fuerza de
Elam no se quebró por este revés y, cuando Shamash-Shumukin se rebeló, recibió
un activo apoyo elamita.
No sólo en
Elam, sino también en todo el territorio controlado por Asiria,
Shamash-Shumukin encontró apoyo en su rebelión, un hecho significativo de la
detestación del dominio asirio en las dispersas provincias del imperio, que
seguían manteniéndose unidas sólo por el miedo. Pero la fuerza de que disponía
Asurbanipal era todavía lo suficientemente poderosa como para sofocar la
conflagración y evitar el desastre durante un tiempo. Marchó hacia Babilonia,
sitió y capturó Babilonia, y su hermano Shamash-Shumukin encontró la muerte en
las llamas de su palacio en el año 648 a.C. El rey asirio invadió entonces
Elam, y capturando sus ciudades a medida que avanzaba, puso el país bajo el
fuego y la espada. Susa estaba protegida por su río, entonces inundado, pero el
ejército asirio logró cruzarlo y la antigua capital quedó a merced de los
invasores. Una vez tomada la ciudad, Asurbanipal decidió romper su poder
para siempre, a la manera en que Senaquerib había tratado a Babilonia. No sólo
despojó los templos y se llevó los tesoros del palacio, sino que incluso
profanó las tumbas reales, y completó su obra de destrucción con el fuego. Así
que Susa fue saqueada y destruida, y en la propia Babilonia Asurbanipal
siguió siendo supremo hasta su muerte.
Babilonia había demostrado no ser rival para las legiones de Asiria en el apogeo del poder de esta última; pero la vida industrial y comercial de sus ciudades, basada en última instancia en el rico rendimiento que su suelo proporcionaba a su población agrícola, le permitió sobrevivir a golpes que habrían incapacitado definitivamente a un país menos favorecido por la naturaleza. Además, siempre consideró a los asirios como un pueblo advenedizo, que había tomado prestada su cultura, y cuya tierra había sido una mera provincia de su reino en una época en la que su propia influencia política se extendía desde Elam hasta las fronteras de Siria. Incluso en su hora más oscura se mantuvo animada por la esperanza de recuperar su antigua gloria, y no dejó escapar ninguna oportunidad de asestar un golpe al reino del norte. En consecuencia, siempre fue un lastre para el avance de Asiria hacia el Mediterráneo, ya que, cuando los ejércitos de esta última marchaban hacia el oeste, dejaban a Babilonia y Elam en su retaguardia. En sus tratos posteriores con Babilonia, Asiria había probado las políticas alternativas de intimidación e indulgencia, pero con igual falta de éxito; y alcanzaron su clímax en los reinados de Senaquerib y Esarhaddón. Es muy posible que cualquiera de estas políticas, si se hubiera perseguido sistemáticamente, hubiera sido igualmente inútil en su objetivo de coaccionar o aplacar a Babilonia. Pero su alternancia fue un error mucho peor, ya que sólo consiguió revelar a los babilonios su propio poder y confirmarlos en su obstinada resistencia. A esta causa podemos remontar la larga revuelta bajo Shamash-Shumukin, cuando Babilonia con Elam a sus espaldas asestó una sucesión de golpes que ayudaron en grado material a reducir el poder del ejército asirio, ya debilitado por las campañas egipcias. Y en el año 625, cuando los escitas habían invadido el imperio asirio y su poder estaba en decadencia, encontramos a Nabopolasar proclamándose rey en Babilonia y fundando un nuevo imperio que durante casi setenta años iba a sobrevivir a la propia ciudad de Nínive.
EL IMPERIO NEO-BABILONIO Y LA CONQUISTA PERSA
LIBERADA de sus opresores asirios, Babilonia renovó ahora su juventud, y la ciudad alcanzó un esplendor material y una magnificencia como no había logrado durante el largo curso de su historia anterior. Pero tardó más de una generación en realizar plenamente sus ambiciones recién despertadas. Tras su declaración de independencia, la influencia de Nabopolasar no se extendió mucho más allá de los muros de Babilonia y Borsippa. Las otras grandes ciudades, tanto del norte como del sur, siguieron reconociendo durante un tiempo la supremacía asiria. Pero los hijos de Aurbanipal, que le sucedieron en el trono, habían heredado un imperio reducido, cuyo único apoyo, el ejército asirio, estaba ahora compuesto en gran parte por mercenarios descorazonados. En el reinado de Asurbanipal se habían producido signos de cambios venideros y de la aparición de nuevas razas ante las que los asirios estaban condenados a desaparecer. La destrucción de Urartu había eliminado una barrera vital contra la incursión de las tribus nómadas, y con su desaparición encontramos nuevos elementos raciales presionando en Asia occidental, de la misma familia indoeuropea que la de los medos y sus parientes iranios. Se trataba de los escitas, que a mediados del siglo VII habían expulsado a los cimerios antes que ellos hacia Asia Menor, y fueron ellos quienes una generación más tarde asestaron el golpe de gracia al imperio asirio, atravesándolo en hordas sin resistencia. Asiria no tenía ninguna fuerza en reserva con la que oponerse a su avance o reparar sus estragos. Durante siglos esta gran potencia militar había sembrado el terror en toda Asia occidental; pero la insaciable lujuria por el dominio encontraba ahora su debida recompensa. Desde los tiempos de Senaquerib, las filas del ejército se habían llenado con levas extraídas de sus pueblos súbditos o con tropas mercenarias, y éstas eran un pobre sustituto de la raza de esforzados combatientes que se habían sacrificado en las innumerables guerras de su país. Así que cuando los medos invadieron Nínive, con la posible ayuda de los escitas y el aliento pasivo de Babilonia, la capital no pudo buscar ayuda en sus provincias. Según Heródoto, los medos ya habían invadido Asiria dos veces antes de la inversión final; y era natural que Nabopolasar los hubiera considerado sus aliados y hubiera concluido una alianza definitiva con ellos casando a su hijo Nabucodonosor con la hija de Ciaxares, el rey medo. Las poderosas murallas de Senaquerib mantuvieron a raya al enemigo durante tres años, pero en 604 a.C. la ciudad fue tomada por asalto, y épocas posteriores conservaron la tradición de que Sinsharishkun, el Sarakos de los griegos, pereció en las llamas de su palacio, antes que caer vivo en manos de los sitiadores. Aunque no parece haber tomado parte activa en el largo asedio de Nínive, Nabopolasar no tardó en asegurarse su parte del desmembrado imperio. El territorio septentrional de Asiria, incluida la Mesopotamia septentrional, cayó en manos de los medos, mientras que los distritos meridionales pasaron a formar parte del imperio de Nabopolasar bajo una posible soberanía meda. Pero Babilonia pronto iba a poner a prueba su ejército recién organizado. Dos años antes de la caída de Nínive, Egipto había aprovechado la oportunidad, que le brindaba la impotencia de Asiria, de ocupar Palestina y Siria. Había aplastado a Josías y a su ejército hebreo en Megido y, aunque no es seguro que Judá contara con el apoyo de otros aliados, está claro que Necao no encontró ninguna oposición efectiva en su avance hacia el Éufrates. Pero Nabopolasar no tenía intención de permitir que esta porción del imperio asirio cayera en manos de Egipto sin oposición, y envió una fuerza babilónica hacia el noroeste a lo largo del Éufrates bajo el mando del príncipe heredero, Nabucodonosor. Los dos ejércitos se encontraron en Carquemis en el 604 a.C., donde los egipcios fueron completamente derrotados y hechos retroceder a través de Palestina. Pero Nabucodonosor no presionó su persecución más allá de las fronteras de Egipto, porque le llegaron noticias en Pelusium de la muerte de Nabopolasar, y se vio obligado a regresar de inmediato a Babilonia para llevar a cabo en la capital las ceremonias necesarias que asistían a su acceso al trono. A pesar de su retirada del país, la mayor parte de Siria y Palestina no perdió tiempo en transferir su lealtad a Babilonia. El pequeño estado de Judá fue una excepción, ya que, aunque al principio pagó su tributo, pronto puso en entredicho las advertencias del profeta Jeremías, y su revuelta miope condujo a la captura de Jerusalén por Nabucodonosor en el 596 a.C., y al cautiverio de gran parte de su población. Unos años más tarde Egipto hizo su último intento de reocupar Palestina y Siria, y Judá se unió a las ciudades fenicias de Sidón y Tiro para unirse en su apoyo. En 587 Nabucodonosor avanzó hacia el norte de Siria y ocupó una fuerte posición estratégica en lliblah, en el Orontes, desde donde envió a una parte de su ejército a sitiar Jerusalén. Un intento de Apries, el rey egipcio, de aliviar la ciudad fue infructuoso, y en 586 Jerusalén fue tomada una vez más y la mayor parte del remanente de los judíos siguió a sus compatriotas al exilio.El ejército babilónico ocupó entonces Fenicia, aunque la ciudad de Tiro ofreció una obstinada resistencia y sólo reconoció su lealtad a Babilonia tras un largo asedio, que se dice que duró trece años. De este modo, Nabucodonosor completó la obra iniciada por su padre, Nabopolasar, y, mediante la hábil y vigorosa prosecución de sus campañas, estableció el imperio neobabilónico sobre una base firme, de modo que su autoridad era incuestionable desde el golfo Pérsico hasta la frontera egipcia. De sus campañas posteriores aún no se ha publicado nada, más allá de una referencia fragmentaria a un conflicto con Amasis de Egipto en el trigésimo séptimo año de su reinado. Aunque desconocemos las circunstancias en que tuvo lugar, podemos suponer que el ejército babilonio volvió a salir victorioso contra las tropas egipcias y los mercenarios griegos que luchaban en sus filas. De hecho, Josefo conserva la tradición de que Nabucodonosor hizo de Egipto una provincia babilónica y, aunque sin duda se trata de una exageración, las pruebas sugieren que es muy posible que llevara a cabo al menos una campaña exitosa en territorio egipcio. Los problemas de Apries como consecuencia de su desacertada expedición contra Cirene, seguidos de la revuelta de Amasis y de su propia deposición y muerte, bien pudieron haber proporcionado la ocasión para una exitosa invasión del país por parte de Nabucodonosor. Se ha recuperado un gran número de inscripciones de los reyes neobabilonios, pero, a diferencia de los registros fundacionales de Asiria, no contienen relatos de expediciones militares, sino que se limitan a conmemorar la restauración o erección de templos y palacios en Babilonia y las otras grandes ciudades del país. Teniendo en cuenta sus éxitos militares, esto es sorprendente en el caso de Nabucodonosor, y se ha sugerido que puede que nos haya contado tan poco de sus expediciones y batallas porque quizá fueron emprendidas por orden de Media como su soberano. Cyaxares era su pariente, y el papel desempeñado por Babilonia en el conflicto de Media con Lidia bien puede explicarse con esa hipótesis. Con el paso del poder asirio, la importancia política de Lidia había aumentado considerablemente, y bajo Sadattes y Alattes, los sucesores de Ardis en el trono lidio, se repararon los estragos de la invasión cimeria. Estos monarcas habían llevado a cabo una larga serie de ataques contra las ciudades y estados de Jonia y, aunque en su mayor parte tuvieron éxito, agotaron los recursos de la nación sin obtener ventajas materiales a cambio. Desvalida hasta este punto, Lidia entabló una lucha de cinco años con el creciente poder de Ciaxares, que hizo retroceder su frontera oriental. Las cosas llegaron a un punto crítico en 585 a.C., cuando se libró la gran batalla en el Halys entre Ciaxares y Aliattes el 28 de mayo. La batalla es famosa por el eclipse total de sol que tuvo lugar ese día, y se dice que fue predicho por el astrónomo griego Tales de Mileto. Por el tratado subsiguiente se fijó el Halys como frontera entre Lidia y el imperio medo y, según Heródoto, se arregló en parte por mediación de Nabucodonosor. La intervención de Babilonia debió de realizarse en interés de los medos, y es posible que Ciaxares pudiera contar con Nabucodonosor para algo más que una neutralidad benévola en caso de necesidad. Nabucodonosor aparece en sus inscripciones como un poderoso constructor, y ya hemos visto cómo transformó la ciudad de Babilonia. Reconstruyó y amplió por completo el palacio real de su padre, y en el curso de sus, reconstrucciones elevó su plataforma aterrazada a una altura tan grande sobre la ciudad y la llanura circundantes, que su Jardín Colgante se convirtió en una de las siete maravillas del mundo antiguo. Reconstruyó los grandes templos de E-zida en Borsippa y de E-Sagila en Babilonia, y la calle de la Procesión Sagrada dentro de la ciudad la pavimentó suntuosamente, abarcándola entre el templo de Ninmakh y su propio palacio con la famosa Puerta de Ishtar, adornada con toros y dragones en relieve esmaltado. También reforzó considerablemente las fortificaciones de la ciudad mediante la ampliación de su doble línea de murallas y la erección de nuevas ciudadelas. Durante su largo reinado de cuarenta y dos años dedicó sus energías y las nuevas riquezas de su reino a esta labor de reconstrucción, tanto en la capital como en los demás antiguos centros religiosos de Babilonia. La decoración de la fachada del propio palacio de Nabucodonosor refleja la influencia de Occidente sobre el arte babilónico; y podemos imaginar sus mercados y muelles atestados de caravanas y mercancías extranjeras. También puede rastrearse una prueba de su horizonte extendido en este período en el interés que Nabucodonosor mostró por el tráfico marítimo en el Golfo Pérsico, que sin duda le llevó a construir un puerto en los pantanos, y a protegerlo contra las incursiones árabes mediante la erección de la ciudad de Teredón al oeste del Éufrates, como puesto avanzado en la frontera del desierto. El hijo de Nabucodonosor, Amel-Marduk, fue un indigno sucesor de su padre. Durante su corto reinado no fue refrenado ni por la ley ni por la decencia, y no es sorprendente que en menos de tres años el partido sacerdotal asegurara su asesinato y pusiera en su lugar a Neriglissar, su cuñado, un hombre de carácter mucho más fuerte y soldado. Hijo de un babilonio particular, Bel-Shumishkun, Neriglissar se había casado con una hija de Nabucodonosor, y sin duda podemos identificarlo con Nergal-Sharezer, el Rabmag o general babilonio que estuvo presente en el sitio de Jerusalén. Una prueba sorprendente de que Neriglissar gozaba de un alto rango militar en el reinado de Nabucodonosor se ha obtenido recientemente en una carta de Erec, que fue escrita por un capitán al mando de un cuerpo de tropas estacionadas en los alrededores de esa ciudad. La fecha de la carta es segura, ya que el capitán se refiere a soldados que figuran en la lista de Nabucodonosor y Neriglissar; y de paso nos da una idea de la insatisfactoria condición del ejército babilónico durante los últimos años de Nabucodonosor. El capitán está ansioso por que el estado mermado de su compañía, y las medidas que contempla para llenar sus filas, no sean conocidos por Gubaru, que ejercía un alto mando en el ejército de Nabucodonosor. Es posible que podamos identificar a este general con el gobernador de Gutium, que tan destacado papel desempeñó en la conquista persa. Conociendo, como sin duda conocía, la insatisfactoria condición de las fuerzas de su país, es posible que considerara que la tarea de oponerse a los invasores estaba muy por encima de sus posibilidades. La muerte de Neriglissar, menos de cuatro años después de su accesión, debió ser sin duda el golpe mortal a cualquier esperanza que sus generales pudieran haber albergado de colocar la organización y defensa militar del país sobre una base sólida. Porque su hijo era poco más que un niño y, tras nueve meses de reinado, el partido sacerdotal de la capital logró deponerlo en favor de uno de los suyos, Nabónido, hombre de ascendencia sacerdotal y completamente imbuido de las tradiciones de la jerarquía. El nuevo rey continuó con entusiasmo la tradición de reconstrucción de templos de Nabucodonosor, pero no tenía nada de la aptitud militar de su gran predecesor. A su propio desprendimiento sacerdotal añadió el carácter poco práctico del arqueólogo, amante de ocuparse en investigar la historia pasada de los templos que reconstruía, en lugar de controlar la administración de su país. La inclinación de su mente queda bien reflejada en el relato que nos ha dejado de la dedicación de su hija, Bel-Shalti-Nannar, como jefa del colegio de devotos adjunto al templo de la Luna en Ur. Está claro que este acto y el ceremonial que lo acompañaba le interesaban mucho más que la educación de su hijo; y cualquier aptitud militar que Belsasar pudiera haber desarrollado no fue ciertamente fomentada por su padre o por los amigos de su padre. Sólo cuando el enemigo estaba en la frontera, el rey debió de darse cuenta de su propia fatuidad. Así, con la ascensión de Nabonido se vislumbra el final del último período de grandeza de Babilonia. Pero el imperio no se desmoronó por sí mismo, pues en uno de sus documentos fundacionales el rey se jacta de que toda Mesopotamia y Occidente, hasta Gaza en la frontera egipcia, seguían reconociendo su autoridad. Fue necesaria la presión del exterior para hacer añicos el decadente imperio, que desde el principio debió de deber su éxito en no poca medida a la actitud amistosa y protectora de Media. Cuando dejó de contar con ese apoyo esencial, quedó a merced del nuevo poder ante el que la propia Media ya se había hundido. El reino persa de Ciro, surgido de una nueva oleada de la migración indoeuropea, había tenido pocas dificultades para absorber el de los medos. Cinco años después de la ascensión de Nabónido, Ciro había depuesto a Astiages y, uniendo a sus propios seguidores del sur de Irán con sus parientes medos, procedió a tratar con Creso de Lidia. Bajo su último rey, el sucesor de Aliattes, el poder de Lidia había alcanzado su mayor apogeo, y la fama de la riqueza de Creso había atraído a muchos de los griegos más cultos a su corte de Sardis. Pero cuando Ciro se hizo dueño del imperio medo, Creso empezó a temer su creciente poder. En el 547 a.C. libró una batalla indecisa con los persas en Pteria, en Capadoeia, cerca del emplazamiento de la antigua capital hitita, y luego se retiró sobre Sardis. Aquí envió en busca de ayuda a Esparta, Egipto y Babilonia. Pero Ciro no se demoró antes de renovar su ataque, y apareció inesperadamente ante la capital. El ejército lidio fue ahora significativamente derrotado; Sardis, en la que Creso se había refugiado, fue capturada tras un asedio, y el imperio lidio llegó a su fin. Ciro quedó entonces libre para dirigir su atención a Babilonia. Si no nos equivocamos al identificar a Gobryas o Gubaru, el gobernador de Gutium, con el general babilonio de ese nombre, que había ocupado un alto cargo bajo Nabucodonosor, podemos rastrear la rapidez y facilidad de la conquista persa de Babilonia directamente a su acción al abrazar la causa del invasor. Previendo que la única esperanza para su país residía en su rápida sumisión, pudo haber considerado que actuaría en su mejor interés si no se oponía a su incorporación dentro del imperio persa, sino que hacía que la revolución fuera, en la medida de lo posible, pacífica. Eso explicaría la acción de Ciro al confiar la invasión en gran parte a sus manos; y la posterior revuelta de Sippar se explica más fácilmente si un general babilonio con la reputación de Gubaru se hubiera presentado como enviado del rey persa. En cualquier caso, debemos suponer que un amplio sector de la población acadia era de esa opinión, al margen de la oposición a sí mismo que Nabónido había suscitado en el partido sacerdotal de la capital. La defensa del país fue confiada por Nabónido a su hijo Belsasar, que se enfrentó al avance de los persas en Opis, donde fue derrotado; y, por más que intentó reunir sus fuerzas, éstas volvieron a dispersarse. Sippar abrió entonces sus puertas sin combatir, Nabónido huyó, y Gubaru avanzando sobre la capital consiguió su rendición pacífica. El cronista nativo de estos acontecimientos registra que, durante los primeros días de la ocupación persa de la ciudad, los escudos de Gutium rodearon las puertas de E-Sagila, de modo que la lanza de ningún hombre entró en los santuarios sagrados y no se introdujo ningún estandarte militar. El registro adquiere un nuevo significado si podemos suponer que el propio gobernador de Gutium era de origen nativo y un antiguo general del ejército babilónico. El tercer día del mes siguiente Ciro hizo su entrada de estado en la capital, siendo recibido por todas las clases, y especialmente por el sacerdocio y los nobles, como un libertador. Nombró a Gubaru gobernador de Babilonia, y éste parece que acabó con toda resistencia persiguiendo a Belsasar y dándole muerte. Nabónido ya había sido capturado, cuando la capital se rindió. Es quizá notable que el sacerdocio nativo, de cuyas filas había surgido el propio Nabónido, diera la bienvenida al rey persa como libertador de su país, cuya victoria había sido propiciada por Marduk, el dios nacional. Pero, tras asegurarse el control secular, Nabónido había dado rienda suelta a su ambición sacerdotal y, como consecuencia, había distanciado a su propio partido. Es posible que su imaginación estuviera encendida por algún plan desacertado de centralizar el culto; pero, cualquiera que fuera su motivo, el rey había reunido en la capital muchas de las imágenes de culto de todo el país, sin reparar en que con ello arrancaba a los dioses de sus antiguas moradas. Al devolver a los dioses a sus santuarios locales, Ciro ganó en popularidad y se ganó por completo al sacerdocio, con mucho el sector político más poderoso de la comunidad. Así sucedió que Babilonia no volvió a luchar por conservar su libertad, y todo el territorio del que había disfrutado fue incorporado sin resistencia al imperio persa. Con la pérdida definitiva de la independencia de Babilonia, el período cubierto por esta historia llega a su fin. La época constituye un conveniente punto de parada; pero, a diferencia de la caída del imperio asirio, su conquista apenas supuso diferencia alguna en la vida y las actividades de la población en su conjunto. Por lo tanto, tal vez sea lícito echar un vistazo un poco más adelante y tomar nota de su suerte posterior como provincia sometida, bajo la dominación extranjera de las potencias que se sucedieron en el gobierno de esa región de Asia occidental. La tranquilidad del país bajo Ciro formaba un sorprendente contraste con la agitación y las intrigas que caracterizaban su actitud bajo el dominio asirio; y esto se debía al hecho de que la política que inauguró en las provincias de su imperio era una inversión completa de los métodos asirios. Se respetó la nacionalidad de cada raza conquistada y se la animó a conservar su propia religión y sus leyes y costumbres. De ahí que la vida comercial y la prosperidad de Babilonia no sufrieran ninguna interrupción como consecuencia del cambio de su estatus político. Los impuestos no aumentaron materialmente, y poco se alteró más allá del nombre y el título del rey reinante en las fechas de los documentos comerciales y legales. Este estado de cosas habría continuado sin duda, si la autoridad del propio imperio persa no se hubiera visto rudamente sacudida durante el reinado de Cambises, hijo y sucesor de Ciro. La conquista de Egipto y su incorporación como parte integrante del imperio aqueménida, a lo que dirigió sus principales energías, se lograron tras la batalla de Pelusium y la caída de Menfis. Pero cuando intentaba extender su dominio sobre Nubia, en el sur, recibió noticias de una revuelta en Persia. Antes de su partida hacia Egipto había asesinado a su hermano Bardiya, conocido por los griegos como Smerdis. El asesinato se había mantenido en secreto, y la revuelta contra el rey ausente estaba encabezada ahora por un magiano, llamado Gaumata, que se presentaba como el desaparecido Smerdis y el verdadero heredero del trono. Cambises hizo preparativos para reprimir la revuelta, pero murió en su viaje de regreso a Siria en 522. La muerte del rey dio un nuevo impulso a las fuerzas de la rebelión, que ahora comenzaron a extenderse por las provincias del imperio persa. Pero Gaumata, el rebelde persa, pronto encontró su destino. Pues tras la muerte de Cambises, el ejército persa fue dirigido de nuevo por Darío, un príncipe de la misma casa que Ciro y su hijo; Gaumata fue sorprendido y asesinado, y Darío se estableció firmemente en el trono. Darío siguió actuando con extraordinaria energía, y en el transcurso de un solo año consiguió sofocar las rebeliones en Babilonia y en las diversas provincias. En la pared rocosa de Behistun en Persia, en el camino de Babilonia a Ecbatana, nos ha dejado retratos esculpidos de sí mismo y de los líderes rebeldes que sometió. Entre estos últimos figuran Nidintu-Bel y Arakha, los dos pretendientes al trono de Babilonia. Los asedios de Darío a Babilonia marcan el comienzo de la decadencia de la ciudad. Sus defensas no habían sido seriamente dañadas por Ciro, pero ahora sufrían considerablemente. La ciudad volvió a inquietarse durante los últimos años de Darío, y sufrió más daños en el reinado de Jerjes, cuando los babilonios hicieron sus últimos intentos de independencia. Se dice que Jerjes no sólo desmanteló las murallas, sino que saqueó y destruyó el propio gran templo de Marduk. Grandes zonas de la ciudad, que había sido una maravilla de las naciones, empezaron ahora a quedar permanentemente en ruinas. Babilonia entró en una nueva fase en 331 a.C., cuando la larga lucha entre Grecia y Persia terminó con la derrota de Darío III en Gaugamela. Susa y Babilonia se sometieron a Alxandro, que al proclamarse rey de Asia, tomó Babilonia como capital. Podemos imaginárnoslo contemplando los grandes edificios de la ciudad, muchos de los cuales yacían ahora arruinados y desiertos. Al igual que Ciro antes que él, sacrificaba a los dioses de Babilonia; y se dice que deseaba restaurar E-sagila, el gran templo de Marduk, pero que desistió de la idea, ya que habría necesitado diez mil hombres más de dos meses para retirar los escombros de las ruinas. Pero parece que hizo algún intento en ese sentido, ya que se ha encontrado una tablilla, fechada en su sexto año, que registra un pago de diez manehs de plata por "limpiar el polvo de E-Sagila". Mientras los viejos edificios se deterioraban, algunos nuevos surgieron en su lugar, entre ellos un teatro griego para uso de la numerosa colonia griega. Muchos de los propios babilonios adoptaron nombres y modas griegas, pero los elementos más conservadores, particularmente entre el sacerdocio, siguieron conservando su propia vida y costumbres separadas. En el año 270 a.C. tenemos constancia de que Antíoco Soter restauró los templos de Nabú y Marduk en Babilonia y Borsippa, y las recientes excavaciones en Erec han demostrado que el antiguo templo de esa ciudad conservaba su antiguo culto bajo un nuevo nombre. En el siglo II sabemos que, en un rincón del gran templo de Babilonia, Marduk y el Dios del Cielo eran adorados como una deidad doble bajo el nombre de Anna-Bel; y oímos hablar de sacerdotes adscritos a uno de los antiguos santuarios de Babilonia en fecha tan tardía como el año 29 a.C. Los servicios en honor de las formas posteriores de los dioses babilónicos continuaron probablemente hasta la era cristiana. Naturalmente, la vida de la antigua ciudad parpadeó durante más tiempo en torno a los templos y sedes de culto en ruinas. En el aspecto secular, como centro comercial, no era entonces más que un fantasma de lo que había sido. Su verdadera decadencia había comenzado cuando Seleuco, tras asegurarse la satrapía de Babilonia a la muerte de Alejandro, reconoció las mayores ventajas que ofrecía el Tigris para la comunicación marítima. Con la fundación de Seleucia, Babilonia como ciudad empezó rápidamente a decaer. Abandonada al principio por las clases oficiales, seguida más tarde por los mercaderes, fue disminuyendo en importancia a medida que crecía su rival. Así, fue por un proceso gradual y puramente económico, y por ningún golpe repentino, que Babilonia se desangró lentamente hasta morir.
GRECIA, PALESTINA Y BABILONIA.UNA ESTIMACIÓN DE LA INFLUENCIA CULTURAL
DURANTE los
períodos persa y helenístico, Babilonia ejerció una influencia sobre las razas
contemporáneas de la que podemos rastrear algunas supervivencias en la
civilización del mundo moderno. Fue la madre de la astronomía, y las doce
divisiones de la esfera de nuestros relojes se derivaron en última instancia, a
través de los canales griegos, de su antiguo sistema de división del tiempo.
Fue bajo los reyes neobabilónicos cuando la raza hebrea entró por primera vez
en estrecho contacto con su cultura, y no cabe duda de que los judíos, en la
época de su cautiverio, renovaron su interés por su mitología cuando
encontraron que presentaba algunos paralelismos con la suya. Pero en el curso
de esta historia se ha demostrado que, durante períodos muy anteriores, la
civilización de Babilonia había penetrado en gran parte de Asia occidental. Se
admite que, como resultado de su expansión hacia el oeste en la época de la
Primera Dinastía, su cultura se había extendido durante períodos posteriores a
las tierras costeras del Mediterráneo, y había moldeado en cierta medida el
desarrollo de aquellos pueblos con los que entró en contacto. Y como el
elemento religioso dominó sus propias actividades en mayor medida que en la
mayoría de las otras razas de la antigüedad, se ha insistido en que muchos
rasgos de la religión hebrea y de la mitología griega sólo pueden explicarse
correctamente por los beli efes babilónicos en los que tuvieron su origen. Es
el propósito de este capítulo examinar una teoría de la influencia externa de Babilonia,
que ha sido propagada por una escuela de escritores y ha determinado la
dirección de muchas investigaciones recientes.
Apenas es
necesario insistir en la forma en que el material extraído de las fuentes
babilónicas y asirias ha ayudado a dilucidar puntos de la historia política y
religiosa de Israel. Apenas menos llamativos, aunque no tan numerosos, son los
ecos de las leyendas babilónicas que desde hace tiempo se reconocen como
existentes en la mitología griega. El ejemplo más conocido de préstamo directo
es, sin duda, el mito de Adonis y Afrodita, cuyos rasgos principales se
corresponden estrechamente con la leyenda babilónica de Tammuz e Ishtar. En
este caso no sólo se tomó prestado el mito, sino también el festival y los
ritos que lo acompañaban, pasando a Grecia a través de Biblos en la costa siria
y de Pafos en Chipre, ambos centros de culto a Astarté. Otra leyenda griega,
obviamente de origen babilónico, es la de Acteón, que se identifica claramente
con el pastor, amado por Ishtar y transformado por ella en leopardo, de modo
que fue cazado y muerto por sus propios sabuesos.
También se
han señalado desde hace tiempo algunos paralelismos entre los héroes nacionales
Hercules y Gilgamesh. Es cierto que la mayoría de las razas de la antigüedad
poseen historias de héroes nacionales de fuerza y poder sobrehumanos, pero hay
ciertos rasgos en las tradiciones relativas a Heracles que pueden tener alguna
conexión última con el ciclo de leyendas de Gilgamesh. Menos convincente es la
analogía que se ha sugerido entre Ícaro y Etana, el héroe o semidiós babilónico
que consiguió volar hasta el cielo más alto sólo para caer de cabeza a la
tierra. Pues en el caso de Etana no se trata de un vuelo humano: fue ganado al
cielo por su amigo el Águila, a cuyas alas se aferró mientras subían a las
puertas del cielo. Pero los ejemplos ya referidos pueden bastar para ilustrar
la forma en que se ha acordado desde hace tiempo que la mitología babilónica
puede haber dejado su huella en la de Grecia.
Pero los
puntos de vista sostenidos ahora por un cuerpo considerable de eruditos
sugieren una extensión mucho más amplia de la influencia babilónica de lo que
implica una serie de conexiones aisladas y fortuitas; y, como el carácter de
esta influencia es ex hypothesi astronómico, cualquier intento de definir sus
límites con precisión es una cuestión de cierta dificultad. Porque será obvio
que, si podemos suponer una base o fondo astronómico a dos mitologías
cualesquiera, detectamos enseguida un gran número de rasgos comunes cuya
existencia no habríamos sospechado de otro modo. Y la razón no está lejos de
buscarse, ya que los fenómenos astronómicos con los que vamos a trabajar son
necesariamente restringidos en número, y tienen que cumplir su función muchas
veces como fondo en cada sistema. A pesar de este inconveniente, inherente a su
teoría, Winckler y su escuela han prestado un buen servicio al elaborar la
relación general que los babilonios creían que existía entre los cuerpos
celestes y la tierra. Ha mostrado sólidas razones para suponer que, según los
principios de la astrología babilónica, los acontecimientos e instituciones de
la tierra eran en cierto sentido copias de los prototipos celestes.
Es bien
sabido que los babilonios, al igual que los hebreos, concebían el universo como
formado por tres partes: el cielo arriba, la tierra abajo y las aguas bajo la
tierra. Los babilonios elaboraron gradualmente esta concepción del universo, y
trazaron en los cielos un paralelo a la triple división de la tierra, separando
el universo en un mundo celestial y otro terrenal. El universo terrestre
constaba, como antes, de tres divisiones, es decir, el cielo (limitado al aire
o la atmósfera sobre la tierra), la tierra misma y las aguas bajo ella. Éstas
correspondían en el mundo celestial al cielo del Norte, el Zodíaco, y al cielo
del Sur u océano celestial. En el período babilónico posterior, los dioses
mayores se habían identificado desde hacía tiempo con los planetas, y los
dioses menores con las estrellas fijas, teniendo cada deidad su casa o estrella
especial en el cielo, además de su templo en la tierra. Esta idea parece haber
sido llevada aún más lejos por los posteriores astrólogos griegos, por quienes
se pensaba que las tierras y las ciudades, además de los templos, tenían sus
contrapartes cósmicas. Pero incluso para los babilonios las estrellas en
movimiento no eran meros símbolos que servían de intérpretes a los hombres de
la voluntad divina; sus movimientos eran la causa real de los acontecimientos
en la tierra. Para utilizar un símil apropiado de Winckler, se creía que el
cielo estaba relacionado con la tierra de la misma manera que un objeto en
movimiento visto en un espejo estaba relacionado con su reflejo.
Para
ilustrar la forma en que estas ideas astrales habrían suministrado material a
la mitología griega, se puede seleccionar un ejemplo de prueba, cuya explicación
sugerida implica una de las características esenciales del sistema astral de
Winckler tal como lo elaboró finalmente. Tomaremos la historia del Cordero de
Oro de Atreo y Tiestes, que es introducida por Eurípides en uno de los coros de
su Electra. Según la historia, a la que Eurípides hace referencia, pero no la
cuenta explícitamente, el cordero con el vellocino de oro fue traído por Pan a
Atreo, y fue considerado por los argivos como una señal de que era el verdadero
rey. Pero su hermano Tiestes, con la ayuda de la esposa de Atreo, lo robó y
pretendió ser rey; así se produjeron las luchas, el bien se convirtió en mal y
los astros se agitaron en sus cursos. Es curioso que el robo del Cordero
tuviera un efecto tan especial sobre los cielos y el clima, pues esto se afirma
definitivamente en la segunda estrofa y antistrofa del coro. Aunque los
detalles son oscuros, está claro que tenemos aquí una leyenda con elementos
astrológicos muy marcados. El robo del Cordero cambia el curso del sol, y de
otras líneas del coro deducimos que la alteración condujo a las actuales
condiciones climáticas del mundo, las nubes de lluvia volando hacia el norte y
dejando "los asientos de Amón" -es decir, el desierto de Libia-
resecos y sin rocío.
En su forma
original, la leyenda bien puede haber sido una historia del Primer Pecado, tras
el cual el mundo cambió a su estado actual, tanto moral como atmosférico. Hay
pruebas definitivas de que el Cordero de Oro se identificaba con la
constelación de Aries; y puesto que se admite que Babilonia era el hogar de la
astrología, no es una sugerencia improbable, a pesar de la referencia a Amón,
que la consideremos como una de las leyendas perdidas de Babilonia. Según la
teoría de Winckler sobre la religión babilónica, deberíamos ir más allá y
rastrear el origen de la leyenda a una convulsión en el pensamiento babilónico
que tuvo lugar en los siglos IX y VIII a.C. En este periodo, se afirma, el sol
en el equinoccio de primavera se desplazaba desde la constelación de Tauro
hacia Aries. El toro, según la teoría, se identificaba con Marduk, el dios de
Babilonia, y todo el tiempo que cedía su lugar al Carnero, Babilonia declinaba
ante el poder de Asiria. La desorganización del calendario y de las estaciones,
debida al método imperfecto de cálculo del tiempo en boga, se asoció a este
acontecimiento, dando un impulso a un nuevo nacimiento de leyendas, una de las
cuales ha encontrado su camino con un vestido griego en este coro de Eurípides.
O, como se ha dicho de forma bastante diferente, la historia es una pieza de
astronomía babilónica mal entendida.
La teoría
que subyace a esta interpretación de la leyenda se basa en el axioma de que la
religión babilónica era esencialmente un culto a las estrellas, y que detrás de
cada departamento de la literatura nacional, tanto secular como religioso, se
encontraba la misma concepción astral del universo. Antes de tratar la teoría
con más detalle, puede ser bueno comprobar hasta qué punto la historia del país
corrobora esta opinión. En el período más temprano del que hemos recuperado
restos materiales no puede haber duda de que el culto a las imágenes constituía
un rasgo característico del sistema religioso babilónico, aunque no tenemos
medios para rastrear su evolución gradual a partir del culto a los fetiches y a
las piedras que necesariamente lo precedieron. La civilización extraña, que los
sumerios introdujeron, muy probablemente incluía imágenes de culto de sus
dioses, y éstas bien pueden haber sido ya antropomórficas. Formada con la forma
del dios, se creía que la imagen consagraba su presencia, y para los babilonios
de todas las épocas nunca perdió este carácter animista.
Un dios
tribal o de ciudad, en su etapa más temprana de desarrollo, estaba sin duda
totalmente identificado con su imagen de culto. No se adoraba más que una
imagen de cada uno, y la idea de la existencia de un dios aparte de esta forma
visible debe haber sido de crecimiento gradual. Las desgracias de la imagen
material, especialmente si no iban acompañadas de un desastre nacional, habrían
fomentado la creencia en la existencia del dios aparte de su cuerpo visible de
madera o piedra. Y tal creencia acabó desarrollándose en la concepción
babilónica de una división celestial del universo, en la que los grandes dioses
tenían su morada, manifestando su presencia a los hombres en las estrellas y
planetas que se movían por el cielo. Pero este desarrollo marcó un gran avance
respecto a la pura adoración de imágenes, e indudablemente siguió al
crecimiento de un panteón a partir de una colección de ciudades-dioses
separadas e independientes. No tenemos medios para datar la asociación de
algunos de los dioses mayores con las fuerzas naturales. Parece que, en el
período sumerio anterior, los centros religiosos del país ya estaban asociados
con los cultos lunares y solares y con otras divisiones del culto a la
naturaleza. Pero es bastante seguro que, durante todas las etapas posteriores
de la historia babilónica, la imagen divina nunca degeneró en un mero símbolo
de la divinidad. Sin postular conscientemente una teoría en explicación de su
creencia, el babilonio no encontró ninguna dificultad en conciliar una
localización de la persona divina con su presencia en otros centros de culto y,
en última instancia, con una vida separada en la esfera celestial.
Otra clase
de imágenes eran las formas de animales, también extraídas en gran medida de la
mitología, que adornaban los templos más antiguos y que los reyes neobabilonios
reprodujeron en ladrillos esmaltados en edificios seculares. La mayoría de
ellas, tanto en los períodos posteriores como en los anteriores, se colocaron
cerca de las entradas de los templos, y allí donde la piedra era tan abundante
que podía utilizarse en masa en la estructura de los edificios, las propias
puertas se tallaban de la misma manera. La representación de una gran arpa o
lira en un bajorrelieve sumerio, en el que la figura de un toro sobre la caja
de resonancia pretende evidentemente sugerir los tonos peculiarmente profundos
y vibrantes del instrumento, sugiere que se empleaban formas animales para
simbolizar el sonido. Además, en los sellos-cilindro grabados con la figura del
dios Sol saliendo de la puerta oriental del cielo, a menudo se colocan dos
leones inmediatamente por encima de las puertas que se abren, y en un ejemplar
los pivotes de la puerta descansan sobre un segundo par dispuesto
simétricamente debajo de ellos.
El
simbolismo de estos y otros monstruos similares puede haber sido sugerido por
el rechinar de las puertas del cielo en sus zócalos de piedra y el chirrido de
sus cerrojos. Los ruidos sugerían los gritos de los animales, que, de acuerdo
con los principios del animismo primitivo, se creía que habitaban las puertas y
los portales y los custodiaban. Probablemente podamos rastrear hasta este
antecedente los leones colosales y los toros alados que flanqueaban las puertas
de los palacios asirios y persas, y que, al igual que los monstruos esmaltados
de Babilonia y Persépolis, siguieron reproduciéndose como guardianes divinos de
un edificio después de que sus asociaciones primitivas se hubieran olvidado o
modificado.
Las pruebas
arqueológicas apoyan así la opinión, ya deducida por consideraciones
históricas, de que la astrología no dominaba las actividades religiosas de
Babilonia. Y un examen de la literatura apunta a la misma conclusión. La magia
y la adivinación abundan en los textos recuperados, y en su caso no hay nada
que sugiera un elemento astrológico subyacente. Por lo tanto, nos sentimos
menos inclinados a aceptar el axioma de que una concepción astral del universo
impregnaba y coloreaba el pensamiento babilónico hasta tal punto, que no sólo los
mitos y las leyendas, sino incluso los acontecimientos históricos, se
registraban en términos que reflejaban los movimientos del sol, la luna y los
planetas y los demás fenómenos de los cielos. Si concedemos una vez esta
suposición, tal vez se podría haber seguido, como afirman los mitólogos
astrales, que las creencias de los adoradores de las estrellas de Babilonia se
convirtieron en la doctrina predominante del antiguo Oriente y dejaron su
huella transmitida en los registros de la antigüedad. Pero la suposición
original parece ser poco sólida, y la teoría sólo puede encontrar apoyo
tratando las pruebas tardías como aplicables a todas las etapas de la historia
babilónica.
Las raíces
de la teoría se sitúan en una época puramente imaginaria, en la que faltan
pruebas a favor o en contra. Así, los monumentos más antiguos que se han
recuperado en los yacimientos babilónicos no se consideran reliquias de' las
primeras etapas de la cultura babilónica. Se afirma que en los periodos
posteriores a ellos existió una civilización elaborada y altamente
desarrollada, que se encuentra en la oscuridad más allá de los primeros
registros existentes. En ausencia total de pruebas materiales, no es difícil
pintar esta época con colores que no comparte ninguna otra raza primitiva en la
historia del mundo. Se supone que la guerra y la violencia no existían en
Babilonia en esta época prehistórica. El intelecto dominaba y controlaba las
pasiones del pueblo primitivo, pero muy dotado, y en particular una forma de
concepción intelectual basada en el conocimiento científico de la astronomía.
Se postula que una teoría puramente astronómica del universo estaba en la raíz
de su civilización, y gobernaba todo su pensamiento y conducta. No se trataba
de una enseñanza de un sacerdocio erudito, sino de una creencia universal que
impregnaba todas las ramas de la vida nacional e individual. La teoría en su
estado perfecto e incorrupto había perecido con las demás reliquias de sus
inventores. Pero fue heredada por los inmigrantes semíticos en Babilonia y,
aunque empleada por ellos en una forma alterada y corrupta, ha dejado, según se
dice, sus huellas en los registros posteriores. De este modo, el mitólogo
astral explicaría el carácter fragmentario de sus datos, a partir de los cuales
pretende reconstruir las creencias originales en su totalidad.
Una de estas
creencias ha sido conservada por Séneca, quien, dando como autoridad a Beroso,
se refiere a una teoría caldea de un gran año, un largo período cósmico que
tiene, como el año, un verano y un invierno. El verano está marcado por una
gran conflagración producida por la conjunción de todos los planetas en Cáncer,
y el invierno se caracteriza por un diluvio universal causado por una
conjunción similar de todos los planetas en Capricornio. La idea se basa
evidentemente en la concepción de que, al igual que la sucesión del día y la
noche se corresponde con los cambios de las estaciones, el propio año debe
corresponder a ciclos de tiempo mayores. Aunque Beroso es nuestra autoridad más
antigua, la doctrina se considera una primitiva babilonia. Se argumenta además
que, incluso en el período más antiguo, los habitantes de Babilonia concebían
la historia del mundo como si se hubiera desarrollado en una serie de edades
sucesivas, guardando la misma relación con estos eones del ciclo del mundo que
el año guardaba con ellos.
La teoría de
las Edades del Mundo es bastante familiar por la concepción clásica, que se
encuentra por primera vez en los "Trabajos y Días" de Hesíodo, que
influyó profundamente en la especulación griega posterior. No hay nada
particularmente astral en la concepción de Hesíodo de cuatro edades,
distinguidas por los metales principales y que muestran un deterioro
progresivo. Pero se afirma que la teoría de Hesíodo, y todas las concepciones
paralelas de las Edades del Mundo, se derivan de un prototipo babilónico, la
Edad de Oro de Hesíodo refleja la condición general de la Babilonia
prehistórica. Suponiendo una estrecha correspondencia entre el zodiaco y la
tierra en el pensamiento babilónico primitivo, se argumenta que los habitantes
del país, desde los períodos más antiguos, dividieron la historia del mundo en
edades de unos dos mil años cada una, según el signo particular del zodiaco en
el que el sol se situaba cada año en el equinoccio de primavera, cuando se
celebraba la fiesta del Año Nuevo. Aunque estas edades nunca se nombran ni se
mencionan en las inscripciones, los mitólogos astrales se refieren a ellas como
las Edades de los Gemelos, del Toro y del Carnero, por las constelaciones zodiacales
de Géminis, Tauro y Aries.
Este es un
punto vital de la teoría y postula por parte de los primeros babilonios un
conocimiento muy preciso de la astronomía: supone un conocimiento de la
procesión de los equinoccios, que sólo podía basarse en un sistema muy rígido
de observación y registro astronómico. Pero se supone que los antiguos
babilonios estaban bastante familiarizados con estos hechos, y que trazaron una
estrecha conexión entre ellos y la historia del mundo. Se supone que ciertos
mitos han caracterizado cada una de estas edades del mundo, no sólo afectando a
las creencias religiosas, sino obsesionando de tal manera el pensamiento
babilónico que influyeron en los escritos históricos. Como el sol en el
equinoccio de primavera progresaba gradualmente a través de las constelaciones
de la eclíptica, así, según la teoría, se creía que la historia del mundo
evolucionaba en armonía con su curso, y el destino preordenado del universo se
desenvolvía lentamente.
Hasta este
punto, la teoría astral es muy completa y, concediendo sus hipótesis
originales, se desenvuelve con bastante soltura. Pero en cuanto sus autores
intentan ajustar las leyendas existentes a su teoría, comienzan las
dificultades. En la mitología babilónica no encontramos ninguna pareja de
héroes que presente algún parecido con los Dioscuros. Pero los cultos lunares
eran prominentes en la época babilónica más temprana y, a falta de un paralelo
más cercano, las dos fases de la luna creciente y menguante han sido tratadas
como caracterizadoras de los mitos y leyendas de la Era de los Gemelos. Tomando
prestado un término de la música, se describen como el motivo característico de
la época. La segunda Edad, la del Toro, comienza aproximadamente con el ascenso
de Babilonia al poder. Hay muy pocas pruebas para relacionar a Marduk, el dios
de Babilonia, con la constelación zodiacal del Toro, pero la conexión se asume
con seguridad. La Tercera Edad, la del Carnero, presenta aún más dificultades
que sus dos predecesoras, ya que ninguna cantidad de ingenio puede descubrir
material para un motivo del Carnero en Babilonia. Pero Júpiter Ammon fue
representado con la cabeza de un carnero, y se supone que era idéntico en su
naturaleza a Marduk. Así, se supone que el nuevo cálculo pasó a Egipto,
mientras que Babilonia no se vio afectada. La explicación que se da es que la
Edad del Carnero comenzó en una época en la que el poder de Babilonia estaba en
declive; pero no es del todo evidente por qué los babilonios debieron ignorar
la verdadera posición del sol en el equinoccio de primavera.
Se dice que
la influencia extranjera de la concepción babilónica del universo ha dejado su
huella más fuerte en la escritura histórica hebrea. Se afirma que las
narraciones bíblicas relativas a la historia anterior de los hebreos han sido
influenciadas en particular por los mitos babilónicos del universo, y que un
gran número de pasajes tienen en consecuencia un significado astral. Esta
vertiente del tema ha sido trabajada en detalle por el Dr. Alfred Jeremias, y
unos pocos ejemplos bastarán para ilustrar el sistema de interpretación que se
sugiere. Tomaremos una de las leyendas babilónicas que se dice que se encuentra
con más frecuencia en las narraciones hebreas, el Descenso de la diosa Ishtar
al Inframundo en busca de su joven esposo Tammuz, que en su forma babilónica es
incuestionablemente un mito de la naturaleza. No cabe duda de que en el mito
Tammuz representa la vegetación de la primavera; ésta, después de haberse
resecado por el calor del verano, está ausente de la tierra durante los meses
de invierno, hasta que es restaurada por la diosa de la fertilidad. Tampoco hay
duda de que el culto a Tammuz acabó por extenderse a Palestina, pues Ezequiel,
en una visión, vio a las mujeres en la puerta norte del templo de Jerusalén
llorando por Tammuz. Ya hemos señalado su llegada a Grecia en la historia de
Adonis y Afrodita. En su forma griega, la contienda entre Afrodita y Perséfone
por la posesión de Adonis reproduce la lucha entre Ishtar y Ereshkigal en la
Morada de los Muertos; y la desaparición y reaparición anual de Tamuz da lugar
en la versión griega a la decisión de Zeus de que Adonis pase una parte del año
sobre la tierra con Afrodita y la otra parte bajo tierra con Perséfone. Tales
son los principales hechos, que no se discuten, relativos a este particular
mito babilónico. Ahora podemos observar la forma en que se dice que los motivos
de éste se entrelazan en el Antiguo Testamento con las tradiciones relativas a
la historia primitiva de los hebreos.
Es bien sabido que en los primeros escritos cristianos, como el Himno del Alma de Siria, una composición gnóstica del siglo II o III d.C., a veces se hace referencia a la tierra de Egipto en un sentido metafórico o alegórico. Se sugiere que la historia del viaje de Abraham con su esposa Sara a Egipto puede haber sido escrita, por un sistema paralelo de alegoría, en términos que reflejan un descenso al inframundo y un rescate del mismo. Es cierto que en el relato la casa del faraón está plagada, probablemente de esterilidad, un rasgo que recuerda el cese de la fertilidad en la tierra mientras la diosa del amor permanece en el inframundo. Pero el mismo motivo se traza en el rescate de Lot de Sodoma: aquí Sodoma es el inframundo. La fosa a la que José es arrojado por sus hermanos y la prisión a la que lo arroja Potifar también representan el inframundo; y sus dos compañeros de prisión, el jefe de los panaderos y el jefe de los mayordomos, son dos deidades menores de la casa de Marduk. Se dice que la cueva de Makkedah, en la que se escondieron los cinco reyes de los amorreos tras su derrota ante Josué, tiene el mismo motivo subyacente. En resumen, cualquiere la mitología babilónica es el combate de dragones, ya que éste ilustra el patrón principal, o sistema, sobre el que el mitólogo astral dispone su material. En el relato babilónico de la Creación se recordará cómo Tiamat, el dragón del caos, se rebeló con Apsul, el dios del abismo, contra los nuevos y ordenados caminos de los dioses; cómo Marduk, el campe cueva, o prisión, o estado de miseria que se mencione en las
narraciones hebreas puede tomarse, según la interpretación astral, como
representación del inframundo.
El otro motivo que tomaremos d ón de
los dioses, la derrotó y, cortando su cuerpo por la mitad, utilizó una de sus
mitades como firmamento para el cielo, y luego procedió a realizar sus otras
obras de creación. Desde hace tiempo se ha señalado la probabilidad de que el
combate con el dragón haya sugerido ciertas frases o descripciones metafóricas
en la literatura poética y profética hebrea. Pero el mitólogo astral lo utiliza
como motivo dominante de su Edad de Tauro; y, puesto que esta edad comenzó,
según su teoría, antes del período de Abraham, los mitos de Marduk se trazan
con más frecuencia que cualquier otro en el Antiguo Testamento. El dios astral
desempeña el papel de libertador en la mitología: de ahí que cualquier héroe
bíblico del que se tenga constancia que haya rescatado a alguien, o que haya
liberado a su familia o a su pueblo, constituye una clavija conveniente en la
que colgar un motivo . Así también el nacimiento del fundador de una dinastía,
o del inaugurador de una nueva era, se dice que refleja el motivo solar del
nacimiento del sol de primavera.
En este
proceso de detección de motivos ocultos, los números desempeñan un papel
importante. Por ejemplo, se dice que la lucha de David con Goliat refleja el
mito del ciclo anual. Las cuarenta arcillas durante las cuales Goliat, que se
identifica con el dragón Tiamat, se acercó a los israelitas por la mañana y por
la tarde son simbólicas del invierno. En el texto hebreo se da su altura como
seis codos y un palmo; la cifra se emite para que se lea cinco codos y un
palmo, ya que de otro modo el número no correspondería a los cinco días y
cuarto epagómicos. Con la mejor voluntad del mundo de convencerse, uno no puede
evitar sentir que, incluso asumiendo la solidez de la teoría, sus autores se
han dejado llevar por ella. Por supuesto, no se puede negar que las
concepciones astrológicas pueden colorear algunos de los relatos del Antiguo
Testamento. Las trescientas zorras, con varillas de fuego atadas a sus
pinceles, con las que Sansón destruyó el maíz en pie de los filisteos,
encuentran un sorprendente paralelismo en el eeremonial que tenía lugar
anualmente en el circo de Home durante la Cerealia, y bien pueden considerarse
como mitología popular de origen astrológico. El carro de fuego de Elías puede
haber sido sugerido por algún fenómeno astronómico, quizás un cometa;
probablemente fue el producto de la misma asociación de ideas que el
carro-dragón de Medea, el regalo de Helios. Pero esto nos prepara para aceptar
una alegorización de los detalles como la que se propone en otros pasajes.
Precisamente
los mismos principios de interpretación se han aplicado a los héroes de la leyenda
griega. El profesor Jensen de Marburgo, en su obra sobre la epopeya babilónica
de Gilgamesh, ha intentado rastrear casi todas las figuras, no sólo del Antiguo
Testamento, sino también de la mitología clásica, hasta una fuente babilónica.
Pero su método, bastante monótono, de percibir por todas partes reflejos de su
propio héroe Gilgamesh ya ha sido suficientemente criticado, y tomaremos
algunos ejemplos de una obra más reciente del Dr. Carl Fries, que ha hecho
otras contribuciones de carácter menos especulativo sobre las conexiones
griegas y orientales. Elaborando una sugerencia publicada por el profesor
Jensen, el Dr. Fries ha aplicado con entusiasmo el método astral de
interpretación a la Odisea. Un episodio como el viaje de Odiseo al Hades, para consultar
al profeta tebano Teiresias, presenta sin duda un estrecho paralelismo con el
viaje de Gilgamesh a Xisuthros en la leyenda babilónica; y, aunque tradiciones
similares no son infrecuentes en las epopeyas de otras razas, la forma griega
de la historia puede conservar tal vez un eco de Babilonia. Pero se sugiere una
relación mucho más estrecha que esa.
La sección
de la Odisea que se dice que estuvo principalmente expuesta a la influencia
babilónica es la estancia de Odiseo en Scheria, y se dice que todo el episodio
de su entretenimiento por los feacios refleja la fiesta babilónica del Año
Nuevo. Desde el momento de su despertar en la isla empezamos a percibir motivos
astrales. En el juego coral de pelota de Nausicaa con sus doncellas, la pelota
simboliza el sol o la luna que gira de un lado a otro del cielo; cuando cae al
río es el sol o la luna que se pone. Odiseo, despertado por el grito estridente
de la doncella, sale de la oscuridad del bosque: es el sol naciente. El camino
hacia la ciudad que Nausicaa describe a Odiseo corresponde a la calle de la
procesión sagrada en Babilonia, por la que Marduk era llevado desde su templo a
través de la ciudad en la fiesta del Año Nuevo. La imagen de culto en su viaje
debe ser protegida de la mirada de los ojos no consagrados; así que Atenea
arroja una niebla sobre Odiseo para que ninguno de los feacios lo aborde en el
camino. Se sugieren otros elementos astrales sin una coloración especialmente
babilónica.
No nos
interesa aquí la teoría del Dr. Fries sobre el origen de la tragedia griega,
pero podemos señalar de paso que Odiseo, al relatar sus aventuras, es el
sacerdote-cantante en la fiesta del dios-luz. En otras partes de la Odisea, el
Dr. Fries no intenta rastrear muchos motivos astrales, aunque ciertamente señala
que las aventuras de Odiseo son meras supervivencias de los mitos astrales y, a
pesar de un centenar de transformaciones, en última instancia sólo se refieren
al viaje del dios-luz sobre el océano celestial. Las escenas finales de la
Odisea también reciben una interpretación completamente astrológica, y los
motivos lunares y solares aparecen promiscuamente. Por el discurso de Antínoo
en el juicio del arco sabemos que la muerte de los cortejadores tuvo lugar en
la fiesta de la Luna Nueva, pues después de que Eurímaco y los otros
cortejadores no la doblaran, hace de la fiesta una excusa para su propuesta de
posponer el juicio hasta el día siguiente. Este hecho lleva a sugerir que en el
regreso de Odiseo en la fiesta de la Luna Nueva debemos reconocer al propio
dios Luna, que triunfa sobre la oscuridad con su arco o media luna. Por otra
parte, las doce hachas por las que vuela la flecha sugieren, presumiblemente
por su número, el sol. Penélope, cortejada por los pretendientes, es la luna a
la que rodean las estrellas, y su tejido y desenredo de la red es un motivo
lunar. Luego Odiseo como el sol se acerca, y todas las estrellas se eclipsan
ante su aparición.
En tales
manos, la teoría astral lleva su propio antídoto, ya que uno no puede dejar de
sorprenderse de la facilidad con la que se puede aplicar. Por lo general, no
hay necesidad de demostrar un entorno mitológico a la narración; todo lo que se
necesita es asumir un significado astral bajo el texto. De hecho, una forma de
demostrar su falta de solidez ha sido aplicar sus métodos a los registros de la
vida de un personaje histórico. Pero este argumento equivale, en el mejor de
los casos, a una reductio ad absurdum, y las críticas más perjudiciales se han
dirigido desde el lado puramente astronómico.
Es bien
sabido que las diferentes constelaciones de la eclíptica que componen los
signos del zodiaco no ocupan cada una treinta grados de la eclíptica, sino que
algunas son más largas y otras más cortas que otras. Además, las constelaciones
de los astrónomos babilónicos de la época tardía no coincidían completamente
con las nuestras. Por ejemplo, la estrella más oriental de nuestra constelación
de Virgo era contada por los babilonios de la época arsácida como perteneciente
a la siguiente constelación eclíptica, Leo, ya que era conocida como "la
pata trasera del león". Pero, afortunadamente para nuestro propósito, no
pueden existir muchas dudas sobre el límite oriental de los Gemelos y el
occidental del Carnero, que marcan el principio y el final de las tres Edades
del Mundo de los mitólogos astrales. Pues las dos estrellas brillantes, Cástor
y Pólux, de las que los Gemelos reciben su nombre, fueron sin duda
contabilizadas en esa constelación por los neobabilonios. Y la estrella más
oriental de nuestra constelación de los Peces (un piscium) estaba probablemente
mucho más allá de la constelación babilónica del Carnero.
Trabajando
sobre esta suposición, y asumiendo treinta grados para cada una de las tres
constelaciones intermedias, el Dr. Kugler ha calculado los años en los que el
sol entró en estos signos del zodiaco en el equinoccio vernal, los puntos, es
decir, en los que habrían comenzado y terminado las Edades del Mundo astrales.
Sus cifras descartan por completo la pretensión de Winckler de dar una base astronómica
a su sistema astral. La Edad de los Gemelos, en lugar de terminar, según la
teoría, en torno al 2800 a.C., terminó realmente en el año 4383 a.C. Así pues,
la Edad del Toro comenzó más de mil quinientos años antes del nacimiento de
Sargón I, que se supone que inauguró su comienzo; y terminó en el 2232 a.C., es
decir, considerablemente antes del nacimiento de Hammurabi, bajo el cual se nos
dice que se desarrollaron principalmente los motivos de la Edad del Toro.
Además, desde la época de la Primera Dinastía en adelante hasta el año 81 a.C.
-es decir, durante todo el curso de su historia- Babilonia vivía realmente en
la Edad del Carnero, no en la del Toro. Así pues, todos los motivos y mitos que
se han relacionado tan ingeniosamente con el signo del zodiaco del Toro,
deberían haberse relacionado realmente con el Carnero. Pero incluso los
mitólogos astrales admiten que no hay ni rastro de un motivo del Carnero en la
mitología babilónica. Concediendo todas las suposiciones hechas por Winckler y
su escuela con respecto a los conocimientos astronómicos de los primeros
babilonios, la teoría desarrollada a partir de ellos resulta ser infundada. La
astronomía de Winckler era defectuosa, y sus tres Edades Mundiales astrológicas
no corresponden realmente a sus períodos de la historia.
Babilonia
fue, en efecto, la madre de la astronomía no menos que de la astrología, y la
antigüedad clásica estaba en deuda con ella en no poca medida; pero,
estrictamente hablando, sus observaciones científicas no datan de un período
muy temprano. Es cierto que tenemos pruebas de que, ya en las postrimerías del
tercer milenio, los astrónomos registraron observaciones del planeta Venus, y
también hay un fragmento de un texto temprano que muestra que intentaron medir
aproximadamente las posiciones de las estrellas fijas. Pero su arte de medir
permaneció durante mucho tiempo primitivo, y sólo los babilonios posteriores,
del período comprendido entre el siglo VI y el I a.C., fueron capaces de fijar
con suficiente exactitud los movimientos de los planetas, especialmente los de
la luna, y de fundar por este medio un sistema fiable de medición del tiempo.
El mero hecho de que los textos astrológicos, incluso en el período asirio
tardío, traten los eclipses como posibles en cualquier día del mes, y utilicen
el término para cualquier tipo de oscurecimiento del sol y la luna, es prueba
suficiente de que en esa época no habían notado su ocurrencia regular y todavía
tenían nociones comparativamente burdas de astronomía.
El documento
científico más antiguo en el sentido estricto de la palabra data de la segunda
mitad del siglo VI, cuando encontramos por primera vez que se calculaban por
adelantado las posiciones relativas del sol y la luna, así como la conjunción
de la luna con los planetas y de los planetas entre sí, anotándose su posición
en los signos del zodiaco. Pero las tablillas no aportan ninguna prueba de que
los astrónomos babilonios poseyeran ningún conocimiento de la precesión de los
equinoccios antes de finales del siglo II a.C., y la atribución tradicional del
descubrimiento a Hiparco de Nicea, que trabajó entre los años 161 y 126 a.C.
sobre las observaciones de sus predecesores babilonios, puede aceptarse como
exacta.
En resumen,
no existe ningún fundamento para la teoría de que los babilonios dividieran la
historia del mundo en edades astrales, ni que sus mitos y leyendas tuvieran
alguna conexión peculiar con los signos sucesivos del zodiaco. Que la
astrología formó una sección importante del sistema religioso babilónico desde
un período temprano no puede haber duda; pero en esa época las estrellas y los
planetas no ejercían ninguna influencia preponderante en la creencia religiosa,
y muchos rasgos del sistema, para los que se ha supuesto con seguridad un
origen astral, deben remontarse a una asociación de ideas más simple y
primitiva. Pero la necesaria modificación de la teoría astral sigue dejando
abierta la posibilidad de que la literatura hebrea haya adquirido un fuerte
tinte astrológico en los períodos exílico y postexílico. ¿Se vieron afectadas
las tradiciones judías en Babilonia, por ejemplo, de alguna manera como las
leyendas mitraicas de Persia? Como la teoría astral no tiene ninguna pretensión
de dictarnos la respuesta, la cuestión debe decidirse por las reglas ordinarias
de la evidencia histórica y literaria.
Si hemos de
suponer que la astrología babilónica ejerció una influencia tan marcada sobre
los judíos del Exilio, deberíamos esperar al menos encontrar algunas huellas de
ella en cuestiones prácticas y en la terminología. Y en este sentido, hay
ciertos hechos que nunca han sido justamente atendidos por los mitólogos
astrales. Es cierto que los exiliados que regresaron bajo Zorobabel habían
adoptado los nombres babilónicos de los meses para su uso civil; pero la idea
de las horas -es decir, la división del día en partes iguales- no parece haber
ocurrido a los judíos hasta mucho después del Exilio, e incluso entonces no hay
rastro de la hora doble babilónica.El otro hecho es aún más significativo. Con
la excepción de una única referencia al planeta Saturno por parte del profeta
Amós, ninguno de los nombres hebreos para las estrellas y constelaciones, que
aparecen en el Antiguo Testamento, se corresponden con los que sabemos que
estaban en uso en Babilonia. Tal hecho es seguramente decisivo en contra de
cualquier adopción al por mayor de la mitología astral de Babilonia por parte
de los escritores o redactores del Antiguo Testamento, ya sea en tiempos
preexílicos o postexílicos. Pero es bastante compatible con la opinión de que algunas
de las imágenes, e incluso ciertas líneas de pensamiento, que aparecen en los
libros poéticos y proféticos de los hebreos, delatan una coloración babilónica
y pueden encontrar su explicación en la literatura cuneiforme. No cabe duda de
que los textos babilónicos han proporcionado una ayuda inestimable en el
esfuerzo por rastrear el funcionamiento de la mente oriental en la antigüedad
Con respecto
a la sugerida influencia de Babilonia en el pensamiento religioso griego, es
esencial darse cuenta de que los temperamentos del babilonio y del heleno eran
totalmente distintos, el espíritu fanático y autoabrupto de Oriente contrasta
vivamente con la frialdad, la sobriedad cívica y la confianza en sí mismo de
Occidente. Esto ha sido señalado por el Dr. Farnell, que hace especial hincapié
en la ausencia total de cualquier rastro en los cultos mesopotámicos de
aquellos misterios religiosos que, como ha demostrado en otro lugar,
constituían un rasgo tan esencial en la sociedad helénica y egea. Otro hecho en
el que vería importancia es que el uso del incienso, universal desde tiempos
inmemoriales en Babilonia, no se introdujo en Grecia antes del siglo VIII a.C.
Este pequeño producto, se admitirá fácilmente, fue mucho más fácil de importar
que la teología babilónica. Pocos estarán en desacuerdo con él al considerar la
sugerencia de que, durante largos siglos, el imperio hitita fue una barrera
entre Mesopotamia y las tierras costeras de Asia Menor, como una razón
suficiente para este freno en la propagación directa de la influencia
babilónica hacia el oeste. Pero ninguna barrera política es eficaz contra los
relatos que recuerdan los mercaderes viajeros y que se vuelven a contar en
torno a las hogueras de las caravanas. Que Babilonia haya contribuido en cierta
medida al rico acervo de leyendas vigentes en diversas formas en toda la región
del Mediterráneo oriental es lo que cabría esperar.
La influencia cultural de Babilonia había penetrado desde el período más antiguo hacia el este, y la civilización de Elam, su vecino más cercano, había sido moldeada en gran medida por la de Sumer. Pero incluso en esa época las rutas comerciales habían estado abiertas hacia el oeste, y antes del surgimiento de Babilonia tanto los soldados como los mercaderes habían pasado del bajo Éufrates a Siria. Con la expansión de los semitas occidentales las dos regiones entraron en una relación más íntima, y al control político del Éufrates medio, establecido por primera vez en la época de Hammurabi, le siguió un tráfico comercial creciente, que continuó con pocas interrupciones en el período neobabilónico y en los posteriores. La política exterior de Babilonia estuvo siempre dominada por la necesidad de mantener abierta su conexión con el oeste; y fue principalmente debido a su empresa comercial, y no a ninguna ambición territorial, que su cultura alcanzó los límites más lejanos de Palestina y ha dejado algunas huellas en la mitología griega.
The letters and inscriptions of Hammurabi, king of Babylon, about B.C. 2200, to which are added a series of letters of other kings of the first dynasty of BabylonVOLUME I ....... VOLUME II ....... VOLUME IIIBabylonian letters of the Hammurapi period
I. Una lista comparativa de las dinastías de Nisin, Larsa y Babilonia II. Una lista ynástica de los reyes de Babilonia .
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